miedo de mí mismo
[Dan Chaon] ¿Cuándo empieza una enfermedad mental?
Empecé a perder la cabeza el verano que cumplí 24 años. Poco a poco había empezado a observar un ligero deslizamiento de mi sentido de realidad. Pequeñas alucinaciones estaban convirtiéndose en rutina. Las sombras me hacían gestos sorprendentes y amenazantes. Una bolsa de papel llevada por el viento en la acera parecía, bien mirado, ser un gato herido. A veces oía el tintineo de campanillas a mi espalda.
Al principio, podía culpar de esos momentos a la estrés de ansiedades más mundanas. Yo estaba en el posgrado entonces, mi esposa estaba embaraza y yo tenía dos trabajos de tiempo parcial. Me levantaba a las cinco de la mañana a repartir diarios y en las noche trabajaba como ayudante de camarero en un presuntuoso restaurante francés. Pasaba una parte del día en un distraído estado de vergüenza y pánico. La licenciatura en inglés que estaba tratando de sacar no ofrecía ninguna esperanza de empleo futuro. ¿Cómo mantendría a mi futuro hijo? ¿Cómo explicaría a mi padre, que era obrero de la construcción, que yo -el primero de mi familia en ir a la universidad- estaba repartiendo diarios en porches antes del alba, como un escolar? Una vez, vi un letrero clavado en un teléfono público que decía claramente "¡Mamón!", antes de transformarse en "Venta de Garaje" cuando me acerqué. Me sentía como si tuviera chinches arrastrándose por mi cabeza.
Pero no pensé realmente en la posibilidad de que sufriese alguna enfermedad mental sino hasta que las cosas empezaron a desaparecer. Empecé a perder todo: las llaves, los encenderos, las instrucciones. Un libro que dejaba en la mesita del café, reaparecía en la nevera; una camisa nueva se evaporaba de mi armario, dejando sólo la percha. Lo peor de todo fueron las caras gafas de sol que había comprado -una especie de elegante extravagancia que había comprado sin consultarlo con mi esposa-, que desaparecieron unas horas después. Pasé toda una tarde buscándolos, revisando los cajones de la cómoda, mi coche, la canasta de la ropa sucia. Es imposible que hayan desaparecido, murmuraba para mí mismo, temblando.
Yo sabía que había enfermedades de la mente que te atacan a tus veinte. ¿Esquizofrenia? Traté de desechar la idea. Mi esposa estaba en la sala, riéndose de algo en la televisión mientras yo hojeaba un viejo libro de texto de psicología. Conocía historias de alucinaciones y realidades inciertas ciertamente la preocuparían, y no toleraba la idea de que me viese como un fracaso para ella y nuestro futuro bebé -más del fracaso que ya era.
Así que volví a trabajar en el restaurante como si todo fuera normal. Incluso en las mejores circunstancias, yo era un pésimo mozo, y esa noche estaba peor que lo normal. Mi patrón, el jefe de camareros, era un matón chico y de anchas espaldas. Los clientes siempre preguntaban si acaso él era francés, y él haría el mismo sonido ridículo con su garganta. "No, no", decía. "Yo soy de Jersey... El viejo Jersey". Luego él y los clientes resoplaban alegremente. Se volvería hacia mí, dejando de sonreír, y chasqueaba sus dedos, señalando un vaso de agua olvidado, un plato sin recoger, con una encandilada expresión que no podía sacar de mi memoria.
Esa noche, se quejó de que sus propinas eran menores que lo normal. Me llamó hacia una mesa que yo acababa de servir. "Esto", dijo, y mostró unos billetes de un dólar. "¿Esto es lo que dejaron en la mesa?"
"Sí", dije. Pero al mirarlo, me sentí culpable, aunque no había hecho nada malo. "No toqué el dinero".
"Ya veo", dijo. Sus ojos grises me miraron fijamente. Se aclaró la garganta. "Por esta noche no necesito que sigas sirviendo mesas. ¿Por qué no le sacas brillo a la vajilla de plata?"
Yo no creía que yo estuviese robando la propina, pero me puso nervioso. Pensé de nuevo en la enfermedad mental. ¿Cómo podía saber si no estaba en sus garras? ¿Era esto el tipo de crisis nerviosas sobre las que había leído?
Al terminar mi turno, el jefe de camareros estaba sentado detrás de su escritorio, barajando suavemente su fajo de billetes. Él compartía la propina con nosotros los mozos a su propia discreción, un porcentaje que se calculaba en base a su estimación de nuestro valor.
"¿Qué pasa ahora?", me dijo, brusco. "¡Ya te di tu dinero! ¡Estuviste aquí hace cinco minutos! ¿Qué diablos te pasa?"
Discutimos. Yo no había estado en la oficina hace cinco minutos, estaba seguro, pero su vehemencia me hizo dudar. ¿Había empezado a caminar sonámbulo durante pedazos de mi vida? ¿O él estaba mintiendo?
"Estás loco", me dijo abruptamente. Cogió un billete de 20 dólares y me los arrojó. "Vete, y no vuelvas".
Incluso ahora, instalado sólidamente en mi vida, este recuerdo me inquieta, y una parte de mí todavía se preocupa por la tenuidad de la realidad. Quizás yo robé las propinas. No estoy seguro.
Recuerdo que esa noche estaba parado en el estacionamiento preparándome para volver a casa, a mi esposa, con un pie en la realidad, y el otro fuera. Nunca consulté a un doctor, así que nunca supe qué me atormentaba. Entonces no sabía que recuperaría mi equilibrio en los meses por venir, que seguiría sano, que escaparía. Estaba mirando la luna, donde una trapajosa forma negra, como un trozo de tela sacudiéndose, se perdía rápidamente en las nubes.
Dan Chaon es autor de la novela 'You Remind Me of Me'.
29 de agosto de 2005
27 de junio de 2005
©new york times
©traducción mQh
Al principio, podía culpar de esos momentos a la estrés de ansiedades más mundanas. Yo estaba en el posgrado entonces, mi esposa estaba embaraza y yo tenía dos trabajos de tiempo parcial. Me levantaba a las cinco de la mañana a repartir diarios y en las noche trabajaba como ayudante de camarero en un presuntuoso restaurante francés. Pasaba una parte del día en un distraído estado de vergüenza y pánico. La licenciatura en inglés que estaba tratando de sacar no ofrecía ninguna esperanza de empleo futuro. ¿Cómo mantendría a mi futuro hijo? ¿Cómo explicaría a mi padre, que era obrero de la construcción, que yo -el primero de mi familia en ir a la universidad- estaba repartiendo diarios en porches antes del alba, como un escolar? Una vez, vi un letrero clavado en un teléfono público que decía claramente "¡Mamón!", antes de transformarse en "Venta de Garaje" cuando me acerqué. Me sentía como si tuviera chinches arrastrándose por mi cabeza.
Pero no pensé realmente en la posibilidad de que sufriese alguna enfermedad mental sino hasta que las cosas empezaron a desaparecer. Empecé a perder todo: las llaves, los encenderos, las instrucciones. Un libro que dejaba en la mesita del café, reaparecía en la nevera; una camisa nueva se evaporaba de mi armario, dejando sólo la percha. Lo peor de todo fueron las caras gafas de sol que había comprado -una especie de elegante extravagancia que había comprado sin consultarlo con mi esposa-, que desaparecieron unas horas después. Pasé toda una tarde buscándolos, revisando los cajones de la cómoda, mi coche, la canasta de la ropa sucia. Es imposible que hayan desaparecido, murmuraba para mí mismo, temblando.
Yo sabía que había enfermedades de la mente que te atacan a tus veinte. ¿Esquizofrenia? Traté de desechar la idea. Mi esposa estaba en la sala, riéndose de algo en la televisión mientras yo hojeaba un viejo libro de texto de psicología. Conocía historias de alucinaciones y realidades inciertas ciertamente la preocuparían, y no toleraba la idea de que me viese como un fracaso para ella y nuestro futuro bebé -más del fracaso que ya era.
Así que volví a trabajar en el restaurante como si todo fuera normal. Incluso en las mejores circunstancias, yo era un pésimo mozo, y esa noche estaba peor que lo normal. Mi patrón, el jefe de camareros, era un matón chico y de anchas espaldas. Los clientes siempre preguntaban si acaso él era francés, y él haría el mismo sonido ridículo con su garganta. "No, no", decía. "Yo soy de Jersey... El viejo Jersey". Luego él y los clientes resoplaban alegremente. Se volvería hacia mí, dejando de sonreír, y chasqueaba sus dedos, señalando un vaso de agua olvidado, un plato sin recoger, con una encandilada expresión que no podía sacar de mi memoria.
Esa noche, se quejó de que sus propinas eran menores que lo normal. Me llamó hacia una mesa que yo acababa de servir. "Esto", dijo, y mostró unos billetes de un dólar. "¿Esto es lo que dejaron en la mesa?"
"Sí", dije. Pero al mirarlo, me sentí culpable, aunque no había hecho nada malo. "No toqué el dinero".
"Ya veo", dijo. Sus ojos grises me miraron fijamente. Se aclaró la garganta. "Por esta noche no necesito que sigas sirviendo mesas. ¿Por qué no le sacas brillo a la vajilla de plata?"
Yo no creía que yo estuviese robando la propina, pero me puso nervioso. Pensé de nuevo en la enfermedad mental. ¿Cómo podía saber si no estaba en sus garras? ¿Era esto el tipo de crisis nerviosas sobre las que había leído?
Al terminar mi turno, el jefe de camareros estaba sentado detrás de su escritorio, barajando suavemente su fajo de billetes. Él compartía la propina con nosotros los mozos a su propia discreción, un porcentaje que se calculaba en base a su estimación de nuestro valor.
"¿Qué pasa ahora?", me dijo, brusco. "¡Ya te di tu dinero! ¡Estuviste aquí hace cinco minutos! ¿Qué diablos te pasa?"
Discutimos. Yo no había estado en la oficina hace cinco minutos, estaba seguro, pero su vehemencia me hizo dudar. ¿Había empezado a caminar sonámbulo durante pedazos de mi vida? ¿O él estaba mintiendo?
"Estás loco", me dijo abruptamente. Cogió un billete de 20 dólares y me los arrojó. "Vete, y no vuelvas".
Incluso ahora, instalado sólidamente en mi vida, este recuerdo me inquieta, y una parte de mí todavía se preocupa por la tenuidad de la realidad. Quizás yo robé las propinas. No estoy seguro.
Recuerdo que esa noche estaba parado en el estacionamiento preparándome para volver a casa, a mi esposa, con un pie en la realidad, y el otro fuera. Nunca consulté a un doctor, así que nunca supe qué me atormentaba. Entonces no sabía que recuperaría mi equilibrio en los meses por venir, que seguiría sano, que escaparía. Estaba mirando la luna, donde una trapajosa forma negra, como un trozo de tela sacudiéndose, se perdía rápidamente en las nubes.
Dan Chaon es autor de la novela 'You Remind Me of Me'.
29 de agosto de 2005
27 de junio de 2005
©new york times
©traducción mQh
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