asesinatos por honor en europa
[Colin Nickerson] Aumentan asesinatos por honor en Europa.
Berlín, Alemania. La vida había empezado a mejorar para Hatun Surucu, 23, cuando las balas terminaron con ella.
Después de cuatro años de agotadores cursos en la escuela vocacional, más las exigencias de su vida como madre soltera, estaba a sólo semanas de recibir su diploma de electricista, un oficio que le daría la independencia que anhelaba tan desesperadamente.
Había sido un camino difícil: Ocho años antes, sus padres, inmigrantes turcos, habían sacado a Surucu del octavo básico, metida a un avión con destino a Estambul y obligada a casarse con un primo más viejo. Sintiéndose desolada en Turquía, abandonó a su marido y volvió a Berlín con se bebé, decidida a hacer su vida como una mujer moderna en una sociedad laica, de acuerdo a sus amigos.
Para una musulmana que recién salía de la infancia, era un acto de extraordinario reto a su familia. Y a Surucu le costó la vida.
A medida que los musulmanes de Europa se hacen cada vez más conservadores, crecientes números de mujeres están siendo asesinadas o mutiladas en nombre del ‘honor familiar’, de acuerdo a agencias de policía, grupos de mujeres activistas y organizaciones musulmanas moderadas. Esos casos involucran normalmente ataques contra mujeres musulmanas perpetrados por parientes cercanos -típicamente un hermano o padre-, enrabiados por su rechazo a aceptar un matrimonio forzoso o por su insistencia de adoptar un modo de vida occidental.
Solamente en Berlín el año pasado hubo ocho asesinatos de ese tipo, y 47 mujeres murieron en asesinatos por honor de mujeres musulmanas en toda Alemania en los últimos seis años, de acuerdo a la policía, informes de prensa y grupos activistas. Según activistas, decenas de miles de mujeres musulmanas nacidas en Europa son cada año obligadas a contraer matrimonios no deseados, a menudo con hombres mayores, en sus países de origen. El rechazo a someterse a esos matrimonios puede implicar una sentencia de muerte.
Tras una avalancha de casos que ocuparon primera plana, el asesinato de Surucu, los países europeos están lentamente comenzado a reconocer los homicidios por honor como un crimen aparte.
En Gran Bretaña, por ejemplo, una revisión policial de 22 homicidios domésticos el año pasado, resultó en que 18 de ellos fueron reclasificados como "asesinatos llamados ‘por honor’". Scotland Yard ha reabierto pesquisas de 109 muertes sospechosas a lo largo de un período de 10 años, que parecen haber sido conspiraciones familiares para matar a mujeres musulmanas.
La violenta tendencia, dicen las autoridades, refleja el fortalecimiento del control del fundamentalismo religioso entre los 16 millones de musulmanes del continente, muchos de los cuales sufren el crecimiento desempleo, educación insuficiente y -quizás más importante-, la sensación de ser extranjeros indeseables en sus patrias adoptivas. A medida que los hombres musulmanes adoptan el islam radical y retornan a costumbres antiguas, las mujeres están pagando un espantoso precio.
"Hay una generación perdida de musulmanes en Europa", dice Eren Uensal, portavoz de la Federación Turca de Berlín. "Hace diez años, los musulmanes de aquí eran más modernos, más laicos que los musulmanes en sus países de origen. Ahora la situación se ha revertido. Los jóvenes creen que no hay lugar para ellos en Europa. Creen que tampoco hay lugar para ellos en ninguna parte".
Los grupos musulmanes radicales están llenando el vacío. "Lo más alarmante es que enseñan que la violencia es un modo aceptable de imponer creencias religiosas o costumbres sociales", dice Uensal. "Gran parte de la violencia se dirige contra las mujeres".
El asesinato de Hatun Surucu es bastante típico de los asesinatos por honor más recientes en Europa.
Sus padres y hermanos en Berlín estaban escandalizados cuando Surucu abandonó a su marido y volvió a Alemania con su bebé, Can. Todavía más intensa que la cólera fue la sensación de desgracia de la familia ante este despliegue de independencia femenina, de acuerdo a actas judiciales y amigos de la familia.
Pero Surucu quería hacer su propia vida. Se quedó en un refugio de mujeres en Berlín el tiempo suficiente como para completar la escuela secundaria. Luego encontró un trabajo a media jornada, se mudó a un pequeño apartamento y se inscribió en un programa vocacional.
Aparte de enfurecer a su familia, abandonó la hijab -el tradicional pañuelo de cabeza usado por algunas mujeres musulmanas- por los pendientes, el maquillaje, y los vaqueros. Su hijo, ahora de 6 años, era la luz de su vida, dicen sus amigos. Pero a Surucu también le gustaban las películas y salir a bailar.
"Todo lo que quería, en realidad, era ser una persona corriente, una mujer normal", dijo Georg Neumann, un amigo de Surucu en la escuela vocacional.
La noche del 7 de febrero de 2005, Surucu estaba esperando debajo de una farola en una parada de autobús a dos calles de su apartamento, cuando las balas se incrustaron en su pecho y cara. Le dispararon a bocajarro.
Según la policía, el asesinato fue un asunto de familia.
Tres de los cinco hermanos de Surucu han sido acusados del asesinato. Uno ya ha confesado en un escalofriante testimonio ante el tribunal. "Quería tener sus propios amigos" fuera de la familia, dijo sobre su hermana Ayhan Surucu, 18. "Era demasiado".
Ayhan, el hermano menor, está acusado de haber apretado el gatillo. Un hermano mayor ha sido acusado de adquirir el arma, y el otro de llevar con engaños a su hermana hacia el lugar del crimen con una llamada telefónica en la que le dijo que la familia quería hablar sobre la reconciliación.
"Ella todavía quería reunirse con su familia", dijo Neumann. "No quería vivir apartada de ellos. Sólo quería que aceptaran que ella llevara su propia vida".
Inglaterra inició una revisión de casos sospechosos después de que en 2004 un inmigrante kurdo de Iraq, Abdullah Yones, colgara a su hija de 16 en una bañera y le cercenara la garganta después de descubrir que se escribía cartas de amor con un chico de su escuela en Londres. El año pasado, Yones insistió ante el tribunal que su hija era culpable de su propio destino. El día que fue sentenciado a cadena perpetua, decenas de hombres kurdos se acercaron al tribunal a manifestar solidaridad con Yones, según la prensa.
En un caso más reciente en Alemania, Geonuel Karabey, 20, la hija de inmigrantes turcos que viven en Berlín, rechazó en junio pasado un matrimonio concertando y desapareció con su novio, un cristiano.
Humillados, su padre y hermanos la localizaron en Wiesbaden, al poniente de Alemania, en la casa de la madre de su noviete. Karabey fue matada en el jardín después de que aceptara hablar con su familia. Su hermano, Ali, entregó más tarde el arma homicida a la policía, de acuerdo a informaciones de la prensa.
Junto a los atentados contra el metro del año pasado en Londres, perpetrados por fanáticos musulmanes ingleses, y disturbios en los suburbios árabes de Francia, los asesinatos por honor en Europa han horrorizado a un continente que, hasta hace pocos años, prestaba poca atención -reconocen ahora muchos políticos- al fundamentalismo religioso que se cultivaba en su seno.
Grupos musulmanes moderados y algunos presidentes europeos han advertido que los asesinatos por honor reflejan una tendencia fundamentalista que desprecia las leyes y valores europeos.
"Hay dos sociedades con dos sistemas de valor diferentes que viven lado a lado -pero completamente aparte- en Europa", dijo Seyran Ates, un abogado de Berlín de origen turco que trabaja a menudo con mujeres que tratan de escapar de matrimonios concertados.
Las primeras dos generaciones de inmigrantes, dijo Ates, encontraron abundancia de trabajo y estaban en general satisfechos. Pero la generación de musulmanes nacidos en Europa que alcanzan la madurez ahora, dijo Ates, "no se han integrado nunca en la sociedad occidental y se están convirtiendo al conservadurismo".
Un grupo de Berlín, Wildwasser, proporciona lugares de refugio a niñas de 12 a 18 que piensan que sus vidas corren peligro, principalmente debido a que han rechazado matrimonios concertados o que sufren presiones para dejar la escuela y dedicarse a labores domésticas.
"Hay tantos casos que involucran a chicas musulmanas que están expuestas a ideas de igualdad y libertad, y se vuelven hacia esas ideas como las flores hacia el sol", dijo Mehriban Ozer, asistente social de Wildwasser. "Quieren ir a la escuela. Quieren vivir. La violencia proviene de padres y hermanos... que ven el más pequeño paso de una mujer hacia la libertad como un rompimiento terrible con la tradición".
Aunque los musulmanes representan menos del cinco por ciento de la población alemana, casi la mitad de las niñas que llegan a Wildwasser huyendo de la violencia en casa son turcas, árabes, norafricanas o del Caribe de familias musulmanas estrictas, de acuerdo a Trina Leichsenring, la directora del grupo.
El crecimiento del fundamentalismo entre los musulmanes de Europa se puede atribuir, al menos en parte, al fracaso de los países en integrar a los millones de musulmanes que empezaron a llegar en grandes cantidades en los años sesenta. Dos generaciones después, la mayoría llevan vidas apartadas de las corrientes dominantes. "Era tabú discutir la integración. Ofendía a aquellos que dicen que toda expresión de diferencia cultural es de algún modo algo maravilloso", dice Heinz Buschkowsky, alcalde del municipio de Neukoelln, en Berlín, donde más de un tercio de los habitantes son árabes y turcos. "Pero ahora con una cultura que se expresa cubriendo el rostro de las mujeres o matando a las niñas que se niegan a casarse con hombres más viejos en sus pueblos natales, quizás es hora de romper el tabú".
En la escuela Tomás Moro, en gran parte de inmigrantes, de Neukoelln, no muy lejos del lugar donde fue ultimada Hatun Surucu, los estudiantes recibieron las noticias de su asesinato con una ruidosa aprobación. Sus hermanos fueron saludados como héroes locales.
El director, Volker Steffans, estaba tan disgustado con la exhibición de esos sentimientos, que envió una carta a los padres, que debía ser leída y firmada, explicando lo que siempre había considerado obvio: que las niñas no deberían ser molestadas por negarse a llevar el pañuelo de cabeza; que las niñas no deberían ser atacadas por querer estudiar y seguir una carrera; que las mujeres no debían ser asesinadas por estimar la tolerancia e igualdad de las sociedades occidentales.
"Ha ocurrido un asesinato aquí cerca; una joven fue asesinada. Murió porque quería vivir en libertad", decía Steffans. "Pero nos horrorizó el hecho de que los alumnos aprobaran este asesinato y dijeran que Suruce merecía morir porque ‘vivía como alemana’".
Después de cuatro años de agotadores cursos en la escuela vocacional, más las exigencias de su vida como madre soltera, estaba a sólo semanas de recibir su diploma de electricista, un oficio que le daría la independencia que anhelaba tan desesperadamente.
Había sido un camino difícil: Ocho años antes, sus padres, inmigrantes turcos, habían sacado a Surucu del octavo básico, metida a un avión con destino a Estambul y obligada a casarse con un primo más viejo. Sintiéndose desolada en Turquía, abandonó a su marido y volvió a Berlín con se bebé, decidida a hacer su vida como una mujer moderna en una sociedad laica, de acuerdo a sus amigos.
Para una musulmana que recién salía de la infancia, era un acto de extraordinario reto a su familia. Y a Surucu le costó la vida.
A medida que los musulmanes de Europa se hacen cada vez más conservadores, crecientes números de mujeres están siendo asesinadas o mutiladas en nombre del ‘honor familiar’, de acuerdo a agencias de policía, grupos de mujeres activistas y organizaciones musulmanas moderadas. Esos casos involucran normalmente ataques contra mujeres musulmanas perpetrados por parientes cercanos -típicamente un hermano o padre-, enrabiados por su rechazo a aceptar un matrimonio forzoso o por su insistencia de adoptar un modo de vida occidental.
Solamente en Berlín el año pasado hubo ocho asesinatos de ese tipo, y 47 mujeres murieron en asesinatos por honor de mujeres musulmanas en toda Alemania en los últimos seis años, de acuerdo a la policía, informes de prensa y grupos activistas. Según activistas, decenas de miles de mujeres musulmanas nacidas en Europa son cada año obligadas a contraer matrimonios no deseados, a menudo con hombres mayores, en sus países de origen. El rechazo a someterse a esos matrimonios puede implicar una sentencia de muerte.
Tras una avalancha de casos que ocuparon primera plana, el asesinato de Surucu, los países europeos están lentamente comenzado a reconocer los homicidios por honor como un crimen aparte.
En Gran Bretaña, por ejemplo, una revisión policial de 22 homicidios domésticos el año pasado, resultó en que 18 de ellos fueron reclasificados como "asesinatos llamados ‘por honor’". Scotland Yard ha reabierto pesquisas de 109 muertes sospechosas a lo largo de un período de 10 años, que parecen haber sido conspiraciones familiares para matar a mujeres musulmanas.
La violenta tendencia, dicen las autoridades, refleja el fortalecimiento del control del fundamentalismo religioso entre los 16 millones de musulmanes del continente, muchos de los cuales sufren el crecimiento desempleo, educación insuficiente y -quizás más importante-, la sensación de ser extranjeros indeseables en sus patrias adoptivas. A medida que los hombres musulmanes adoptan el islam radical y retornan a costumbres antiguas, las mujeres están pagando un espantoso precio.
"Hay una generación perdida de musulmanes en Europa", dice Eren Uensal, portavoz de la Federación Turca de Berlín. "Hace diez años, los musulmanes de aquí eran más modernos, más laicos que los musulmanes en sus países de origen. Ahora la situación se ha revertido. Los jóvenes creen que no hay lugar para ellos en Europa. Creen que tampoco hay lugar para ellos en ninguna parte".
Los grupos musulmanes radicales están llenando el vacío. "Lo más alarmante es que enseñan que la violencia es un modo aceptable de imponer creencias religiosas o costumbres sociales", dice Uensal. "Gran parte de la violencia se dirige contra las mujeres".
El asesinato de Hatun Surucu es bastante típico de los asesinatos por honor más recientes en Europa.
Sus padres y hermanos en Berlín estaban escandalizados cuando Surucu abandonó a su marido y volvió a Alemania con su bebé, Can. Todavía más intensa que la cólera fue la sensación de desgracia de la familia ante este despliegue de independencia femenina, de acuerdo a actas judiciales y amigos de la familia.
Pero Surucu quería hacer su propia vida. Se quedó en un refugio de mujeres en Berlín el tiempo suficiente como para completar la escuela secundaria. Luego encontró un trabajo a media jornada, se mudó a un pequeño apartamento y se inscribió en un programa vocacional.
Aparte de enfurecer a su familia, abandonó la hijab -el tradicional pañuelo de cabeza usado por algunas mujeres musulmanas- por los pendientes, el maquillaje, y los vaqueros. Su hijo, ahora de 6 años, era la luz de su vida, dicen sus amigos. Pero a Surucu también le gustaban las películas y salir a bailar.
"Todo lo que quería, en realidad, era ser una persona corriente, una mujer normal", dijo Georg Neumann, un amigo de Surucu en la escuela vocacional.
La noche del 7 de febrero de 2005, Surucu estaba esperando debajo de una farola en una parada de autobús a dos calles de su apartamento, cuando las balas se incrustaron en su pecho y cara. Le dispararon a bocajarro.
Según la policía, el asesinato fue un asunto de familia.
Tres de los cinco hermanos de Surucu han sido acusados del asesinato. Uno ya ha confesado en un escalofriante testimonio ante el tribunal. "Quería tener sus propios amigos" fuera de la familia, dijo sobre su hermana Ayhan Surucu, 18. "Era demasiado".
Ayhan, el hermano menor, está acusado de haber apretado el gatillo. Un hermano mayor ha sido acusado de adquirir el arma, y el otro de llevar con engaños a su hermana hacia el lugar del crimen con una llamada telefónica en la que le dijo que la familia quería hablar sobre la reconciliación.
"Ella todavía quería reunirse con su familia", dijo Neumann. "No quería vivir apartada de ellos. Sólo quería que aceptaran que ella llevara su propia vida".
Inglaterra inició una revisión de casos sospechosos después de que en 2004 un inmigrante kurdo de Iraq, Abdullah Yones, colgara a su hija de 16 en una bañera y le cercenara la garganta después de descubrir que se escribía cartas de amor con un chico de su escuela en Londres. El año pasado, Yones insistió ante el tribunal que su hija era culpable de su propio destino. El día que fue sentenciado a cadena perpetua, decenas de hombres kurdos se acercaron al tribunal a manifestar solidaridad con Yones, según la prensa.
En un caso más reciente en Alemania, Geonuel Karabey, 20, la hija de inmigrantes turcos que viven en Berlín, rechazó en junio pasado un matrimonio concertando y desapareció con su novio, un cristiano.
Humillados, su padre y hermanos la localizaron en Wiesbaden, al poniente de Alemania, en la casa de la madre de su noviete. Karabey fue matada en el jardín después de que aceptara hablar con su familia. Su hermano, Ali, entregó más tarde el arma homicida a la policía, de acuerdo a informaciones de la prensa.
Junto a los atentados contra el metro del año pasado en Londres, perpetrados por fanáticos musulmanes ingleses, y disturbios en los suburbios árabes de Francia, los asesinatos por honor en Europa han horrorizado a un continente que, hasta hace pocos años, prestaba poca atención -reconocen ahora muchos políticos- al fundamentalismo religioso que se cultivaba en su seno.
Grupos musulmanes moderados y algunos presidentes europeos han advertido que los asesinatos por honor reflejan una tendencia fundamentalista que desprecia las leyes y valores europeos.
"Hay dos sociedades con dos sistemas de valor diferentes que viven lado a lado -pero completamente aparte- en Europa", dijo Seyran Ates, un abogado de Berlín de origen turco que trabaja a menudo con mujeres que tratan de escapar de matrimonios concertados.
Las primeras dos generaciones de inmigrantes, dijo Ates, encontraron abundancia de trabajo y estaban en general satisfechos. Pero la generación de musulmanes nacidos en Europa que alcanzan la madurez ahora, dijo Ates, "no se han integrado nunca en la sociedad occidental y se están convirtiendo al conservadurismo".
Un grupo de Berlín, Wildwasser, proporciona lugares de refugio a niñas de 12 a 18 que piensan que sus vidas corren peligro, principalmente debido a que han rechazado matrimonios concertados o que sufren presiones para dejar la escuela y dedicarse a labores domésticas.
"Hay tantos casos que involucran a chicas musulmanas que están expuestas a ideas de igualdad y libertad, y se vuelven hacia esas ideas como las flores hacia el sol", dijo Mehriban Ozer, asistente social de Wildwasser. "Quieren ir a la escuela. Quieren vivir. La violencia proviene de padres y hermanos... que ven el más pequeño paso de una mujer hacia la libertad como un rompimiento terrible con la tradición".
Aunque los musulmanes representan menos del cinco por ciento de la población alemana, casi la mitad de las niñas que llegan a Wildwasser huyendo de la violencia en casa son turcas, árabes, norafricanas o del Caribe de familias musulmanas estrictas, de acuerdo a Trina Leichsenring, la directora del grupo.
El crecimiento del fundamentalismo entre los musulmanes de Europa se puede atribuir, al menos en parte, al fracaso de los países en integrar a los millones de musulmanes que empezaron a llegar en grandes cantidades en los años sesenta. Dos generaciones después, la mayoría llevan vidas apartadas de las corrientes dominantes. "Era tabú discutir la integración. Ofendía a aquellos que dicen que toda expresión de diferencia cultural es de algún modo algo maravilloso", dice Heinz Buschkowsky, alcalde del municipio de Neukoelln, en Berlín, donde más de un tercio de los habitantes son árabes y turcos. "Pero ahora con una cultura que se expresa cubriendo el rostro de las mujeres o matando a las niñas que se niegan a casarse con hombres más viejos en sus pueblos natales, quizás es hora de romper el tabú".
En la escuela Tomás Moro, en gran parte de inmigrantes, de Neukoelln, no muy lejos del lugar donde fue ultimada Hatun Surucu, los estudiantes recibieron las noticias de su asesinato con una ruidosa aprobación. Sus hermanos fueron saludados como héroes locales.
El director, Volker Steffans, estaba tan disgustado con la exhibición de esos sentimientos, que envió una carta a los padres, que debía ser leída y firmada, explicando lo que siempre había considerado obvio: que las niñas no deberían ser molestadas por negarse a llevar el pañuelo de cabeza; que las niñas no deberían ser atacadas por querer estudiar y seguir una carrera; que las mujeres no debían ser asesinadas por estimar la tolerancia e igualdad de las sociedades occidentales.
"Ha ocurrido un asesinato aquí cerca; una joven fue asesinada. Murió porque quería vivir en libertad", decía Steffans. "Pero nos horrorizó el hecho de que los alumnos aprobaran este asesinato y dijeran que Suruce merecía morir porque ‘vivía como alemana’".
16 de enero de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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Eli -
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