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somalíes retan al destino


[Marc Lacey] Reportaje anterior a la toma de la ciudad por milicias fundamentalistas, un periodista describe el horror que viven los emigrantes somalíes.
Boosaaso, Somalia. Afortunadamente, Farhia Ahmed Muhammad sabía nadar. Mientras la desvencijada lancha pesquera que la señorita Muhammad y otras 94 almas desesperadas habían abordado para salir de Somalia en el otoño pasado, se acercaba a la costa yemení, los contrabandistas los obligaron a lanzarse por la borda al mar embravecido e infestado de tiburones.
No se atrevieron a resistir. Los contrabandistas ya habían matado a dos hombres simplemente porque habían suplicado que les dieran agua. "No fue que lo pidiéramos", dijo Muhamma, 17. "Simplemente nos arrojaron al mar".
No es muy difícil entender por qué quiere la gente salir de Somalia, con su brutal guerra de clanes, su agobiante sequía y su desesperada pobreza. En las últimas semanas la intensificación de la lucha entre musulmanes y señores de la guerra somalíes ha dejado cientos de muertos y muchos más heridos en Mogadiscio, la hacinada capital de Somalia, provocando un éxodo todavía más grande. Pero llegar a Yemen por mar, una entrada ilegal a trabajos en Oriente Medio, implica riesgos que compiten con los que se corren en tierra.
En el mejor de los casos, el viaje a través del Golfo de Aden toma dos noches, si las mareas son las correctas, el motor de la lancha no se estropea y la Guardia Costera Yemení no intercepta la embarcación. Pero puede pasar una semana o más si algo sale mal, o el viaje puede ser abortado a mitad de camino, y los contrabandistas pueden decidir echar al mar a los pasajeros.
"Sabemos que hay dos posibilidades: la vida o la muerte", dice Abdi Kareem Muhammad Mahmoud, 21, que huyó de Mogadiscio la semana pasada con una herida de bala en un pie y llegó a la costa somalí con la esperanza de llegar a Yemen. "Nos dijeron que podríamos lograrlo o que podrían arrojarnos al mar y morir. Pero quiero intentarlo. Después de todos los peligros por los que he pasado, ¿qué importan algunos más?"
Para los habitantes de Mogadiscio el riesgo es alto. Las milicias asociadas a los infames señores de la guerra de la capital -los que, de acuerdo a varios analistas de África, son pagados por agentes secretos americanos para localizar y capturar a miembros de Al Qaeda- se han estado enfrentando en las últimas semanas y meses con pistoleros contratados por líderes musulmanes para tratar de hacerse con el control de la anárquica ciudad.
Los violentos incidentes recientes en la capital son los peores desde que cayera el último gobierno central de Somalia hace quince años, y la mayoría de los cientos de bajas han sido civiles cogidos por el fuego cruzado.
Pero el número de bajas en el mar ha sido todavía más alto.
Desde septiembre han muerto unas mil personas mientras intentaban hacer el trayecto desde la costa norte de Somalia hasta Yemen a través del mar. Y eso es simplemente una estimación, ya que nadie sabe cuántas lanchas, todas ellas cargadas hasta los topes, intentan la travesía desde las playas de la remota región de Puntland en el nordeste de Somalia.
El único modo de estimar el horror es contar los cuerpos que aparecen en las playas y escuchar las espeluznantes historias que cuentan los sobrevivientes.
Después de ser obligada a arrojarse al mar, Muhammad estaba tan debilitada que apenas si pudo llegar a la playa en Yemen, donde permaneció por un corto período antes de volver a Somalia.
Milagrosamente, todos los pasajeros de su lancha sobrevivieron, incluyendo seis niños que había a bordo.

Los contrabandistas somalíes son una especie despiadada. Cobran entre 30 y 100 dólares por la travesía, lo que es bastante ya que apiñan entre 80 y 200 personas en una lancha pesquera. Y el pago no garantiza para nada un pasaje seguro.
Si el mar se pone muy bravo, pueden arrojar por la borda a algunos pasajeros para aligerar la embarcación. Si alguien se atreve a resistir durante el viaje, un golpe con un palo o la culata de un arma de fuego es el castigo inevitable. Las mujeres solas corren el riesgo de ser molestadas sexualmente por la tripulación, en las noches.
Pero es cuando aparece la Guardia Costera Yemení y el dueño de la lancha corre el riesgo de perder su embarcación que las cosas empeoran. Es probable que la tripulación obligue a lanzarse al agua a todos los pasajeros, a punta de pistola. Si alguno titubea, la tripulación a veces ata las manos de los pasajeros y los arrojan al mar, o simplemente les disparan.
"La situación es tan mala como parece", dice Dennis McNamara, el asesor especial de Naciones Unidas para gente desplazada, que visitó Boosaaso esta semana para instar a las autoridades locales a tomar medidas contra lo que llamó una de peores y más desdeñadas rutas de tráfico ilegal del mundo.
Los emigrantes somalíes atraviesan un terreno duro hasta Boosaaso, una destartalada ciudad portuaria. Allá se incorporan refugiados etiopes, que escapan de persecuciones políticas o van a la búsqueda de una vida mejor en los países del Golfo Pérsico.
Esos emigrantes, con otros de lugares tan lejanos como Zambia al sur, se congregan en cobertizos aquí junto al mar, donde tratan de reunir el dinero para el viaje.
Muchos tenían el dinero, pero fueron asaltados en el camino. El trabajo es escaso en Boosaaso, así que reunir dinero puede tomar años y años de trabajo.
"Esta gente es la más pobre entre los pobres", dice McNamara, que recorrió sus chozas de madera, sin agua corriente ni retretes y tan amontonados que estallan a menudo incendios, que obligan a todo el mundo a empezar de nuevo.
Si reúnen el dinero, los emigrantes buscan a un intermediario, que les susurra la ubicación de un punto de encuentro en las afueras de la ciudad.
Los emigrantes se dirigen en grupo a una remota parte de la playa, donde abordan las lanchas protegidos por la oscuridad.
"Es muy peligroso y se corre el riesgo real de ser arrojado al mar", dice Batsieva Zerihum, de la Organización Internacional para las Migraciones, que aconseja a los emigrantes etiopes reunidos en Boosaaso que abandonen su viaje y vuelvan a casa.
"Les hablo, pero todos quieren intentarlo. Hay personas que lo han intentado cuatro veces, y siguen intentandolo".

La primera vez que Asho Ali Baree, 34, hizo el viaje, la lancha tuvo problemas con el motor y el capitán les pidió a los pasajeros que rezaran.
Lo hicieron, y la lancha, de algún modo, logró volver a Somalia.
Le dieron otra oportunidad de cruzar, lo que la convirtió en más afortunada que los pasajeros de otra lancha que zarparon una noche sólo para ser dejados, cuatro días más tarde, más abajo en la costa somalí diciéndoles que habían llegado a Yemen.
"Me puse furiosa", dijo Adisu Sisai, 18, un etiope que perdió 50 dólares pero que ha comenzado a ahorrar nuevamente el dinero.
Este año se conoció una de las historias más horribles cuando más de cien personas murieron en el mar después de que la tripulación las obligara a arrojarse al mar a medio camino. Un niño de diez años llamado Badesa fue mantenido a bordo para que limpiara la lancha en su regreso a Boosaaso. Ahora se está recuperando de desnutrición y del shock en un hospital. Sus secuestradores siguen libres.
Es un secreto a voces que la gente poderosa en Puntland, incluyendo algunos vinculados a importantes políticos, poseen muchas de las lanchas implicadas en el tráfico, pero no son perseguidos por las autoridades.
Los somalíes que llegan a Yemen tienen derecho a los beneficios de un campo de refugiados allá. Pero ese no es el objetivo de nadie.
El objetivo es conseguir un trabajo bien pagado, cualquier cosa por encima de 50 dólares al mes en esta parte del mundo, y por ello arriesgan sus vidas.
Muchos son deportados, a menudo en una pista de aterrizaje en las afueras de Mogadiscio, lejos de las aldeas donde empezaron su travesía.
Otro peligro acecha en las costas somalíes. La policía, aunque ineficaz a la hora de parar el contrabando, a veces detiene a los emigrantes, aunque las bases legales para hacerlo son poco claras.
Hace poco, el jefe de policía, el coronel Muhammad Rashid Jama, hizo desfilar a tres hombres y una mujer en el terreno de una comisaría. Todos confesaron haber tratado de llegar a Yemen.
Un hombre, Abdi Ahmed Muhammad, 28, tenía una venda en la cabeza, y dijo que un contrabandista le había golpeado con la culata de un rifle. El contrabandistas había aceptado su dinero, pero luego se negó a admitirlo en la lancha que salía, dijo.
La mujer, Amal Hussein Ali, 37, dijo que había dejado a siete niños en Mogadiscio para salir a buscar trabajo en Yemen, para criarlos. Como viuda, corría el riesgo de pasar tres años en la cárcel, dijo la policía.
"Todos sienten compasión por ella", dijo el coronel Jama. "Yo siento compasión por ella. Pero ella se convirtió en una delincuente, y yo soy un agente de Puntman que debe proteger la Constitución".
Cuando funcionarios de Naciones Unidas protestaron ante las autoridades de Puntland sobre la detención de los emigrantes en lugar de detener a los contrabandistas, los funcionarios alteraron sus versiones. La gente detenida, incluyendo a la señorita Ali, eran los contrabandistas, dijeron.
Algunas lanchas han sido estropeadas. Pero los funcionarios dicen que ellos se encuentran impedidos de hacer algo debido al hecho de que las leyes locales no prohíben explícitamente el tráfico de seres humanos.
Así que el flujo continúa, alimentado por la desesperación y la codicia. Mahmoud, cuidando su pie herido y acosado por muchos años de vivir la pesadilla, dijo que se quería marchar a otro lugar, más tranquilo, al otro lado del mar.
"Cuando miro el mar, pienso que dejaré todo esto y me iré", dijo. "Espero lograrlo".

29 de mayo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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