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las matanzas son organizadas


[Jeffrey Gettleman] Evidencias en Kenia de que matanzas son planificadas.
Keringet, Kenia. Al principio, la violencia parecía tan espantosa como espontánea, con turbas con machetes cortando a la gente en pedazos y quemando vivos a mujeres y niños en un país que era celebrado como uno de los más estables de África.
Pero una mirada más detenida sobre lo que viene ocurriendo en las últimas tres semanas, desde que unas elecciones terriblemente torcidas empujaran a Kenia al el caos, muestra que parte del derramamiento de sangre que ha causado la muerte a más de 650 personas puede haber sido premeditado y organizado.
Antes de la elección aparecieron misteriosamente panfletos llamando a cometer asesinatos étnicos. Políticos tanto de partidos de gobierno como de oposición dictaron discursos que exacerbaron la tradicional enemistad entre los grupos étnicos. Y jefes tribales locales realizaron mítines para planear ataques contra sus rivales, según algunos de ellos mismos y sus partidarios.
Tan pronto como se anunciaron los resultados de la elección, otorgando sospechosamente una estrecha victoria al presidente de Kenia, Mwai Kibaki -cuyas políticas de favoritismo de su propio grupo étnico han marginado a casi la mitad del país-, confluyeron todos los elementos para que explotara la violencia.
Miles de jóvenes recorrieron el campo, atacando a miembros de grupos étnicos rivales y quemando sus casas. La carnicería continúa. El viernes llegaron a la morgue de la ciudad de Narok, al noroeste de Nairobi, seis cuerpos, algunos de ellos con profundas heridas de lanza. En una tira de cinta médica blanca pegada en la frente de las víctimas llevaban escritos sus nombres, fecha de muerte y la causa: "Violencia post-electoral".
"No es que la gente despertara y se pusieran a pelear unos con otros', dijo Dan Juma, el director interino de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia. "Fue algo organizado".
Lo que no está claro es si hubo un plan sistemático para empezar una guerra étnica a nivel nacional, y si dirigentes políticos de alto nivel están implicados más allá de incitar a la violencia en sus discursos.
Antes de la elección, era fácil olvidar que incluso Kenia, con su reputación como la historia de un éxito africano y país de la tolerancia, estaba dividida a lo largo de líneas étnicas que pueden ser manipuladas políticamente. Las quejas, comúnmente sobre la tierra, las oportunidades económicas y el poder político, son reales y a menudo justificadas, aunque se las mantiene normalmente a raya.
Pero esas tensiones son más evidentes en el Valle del Rift, al occidente de Kenia, que incluye algunas de las tierras más productivas y legendarias de África, pero que recientemente se ha convertido en una escena de ‘Las uvas de la ira' [The Grapes of Wrath] con decenas de miles de gente desesperada huyendo en destartaladas camionetas aplastadas bajo pilas de colchones, sillas, mantas y niños. Algunos camiones van tan sobrecargados que sus parachoques cuelgan a apenas milímetros del camino.
La violencia aquí es decididamente diferente de lo que se muele en las barriadas de Kenia, donde los agentes de policía han abierto el fuego contra manifestantes desarmados y donde pandillas rivales recorren los callejones con piedras en sus manos.
En el Valle del Rift la gente no mantiene estos odios o actividades en secreto. Aquellos que han participado en asesinatos dicen que los ataques fueron esfuerzos colectivos, aprobados por los viejos e inspirados por tradiciones que celebran una cultura de guerreros.
Un día hace poco, una docena de jóvenes con sus rostros manchados con lodo emergieron del bosque cerca de la pequeña ciudad de Keringet.
Eran del grupo étnico kalenjin, y dijeron que este mes habían matado a veinte personas. Andaban armados con arco y flechas, garrotes y cuchillos. Algunos iban cubiertos con pieles animales con celulares metidos en los pliegues.
Rono Kibet, uno de los hombres, dijo que el 20 de diciembre los ancianos de su comunidad celebraron una gran reunión. Eso fue la noche en que se dieron a conocer los resultados de la elección en Kenia, dando a Kibaki la victoria sobre Raila Odinga, el principal líder de la oposición, pese a abundantes evidencias de fraude electoral. Se reunieron más de dos mil jóvenes, dijo Kibet, y los ancianos les instaron a matar a kikuyus, el grupo étnico de Kibaki, y quemar sus casas. Los kalenjin les han hecho guerra antes.
"La comunidad reunió el dinero para la gasolina", dijo Kibet.
Contó que los viejos bendijeron a los jóvenes, que entonces se dividieron en equipos de cincuenta para salir con arcos y flechas a la caza de kikuyus. No lamentaba haberles atacado, dijo.
"Los atacamos, les quemamos sus casas y luego les robamos sus animales", dijo Kibet, desfachatado.
A unos pueblos y algunas horas de distancia, campesinos kikuyu escudriñaban las colinas con un par de viejos prismáticos que no enfocaban bien. Llevaban consigo armas caseras hechas de madera, tuberías de agua y sombrillas, ilegales pero absolutamente necesarias, dijeron.
Algunos de los centinelas provenían de los grupos más educados de la zona. Uno, Wilson Muiruri, estudiante de la Universidad de Nairobi, estaba pasando la Navidad trabajando como guerrero.
"En la universidad no odio a los kakenjins", dijo. "Pero aquí es diferente".
En la capital Nairobi, un alto funcionario policial keniata abrió una gruesa carpeta, con el título ‘Choques Étnicos', que contenía evidencias de lo que llamó un patrón de caos altamente organizado en el Valle del Rift. De acuerdo a los informes, en una carretera de asfalto se cavó, con una excavadora, una trinchera de tres metros, aparentemente con el fin de impedir que las autoridades pudieran acceder a la zona en conflicto; miles de hombres armados se materializaron repentinamente en aldeas poco pobladas; y se levantó una barrera con diez toneladas de cemento.
"Transportar diez toneladas de cemento no es fácil", dijo el funcionario policial, que habló a condición de conservar el anonimato debido a que no estaba autorizado a compartir públicamente esa información. "Esta es una operación militar a gran escala".
La mayoría de los enfrentamientos ocurren en áreas rurales, a las que la policía puede difícilmente acceder, y de momento la estrategia del gobierno ha sido utilizar escoltas militares para evacuar a la gente que quiere abandonar sus aldeas.
Pero los funcionarios de gobierno pueden haber sido parte del problema.
Un mes antes de las elecciones, la policía descubrió un enorme alijo de armas -veinte arcos, cincuenta flechas, treinta garrotes, treinta machetes y treinta espadas- en un coche del gobierno que pertenecía a un subsecretario y miembro del partido del presidente. El subsecretario, que no se encontraba en el coche en ese momento y ha negado toda participación, no ha sido formalizado todavía. De cualquier modo, varios vecinos del Valle del Rift y socorristas locales dijeron que los candidatos al Parlamento habían estado entregando a armas a grupos de jóvenes, aunque no se han efectuado detenciones.
Aunque las autoridades no han proporcionado evidencias que vinculen directamente a políticos de peso con la violencia, grupos de derechos humanos entregaron discursos de líderes políticos atacando a grupos étnicos específicos en las preliminares de las elecciones. William Ruto, un carismático líder de la oposición y jefe kalinjin, fue citado hablando sobre la dominación kikuyu.
Entretanto, políticos kikuyu han hecho observaciones despectivas sobre los luos y por qué Odinga, un luo, no está capacitado para gobernar por el hecho de que aún no ha sido circuncidado.
Al mismo tiempo, en varias ciudades del Valle del Rift se han repartido folletos ordenando marcharse a los kikuyu. "¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!", se leía en un panfleto. "Los que no obedezcan, morirán".
En algunos casos, la literatura parecía formar parte de una campaña de sucios trucos para empañar a los rivales. En noviembre, emergió en Nairobi un documento, con la etiqueta de confidencial y escrito presuntamente por líderes de la oposición, que explicaban un plan para utilizar las "tensiones étnicas y la violencia como último recurso".
"Es absolutamente falso", dijo Peter Wanyande, un estratega de la oposición cuyo nombre aparece en el documento con el nombre mal deletreado. "Nuestros opositores son los que utilizan la violencia étnica. Es terrible".
El gobierno acusa a los partidarios de la oposición y sus líderes por la carnicería en el Valle del Rift, especialmente el incidente en que unas cincuenta mujeres con sus hijo, que habían buscado refugio en una iglesia, fueron quemados vivos.
"Esta es una limpieza étnica", dijo Alfred Mutua, portavoz del gobierno keniata.
Varios jefes de las comunidades kalenjin y masai dijeron que celebraron reuniones antes de las elecciones para discutir cómo atacar a los kikuyu y expulsarlos de la tierra. Importantes políticos de oposición dijeron que no estaban implicados y que no tenían planes para provocar actos violentos.
"El problema surgió en el furor del momento cuando nos robaron las elecciones", dijo Ruto.
La decepcionante realidad es que todo esto ha ocurrido antes en Kenia: los mismos lugares, las mismas líneas étnicas, incluso las mismas tácticas, incluyendo mancharse la cara con lodo. Las dos veces que la violencia étnica se ha extendido por el Valle del Rift, a principios de los años noventa y ahora, las tensiones locales han sido provocadas por la política.
El problema empieza con la tierra. En los años sesenta y setenta, los kukuyu de las mesetas centrales de Kenia adquirieron extensas haciendas, algunas legalmente, otras a través de cuestionables conexiones con el primer presidente de Kenia, Jomo Kenyatta, un kikuyu.
Eso creó ojeriza con grupos locales de kalenjin y masai. El presidente de Kenia en 1991, Daniel Arap Moi, explotó esos sentimientos para sus propios fines. Moi, kalenjin, se presentaba a la reelección y utilizó su red de jefes de policía y autoridades tribales para atacar a los kikuyu y otros grupos étnicos asociados con el naciente movimiento de oposición. Los enfrentamientos se cobraron la vida de más de mil personas, y aunque se redujeron a fines de los noventa, en realidad nunca cesaron.
Y este reciente ciclo electoral una vez más estaba destinado al desastre.
Por primera vez desde los años sesenta, dos pesos pesados de grupos étnicos rivales se enfrentaron en unas elecciones muy reñidas, dándole un inevitable tinte étnico. El telón de fondo fue el creciente resentimiento hacia los kukuyu, en parte debido a que Kibaki puso a kukuyus en las posiciones más poderosas de Kenia.
Muchos kalenjin en el Valle del Rift sintieron que había llegado su turno. Odinga obtuvo buenos resultados en las encuestas y prometió implementar una política llamada majimbo, que quiere decir algo así como federalismo pero que ha sido interpretada por muchos como la expulsión de grupos étnicos (especialmente los kikuyu) de áreas de las que no son nativos.
La etnicidad en África, dice Ted Dagne, un especialista del Servicio de Investigaciones del Congreso, es un punto de ignición fácil debido a la creencia -y a menudo a la práctica- de que el grupo étnico en el poder ayudará primero a su propia gente, marginando a los otros.
"En Kenia esto no es tan obvio como en, digamos, Somalia", dijo Dagne. "Pero está presente".
También lo están las tendencias culturales.
Kibet, un combatiente kalenjin, contó que a los catorce fue enviado a la selva durante unos meses para ser circuncidado y aprender las costumbres de su pueblo. Le enseñaron a disparar con arco y flechas y a romper un cráneo con una maza de madera. Describió la transformación que él y sus compañeros efectúan rutinariamente, cuando se despojan de sus vaqueros y abandonan sus trabajos para pintarse como guerreros y armarse de garrotes.
"Los kikuyu son nuestros enemigos porque están en nuestra tierra", dijo. "No es bueno matar a sus mujeres o niños. Pero matar a sus hombres, eso es un logro".

29 de enero de 2008
21 de enero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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