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soltero por vocación


[Michael Austin] La tendencia demográfica de más rápido desarrollo en Estados Unidos: los solteros.
Si me hubieseis dicho en 1975 que en 2005 yo seguiría soltero y sin hijos, me habría reído hasta que mi guante de béisbol se hubiera caído de mi mano. Recuerdo que me desilusionó saber que tendría que esperar prácticamente toda una vida para llegar a mi cumpleaños dorado -a los 40-, el día en que mi edad coincida con mi fecha de nacimiento, el 28 de diciembre. Sentía envidia de los niños que celebran los suyos a los 9, a los 12, o, Dios mío, a los 16. Pero al menos mi esposa y mis hijos estarían ahí para celebrar el mío, me dije, y ¿cuántos niños de ocho podían decir eso? Tener una familia propia para que me ayudara a celebrar mi cumpleaños dorado parecía una compensación por haber nacido tan cerca de fin de mes. Incluso me los imaginaba reunidos en torno a mi tarta, con unos gloriosos candelabros dorados.
Veintiocho años era entonces para mí la cúspide de la adultez. Ahora que mi cumpleaños dorado ya pasó hace 10 años, no puedo evitar pensar en el gamberro que era a los 28 y lo poco que sabía de la vida. Cuando era un niño, todo lo que podía pensar sobre mi vida como adulto es que me casaría -un modo de vida que aprendí en casa mirando a mis padres, que celebrarán su aniversario de bodas número 60 en agosto. Esto hace parte de la paradoja de mi vida: ¿Por qué, después de tantos años, después de crecer en una familia feliz y estable, estoy todavía solo? Tengo una teoría.
Para cuando mis padres tenían mi edad, ya eran padres de seis hijos.
Tenían una casa y una furgoneta, pilas de platos de plástico y un ropero hasta arriba de sábanas. Tenía álbumes de fotos, un tesoro real en ropa de segunda mano y una historia familiar que se remontaba a más de una década y media. Luego, seis años después, cuando se acercaban a sus 40, tuvieron algo más: a mí.
Hay gente que llamaría esto un error, este embarazo a 20 años del primero y sólo a seis del último. Pero en la tradición católica preferimos usar el término "sorpresa".
Y, gracias a Dios, fue una sorpresa agradable. El mero hecho de que fuera nuevo garantizaba mi atractivo, y durante los años posteriores fui idolatrado, educado por profesores particulares, inspirado, vestido, desvestido, disfrazado, fotografiado y generalmente entretenido a cualquiera lo suficientemente mayor que me viera como guapo.
El día que conocí a mi hermano mayor y mi hermana, pocos días después de la navidad de 1966, estaban en la acera del hospital y mi madre me estaba mostrando por la ventana del cuarto piso. Apretujados hombro a hombro abajo en el frío, estiraron sus cuellos y saludaron con señas a su nuevo hermano.
Pocos días después, una enfermera, que era también nuestra vecina, me metió en unas grandes medias navideñas con lunares blancos y me entregó a mis padres, que me llevaron a toda prisa a casa, protegiéndome del seco aguijón del aire invernal. Y es aquí, de tantos modos, donde empezó mi inclinación a la vida de soltero. Me he sentido metido en esa medias toda la vida.
Os voy a ahorrar los detalles de los 20 años que siguieron después del reconfortante viaje a casa en mis medias y la calurosa recepción (que, según me enteraría después, era fantástica); simplemente os diré que no me faltó afecto.
Para mí todo era más fácil que para cualquiera de los niños mayores de la familia. Mis padres tenían algo de dinero, y yo tenía algo más que un cuarto amplio, y un poco más de tolerancia. El hermano por encima de mí, una hermana seis años mayor que yo, usaba literalmente la palabra "consentido" cuando hablaba de mí con sus amigos. Hay una palabra que yo podría haber usado entonces para referirme a sus amigos: "celosos". Yo me sentí querido, protegido, aprobado y seguro de mí mismo.
Sin estar realmente consciente de ello, recogí y guardé afecto como una ardilla que se prepara para el invierno, y consecuentemente necesité menos a medida que crecía. Cuando estaba creciendo, mi familia salía de vacaciones a lugares remotos -algo de lo que los niños mayores no disfrutaron tanto como yo- y repentinamente se me reveló un modo diferente de pensar y de ser. Era un niño que conocía de primera mano todo un nuevo mundo y más posibilidades de las que podía usar.
Nutriéndome de esas experiencias y de mi reserva de seguridad en mí mismo, empecé más tarde a viajar solo y a disfrutar del principal producto secundario de los viajes: el silencio. Cuando no tienes a nadie con quien hablar, observas y aprendes y empiezas a oír la voz que llevas dentro.
Esa voz, de momento, me dijo que siguiera soltero. Me dijo que "vivir con otros" no es algo para mí, que "sentar cabeza" sería siempre una opción inutilizada, que "formar una familia" no es, para mí, un impulso abrumador.
También he oído voces externas, muchas de ellas, diciéndome cosas como: "No te estás haciendo más joven" y "Quizás no te entienden bien".
No me imagino soltero toda la vida, pero si así fuera, las posibilidades de quedarme soltero se apilan contra mí. De acuerdo al Censo de Estados Unidos de 2003, sólo un 4.3 por ciento de los hombres estadounidenses no se habían casado a los 65; para las mujeres de la misma edad, el porcentaje fue de 3.7 por ciento.
Conozco a un montón de gente que están felizmente casados; desafortunadamente, también conozco gente al otro lado de la moneda. Y sé que el matrimonio no es para mí en estos momentos. Si me hubiera casado en mis veinte (y pude), ¿habría podido hacer autostop en Venezuela, encaramarme en un camión de plataforma que había reducido la velocidad sólo para que yo pudiera brincar en él a toda velocidad con todas mis pertenencias a mi espalda? ¿Habría visto las sonrisas en las caras de los hombres en el camión, y habríamos intercambiado parabienes mientras recuperaba mi aliento? Si hubiera tenido esposa e hijos en mis treinta, ¿habría podido dejar mi trabajo perfectamente estable y habría empezado a trabajar para mí mismo, para el sueño de mi vida? Y si me casara en mis cuarenta, ¿podría arrojar algunos platos, en lugar de fregarlos?
Conozco a una mujer en sus cuarenta que no ha estado casada nunca, ni quiere. No quiere tener hijos. No quiere que nadie le diga qué hacer o cuándo. Vivió con un hombre durante tres años, pero dice que la relación duró tanto tiempo sólo porque los dos trabajaban en horarios inversos y rara vez coincidían.
Al final, ella necesitaba su espacio y toda su libertad. Almorzamos hace poco en un exquisito puesto de perritos calientes (sólo en Chicago, amigos), y después de soltar rápidamente una letanía de razones de por qué no se casa, cogió una patata frita y la apuntó hacia mí, sacudiéndola con énfasis al empezar cada palabra.
"Un piedra rodante no cría musgo", dijo.
Bueno, sí, pensé, pero ¿has visto a los Rolling Stones últimamente?
Recorrí internet durante un rato y confirmé lo que ya sabía, que el lobo solitario muere pronto. Encontré varios estudios de diferentes partes del mundo que dicen que la gente casada vive más tiempo. También encontré uno que decía que la gente alta vive más largo. Así, la buena noticia es que, de 1 metro 89, si me caso alguna vez, tengo buenas posibilidades de llegar a los 100.
Y si mi esposa e hijos no estuvieran en esa fiesta, me sentiría realmente inútil.
Si encontrara mañana a la mujer indicada, podría estar casado de aquí a seis meses. Por otro lado, si no la encuentro en siete años más, ¡c'est la vie!
¿Estoy siendo irresponsable con mi vida, yendo y viniendo con el viento? Quizás. Pero no más irresponsable que la gente que se casa muy joven, o simplemente porque casarse les pareció el próximo paso lógico de sus vidas.
Y además, 40 son los nuevos 30; estoy seguro de que os habréis enterado. La juventud puede no servir a los jóvenes, pero la juventud dura mucho más de lo que piensa la gente. Ahora no solamente tengo los recursos para viajar, volver a la escuela, quedarme leyendo hasta las tres de la mañana, ir al cine en la mitad del día o comer comida tailandesa 11 días seguidos -todas cosas que eran imposibles o difíciles cuando tenía 25 y una semana de vacaciones y apenas suficiente dinero como para beber cerveza importada.
No quiero convertirme en un viejo que puede hacer lo que quiere, cuando quiere; eso siempre me pareció algo un poco hueco. Pero tampoco quiero comprometerme por el hecho del compromiso, o porque siento que se me está acabando el tiempo.
Quizás todavía no he encontrado a la chica correcta. Quizás hay cosas en mí de las que tengo que deshacerme. Pero tampoco tengo un listado de esas cosas.
Pero sé que si me casara, mi estilo de vida cambiaría en un, oh, un millón por ciento. Ya no habría viajes espontáneos por carretera (o avión), no podría sacar ropa directamente de las cestas de ropa sucia en el suelo, en la sala.
Cuando estaba en la primaria, uno de mis maestros le dijo a mis padres que me costaba más entender un concepto, pero que luego lo recordaba mejor que cualquiera de mi curso.
Siempre me ha costado entender las cosas. Y siempre he sido un poco lento, toda mi vida. Diablos, empecé a escribir esta historia ayer a las 10 de la noche. (Es mentira). Pero a través de los todos los comienzos tardíos, he aprendido a escuchar con más cuidado mi diálogo interno, y ¿no sería el planeta un lugar más bonito si todos nos conociéramos algo mejor antes de casarnos? No os apabilaré con estadísticas sobre el divorcio -me parecieran aburridas hasta de mirarlas, pero veamos: ¿Quién no podría mencionar, sin pensarlo demasiado, a 20 personas que se han divorciado?
Después de que una relación de tres años terminara en los años noventa, una relación que se desintegró porque yo no estaba listo para casarse, empecé a armar un velero. Vivía para subirme al coche todos los domingos en la mañana y conducir a Wisconsin o Michigan a navegar a través de astilleros y trepándome a bote tras bote, revisando la cubierta y retirando la nieve para atisbar hacia el interior por los portales.
Era una ruta de curación en la que me encontraba, y la búsqueda apartó a mi mente de la dolorosa separación. Buscaba cualquier excusa para brincar a mi coche y colocarme el cinturón para el trayecto de tres o cuatro horas.
Llamaría a vendedores prospectivos durante la semana y les diría cosas como: "¿Flota? ¡Fantástico, nos vemos el sábado!", o "Eso es tres veces más de lo que puedo pagar, pero no pierdo nada con darle una mirada, especialmente porque llegar allá no me toma más que dos horas", o "Cuando dice: ‘Necesita reparaciones menores', ¿qué quiere decir? Espere, no importa, iré a mirar por mí mismo".
En esa época no pensaba siquiera en el simbolismo del velero -que es el símbolo del viaje romántico, solitario. Aquí hay algo irónico: el romanticismo de estar solo.
Pero esa es la otra parte de la paradoja de mi vida, de que estoy solo a menudo, pero rara vez solitario, firmemente consciente del romanticismo y belleza de la vida a mi alrededor.
Cuando salgo de aventuras y me pierdo en mis pensamientos -en un país exótico o en una cafetería de River North-, estoy convencido de que todo es posible. Es una convicción poderosa. Estoy abierto a la posibilidad de que en la tarde encuentre a la chica de mis sueños y cortejarla con cada gramo de poesía en mi poder, o podría volver a casa a toda prisa, coger un bolso y mudarme a un monasterio para una vida de silenciosa contemplación.
Okey, casi todo es posible.
El hecho es que, no sé exactamente dónde me llevará mi vida. Ahora mismo, y en el futuro indefinido, estoy contento de hacer solo esa ruta.
Quizás de aquí a cinco años me halle profundamente involucrado con pañales, o mirándome al espejo y preguntándome por qué me he permitido tanto, por qué he perdido tanto tiempo. Estos días son buenos, y no creo que los lamente alguna vez.
Pero, nuevamente, mis 38 no eran tan claros para mí cuando tenía 28. Francamente, eso hace de mi futuro algo todavía más seductor.
Al final encontré un velero, casi el bote que tenía en mente y a un precio mucho mejor que los algunos de los otros que había considerado. Me sentía feliz de no estar ansioso por firmar antes la línea de puntos. Y compré mi velero a menos de un kilómetro de mi apartamento. Había estado debajo de mi nariz todo el rato. Quizás porque finalmente visité el astillero local, después de tener mi parte de buscar en las carreteras.
Una noche tuve el impulso de ir a mi velero en Monroe Harbor.
Mientras remaba a través de la tranquila bahía, cada chirrido y batacazo de mis remos era seguido de un flujo de agua debajo de mí, recordándome el firme pasaje del tiempo y mi soledad.
Estuve un rato en la cubierta, luego bajé a descansar en una litera. Doblé una vela para que sirviera de almohada y me sorprendió la vista que tenía del cielo a través de la escotilla de atrás. Estaba acurrucado profundamente en esta barcaza de soledad, cómodo y oculto, incapaz de ver nada excepto lo que estaba directamente encima de mí: una visión prístina como el cristal de una brillante luna sonriéndome hacia abajo en el cielo oscuro.
Repentinamente la parte de atrás del velero se meció con el viento y paró, lo que era bastante extraño. Pero lo que ocurrió después fue todavía más raro: Oí un profundo ruido sordo y pocos segundos después una colorida explosión de fuegos artificiales estalló en el cielo, perfectamente enmarcado en la escotilla de atrás, como si el espectáculo fuera exclusivamente para mí. Siguió otro zumbido, y otra explosión brillante, y luego un frenesí de cascadas de patas de araña y relámpagos.
Parecía el 4 de julio, pero pronto me di cuenta de que un miércoles corriente, en el verano, cuando el ayuntamiento despliega su tradicional espectáculo pirotécnico en el Embarcadero de la Marina.
Pero ¿no es divertido que haya elegido esa ruta en ese momento, esa noche al azar, y cómo mi velero coleteó precisamente en ese momento y me dejó en primer fila? Me recliné y disfruté del espectáculo, una experiencia, entre otras, que recordaré toda mi vida.Tuve que reír porque durante esa veloz final de fuego, pensé que había presenciado acontecimientos profundos y maravillosos en compañía de otros, pero cuando estoy solo cosas como estas me pasan a cada rato.

29 de agosto de 2005
3 de julio de 2005
©chicago tribune
©traducción mQh

1 comentario

Xibalba -

Pareceria que leiste como m siento..tal vez no tanto lo del matrimonio..mas bien de eso de sentir la soledad no tanto como como un impedimento sino mas bien como un bin....me gusto eso de " Cuando no tienes a nadie con quien hablar, observas y aprendes y empiezas a oír la voz que llevas dentro.
"..no es mas que toda la razon en los caminos es a mi parecer donde uno se encuntra uno a si mismo.

Tambien es mi caso de que tengo el lujo (tal vez no tan abierto ) de salir ...y como dices sin la obligacion de sentirte culpable por lo que haces ..

Ahora salgo con una chica...porque como dices no creo en eso de cerrarse como tu amiga la de la piedra..pero el como evolucionara ..eso sera cuestion de tiempo

En fin me gusto en sobremanera su post

Saludos