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retorno de la aristocracia alemana


[Colin Nickerson] Retorno ayuda a revigorizar legado cultural.
Karwe, Alemania. El retrato de un ilustre ancestro -un mariscal de campo que hizo la guerra contra Napoleón- mira con el ceño fruncido desde la chimenea. Un perro de caza ronca en un sofá. Hay un armario del siglo 17, estanterías con libros empastados en cuero y letras doradas, astas de venado, y otros símbolos de la nobleza, incluyendo el ostentoso escudo de armas de la familia von dem Knesebeck, que muestra un unicornio y un dragón.
Pero el espacio es estrecho. El palacio de la familia fue destruido por los comunistas que gobernaron Alemania del Este después de la Segunda Guerra Mundial. En estos días, la sede ancestral de la familia de sangre azul es un modesto bungalow al borde del pueblo sobre el que los von dem Knesebeck de antaño reinaban como dueños y señores.
"No es realmente un castillo", dice el barón Krafft von dem Knesebeck, 52, algo pesaroso. "Pero tendremos que conformarnos, de momento".
Como otros aristócratas alemanes cuyos padres o abuelos huyeron del Este en los últimos, caóticos días de la guerra para buscar refugio en Alemania federal, von dem Knesebeck finalmente ha llegado a casa.
Es parte de una tendencia apenas observada. En los deprimidos interiores de Alemania del Este, decenas de nobles están volviendo discretamente a reinos de mala suerte, comprando de vuelta las tierras, edificios y, sí, castillos que habrían recibido en herencia si no hubiese intervenido la historia, de agencias gubernamentales y otros titulares cuasi oficiales.
Estos ‘barones de botas de caucho' -como los llaman los perplejos residentes locales, refiriéndose a la poco aristocrática tendencia de los retornados a limpiar establos y realizar otras tareas sucias- están invirtiendo millones de dólares en la restauración de sus granjas, reparando estructuras históricas, y empezando pequeños negocios. En el proceso, están creando empleos y, quizás más importante, sentando un ejemplo empresarial para los alemanes criados en el Este, que todavía miran con sospecha el capitalismo y la autonomía personal.
Von dem Knesebeck utilizó sus ahorros y pidió dinero prestado para comprar las 650 hectáreas de las antiguas tierras de su familia, la mitad de la hacienda original, de una poco productiva granja colectiva. El ex comandante de una lancha patrullera de la marina y gerente de ventas al por mayor remodeló el enorme granero de ladrillos del siglo 18 en apartamentos de ‘retiro campestre' que alquila a urbanitas acomodados. Los residentes temporales llevan dinero a este pintoresco pero pobre villorrio junto al Lago Ruppiner. Von dem Knesebeck también está haciendo producir tierras agrícolas y aserraderos largo tiempo abandonados.
Los motivos de los barones, condes y nobles retornados son mezclados. Algunos buscan un retiro rústico. Otros son meramente oportunistas. Pero la mayoría de ellos parecen impulsados por algo más complejo: un sentido de deuda de sangre con lugares y gentes cuyas historias están intrínsicamente entrelazadas con las suyas propias.
"Tengo una profunda obligación con este lugar y esta gente", dice Helmuth von Maltzahn, 57, barón de Ulrichshusen, un diminuto pueblo en la región de Mecklenburg-Vorpommern, al norte de Berlín. Su familia huyó del Ejército Rojo en 1945, con "las pocas cosas que pudieron meter en una mochila", dice von Maltzahn, que estudió en la Harvard Business School en los años setenta.
Ex ejecutivo de la industria cosmética, von Maltzahn, su esposa la baronesa Alla, y sus dos pequeñas hijas abandonaron en 1993 sus cómodas vidas en Alemania federal por una casa móvil apenas calefaccionada aparcada frente a las ruinas del antiguo schloss de la familia, el castillo. Las murallas del castillo de Ulrichshusen datan de 1592. Pero la estructura renacentista se erige sobre los cimientos de un fuerte von Maltzahn construido en el 1100.
"Los comunistas estuvieron aquí durante 45 años", dijo von Maltzahn durante una entrevista en la torre principal. "¿Pero qué es eso? Un parpadeo. Mi familia ha estado aquí durante 800 años. ¿Quieres saber quiénes se han ido? ¿Quiénes han vuelto? Esta vez llegamos a quedarnos. La tierra es mi pasado, mi presente, y mi futuro -aquí están las tumbas de mis ancestros y quedarán para mis hijas".
Los von Maltzahn han invertido sangre, sudor y más de cuatro millones de dólares en la conversión del destripado castillo en un hotel de treinta habitaciones. Entretanto, el granero principal de la propiedad ha sido transformado en un clásico teatro que organiza 25 conciertos veraniegos, como parte de un ambicioso festival que ya atrae a decenas de miles de turistas a la zona.
"Se está convirtiendo en el Tanglewood de Alemania", dice el barón, refiriéndose al centro musical en Berkshire.
Los privilegios y prerrogativas de la clase noble alemana fueron abolidos en 1919 con el nacimiento de la República de Weimar, que remplazó al kaizer y el desacreditado sistema imperial del país. Pero las viejas familias pudieron conservar sus propiedades y títulos y legar ambos a sus descendientes.
En 1933 la república cedió el paso a los nazis. Hitler desconfiaba de los aristócratas conservadores, y con razón. Aunque la mayoría de ellos participaron en la máquina de guerra como soldados e industriales, muchos despreciaban en silencio al ‘pequeño cabo' de Austria. El atentado con bomba del 20 de julio de 1944, que casi mató al Führer, fue organizado en gran parte por oficiales de sangre azul.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los comunistas se apropiaron de las propiedades de los aristócratas en el Este. Los nobles que no lograron escapar fueron a menudo matados o encarcelados por los soviéticos. En el sistema comunista, sus tierras se convirtieron en propiedad del estado.
En Alemania federal, los nobles destiñeron en el maderamen, convertidos en socialmente irrelevantes en una democracia implacablemente igualitarista. Unos pocos se aferraron a enormes fortunas familiares. Pero la mayoría de ellos terminaron en aburridos trabajos.
Hoy, los observadores de la realeza europea calculan que unos 70 mil alemanes poseen títulos heredados. Tienden a casarse entre sí, tienden a socializar entre sí, y gravitan hacia carreras en el servicio de las armas o en el cuerpo diplomático, conforme las tradiciones prusianas.
"Los nobles alemanes son muy discretos, para nada orientados hacia la publicidad", dice Rolf Seelmann-Eggebert, periodista y una autoridad sobre la aristocracia europea. "Los que vivían en el Este lo perdieron todo. Los de occidente se convirtieron más bien en gente corriente -empresarios, abogados o funcionarios de relaciones exteriores. Sólo unos pocos toman en serio sus títulos y recuerdan lo que significa ser noble. El deber de sentar un ejemplo, el deber de dirigir".
Según la ley de reunificación alemana, los propietarios que perdieron grandes propiedades a manos de los invasores soviéticos entre 1945 y 1949 no tienen derechos legales sobre sus propiedades, aunque el gobierno les ayudará a renegociar la compra de las tierras perdidas.
El barón von dem Knesebeck, educado en Alemania federal, nunca puso un pie en el Este antes de la caída del Muro de Berlín. Pero creció mirando fotos antiguas y oyendo historias sobre lo que habían perdido.
"Siempre supe que este lugar llamado Karwe era el hogar de la familia y que se suponía que yo era su barón", dice mientras conduce a un visitante y pasa frente a la losa funeraria de un ancestro. "Pero parecía distante y no nada de real".
Hasta las Pascuas 1990, cuando acompañó a su anciano padre en una visita. "Me di cuenta de que este era el aire que se suponía debía respirar toda mi vida", dijo. "El pueblo estaba desierto, empobrecido. Sentí el deseo de volver, por supuesto, pero también el deber de hacerlo. Mi familia tiene una obligación especial con Karwe".
Al principio hubo tensiones. Algunos aldeanos ocupan casas en terrenos ‘redistribuidos' expropiados a los von dem Knesebeck. La familia prometió que no iniciaría acciones legales para reconquistar esos terrenos, como temían los vecinos.
Gracias en parte a la inversión y liderazgo de von dem Knesebeck, en estos días Karwe tiene buena pinta y un brillo que no se observa en otras partes de Alemania del este. Un nuevo restaurante ofrece cocina tradicional. La iglesia del siglo 14 del pueblo (adornada con el escudo de armas de von dem Knesebeck) ha sido cariñosamente restaurada.
La esposa de von dem Knesebeck, la baronesa Annegret, se desempeñó hace poco como alcaldesa. La familia consideró la votación como un honor. "Demuestra que somos aceptados, que hemos reconquistado un lugar en la vida del lugar que amamos", dijo von dem Knesebeck. "Demuestra la fuerza de la tradición".

Petra Krischok contribuyó a este reportaje.

13 de noviembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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