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la cara de la esclavitud moderna


Cuando escribo sobre la trata de seres humanos como una forma moderna de esclavitud, la gente a veces se desconecta y pone su mirada vidriosa. Así, Ojos Vidriosos, les presento a Srey Pov.
[Nicholas D. Kristof] No se deja entrevistar fácilmente porque se quiebra cuando recuerda su vida en un prostíbulo camboyano, y pronto mis ojos también empiezan a humedecerse.
La familia de Srey Pov la vendió a un burdel cuando tenía seis años. No sabía lo que era el sexo, pero lo descubriría pronto. Un pedófilo occidental compró su virginidad, dijo, y los dueños del burdel la amarraron desnuda, con las piernas abiertas a una cama para que él pudiera violarla.
"Tenía mucho miedo", recuerda. "Estaba llorando y preguntando: ‘¿Por qué me hace esto?’"
Después de eso, la niña fue muy demandada precisamente porque era tan joven. Recuerda que cada noche la violaban unos veinte clientes. Y el burdel cosió su vagina para poder venderla nuevamente como virgen. Esta práctica terriblemente dolorosa es común en los burdeles asiáticos, donde los clientes a veces pagan cientos de dólares por violar a una virgen.
La mayoría de las chicas que han sido vendidas, sea en Nueva York o en Camboya, finalmente se entregan. Son degradadas y aterrorizadas, y dudan de que sus familias o la sociedad las vuelvan a aceptar. Pero de algún modo, Srey Pov se negó a rendirse.
Trató de escapar repetidas veces del prostíbulo, aunque contó que fue capturada todas las veces y fue castigada brutalmente con golpizas y descargas eléctricas. El burdel, como muchos en Camboya, también tenía una celda de castigo para romper la voluntad de las chicas rebeldes.
Como lo recuerda Srey Pov (y las otras chicas cuentan historias similares), cada vez que intentaba escaparse, la encerraban desnuda en la oscuridad en un barril medio lleno de aguas servidas, repleto de alimañas y escorpiones que la mordían constantemente. Le pregunté cuánto tiempo duraba este castigo, pensando que eran quizás una o dos horas.
"¿Lo más largo?", recordó. "Fue una semana".
Los cientes son, por supuesto, la razón de por qué sigue habiendo tráfico de seres humanos y muchos de ellos piensan honestamente que las chicas en los burdeles lo hacen voluntariamente. Muchas lo están, por supuesto. Pero las sonrisas no son siempre lo que parecen. Srey Pov recuerda incluso haber coqueteado para evitar que la mordieran.
"Sonreímos por fuera", dijo, "pero por dentro estamos llorando".
Sin embargo, esta es una historia con un final triunfante. A los nueve, Srey Pov fue capaz de correr fuera del burdel y ganarle al guardia. De algún modo llegó a un refugio dirigido por Somaly Mam, una activista contra la trata que fue -ella misma- prostituida cuando era niña. Ahora Somaly dirige la Fundación Somaly Mam para combatir el tráfico de seres humanos en el sudeste asiático: ella es la que dirigió la redada en el burdel sobre la que conté en mi última columna.
En el refugio de Somaly, Srey Pov aprendió inglés y floreció. Ahora de diecinueve, Srey Pov puede incluso imaginar que tiene un novio.
"Antes no me gustaban los hombres porque me golpeaban y me violaban", reflexionó. "Pero ahora creo que no todos los hombres son malos. Si encuentro un hombre bueno, me puedo casar con él".
Somaly está creando un ejército de chicas como Srey Pov que han sido rescatadas de prostíbulos: bien educadas y determinadas a derrotar la trata de seres humanos. En el curso de los años, he visto a estas mujeres y chicas hacer la diferencia, y se están imitando.
En mi última columna describí una atemorizada niña vietnamita de séptimo que fue rescatada en el allanamiento a un burdel en el que participamos Somaly y yo. Ese allanamiento en la ciudad de Anlong Veng ya había causado un impacto, pues seis prostíbulos más en la zona han cerrado debido a la atención pública y el temor de que ellos podrían ser los siguientes. Y la chica de séptimo se está recuperando de su trauma en el refugio de Somaly, donde una niña llamada Lithiya la había puesto bajo su protección.
Lithiya, ahora de quince, es una de mis favoritas del ‘ejército de Somaly’, quizás porque quiere ser periodista y ha aprendido por su propia cuenta un inglés asombrosamente bueno. Vendida a los nueve en Vietnam, Lithiya fue encerrada en un prostíbulo durante años antes de que trepara una muralla y escapara. Ahora en el noveno, es la mejor estudiante de su clase.
Srey Pov, Lithiya y Somaly fueron víctimas de una forma de opresión que evoca la esclavitud del siglo diecinueve. Pero hoy la escala es más grande. Según mis cálculos, ahora se venden a burdeles unas diez veces más chicas anualmente que los esclavos africanos llevados al Nuevo Mundo en los años de apogeo del comercio de esclavos transatlántico.
Para los que duden de que la ‘esclavitud moderna’ es realmente un problema en la nueva agenda internacional, piensen en Srey Pov -y multiplíquela por millones. Si lo que viven esas chicas no es esclavitud, entonces esa palabra no significa nada. Ahora es el momento para un movimiento abolicionista del siglo veintiuno en Estados Unidos y en todo el mundo.
25 de noviembre de 2011
17 de noviembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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