en las aceras de manhattan
[Tracie Rozhon y Rachel Thorner] Antes no se vendían artículos falsificados.
El vendedor callejero miró a los lados antes de susurrar: "Tengo los de verdad en mi coche, más abajo". Se marchó y volvió con lo que había dicho originalmente que eran los últimos bolsos de mano de Louis Vuitton, escondidos en una bolsa de basura de plástico negro. "Lo tengo a 200 dólares, pero a usted se lo dejo en 180", dijo. El vendedor, en la esquina de la calle 59 con la Quinta Avenida, cerca del Hotel Plaza, se sintió ofendido cuando su oferta, una imitación barata del producto original, fue rechazada.
"¡Pero estas son las copias verdaderas!", argumentó.
Los vendedores callejeros de Nueva York venden muchas cosas, desde fotografías de paisajes de Manhattan y zapatillas con cuentas de India, hasta teléfonos celulares y corbatas de seda falsa, máscaras de madera africanas y la crème de la crème: bolsos de mano y gafas de sol de marca falsas.
La mayoría de los accesorios de diseño, y casi todos los relojes, son imitaciones apenas distinguibles de marcas famosas. Mientras más falsos parezcan, dijeron funcionarios policiales, más legales son.
De vez en vez, los vendedores ofrecen algo fuera de lo común, como encuadernaciones de cuero hechas a mano, de Italia, que se venden a 20 y 30 dólares en una mesa frente al restaurante Balthazar, en el SoHo, en Spring Street, cerca de la esquina de Broadway. Una manzana más lejos, Doron Tvizer vende collares y pendientes que hace de conchas y latón, a 10 dólares.
En Nueva York, vender en la calle es tan antiguo como las carretillas de mano. Pero comprar a los vendedores callejeros de Manhattan se ha transformado ahora en algo cada vez más chic, especialmente entre la gente joven. Aunque no hay estadísticas oficiales sobre el número de clientes o las ventas totales -no se exige que los vendedores ambulantes informen sobre esos datos-, funcionarios del ayuntamiento e inspectores están de acuerdo en que el número de vendedores callejeros ha aumentado exponencialmente, que los vendedores han diversificado sus mercaderías y los negocios están floreciendo.
Los detallistas tradicionales, especialmente en los grandes almacenes, no ven con buenos ojos este desarrollo, pero conviven con los vendedores, que instalan sus tenderetes justo frente a sus puertas.
"La venta callejera es un gran negocio", dijo Marshal Cohen, analista jefe del comercio detallista del Grupo NPD, una firma de investigaciones de mercado de Port Washington, Nueva York, "y los vendedores callejeros pueden ser mejores que los almacenes a la hora de detectar tendencias". No sólo eso: los vendedores callejeros son a veces más flexibles, dijo. "Si a los grandes almacenes se les acaban, digamos, los bolsos de mano rosados, no los tendrán en toda la temporada. Pero los callejeros las pueden importar por avión desde China en una semana".
En 1979, la ciudad determinó en 853 las licencias para vendedores de artículos no comestibles -a una tarifa anual de 200 dólares. Otras 1.704 licencias son reservadas para soldados veteranos, que no deben pagar por ellas. Y están los vendedores de la Primera Enmienda, que venden obras de arte, libros, discos, cedés e incluso cromos de béisbol. Tampoco pagan por el permiso ni necesitan licencia.
Los negocios pueden ser lucrativos. Ahora hay 3.133 no veteranos esperando que se libere alguna licencia, de acuerdo a Jonathan Mintz, el comisario interino del Departamento de Asuntos del Consumidor. Muchos vendedores más son ilegales, dicen funcionarios.
El éxito es contagioso. Mientras la policía trata de reprimir a los vendedores ilegales, los vendedores callejeros se tornan más osados -y los clientes no dejan de llegar. "Vinimos aquí por los vendedores callejeros", dijo Jessica Wilson, 22, una oficinista de Chicago, de vacaciones en Nueva York. "Esta vez vinimos a comprar gafas de sol. No son grandiosas, pero algunas son buenas, y yo siempre regateo". Wilson pagó 25 dólares por un Chanel de imitación.
Muchos clientes saben de qué se trata: La mayoría de los artículos son copias de cualquier cosa que esté de moda en cuanto a bolsos de mano, gafas y joyas. Pero ese es el punto: los clientes saborean la idea de que pueden adquirir por 25 dólares una copia pasable de un bolso de mano que en realidad cuesta 250 dólares. O un montón más. "Vamos", dijo el vendedor con la bolsa de basura, "esta es una copia de un bolso de 8.000 dólares".
Parada en la esquina de la calle 46 con Broadway, Jessica Davenport, 19, una turista de Toronto, se acababa de comprar un pañuelo Pashmina por 5 dólares. "Bueno, se supone que es Pashmina", dijo, riéndose. Su amigo, Jordan Deketer, también de 19, lucía los anillos que había comprado días antes. "Al principio se me pusieron los dedos verdes", dijo. "Pero ahora están bien".
No todos los clientes jóvenes de los vendedores de acera son turistas. Kaila Clark, 14, de Harlem, estaba comprando con su madre en el barrio de los teatros. "Lo más popular son los bolsos Chanel y Louis Vuitton, los devedés y las gorras de béisbol de imitación", dijo Kaila.
Aunque hay vendedores callejeros en otros lugares -Chicago, San Francisco, Washington y Toronto tienen cantidades significativas-, Nueva York es conocida por la variedad de sus artículos. No existen estadísticas sobre cuánto venden. "Pregúntale a un camarero cuántos impuestos paga por tu propina", dijo Philip Reed, presidente de la comisión de asuntos del consumidor del ayuntamiento.
Reed estima que se venden cada año cientos de millones de dólares.
El contralor del ayuntamiento, William C. Thompson Jr., en un informe publicado el año pasado, calculó en 1 billón de dólares las pérdidas en impuestos debido al tráfico en falsificaciones, pero esa cifra fue rebatida más tarde por un columnista local por estar infladas. Independientemente de esa suma, la mayoría de los funcionarios del ayuntamiento están de acuerdo en que la comunidad de vendedores no paga su parte del impuesto a la compraventa.
Reed está tratando de introducir orden en el sistema que califica de "caótico" y propuso una ley de revisión de los vendedores que limitaría su número a seis por manzana, pero también ampliaría la cantidad de calles en las que los vendedores callejeros puedan exhibir sus mercaderías. "No estoy contra los vendedores", dijo frente a su despacho en el ayuntamiento. Pero cree que la situación -incluyendo a muchos vendedores ilegales y demasiadas disposiciones arcanas que nadie entiende- debe ser modernizada.
Mientras realiza una vista tras otra -lleva cinco-, dice que el número de vendedores callejeros, especialmente los ilegales, está creciendo. "La policía se lava las manos", dijo Reed. "Prácticamente la ley no se implementa".
Los vendedores callejeros se reúnen en un puñado de los barrios más populares entre los turistas: en la calle 125 en Harlem; en las esquinas en torno a Bloomingdale's, en la calle 59 con la Avenida Lexington; en los alrededores de Bergdorf, en la calle 57 con la Quinta Avenida; en el barrio de los teatros, en los números 40 de West; el SoHo y en Broadway, cerca de Spring Street, y a lo largo de Canal Street entre Broadway y West Broadway.
Las mercaderías provienen de una variedad de distribuidores. Casi todos los bolsos de mano, sombreros, marcos de fotos y gafas son hechas en China. Los viernes y sábados por la mañana no es raro ver a los vendedores haciendo cola cerca de un camión en el barrio de los teatros para recibir sus encargos. Muchos vendedores dicen que compran sus artículos en Long Island, Queens, o en distribuidores de Brooklyn.
Como los detallistas tradicionales, los vendedores callejeros compran a precios de mayoristas y los suben. El vendedor junto a Bergdorf quería 35 dólares por una obvia imitación del último bolso revestido de plástico de Vuitton, el que tiene unas cerezas. Sin regatear demasiado, se bajó a 25 dólares, pero no se movería de ahí. "Pagué 17 dólares", dijo.
El bolso con las cerezas, una imitación del bolso de edición limitada de Vuitton del artista Takashi Murakami, puede ser una venta ilegal, según funcionarios del ayuntamiento. En general, la legalidad de las imitaciones depende de lo que se parezca al producto auténtico. Incluso un bolso sin la marca LV', o un reloj Kolex' en lugar de Rolex', no es necesariamente legal. Aunque cada caso es diferente, dicen abogados comerciales, una serie de resoluciones judiciales han producido instrucciones que determinan cuándo una imitación debe ser considerada una falsificación, y por tanto ilegal, y cuáles son consideradas interpretaciones legales.
En una venta, un vendedor callejero dijo a un cliente que si le pagaba 5 dólares más, incluiría "la etiqueta", un pequeño trozo de tela negra con las palabras "Kate Spade". Sacó la etiqueta, y una pistola de cola. (El 24 de mayo la Cámara Baja de Estados Unidos aprobó una ley que hace ilegal la mera posesión de estas etiquetas -incluso sin los bolsos de mano que van con ellas. Los fabricantes de artículos de lujo recibieron con júbilo la ley, que debe ser aprobada por el Senado).
Las gafas "Chanel" son otro artículo popular. Son redondeadas, con la "C" entrelazada a cada lado de las lentes, y se venden normalmente por 10 dólares, 2 por 15 dólares. (Los verdaderos llegan a 285 dólares y más).
Algunos clientes se deleitan con la idea de que algunos productos son robados, que "se cayeron del camión". Eso no ocurre nunca. Prácticamente ninguno de los artículos son auténticos, pero a muchos turistas, viejos y jóvenes, parece no importarles.
Algunos de los que vienen de fuera ni siquiera saben qué diseñador está siendo imitado.
"¿Quién se supone que es?", preguntó Judy Einbinder, una vendedora de publicidad jubilada de San Francisco, con un bolso de mano verde lima de imitación de Marc Jacobs, con dos bolsillos y broches de metal. "Es [ininteligible]", murmuró el vendedor de la calle 57 con Lexington. "¿Qué?", preguntó Einbinder en voz alta. "McJacobs", murmuró el hombre nuevamente, mirando hacia los lados. "Mac Jacobs", explicó orgullosamente Einbinder a la mujer que estaba junto a ella, que asintió sabiamente.
"Veinticinco dólares", dijo el vendedor.
¿Importaba a los clientes que estos productos pudieran ser ilegales?
La madre de Kaila, Jacqueline Thompson, dijo que le preocupaba algo que los artistas y músicos que sacaban cedés y devedés no recibieran su porcentaje, y los jóvenes turistas de Toronto dijeron que si supieran que los vendedores estaban ofreciendo artículos ilegales, ellos no comprarían.
Pero Wilson, una cliente de Chicago, dijo que no le importaba. "Me da lo mismo", dijo, mirando al vendedor que buscaba cambio. "No soy yo la que se va a meter en problemas".
A unas 10 manzanas al norte de SoHo, Andra Millian, una doctora de Austin, Texas, que es especialista en medicina china, estaba estudiando un cinturón de gamuza falsa de 10 dólares. "En Texas también lo venden. Este cinturón se vería super bien con una minifalda". A Millian tampoco le interesaba la legalidad del negocio.
"Todos tenemos nuestros negocios", dijo. "De todos modos, esto no le hace daño a nadie. Yo no vivo aquí".
No sorprende que los gerentes del comercio detallista -los que hacen sus negocios en edificios de caliza y concreto diseñados para atraer a los clientes que pagan el máximo por artículos fuertemente gravados- estén en desacuerdo.
Para James J. Gold, presidente de Bergdorf, los vendedores "ofenden la vista". "Atiborran la acera, entorpecen el flujo del tráfico", agregó. Robert Burke, vice-presidente, dijo que el problema más grande no era que los vendedores les quitaran clientes. "Es difícil que el negocio de Manolo nos vaya a afectar", dijo, arrogante. No, "el mayor problema es evitarlos".
Para muchos clientes, continuó Burke, es una cuestión de integridad, no solamente de dinero. "Hay lujo a todos los niveles, y muchos precios: desde una barra de chocolate hasta un bolso de mano, debe ser lo mejor. Y no se puede remplazar esa satisfacción con falsificaciones".
Los detallistas tradicionales se quejan, pero algunos dicen que al final los vendedores callejeros no afectan sus negocios. "Quizás afecta a las tiendas de descuentos, o las tiendas de baratijas", dijo Cohen. "Si compras en la calle, sabes que no es lo auténtico, sabes que se va a romper, que es desechable. Lo compras para divertirte".
Los vendedores callejeros también tienen una tensa relación con la policía. Al otro lado del ayuntamiento, James B. Williams acababa de recibir una multa de un agente de policía. "Dijo que mi mesa era demasiado larga", se quejó.
Williams vende en la calle celulares y accesorios para celulares con otros vendedores. "Tratamos de trabajar juntos", dijo. "Todos nos estamos ganando la vida". ¿Cómo marchan los negocios? "A mí me va bien; gano lo suficiente para vivir. Soy el único para mantener a mis hijos".
26 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh
"¡Pero estas son las copias verdaderas!", argumentó.
Los vendedores callejeros de Nueva York venden muchas cosas, desde fotografías de paisajes de Manhattan y zapatillas con cuentas de India, hasta teléfonos celulares y corbatas de seda falsa, máscaras de madera africanas y la crème de la crème: bolsos de mano y gafas de sol de marca falsas.
La mayoría de los accesorios de diseño, y casi todos los relojes, son imitaciones apenas distinguibles de marcas famosas. Mientras más falsos parezcan, dijeron funcionarios policiales, más legales son.
De vez en vez, los vendedores ofrecen algo fuera de lo común, como encuadernaciones de cuero hechas a mano, de Italia, que se venden a 20 y 30 dólares en una mesa frente al restaurante Balthazar, en el SoHo, en Spring Street, cerca de la esquina de Broadway. Una manzana más lejos, Doron Tvizer vende collares y pendientes que hace de conchas y latón, a 10 dólares.
En Nueva York, vender en la calle es tan antiguo como las carretillas de mano. Pero comprar a los vendedores callejeros de Manhattan se ha transformado ahora en algo cada vez más chic, especialmente entre la gente joven. Aunque no hay estadísticas oficiales sobre el número de clientes o las ventas totales -no se exige que los vendedores ambulantes informen sobre esos datos-, funcionarios del ayuntamiento e inspectores están de acuerdo en que el número de vendedores callejeros ha aumentado exponencialmente, que los vendedores han diversificado sus mercaderías y los negocios están floreciendo.
Los detallistas tradicionales, especialmente en los grandes almacenes, no ven con buenos ojos este desarrollo, pero conviven con los vendedores, que instalan sus tenderetes justo frente a sus puertas.
"La venta callejera es un gran negocio", dijo Marshal Cohen, analista jefe del comercio detallista del Grupo NPD, una firma de investigaciones de mercado de Port Washington, Nueva York, "y los vendedores callejeros pueden ser mejores que los almacenes a la hora de detectar tendencias". No sólo eso: los vendedores callejeros son a veces más flexibles, dijo. "Si a los grandes almacenes se les acaban, digamos, los bolsos de mano rosados, no los tendrán en toda la temporada. Pero los callejeros las pueden importar por avión desde China en una semana".
En 1979, la ciudad determinó en 853 las licencias para vendedores de artículos no comestibles -a una tarifa anual de 200 dólares. Otras 1.704 licencias son reservadas para soldados veteranos, que no deben pagar por ellas. Y están los vendedores de la Primera Enmienda, que venden obras de arte, libros, discos, cedés e incluso cromos de béisbol. Tampoco pagan por el permiso ni necesitan licencia.
Los negocios pueden ser lucrativos. Ahora hay 3.133 no veteranos esperando que se libere alguna licencia, de acuerdo a Jonathan Mintz, el comisario interino del Departamento de Asuntos del Consumidor. Muchos vendedores más son ilegales, dicen funcionarios.
El éxito es contagioso. Mientras la policía trata de reprimir a los vendedores ilegales, los vendedores callejeros se tornan más osados -y los clientes no dejan de llegar. "Vinimos aquí por los vendedores callejeros", dijo Jessica Wilson, 22, una oficinista de Chicago, de vacaciones en Nueva York. "Esta vez vinimos a comprar gafas de sol. No son grandiosas, pero algunas son buenas, y yo siempre regateo". Wilson pagó 25 dólares por un Chanel de imitación.
Muchos clientes saben de qué se trata: La mayoría de los artículos son copias de cualquier cosa que esté de moda en cuanto a bolsos de mano, gafas y joyas. Pero ese es el punto: los clientes saborean la idea de que pueden adquirir por 25 dólares una copia pasable de un bolso de mano que en realidad cuesta 250 dólares. O un montón más. "Vamos", dijo el vendedor con la bolsa de basura, "esta es una copia de un bolso de 8.000 dólares".
Parada en la esquina de la calle 46 con Broadway, Jessica Davenport, 19, una turista de Toronto, se acababa de comprar un pañuelo Pashmina por 5 dólares. "Bueno, se supone que es Pashmina", dijo, riéndose. Su amigo, Jordan Deketer, también de 19, lucía los anillos que había comprado días antes. "Al principio se me pusieron los dedos verdes", dijo. "Pero ahora están bien".
No todos los clientes jóvenes de los vendedores de acera son turistas. Kaila Clark, 14, de Harlem, estaba comprando con su madre en el barrio de los teatros. "Lo más popular son los bolsos Chanel y Louis Vuitton, los devedés y las gorras de béisbol de imitación", dijo Kaila.
Aunque hay vendedores callejeros en otros lugares -Chicago, San Francisco, Washington y Toronto tienen cantidades significativas-, Nueva York es conocida por la variedad de sus artículos. No existen estadísticas sobre cuánto venden. "Pregúntale a un camarero cuántos impuestos paga por tu propina", dijo Philip Reed, presidente de la comisión de asuntos del consumidor del ayuntamiento.
Reed estima que se venden cada año cientos de millones de dólares.
El contralor del ayuntamiento, William C. Thompson Jr., en un informe publicado el año pasado, calculó en 1 billón de dólares las pérdidas en impuestos debido al tráfico en falsificaciones, pero esa cifra fue rebatida más tarde por un columnista local por estar infladas. Independientemente de esa suma, la mayoría de los funcionarios del ayuntamiento están de acuerdo en que la comunidad de vendedores no paga su parte del impuesto a la compraventa.
Reed está tratando de introducir orden en el sistema que califica de "caótico" y propuso una ley de revisión de los vendedores que limitaría su número a seis por manzana, pero también ampliaría la cantidad de calles en las que los vendedores callejeros puedan exhibir sus mercaderías. "No estoy contra los vendedores", dijo frente a su despacho en el ayuntamiento. Pero cree que la situación -incluyendo a muchos vendedores ilegales y demasiadas disposiciones arcanas que nadie entiende- debe ser modernizada.
Mientras realiza una vista tras otra -lleva cinco-, dice que el número de vendedores callejeros, especialmente los ilegales, está creciendo. "La policía se lava las manos", dijo Reed. "Prácticamente la ley no se implementa".
Los vendedores callejeros se reúnen en un puñado de los barrios más populares entre los turistas: en la calle 125 en Harlem; en las esquinas en torno a Bloomingdale's, en la calle 59 con la Avenida Lexington; en los alrededores de Bergdorf, en la calle 57 con la Quinta Avenida; en el barrio de los teatros, en los números 40 de West; el SoHo y en Broadway, cerca de Spring Street, y a lo largo de Canal Street entre Broadway y West Broadway.
Las mercaderías provienen de una variedad de distribuidores. Casi todos los bolsos de mano, sombreros, marcos de fotos y gafas son hechas en China. Los viernes y sábados por la mañana no es raro ver a los vendedores haciendo cola cerca de un camión en el barrio de los teatros para recibir sus encargos. Muchos vendedores dicen que compran sus artículos en Long Island, Queens, o en distribuidores de Brooklyn.
Como los detallistas tradicionales, los vendedores callejeros compran a precios de mayoristas y los suben. El vendedor junto a Bergdorf quería 35 dólares por una obvia imitación del último bolso revestido de plástico de Vuitton, el que tiene unas cerezas. Sin regatear demasiado, se bajó a 25 dólares, pero no se movería de ahí. "Pagué 17 dólares", dijo.
El bolso con las cerezas, una imitación del bolso de edición limitada de Vuitton del artista Takashi Murakami, puede ser una venta ilegal, según funcionarios del ayuntamiento. En general, la legalidad de las imitaciones depende de lo que se parezca al producto auténtico. Incluso un bolso sin la marca LV', o un reloj Kolex' en lugar de Rolex', no es necesariamente legal. Aunque cada caso es diferente, dicen abogados comerciales, una serie de resoluciones judiciales han producido instrucciones que determinan cuándo una imitación debe ser considerada una falsificación, y por tanto ilegal, y cuáles son consideradas interpretaciones legales.
En una venta, un vendedor callejero dijo a un cliente que si le pagaba 5 dólares más, incluiría "la etiqueta", un pequeño trozo de tela negra con las palabras "Kate Spade". Sacó la etiqueta, y una pistola de cola. (El 24 de mayo la Cámara Baja de Estados Unidos aprobó una ley que hace ilegal la mera posesión de estas etiquetas -incluso sin los bolsos de mano que van con ellas. Los fabricantes de artículos de lujo recibieron con júbilo la ley, que debe ser aprobada por el Senado).
Las gafas "Chanel" son otro artículo popular. Son redondeadas, con la "C" entrelazada a cada lado de las lentes, y se venden normalmente por 10 dólares, 2 por 15 dólares. (Los verdaderos llegan a 285 dólares y más).
Algunos clientes se deleitan con la idea de que algunos productos son robados, que "se cayeron del camión". Eso no ocurre nunca. Prácticamente ninguno de los artículos son auténticos, pero a muchos turistas, viejos y jóvenes, parece no importarles.
Algunos de los que vienen de fuera ni siquiera saben qué diseñador está siendo imitado.
"¿Quién se supone que es?", preguntó Judy Einbinder, una vendedora de publicidad jubilada de San Francisco, con un bolso de mano verde lima de imitación de Marc Jacobs, con dos bolsillos y broches de metal. "Es [ininteligible]", murmuró el vendedor de la calle 57 con Lexington. "¿Qué?", preguntó Einbinder en voz alta. "McJacobs", murmuró el hombre nuevamente, mirando hacia los lados. "Mac Jacobs", explicó orgullosamente Einbinder a la mujer que estaba junto a ella, que asintió sabiamente.
"Veinticinco dólares", dijo el vendedor.
¿Importaba a los clientes que estos productos pudieran ser ilegales?
La madre de Kaila, Jacqueline Thompson, dijo que le preocupaba algo que los artistas y músicos que sacaban cedés y devedés no recibieran su porcentaje, y los jóvenes turistas de Toronto dijeron que si supieran que los vendedores estaban ofreciendo artículos ilegales, ellos no comprarían.
Pero Wilson, una cliente de Chicago, dijo que no le importaba. "Me da lo mismo", dijo, mirando al vendedor que buscaba cambio. "No soy yo la que se va a meter en problemas".
A unas 10 manzanas al norte de SoHo, Andra Millian, una doctora de Austin, Texas, que es especialista en medicina china, estaba estudiando un cinturón de gamuza falsa de 10 dólares. "En Texas también lo venden. Este cinturón se vería super bien con una minifalda". A Millian tampoco le interesaba la legalidad del negocio.
"Todos tenemos nuestros negocios", dijo. "De todos modos, esto no le hace daño a nadie. Yo no vivo aquí".
No sorprende que los gerentes del comercio detallista -los que hacen sus negocios en edificios de caliza y concreto diseñados para atraer a los clientes que pagan el máximo por artículos fuertemente gravados- estén en desacuerdo.
Para James J. Gold, presidente de Bergdorf, los vendedores "ofenden la vista". "Atiborran la acera, entorpecen el flujo del tráfico", agregó. Robert Burke, vice-presidente, dijo que el problema más grande no era que los vendedores les quitaran clientes. "Es difícil que el negocio de Manolo nos vaya a afectar", dijo, arrogante. No, "el mayor problema es evitarlos".
Para muchos clientes, continuó Burke, es una cuestión de integridad, no solamente de dinero. "Hay lujo a todos los niveles, y muchos precios: desde una barra de chocolate hasta un bolso de mano, debe ser lo mejor. Y no se puede remplazar esa satisfacción con falsificaciones".
Los detallistas tradicionales se quejan, pero algunos dicen que al final los vendedores callejeros no afectan sus negocios. "Quizás afecta a las tiendas de descuentos, o las tiendas de baratijas", dijo Cohen. "Si compras en la calle, sabes que no es lo auténtico, sabes que se va a romper, que es desechable. Lo compras para divertirte".
Los vendedores callejeros también tienen una tensa relación con la policía. Al otro lado del ayuntamiento, James B. Williams acababa de recibir una multa de un agente de policía. "Dijo que mi mesa era demasiado larga", se quejó.
Williams vende en la calle celulares y accesorios para celulares con otros vendedores. "Tratamos de trabajar juntos", dijo. "Todos nos estamos ganando la vida". ¿Cómo marchan los negocios? "A mí me va bien; gano lo suficiente para vivir. Soy el único para mantener a mis hijos".
26 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh
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