cazadores de fantasmas
[Patricia Cohen] Buscando a la ciencia en una sesión de espiritismo.
A fines de los años de 1880, poco después de que ayudara a fundar una organización para investigar lo sobrenatural, William James predijo confiado que dentro de 25 años la ciencia resolvería de una vez y para siempre si los muertos se podían comunicar o no con los vivos.
Él -y un pequeño grupo de otros brillantes intelectuales del siglo 19- estaba también razonablemente confiado en que la respuesta sería positiva.
¿Y por qué no? La ciencia había empezado a descorrer el velo de algunos de los misterios más profundos del universo. Si había ondas radiales y electromagnéticas invisibles, quizás también había un vínculo no detectado entre el mundo espiritual y este.
En ‘Ghost Hunters', la comprensiva historia de Deborah Blum, estos ‘investigadores psíquicos' no son simplemente un grupo de hombres (y un par de mujeres) inteligentes obsesionados con una idea tonta, sino más bien librepensadores arrojados dispuestos a hacer frente a las sornas del sistema. Esta estrafalaria pandilla, dice, era más científica que los científicos y más espiritual que los teólogos que los ridiculizaban.
Gente como Henry Sidgwick, un catedrático de literatura clásica en Cambridge, que fundó en colaboración con otros la Sociedad Británica para la Investigación Psíquica, temía una "humanidad despojada de fe". Como escribe Blum, "temblaba con el vacío silencio de lo que llamaba ‘el universo amoral'". ¿Entendía la iglesia, escribió Sidgwick en su diario de vida, que "si se rechazan los resultados de nuestra investigación, deberán inevitablemente llevarse sus milagros con ellos?"
Tampoco podía Sidgwick y sus colegas entender cómo los científicos podían rechazar sus conclusiones sin molestarse siquiera en investigarlas.
Blum detalla los estudios de lo sobrenatural de James Sidgwick y su mujer, Nora; su estudiante Fred Myers; y otros científicos británicos y estadounidenses, incluyendo al co-fundador de la teoría de la evolución, Alfred Russel Wallace, y al científico Premio Nobel, Charles Richet. A pesar de sus diferencias, lo que compartían casi todos ellos era la muerte de un ser querido; detrás de sus loables motivos científicos y éticos, había también el deseo muy humano de volver a conectarse con un amor perdido.
Blum, una escritora científica que ha sido galardonada con el Premio Pulitzer, puede contar una buena historia de fantasmas, que las hubo muchas durante este inestable período de industrialización y urbanización cuando la creencia en lo oculto se extendió por Estados Unidos. Lo que falta en las historias de muertos aparecidos, muebles que se mueven y repentinas revelaciones de secretos celosamente guardados es el tema de ‘La dimensión desconocida' [Twilight Zone].
Sin embargo, después de viajar de Bombay a Boston, a través de cientos de cuartos de sesiones iluminadas con velas, en sus refinados ‘gabinetes espirituales', donde podían verse resplandecientes apariciones y objetos que volaban, lo que la mayoría de los cazadores de fantasmas cazaban eran timos.
Esto es hasta que William James conoció a Lenora Piper, una alta y respetable ama de casa de Beacon Hill, que acostumbraba sentarse en su sillón favorito rodeada de abultados cojines para ponerse en contacto con las almas de los muertos, sin cobrar nada por ello. James la conoció poco después de la muerte de su hijo de un año, Herman. Durante años Piper fue el proyecto mascota de las asociaciones de investigaciones psíquicas estadounidenses y británicas, las que le pagaron un salario para eludir el riesgo de engaño (aunque esa misma estrategia implicaba sus propios riesgos).
Observaban sus movimientos, interrogaban a sus contactos y la enviaban fuera de Gran Bretaña, donde era menos probable que tuviera conjurados que la ayudaran. Para poner a prueba sus trances, la pinchaban con imperdibles, le colocaban amoníaco debajo de las narices, incluso le acercaron una cerilla a la piel.
Se equivocó cientos de veces. Pero también hubo frecuentes ocasiones en que parecía estar dotada de poderes sobrenaturales. Una prueba en Londres, ideada por el físico Oliver Lodge, consistía en pedir a un tío lejano, Robert, que enviara un objeto perteneciente al hermano gemelo de Robert, muerto hacía mucho. Piper, tocando el elaborado reloj de oro que envió Robert, fue capaz de nombrar a los hermanos y contar una historia de su niñez sobre el hecho de que uno de ellos estuvo a punto de morir ahogado y sobre el sacrificio de un gato que sólo los gemelos podían saber.
Hace unos diez años el popular escritor de ciencia Martin Gardner escribió un ensayo titulado ‘How Mrs. Piper Bamboozled William James' [Cómo engatusó la señora Piper a William James]. En él discute el modo en que médiums astutos obtienen sutilmente información y la red de espiritualistas profesionales que comparten información.
Pero ‘Ghost Hunters' está menos interesado en la sociología del engatusamiento que en proporcionar una versión respetuosa de lo que los participantes veían y sentían. Este método tiene sus méritos, pero entre sus inconvenientes se cuenta el incluir a veces crédulos informes sobre telepatía, telequinesis y contactos con los muertos.
Esta no es la única debilidad del libro. Girando los focos entre los miembros del elenco y un número mayor de historias sobrenaturales a menudo dan al libro un carácter nervioso y episódico. Y no deja demasiado espacio para una discusión más amplia de los lazos entre el trabajo psicológico y filosófico que realizaron James y otros, o para el ambiente a menudo cargado eróticamente de sesiones presididas por mujeres con pocas opciones profesionales en esa era tan abotonada.
A fin de cuentas, lo que distingue a James y sus colegas de muchos de sus pares científicos era su humildad. Pensar que uno puede adivinar todo en un universo infinito es un acto de extrema soberbia. Cuando pasaron los 25 años que James pensaba que serían necesarios para resolver el misterio, tuvo que concluir que casi no se había hecho ningún progreso. "Confieso que a veces me ha tentado creer que el Creador tenía la intención de este departamento de la naturaleza quedara para siempre misterioso", dijo.
Blum cuenta que ella también ha conocido la humildad de sus esfuerzos. En los agradecimientos escribe: "Cuando empecé este libro, me veía a mí misma como la autora perfecta para explorar lo sobrenatural, como una escritora científica profesional anclada en el lugar con sólidos zapatos de sentido común". Pero ahora, después de su investigación histórica y encuentros contemporáneos con gente que ha tenido encuentros con fantasmas, dice, aunque sin embargo todavía anclada en la realidad: "Soy apenas menos engreída que cuando empecé, menos segura de mi propia razón".
Y un poco de humildad, especialmente en un escritor, no es nunca malo.
Libro reseñado
Ghost Hunters. William James and the Search for Scientific Proof of Life After Death
Deborah Blum
370 páginas
Penguin Press
$25.95
14 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
Él -y un pequeño grupo de otros brillantes intelectuales del siglo 19- estaba también razonablemente confiado en que la respuesta sería positiva.
¿Y por qué no? La ciencia había empezado a descorrer el velo de algunos de los misterios más profundos del universo. Si había ondas radiales y electromagnéticas invisibles, quizás también había un vínculo no detectado entre el mundo espiritual y este.
En ‘Ghost Hunters', la comprensiva historia de Deborah Blum, estos ‘investigadores psíquicos' no son simplemente un grupo de hombres (y un par de mujeres) inteligentes obsesionados con una idea tonta, sino más bien librepensadores arrojados dispuestos a hacer frente a las sornas del sistema. Esta estrafalaria pandilla, dice, era más científica que los científicos y más espiritual que los teólogos que los ridiculizaban.
Gente como Henry Sidgwick, un catedrático de literatura clásica en Cambridge, que fundó en colaboración con otros la Sociedad Británica para la Investigación Psíquica, temía una "humanidad despojada de fe". Como escribe Blum, "temblaba con el vacío silencio de lo que llamaba ‘el universo amoral'". ¿Entendía la iglesia, escribió Sidgwick en su diario de vida, que "si se rechazan los resultados de nuestra investigación, deberán inevitablemente llevarse sus milagros con ellos?"
Tampoco podía Sidgwick y sus colegas entender cómo los científicos podían rechazar sus conclusiones sin molestarse siquiera en investigarlas.
Blum detalla los estudios de lo sobrenatural de James Sidgwick y su mujer, Nora; su estudiante Fred Myers; y otros científicos británicos y estadounidenses, incluyendo al co-fundador de la teoría de la evolución, Alfred Russel Wallace, y al científico Premio Nobel, Charles Richet. A pesar de sus diferencias, lo que compartían casi todos ellos era la muerte de un ser querido; detrás de sus loables motivos científicos y éticos, había también el deseo muy humano de volver a conectarse con un amor perdido.
Blum, una escritora científica que ha sido galardonada con el Premio Pulitzer, puede contar una buena historia de fantasmas, que las hubo muchas durante este inestable período de industrialización y urbanización cuando la creencia en lo oculto se extendió por Estados Unidos. Lo que falta en las historias de muertos aparecidos, muebles que se mueven y repentinas revelaciones de secretos celosamente guardados es el tema de ‘La dimensión desconocida' [Twilight Zone].
Sin embargo, después de viajar de Bombay a Boston, a través de cientos de cuartos de sesiones iluminadas con velas, en sus refinados ‘gabinetes espirituales', donde podían verse resplandecientes apariciones y objetos que volaban, lo que la mayoría de los cazadores de fantasmas cazaban eran timos.
Esto es hasta que William James conoció a Lenora Piper, una alta y respetable ama de casa de Beacon Hill, que acostumbraba sentarse en su sillón favorito rodeada de abultados cojines para ponerse en contacto con las almas de los muertos, sin cobrar nada por ello. James la conoció poco después de la muerte de su hijo de un año, Herman. Durante años Piper fue el proyecto mascota de las asociaciones de investigaciones psíquicas estadounidenses y británicas, las que le pagaron un salario para eludir el riesgo de engaño (aunque esa misma estrategia implicaba sus propios riesgos).
Observaban sus movimientos, interrogaban a sus contactos y la enviaban fuera de Gran Bretaña, donde era menos probable que tuviera conjurados que la ayudaran. Para poner a prueba sus trances, la pinchaban con imperdibles, le colocaban amoníaco debajo de las narices, incluso le acercaron una cerilla a la piel.
Se equivocó cientos de veces. Pero también hubo frecuentes ocasiones en que parecía estar dotada de poderes sobrenaturales. Una prueba en Londres, ideada por el físico Oliver Lodge, consistía en pedir a un tío lejano, Robert, que enviara un objeto perteneciente al hermano gemelo de Robert, muerto hacía mucho. Piper, tocando el elaborado reloj de oro que envió Robert, fue capaz de nombrar a los hermanos y contar una historia de su niñez sobre el hecho de que uno de ellos estuvo a punto de morir ahogado y sobre el sacrificio de un gato que sólo los gemelos podían saber.
Hace unos diez años el popular escritor de ciencia Martin Gardner escribió un ensayo titulado ‘How Mrs. Piper Bamboozled William James' [Cómo engatusó la señora Piper a William James]. En él discute el modo en que médiums astutos obtienen sutilmente información y la red de espiritualistas profesionales que comparten información.
Pero ‘Ghost Hunters' está menos interesado en la sociología del engatusamiento que en proporcionar una versión respetuosa de lo que los participantes veían y sentían. Este método tiene sus méritos, pero entre sus inconvenientes se cuenta el incluir a veces crédulos informes sobre telepatía, telequinesis y contactos con los muertos.
Esta no es la única debilidad del libro. Girando los focos entre los miembros del elenco y un número mayor de historias sobrenaturales a menudo dan al libro un carácter nervioso y episódico. Y no deja demasiado espacio para una discusión más amplia de los lazos entre el trabajo psicológico y filosófico que realizaron James y otros, o para el ambiente a menudo cargado eróticamente de sesiones presididas por mujeres con pocas opciones profesionales en esa era tan abotonada.
A fin de cuentas, lo que distingue a James y sus colegas de muchos de sus pares científicos era su humildad. Pensar que uno puede adivinar todo en un universo infinito es un acto de extrema soberbia. Cuando pasaron los 25 años que James pensaba que serían necesarios para resolver el misterio, tuvo que concluir que casi no se había hecho ningún progreso. "Confieso que a veces me ha tentado creer que el Creador tenía la intención de este departamento de la naturaleza quedara para siempre misterioso", dijo.
Blum cuenta que ella también ha conocido la humildad de sus esfuerzos. En los agradecimientos escribe: "Cuando empecé este libro, me veía a mí misma como la autora perfecta para explorar lo sobrenatural, como una escritora científica profesional anclada en el lugar con sólidos zapatos de sentido común". Pero ahora, después de su investigación histórica y encuentros contemporáneos con gente que ha tenido encuentros con fantasmas, dice, aunque sin embargo todavía anclada en la realidad: "Soy apenas menos engreída que cuando empecé, menos segura de mi propia razón".
Y un poco de humildad, especialmente en un escritor, no es nunca malo.
Libro reseñado
Ghost Hunters. William James and the Search for Scientific Proof of Life After Death
Deborah Blum
370 páginas
Penguin Press
$25.95
14 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
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