asalto contra la razón
[Michiko Kakutani] Al Gore ataca a Bush y repite advertencias sobre el calentamiento global.
En ‘The Assault on Reason', Al Gore condena a George W. Bush, afirmando que el presidente "no tiene contacto con la realidad", que su gobierno es tan incompetente que "no puede encontrar la puerta", que ignoró "claras señales" de la amenaza terrorista antes del 11 de septiembre de 2001 y que ha logrado que los estadounidenses, "al agitar el nido de avispas en Iraq", vivan con menos seguridad, utilizando al mismo tiempo "el lenguaje y la política del temor" para manejar la agenda pública sin consideración de las evidencias, los hechos o el interés general".
Según Gore, la defensa del gobierno del unilateralismo en el extranjero ha aislado a Estados Unidos en un mundo cada vez más peligroso, incluso cuando sus intentos de extender el poder del ejecutivo en casa y "relegar al congreso y los tribunales a un segundo plano", han socavado el sistema constitucional de control y supervisión.
El ex vicepresidente dice que el fiasco en Iraq se debe al uso del presidente Bush de una "falsa combinación de una venganza equivocada y el dogmático propósito de dominar el debate nacional, desechar la razón, acallar la disensión e intimidar a los que cuestionan su lógica, tanto dentro como fuera del gobierno".
Argumenta que los espantosos actos de tortura cometidos en la cárcel de Abu Ghraib en Iraq "fueron una consecuencia directa de la cultura de la impunidad -alentada, autorizada e instituida por el presidente Bush y el ex ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld. Y escribe que las violaciones de las libertades civiles cometidas por el gobierno de Bush-Cheney -incluyendo su autorización secreta para que la Agencia de Seguridad Nacional espíe sin una orden judicial las llamadas y mensajes de e-mail entre Estados Unidos y otros países, y su suspensión del derecho a debido proceso para los ‘combatientes enemigos' -demuestran una "falta de respeto por la constitución estadounidense que tiene a nuestra república al borde de una peligrosa fisura en la estructura de la democracia".
Acusaciones similares han sido hechas por un creciente número de historiadores, analistas políticos e incluso antiguos funcionarios de gobierno, y la caída en picado de los índices de aprobación del presidente Bush, han envalentonado a sus críticos. Pero Gore no escribe solamente como ex vicepresidente y el hombre que ganó el voto popular en las elecciones de 2000, sino también un posible candidato a la nominación para la carrera por la Casa Blanca de 2008, y la vehemencia de sus palabras y sus argumentos hacen que declaraciones sobre el gobierno de Bush de candidatos ya anunciados, como Barack Obama y Hillary Rodham Clinton, suenen, en contraste, educadas y afables.
Y, sin embargo, a pesar de sus duras opiniones, ‘The Assault on Reason' resulta ser menos una arenga sesgada del ciclo de las elecciones, que unas copiosas citas con notas a pie de páginas de artículos de diarios, testimonios en el congreso e informes de comisiones -un informe muy convincente a la hora de exponer las implicaciones de las políticas de este gobierno como el libro de 2006 del autor, ‘An Inconvenient Truth', sobre los efectos del calentamiento global.
Este libro va más allá de sus críticas al gobierno de Bush para hacer una diagnóstico de la achacosa condición de Estados Unidos como una democracia participativa -baja participación electoral, descarado cinismo de los electores, un electorado a menudo mal informado, campañas políticas dominadas por anuncios de televisión de treinta segundos, y un paisaje en el mundo de los medios de creciente control de los conglomerados- y no lo hace con el tono calculado y sabiondo de muchos libros tipo plataforma política, sino la suerte de tembloroso ardor que hizo del libro y la versión en cine de ‘Una verdad incómoda' [An Inconvenient Truth] tan francamente efectivo.
El principal argumento de Gore es que "la razón, la lógica y la verdad juegan un papel fuertemente reducido en el modo en Estados Unidos toma ahora decisiones importantes" y que el discurso público en el país ha devenido "menos enfocado y menos claro, menos pensado". Este "asalto contra la razón", propone, se ve personificado por el modo en que opera la Casa Blanca. Repitiendo a muchos periodistas y ex funcionarios de gobierno, Gore dice que el gobierno tiende a ignorar la asesoría de expertos (se trate de los niveles de tropas, el calentamiento global o el déficit) para sortear la tradicional maquinaria de debates y análisis de la política, y cada vez más a reprimir o desechar las mejores evidencias disponibles en un caso para sostener políticas predeterminadas dictadas por la ideología".
Las dudas sobre el acopio de armas de destrucción masiva por parte de Saddam Hussein, fueron echadas a un lado en los preliminares de la guerra: Gore dice que los expertos en uranio del Laboratorio Nacional Oak Ridge en Tennessee le dijeron que "no había ninguna posibilidad" de que los tubos de aluminio adquiridos por Saddam Hussein pudieran ser utilizados para enriquecer uranio, pero se sintieron intimidados para que no "hicieran declaraciones públicas que refutaran los argumentos de la gente del presidente Bush".
Y la recomendación de antes de la invasión, del jefe del estado mayor del ejército, el general Eric K. Shinseki, de que se necesitaban varios cientos de miles de tropas para una ocupación exitosa de Iraq, fue similarmente desechada. "Antes que participar en un debate razonado sobre el tema", escribe Gore, los miembros del gobierno "atacaron a Shinseki por rechazar sus ideas preconcebidas -aunque él era un experto, y ellos no".
Además, dice Gore, la inclinación del gobierno por el secreto (ocultar todo, desde los detalles de sus instrucciones para interrogatorios hasta el programa secreto de vigilancia de su Agencia de Seguridad Nacional) ha desmantelado el principio de la responsabilidad, incluso en lo que llama su "campaña, sostenida y sin precedentes, de engaño de masas" en asuntos como Iraq ha hecho "prácticamente imposible para la gente iniciar un debate significativo y una verdadera reflexión".
Gore señala que la Casa Blanca ha sugerido repetidas veces que había nexos entre al Qaeda y Sadda Hussein, entre los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando de hecho esos nexos eran imaginarios. Observa que el gobierno "ocultó los hechos" al congreso en cuanto a los costes de las medicinas de prescripción de Medicare, que resultaron ser "mucho más abultados que las cifras que entregó el presidente al congreso".
Y dice que "se ha convertido en cosa común que el presidente Bush descanse en intereses especiales -como los representados por el exiliado iraquí Ahmad Chalabi antes de la guerra, y ExxonMobil sobre la crisis climática- para "recoger informaciones básicas sobre las políticas importantes para esos intereses".
Cuando Gore se vuelve hacia las razones culturales y sociales más amplias detrás de la decadencia de la razón en el mercado de las ideas en Estados Unidos, sus argumentos se hacen borrosos y menos convincentes. Su argumento de que la radio fue esencial para el surgimiento y reinado de Hitler, Stalin y Mussolini ("sin la introducción de la radio, es dudoso que estos regímenes totalitarios hubiesen haber inducido a la gente a la obediencia de la manera en que lo hicieron") es altamente empobrecedor, tal como su argumento de que la televisión ha permitido a políticos manipular la opinión de las masas impidiendo al mismo tiempo que los individuos participen en el diálogo .
En cuanto a su convicción de que internet puede ayudar a restablecer "un ambiente de comunicaciones abiertas en el que puedan florecer las conversaciones sobre la democracia", minimiza los aspectos más inquietantes de la red, como su fomento del rumor y la desinformación junto con información seria, y su tendencia a alimentar la polarización y las guerras de facciones.
En parte lección de civismo, en parte jeremiada, en parte tratado filosófico, ‘The Assault on Reason' revela a un Al Gore enfadado y apasionado -un pálido reflejo del Al Gore cuidadosamente redactado de la campaña presidencial de 2000, y la programada ‘criatura de Washington' descrita en la biografía de él, ‘Inventing Al Gore', del periodista Bill Turque, de 2000.
Del mismo modo que la película ‘Una verdad incómoda' mostraba a un Al Gore más accesible -relajado y apasionado sobre los peligros del calentamiento global-, este libro muestra a un Al Gore encendido, entregado, que, sea o no candidato a la Casa Blanca de nuevo, ha decidido ponerlo todo junto con un devastador análisis del gobierno de Bush y el estado del discurso público en Estados Unidos en esta "fatídica coyuntura'‘ de la historia.
Según Gore, la defensa del gobierno del unilateralismo en el extranjero ha aislado a Estados Unidos en un mundo cada vez más peligroso, incluso cuando sus intentos de extender el poder del ejecutivo en casa y "relegar al congreso y los tribunales a un segundo plano", han socavado el sistema constitucional de control y supervisión.
El ex vicepresidente dice que el fiasco en Iraq se debe al uso del presidente Bush de una "falsa combinación de una venganza equivocada y el dogmático propósito de dominar el debate nacional, desechar la razón, acallar la disensión e intimidar a los que cuestionan su lógica, tanto dentro como fuera del gobierno".
Argumenta que los espantosos actos de tortura cometidos en la cárcel de Abu Ghraib en Iraq "fueron una consecuencia directa de la cultura de la impunidad -alentada, autorizada e instituida por el presidente Bush y el ex ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld. Y escribe que las violaciones de las libertades civiles cometidas por el gobierno de Bush-Cheney -incluyendo su autorización secreta para que la Agencia de Seguridad Nacional espíe sin una orden judicial las llamadas y mensajes de e-mail entre Estados Unidos y otros países, y su suspensión del derecho a debido proceso para los ‘combatientes enemigos' -demuestran una "falta de respeto por la constitución estadounidense que tiene a nuestra república al borde de una peligrosa fisura en la estructura de la democracia".
Acusaciones similares han sido hechas por un creciente número de historiadores, analistas políticos e incluso antiguos funcionarios de gobierno, y la caída en picado de los índices de aprobación del presidente Bush, han envalentonado a sus críticos. Pero Gore no escribe solamente como ex vicepresidente y el hombre que ganó el voto popular en las elecciones de 2000, sino también un posible candidato a la nominación para la carrera por la Casa Blanca de 2008, y la vehemencia de sus palabras y sus argumentos hacen que declaraciones sobre el gobierno de Bush de candidatos ya anunciados, como Barack Obama y Hillary Rodham Clinton, suenen, en contraste, educadas y afables.
Y, sin embargo, a pesar de sus duras opiniones, ‘The Assault on Reason' resulta ser menos una arenga sesgada del ciclo de las elecciones, que unas copiosas citas con notas a pie de páginas de artículos de diarios, testimonios en el congreso e informes de comisiones -un informe muy convincente a la hora de exponer las implicaciones de las políticas de este gobierno como el libro de 2006 del autor, ‘An Inconvenient Truth', sobre los efectos del calentamiento global.
Este libro va más allá de sus críticas al gobierno de Bush para hacer una diagnóstico de la achacosa condición de Estados Unidos como una democracia participativa -baja participación electoral, descarado cinismo de los electores, un electorado a menudo mal informado, campañas políticas dominadas por anuncios de televisión de treinta segundos, y un paisaje en el mundo de los medios de creciente control de los conglomerados- y no lo hace con el tono calculado y sabiondo de muchos libros tipo plataforma política, sino la suerte de tembloroso ardor que hizo del libro y la versión en cine de ‘Una verdad incómoda' [An Inconvenient Truth] tan francamente efectivo.
El principal argumento de Gore es que "la razón, la lógica y la verdad juegan un papel fuertemente reducido en el modo en Estados Unidos toma ahora decisiones importantes" y que el discurso público en el país ha devenido "menos enfocado y menos claro, menos pensado". Este "asalto contra la razón", propone, se ve personificado por el modo en que opera la Casa Blanca. Repitiendo a muchos periodistas y ex funcionarios de gobierno, Gore dice que el gobierno tiende a ignorar la asesoría de expertos (se trate de los niveles de tropas, el calentamiento global o el déficit) para sortear la tradicional maquinaria de debates y análisis de la política, y cada vez más a reprimir o desechar las mejores evidencias disponibles en un caso para sostener políticas predeterminadas dictadas por la ideología".
Las dudas sobre el acopio de armas de destrucción masiva por parte de Saddam Hussein, fueron echadas a un lado en los preliminares de la guerra: Gore dice que los expertos en uranio del Laboratorio Nacional Oak Ridge en Tennessee le dijeron que "no había ninguna posibilidad" de que los tubos de aluminio adquiridos por Saddam Hussein pudieran ser utilizados para enriquecer uranio, pero se sintieron intimidados para que no "hicieran declaraciones públicas que refutaran los argumentos de la gente del presidente Bush".
Y la recomendación de antes de la invasión, del jefe del estado mayor del ejército, el general Eric K. Shinseki, de que se necesitaban varios cientos de miles de tropas para una ocupación exitosa de Iraq, fue similarmente desechada. "Antes que participar en un debate razonado sobre el tema", escribe Gore, los miembros del gobierno "atacaron a Shinseki por rechazar sus ideas preconcebidas -aunque él era un experto, y ellos no".
Además, dice Gore, la inclinación del gobierno por el secreto (ocultar todo, desde los detalles de sus instrucciones para interrogatorios hasta el programa secreto de vigilancia de su Agencia de Seguridad Nacional) ha desmantelado el principio de la responsabilidad, incluso en lo que llama su "campaña, sostenida y sin precedentes, de engaño de masas" en asuntos como Iraq ha hecho "prácticamente imposible para la gente iniciar un debate significativo y una verdadera reflexión".
Gore señala que la Casa Blanca ha sugerido repetidas veces que había nexos entre al Qaeda y Sadda Hussein, entre los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando de hecho esos nexos eran imaginarios. Observa que el gobierno "ocultó los hechos" al congreso en cuanto a los costes de las medicinas de prescripción de Medicare, que resultaron ser "mucho más abultados que las cifras que entregó el presidente al congreso".
Y dice que "se ha convertido en cosa común que el presidente Bush descanse en intereses especiales -como los representados por el exiliado iraquí Ahmad Chalabi antes de la guerra, y ExxonMobil sobre la crisis climática- para "recoger informaciones básicas sobre las políticas importantes para esos intereses".
Cuando Gore se vuelve hacia las razones culturales y sociales más amplias detrás de la decadencia de la razón en el mercado de las ideas en Estados Unidos, sus argumentos se hacen borrosos y menos convincentes. Su argumento de que la radio fue esencial para el surgimiento y reinado de Hitler, Stalin y Mussolini ("sin la introducción de la radio, es dudoso que estos regímenes totalitarios hubiesen haber inducido a la gente a la obediencia de la manera en que lo hicieron") es altamente empobrecedor, tal como su argumento de que la televisión ha permitido a políticos manipular la opinión de las masas impidiendo al mismo tiempo que los individuos participen en el diálogo .
En cuanto a su convicción de que internet puede ayudar a restablecer "un ambiente de comunicaciones abiertas en el que puedan florecer las conversaciones sobre la democracia", minimiza los aspectos más inquietantes de la red, como su fomento del rumor y la desinformación junto con información seria, y su tendencia a alimentar la polarización y las guerras de facciones.
En parte lección de civismo, en parte jeremiada, en parte tratado filosófico, ‘The Assault on Reason' revela a un Al Gore enfadado y apasionado -un pálido reflejo del Al Gore cuidadosamente redactado de la campaña presidencial de 2000, y la programada ‘criatura de Washington' descrita en la biografía de él, ‘Inventing Al Gore', del periodista Bill Turque, de 2000.
Del mismo modo que la película ‘Una verdad incómoda' mostraba a un Al Gore más accesible -relajado y apasionado sobre los peligros del calentamiento global-, este libro muestra a un Al Gore encendido, entregado, que, sea o no candidato a la Casa Blanca de nuevo, ha decidido ponerlo todo junto con un devastador análisis del gobierno de Bush y el estado del discurso público en Estados Unidos en esta "fatídica coyuntura'‘ de la historia.
24 de mayo de 2007
©new york times
©traducción mQh
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