carteles amenazan a periodistas
Amenazados por los carteles de la droga mexicanos, los periodistas se callan. Saben que los narcotraficantes los pueden secuestrar o asesinar fácilmente, y salirse con la suya.
Es cuando periodistas y editores, por temor o cautela, se ven obligados a escribir lo que los traficantes quieren que escriban, o simplemente a no publicar toda la verdad en un país donde los miembros de la prensa han sido intimidados, secuestrados y asesinados.
¿Esa terrible balacera el otro día cerca de un centro comercial en Reynosa? Caravanas de hombres armados pasaron zumbando por las calles, disparándose unos a otros durante horas, paralizando la ciudad. Pero en el diario de esta ciudad fronteriza, el tiroteo ni siquiera se menciona.
¿Y esos recientes enfrentamientos entre el ejército y los pistoleros del cartel en Ciudad Juárez? Los soldados respondieron a "civiles armados", dicen los diarios a sus lectores.
Mientras la guerra contra las drogas sube a nuevos niveles de barbarie, uno de los devastadores productos secundarios de la carnicería es la escalofriante capacidad de los narcotraficantes de cooptar a los mal pagados y desdeñados periodistas, que son acosados por el conocimiento de que no están a la altura de su misión periodística de informar a la sociedad.
"Amas al periodismo, amas la búsqueda de la verdad, amas cumplir un servicio cívico e informar a tu comunidad. Pero amas tu vida todavía más", dijo un editor aquí en Reynosa, en el estado de Tamaulipas, que, como la mayoría de los periodistas entrevistados, no quiso dar su nombre por temor a sufrir represalias de los carteles.
"No nos gusta el silencio. Pero se trata de sobrevivir".
Se estima que treinta periodistas han sido asesinados o han desaparecido desde que el presidente Felipe Calderón iniciara en diciembre de 2006 la ofensiva militar contra los poderosos carteles de la droga, convirtiendo a México en uno de los países del mundo más peligrosos para periodistas.
Pero un afiebrado aumento en la violencia, incluyendo el secuestro el 26 de julio de cuatro periodistas, empujó al gremio hacia una crisis sin precedentes, atrajo la atención internacional y provocó un renovado activismo de parte de hombres y mujeres periodistas de México.
Naciones Unidas envió una primera misión a México la semana pasada, para estudiar las amenazas a la libertad de expresión. El 7 de agosto, en un despliegue de unidad sin precedentes de un grupo normalmente pendenciero y competitivo, cientos de periodistas mexicanos se manifestaron en todo el país para exigir el fin de los asesinatos de sus colegas, y condiciones de trabajo más seguras.
Sólo se investigan algunos crímenes, si acaso, y el clima de impunidad provoca más derramamiento de sangre, dice un informe todavía inédito del Comité para la Protección de Periodistas, de Nueva York.
"No es falta de valor de parte de los periodistas. Es falta de respaldo", dijo el locutor Jaime Aguirre. "Si me matan, no pasa nada".
En el popular programa de radio que presenta en Reynosa, Aguirre escoge sus palabras cuidadosamente. A menudo advierte a la gente sobre las áreas de la ciudad que deben evitar. No es necesario decir por qué.
Es en los estados más remotos de México donde la censura narco es más severa.
Sobre los estados fronterizos Tamaulipas y Chihuahua y en los estados centrales y sureños de Durango y Guerrero, los periodistas dicen que están muy conscientes de que los traficantes no quieren que la prensa local ‘caliente la plaza’, llamar la atención sobre la producción de drogas y el contrabando y los intentos de subyugar a la población. Esa atención invitaría al gobierno a enviar tropas y perseguir sus negocios.
Y así los periodistas se guardan de decir nada.
Cuando caravanas de pistoleros de los traficantes volvieron sus armas contra guarniciones del ejército en Reynosa, atrapando a los soldados dentro, la noticia fue primera página de Los Angeles Times, en abril. En Reynosa nadie dijo nada.
Después de que dos de sus periodistas fueran detenidos brevemente por paramilitares zetas más tarde ese mes en la misma región, Ciro Gómez Leyva, presidente de televisión Milenio, anunció que estaba decretando un apagón sobre noticias de Tamaulipas. "El periodista ha muerto" en la región, escribió. El cuerpo estrangulado y magullado del periodista de Durango, Bladimir Antuna, fue recobrado a fines del año pasado con una nota garrapateada que decía: "Esto me pasó... por escribir demasiado".
Contactar a periodistas de la región es como una escena de ‘El tercer hombre’ [The Third Man], con encuentros en discretas locaciones y discusiones en código: a los zetas se refiere como a "la última letra" (del alfabeto), mientras que el cartel del Golfo es las "tres letras" (CDG, Cartel del Golfo).
Periodistas y editores de Tamaulipas y Durango dicen que ellos normalmente reciben amenazas telefónicas cuando publican algo que los traficantes no quieren ver impreso. Más a menudo, sabiendo que sus publicaciones están siendo escudriñadas y que sus redacciones están infiltradas, evitan publicar nada que corra el riesgo de caer en una categoría cuestionable.
O se aferran a los boletines oficiales apenas mencionando los hechos, que pueden confirmar un incidente, pero sin ofrecer detalles.
"Si no es oficial, no lo imprimimos", dijo un editor de un diario norteño. "Me hace enfurecer. ¿Cómo puedo ceder a las exigencias de esa gente? Pero tengo que calcular el riesgo".
Los periodistas también están pendientes de lo que algunas páginas web conocidas por su asociación con los carteles de la droga: si ven que balacera o un ataque con granada está siendo reportado, entonces saben que está bien si publican la misma información.
Es por eso que la balacera en Reynosa hace dos semanas no fue reportada. Pero un coche bomba en el cuartel general de la policía en Ciudad Victoria, la capital del estado de Tamaulipas dos días después llegó a primera plana porque, dicen los editores, el cartel dominante, el del Golfo, quería hacer quedar mal a paramilitares zeta rivales (los presuntos autores del atentado).
No es que los diarios regionales mexicanos sean melindrosos. Publicarán cualquier cantidad de fotografías de cabezas cercenadas y cuerpos maltratados colgando desde puentes. Pero no publicará ninguna información que ofenda al cartel del que se trate.
Las redes sociales de medios, como Twitter, han llenado parte de la brecha, y los vecinos han enviado frenéticamente señales de alerta. Y un misterioso ‘blog narco’ ha empezado a subir numerosos videos de los pistoleros y sus víctimas, sin importar las espeluznantes escenas. Pero, dicen los vecinos, los medios sociales también han sido usurpados por traficantes, que utilizan el sistema para difundir rumores y provocar pánico.
En Durango, donde en 2009 murieron más periodistas que en cualquier otro estado, el locutor Rubén Cárdenas dijo que los periodistas ya no pueden realizar su trabajo. "Es desinformación. No se está prestando un servicio a la sociedad", dijo Cárdenas al Times a fines del año pasado.
Unas semanas después, cuando Times se aventuró en la ciudad de Gómez Palacio, en Durango, para informar sobre el secuestro y asesinato del líder cívico de Los Ángeles, Bobby Salcedo, periodistas mexicanos locales inicialmente compartieron el entusiasmo por el reportaje. Pero después de un par de días de publicar informes, los empleados de un diario recibieron la orden, presumiblemente de los asesinos de Salcedo, de dejar de hacerlo. La noticia, que llamó la atención de Los Ángeles y Washington, estaba "calentando la plaza".
Durango también fue el escenario de los secuestros del 26 de julio. Cuatro periodistas estaban cubriendo los disturbios en la cárcel de Gómez Palacio donde se acababa de revelar que la alcaide permitía que los presos salieran de noche a cometer asesinatos.
Los empleadores de los periodistas recibieron instrucciones de transmitir videos caseros de un cartel que denunciaba los nexos de un cartel rival con policías corruptos. Los videos mostraban a un agente que había sido secuestrado y estaba "confesando" a punta de pistola.
Los periodistas en México se movilizaron como nunca antes, difundiendo la noticia, exigiendo acción de parte de las autoridades y montando manifestaciones. Finalmente, los periodistas fueron dejados en libertad. Con la sangre todavía chorreando de su cabeza, un magullado Alejandro Hernández dijo sobre el secuestro que habían sido cinco días de torturas, golpizas con una tabla, y amenazas de una horrenda muerta.
¿Final feliz? Los hombres fueron rescatados o liberados sólo después de que la prensa accediera a transmitir los videos del cartel, que era una exigencia de los traficantes. Fue parte del desenlace que la libertad de los periodistas se pagara con la cobertura periodística.
23 de agosto de 2010
16 de agosto de 2010
©los angeles times
0 comentarios