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cómo surgió bin laden


[Ahmed Rashid] Cuando en marzo y abril de este año millones de personas en todo el mundo se reunían frente a sus televisores para seguir las comparecencias públicas realizadas por la comisión independiente que investiga los atentados del 11 de septiembre, el nombre que flotaba en el salón era Osama Bin Laden. Un alto funcionario tras otro, tanto de la administración de Clinton como de la de Bush, relataron los numerosos intentos de la CIA de capturarlo o matarlo antes del 11 de septiembre.
Se conocen algunas de las historias de sus esfuerzos por capturar a Bin Laden. Los que han seguido de cerca los informes sobre el trabajo del servicio secreto estadounidense, sabían que la administración de Clinton decidió no dar orden de matarlo en febrero de 1999, cuando se encontraba en un campamento de cacería con un grupo de príncipes árabes en el sur de Afganistán. También sabían que la CIA había contratado a un grupo de mercenarios afganos para secuestrarlo de la granja de Al Qaeda en Kandahar, Afganistán, y a un grupo de comandos paquistaníes para que hicieran lo mismo. Algunos de los observadores entre el público sabían probablemente tanto como los miembros de la comisión.
Entre los mejor informados estaban los que habían leído ‘Ghost Wars', de Steve Coll, un libro extraordinario, publicado unas semanas antes de que comenzaran las comparecencias públicas, que gozó del interés de la gente que sigue los asuntos de inteligencia, aunque de ningún modo comparable con la publicidad dada poco después al libro de Richard Clarke, ‘Against All Enemies'. Después de todo, Clarke fue uno de los expertos en terrorismo más influyentes de la Casa Blanca. Que dijera que la administración para la que había trabajado estaba haciendo la guerra equivocada, fue completamente inesperado. Los antecedentes de Steve Coll son muy diferentes. Él era periodista en Afganistán, y es desde 1998 el editor ejecutivo de The Washington Post.
‘Ghost Wars', que llevó 20 años escribir, explica en detalle las operaciones encubiertas de la CIA en Afganistán desde la época en que la Unión Soviética invadiera ese arruinado país en 1979. Coll relata minuciosamente cómo la CIA alentó y apoyó a la yihad islámica contra los soviéticos, y las implicaciones de este apoyo para el surgimiento de musulmanes radicales, como Bin Laden. No es sorprendente que este libro ponga énfasis particular en el período de fines de los años 90, después de que Bin Laden se estableciera en Afganistán y entonces, con la ayuda de los talibanes, comenzara su yihad global contra Estados Unidos y el Occidente.
Coll tuvo acceso a documentos secretos sobre las operaciones de la CIA. No solamente entrevistó a funcionarios, sino también a espías y jefes de espionaje en Paquistán, Arabia Saudí, Rusia y otros países. Nadie que yo conozca ha sido capaz de ofrecer una perspectiva tan amplia para estudiar el surgimiento de Bin Laden; la CIA misma se vería en problemas para superar su comprensión de acontecimientos globales. Rara vez ha sido un libro capaz, como lo es el de Coll, de anticipar las revelaciones de burócratas de gobierno, como las de Richard Clarke, sobre el servicio secreto. Además, lo hace de un modo mucho más exhaustivo que los testimonios recientes de los funcionarios.
Coll ha evitado el escollo que deben superar los periodistas a los que se les da acceso a archivos secretos del gobierno. La CIA tiene una larga historia de manipulación de la prensa y de la televisión, para imponer su propia interpretación de los acontecimientos. Y su director, George Tenet, el único alto funcionario que ha trabajado tanto para Clinton como para Bush, es un maestro de la supervivencia y de la voltereta en política. Algunos escritores con acceso a los corredores más recónditos del poder están fascinados por su proximidad a los actores reales, y se nota. Pero no en el libro de Coll.
´Bush at War´, de Bob Woodward, gozó de más interés que cualquiera de los otros libros que aparecieron sobre el tema después del 11 de septiembre. Woodward tuvo acceso al proceso de toma de decisiones en la Casa Blanca en los días siguientes al 11 de septiembre, que condujeron al ataque estadounidense contra Afganistán. En el informe de Woodward, George Tenet y la CIA salen oliendo a santidad; está claro que la CIA fue la principal fuente de su libro. Woodward nos quiere hacer creer que la CIA tenía "recursos" -informantes y agentes- en el terreno en Afganistán; que estaba en completo control de los hechos acerca de Bin Laden; y que estaba ansiosa por iniciar operaciones encubiertas en ese país antes de que comenzara la guerra en Afganistán. Así quería la CIA culpar al secretario de Estado, Colin Powell, y al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, porque no tenían los recursos que Tenet dijo tener. Coll muestra que la realidad era completamente diferente: por ejemplo, muy pocos agentes de la CIA hablaban alguna de las lenguas de Afganistán.
El libro de Woodward hizo que algunos de sus colegas se encogieran de vergüenza. Al informar de manera poco crítica las ideas de Tenet, escribió como si fuera el escribiente del rey de una corte medieval. Rara vez cuestionó lo que se le decía, rara vez expuso algún punto de vista no oficial, y aceptó la versión interesada de los acontecimientos de Tenet. Podemos agradecer al autor que no esté fascinado por su acceso a los poderosos y no se sienta obligado a defender a la CIA. En lugar de eso, ofrece un informe mucho más balanceado, culpando a la CIA por no tener una presencia adecuada en Afganistán y por no saber demasiado del país. También acusa a los gobiernos de Clinton y Bush de haber impedido que la CIA actuara contra Al Qaeda. En contraste con Woodward, Coll se basa en una variedad de fuentes diferentes y muestra que hubo conflictos entre las dos administraciones sobre la seriedad de la amenaza terrorista. Particularmente sorprendente es el retrato que hace de Clarke como un duro experto en terrorismo, que pidió medidas más fuertes contra Al Qaeda.
Al menos algunos hechos son suficientemente simples. En los años ochenta, la CIA pagó cientos de millones de dólares en ayuda encubierta a los Mujahedines Afganos, un grupo musulmán que se oponía a la ocupación soviética de Afganistán y que era también apoyado por Arabia Saudí y el servicio de inteligencia paquistaní (ISI). Después del éxito inicial de la campaña anti-soviética, el director de la CIA, William Casey, convenció en 1985 al gobierno de Reagan de que aumentara radicalmente su apoyo. La CIA en particular estimuló el reclutamiento de militantes musulmanes radicales -muchos de los cuales tenían vínculos con la Hermandad Musulmana-, pensando que estaban más dedicados a combatir las tropas de ocupación soviéticas que los grupos afganos realistas o seculares. Como escribe Coll, Estados Unidos adoptó una política que apuntaba hacia una nueva era de infusiones directas de tecnología militar de avanzada en Afganistán, una intensificación del adiestramiento de las guerrillas musulmanas en explosivos y técnicas de sabotaje, y ataques dirigidos contra oficiales soviéticos con el fin de desmoralizar al alto mando soviético. Entre otras consecuencias, estos cambios llevaron a la CIA, junto con sus clientes en la resistencia afgana y en el servicio secreto paquistaní, a la zona gris del asesinato y del terrorismo.

Cuando Estados Unidos se retiró de Afganistán en 1989, dejó atrás un curtido grupo de yihadistas, cuya rama del islam radical encontró un seguidor inmensamente rico en Osama Bin Laden. Hijo de un millonario saudí, Bin Laden se unió a la yihad poco después de la invasión soviética, usando sus recursos financieros para construir instalaciones militares y campos de adiestramiento para militantes voluntarios. Bin Laden empezó primero a dirigir sus energías contra Estados Unidos en 1990, cuando la familia real saudí accedió a invitar a tropas estadounidenses para que fuesen estacionadas en Arabia Saudí como parte de su alianza contra Iraq. Según Coll, el príncipe Turki, el jefe del servicio secreto saudí, dijo que ese fue el momento en que se decantó el extremismo de Bin Laden y su odio hacia los infieles estadounidenses. "De un hombre calmado, pacífico y amable, interesado en ayudar a los musulmanes, se transformó en una persona que creía que sería capaz de reunir y dirigir un ejército..."
Cuando la Unión Soviética retiró sus tropas de ese país, la CIA también lo hizo -y no solamente de Afganistán, sino prácticamente de todo el sur y centro de Asia, una región que tuvo cada vez menos importancia en la política exterior del período posterior a la Guerra Fría. En 1996, la CIA fue tomada por sorpresa cuando el caos talibán ocupó Kabul, haciendo escapar al famoso comandante de la resistencia de habla tajik, Ahmed Shah Massoud. En 1998, la CIA falló en predecir que India haría explotar una bomba nuclear o que Paquistán lanzaría una ofensiva militar en el distrito de Kargil, en el Cachemir indio, al año siguiente. Y estos son sólo algunos de los fiascos más conocidos de la agencia que Coll ha destacado.
Coll dice que aunque la CIA había pasado a través de Paquistán billones de dólares en ayuda militar a los Mujahedines Afganos, no tenía demasiado interés en saber quién recibía las armas, ni le interesaba saber cómo se vería Afganistán después de los soviéticos. En su elección de los líderes y organizaciones que recibirían las armas y el dinero, la CIA dependía del servicio secreto paquistaní (ISI) y del Departamento General de Inteligencia de Arabia Saudí (GID). Coll escribe sobre ese período que "no había una política estadounidense sobre política afgana en ese momento, sólo el apoyo de los objetivos paquistaníes llevados a cabo por el servicio secreto paquistaní". Importantes entregas de armas y dinero, destinadas a los Mujahedines, pasaban primero por las manos del ISI, que predeciblemente tomaba una generosa tajada para sí mismo antes de permitir las entregas a los grupos de mujahedines elegidos por ellos.
Los servicios de inteligencia de Paquistán y de Arabia Saudí apoyaron inicialmente al grupo extremista islámico Hezb-e-Islami -liderado por Gulbuddin Hekmatyar- y luego, encontrando a Hekmatyar codicioso e impopular, apoyaron a otro grupo, los talibanes, liderados por el mullah Mohammed Omar. Los dos se encuentran ahora en la lista de fugitivos más buscados de Estados Unidos. Cuando los paquistaníes apoyaban a Hekmatyar, los saudíes canalizaban su dinero a través de una variopinta colección de afganos wahabíes adiestrados o educados en Arabia Saudí, en parte con la ayuda del multimillonario saudí, Osama Bin Laden. A mediados de los años noventa, la CIA permitió que el ISI y el GID dictaran mucho sobre el curso de la guerra civil afgana, incluyendo el surgimiento de los talibanes cuando los mujahedines se encontraban debilitados por sus incesantes guerra entre unos y otros y la pérdida del apoyo popular. Coll dice que los saudíes, que preferían trabajar a distancia, financiaron las actividades del ISI en Afganistán e incluso pagaron "bonos" en dinero contante y sonante a oficiales del ISI que favorecían los intereses saudíes.
Coll descubrió también que en 1998, cuando los talibanes controlaban dos tercios del país, el ISI mantenía ocho estaciones en Afganistán, manejadas por oficiales que asesoraban a los talibanes y ayudaban a adiestrar a los militantes para la guerra de Cachemir. Acusa repetidamente al antiguo primer ministro Benazir Bhutto, de "mentir" cuando dijo a oficiales estadounidenses, de visita, que Paquistán no tenía nada que ver con los talibanes. También desacredita la teoría ampliamente sostenida entre teóricos conspiracionistas, de que la CIA apoyaba directamente a los talibanes. Lo hizo básicamente a través de su apoyo del ISI.

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Pasé los años noventa tratando de descifrar el fracaso de Estados Unidos en adoptar una política clara hacia Afganistán. Trabajé en gran parte en Islamabad, donde la embajada estadounidense tiene un solo funcionario de nivel medio, del departamento de Estado, siguiendo los acontecimientos en Afganistán y un consulado con un pequeño staff en Peshawar, cerca de la frontera. No hay dudas de que había agentes de la CIA en contacto con ellos, si es que no eran agentes ellos mismos, pero sus fuentes de información eran en gran parte exiliados afganos que vivían en Paquistán e informes periodísticos de reporteros que se aventuraban al interior del país. En resumen, por vigorosos y entusiastas que fueran, reunieron la misma información que pudo haber reunido un periodista competente en ese momento. Ello dejó a Estados Unidos en la ignorancia de la trama interna de la organización talibán y sus conexiones con Bin Laden. Coll deja en claro que la CIA no tenía una presencia seria en Afganistán ni la capacidad de seguir los acontecimientos allá, para no mencionar su incapacidad de cultivar fuentes útiles y aliados dentro del país.
Robert Baer, un ex funcionario de la CIA, escribe que en los años noventa muy poca gente en toda la agencia hablaban pashtún o persa -las dos lenguas principales de Afganistán.(4) El escritor Robin Moore, en su libro ‘The Hunt for bin Laden' observa que cuando grupos de las Fuerzas Especiales estadounidenses y agentes de la CIA fueron aerotransportados en el norte de Afganistán para comenzar a movilizar a la Alianza del Norte anti-talibán después del 11 de septiembre, la mayoría de ellos podían hablar árabe y ruso, pero ninguna de las lenguas que se hablan en Afganistán. Según mis propias observaciones, la CIA no cuenta con intérpretes competentes y debieron recurrir a hablar por signos en sus contactos iniciales con la Alianza del Norte, así como en sus relaciones con otros grupos.
Después del 11 de septiembre, mi buzón se inundó con docenas de mensajes electrónicos de agencias de reclutamiento que solicitaron mi ayuda para contratar a hablantes de dari o pashtún para "trabajos gubernamentales". Para una persona ajena al asunto como yo, esta carencia lingüística era el ejemplo más obvio y patente de la falta de interés en Afganistán de parte del gobierno de Estados Unidos y de la CIA en particular. La CIA tenía entonces una célula de agentes e informantes en la región para espiar a Al Qaeda, pero adolecían de la misma ignorancia.
Durante los quince años precedentes, líderes afganos advirtieron a funcionarios estadounidenses de los peligros de ignorar el país. Coll cita una profética declaración del presidente Najibullah, el líder comunista derrocado por los mujahedines en 1992. Trató de convencer a Estados Unidos de instalar un gobierno de coalición en Kabul que excluiría a los líderes de los mujahedines islámicos de la línea dura, tales como Hekmatyar. "Tenemos", dijo, "una tarea común -Afganistán, Estados Unidos y el mundo civilizado- para lanzar una lucha conjunta contra el fundamentalismo. Si el fundamentalismo llega a Afganistán, la guerra continuará durante muchos años. Afganistán será el centro mundial del contrabando de narcóticos. Afganistán se transformará en un centro terrorista".
En 1992, Najibullah se refugió en una casa de huéspedes de Naciones Unidas en Kabul, donde fue capturado para ser colgado por los talibanes.
A mediados de los años noventa, otros líderes afganos, incluyendo a Ahmed Shah Massoud, Abdul Haq, el comandante afgano rebelde, y el actual presidente, Hamid Karzai, criticaron a los funcionarios estadounidenses por ignorar al país, pero no fueron escuchados en Washington. Abduk Haq fue completamente ignorado por la CIA, incluso después del 11 de septiembre, y fue asesinado por los talibanes poco después de que comenzara la guerra liderada por Estados Unidos. Karzai, que vivía en Quetta, Paquistán, fue expulsado del país por el ISI apenas unas semanas antes del 11 de septiembre, porque estaba tratando de organizar a los jefes tribales afganos para sacar a los talibanes de Paquistán. En cambio, según me he enterado, cuando Karzai pidió a las embajadas estadounidense y británica que trataran de revertir la orden de expulsión, no recibió ayuda alguna.
Coll deja claro que cuando estos hombres decían que temían que su país fuera ocupado por los talibanes y Al Qaeda, no fueron considerados más que como políticos con ambiciones personales. Al Qaeda los tomó mucho más en serio. Massoud, que siguió liderando un grupo de combate contra los talibanes, fue liquidado justo antes del 11 de septiembre por asesinos vinculados a Bin Laden, y Karzai ha sobrevivido varios intentos de asesinato. Para cualquiera que haya seguido de cerca los acontecimientos en la región estaba claro que antes del 11 de septiembre el peligro que representaban los talibanes, Al Qaeda y Bin Laden no gozaban de prioridad para las administraciones de Clinton y Bush. Después del 11 de septiembre, Estados Unidos se enfrentó repentinamente con el problema de cómo seguir la pista de Bin Laden y eliminarlo, cuando había construido durante años, y con éxito, estrechos lazos con los talibanes y muchos otros afganos y paquistaníes.
Coll entrega un vívido informe de esos años. En enero de 1996, escribe que el Centro Antiterrorista de la CIA, con su sede en Langley, Virginia, abrió una nueva oficina para trazar a Bin Laden, que llegó a ser conocida como la "Estación Problema Bin Laden", con el nombre secreto de "Alex". En esa época, la CIA pensaba que Bin Laden se dedicaba solamente a financiar a los grupos terroristas, no a dirigirlos. Pocos meses después, Bin Laden alquiló un avión de las Aerolíneas Afganas para desplazarse desde Sudán, donde había organizado células de Al Qaeda entre los musulmanes africanos, hasta Jalalabad, Paquistán; necesitó dos vuelos más para trasladar a sus esposas, hijos y guardaespaldas. Los funcionarios de la CIA no fueron capaces de espiar su llegada, escribe Coll, porque no tenían agentes en Jalalabad, una de las ciudades más grandes de Paquistán y apenas a unas millas de la frontera paquistaní. Eso era, descubrió Coll, lo que se sabía de Bin Laden cuando llegó a Paquistán, un país que pondría prácticamente bajo su control dentro de los siguientes cuatro o cinco años.
Coll describe los varios planes de los especialistas de la CIA para tratar de secuestrarlo. Querían pagar a un escuadrón de la muerte de Uzbequistán que tenía experiencia en esas materias. Trataron de contratar un equipo semejante en Paquistán, cuyo gobierno mostró poco interés, porque apoyaba a los talibanes. La CIA empezó a financiar a un equipo afgano para que lo capturaran; reinició una relación con el comandante anti-talibán, Ahmed Shah Massoud, pagándole un depósito mensual y proveyéndole de equipos de modo que sus tropas pudieran espiar los movimientos de Bin Laden. Como señala Coll, el entusiasmo y la dedicación de los miembros de la unidad especial de la CIA encargada de Bin Laden no sirvieron para nada, ya que se suponía que debían llevar a cabo los planes más insensatos de la dirección de la CIA.
Un problema era simplemente que la CIA tenía poca gente con la que contar -"recursos"- en Afganistán mismo. El gobierno de Clinton no tenía una política coherente hacia las tres principales fuerzas políticas -los talibanes, la resistencia anti-talibán, y Paquistán. Condoleeza Rice, casi sin darse cuenta, resumió el dilema de las dos administraciones -de Clinton y de Bush- cuando dio su testimonio el 8 de abril ante la comisión del 11 de septiembre: "La política estadounidense hacia Al Qaeda no funcionaba porque nuestra política sobre Afganistán no estaba funcionando. Reconocimos que la política antiterrorista de Estados Unidos tenía que conectarse a nuestras estrategias regionales y a nuestra política de relaciones exteriores en general".
Pero Rice también alegó en su testimonio que el gobierno de Bush estaba dando pasos decisivos hacia una nueva política en la región que habrían aumentado las posibilidades de capturar a Bin Laden justo una semana antes del 11 de septiembre. De hecho, nada de lo que ella propuso sirvió para alcanzar ese objetivo. Una vez más, era muy poco y muy tarde.
De hecho, Coll deja claro que desde 1996, la CIA y el gobierno han estado trabajando en una región donde tanto los gobiernos como los habitantes se oponen en su mayoría a que Estados Unidos capture a Bin Laden. Estados Unidos no hizo ningún intento serio de modificar la situación. Sin embargo, George Tenet no reconoce en ninguna parte, en los testimonios y documentos hechos públicos hasta ahora, estas evidentes contradicciones. Tampoco exigió una modificación estratégica en la política regional -en particular hacia Paquistán- que debería haber dictado Estados Unidos para hacer frente a la amenaza que representaba Al Qaeda. En su testimonio del 14 de abril ante la comisión del 11 de septiembre, Tenet admitió que la CIA cometió errores y se concentró en fallas técnicas, falta de personal y de coordinación con el FBI y otras agencias que entorpecieron las labores de la CIA antes del 11 de septiembre. Afirmó que "entre 1999 y 2001, nuestra base de agentes contra el objetivo terrorista creció en más de un 50 por ciento. Manejábamos 70 fuentes y fuentes secundarias, 25 de las cuales operaban dentro de Afganistán". Incluso para los que saben poco sobre asuntos de inteligencia, debería quedar claro que este número muy pequeño de fuerzas dentro de Afganistán no era suficiente. Y Tenet no nos dice nada sobre la calidad de esas fuentes -¿eran cocineros y choferes, o comandantes y mullas?

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El libro de Coll es profundamente satisfactorio, porque es mucho más que un tratado sobre el funcionamiento de la CIA. Cubre toda la región comprendida entre Arabia Saudí y Paquistán; muestra dónde recibían apoyo Al Qaeda y Bin Laden, analizando en detalle la intrincada relación de Bin Laden con los saudíes, que lo habían expulsado en 1991, pero mantenían una actitud ambivalente acerca de entregarlo a la justicia; y aclara los conflictos sobre las medidas a adoptar entre la CIA, la Casa Blanca, y los principales aliados de Estados Unidos. Es un informe interno escrito por un outsider, la historia más objetiva que he leído sobre los muchos fracasos de la CIA y del gobierno estadounidense en la región.
Se le pueden hacer dos reproches menores. Primero, la relación de la CIA con China e Irán pudo haber recibido considerablemente más énfasis. En los años ochenta, China había desarrollado una estrecha relación con la CIA al proveer a los mujahedines con armas durante la guerra contra los soviéticos. En los años noventa, con el advenimiento de los talibanes, China comenzó a preocuparse cada vez más de que algunos militantes de los Muslim Uighurs, de la provincia de Xinjiang, se unieran a los talibanes y a Al Qaeda. Aunque China era el aliado más estrecho de Paquistán, Beijing nunca aprobó el apoyo de Paquistán a los talibanes. Pero, después de los años ochenta, China desaparece del libro de Coll.
Similarmente, Irán se oponía vehementemente a los talibanes y casi les declararon la guerra en 1998, cuando diplomáticos iraníes fueron asesinados en el pueblo de Mazar-e-Sharif, Afganistán, cerca de la frontera con Uzbequistán. Aquí, la ausencia de contactos oficiales entre Estados Unidos e Irán constituyó una desventaja para Estados Unidos. Pero todavía no está claro el modo en que la CIA trató de sacar ventaja de los sentimientos anti-talibanes de Irán. De haberlo hecho, habría sido seguramente a través de las agencias de inteligencia británica o alemana u otras. Lo que sabemos es que Irán aceptó tranquilamente la guerra estadounidense contra Afganistán y que finalmente empezó un diálogo de bajo nivel entre los dos países, lo que culminó cuando Irán dio todo su apoyo a Estados Unidos y a las Naciones Unidas en las negociaciones de paz en Bonn en diciembre de 2001, formado ya el nuevo gobierno afgano. Ello pudo haber conducido a una apertura hacia Irán, pero en pocas semanas Bush terminó con esa posibilidad al incluir al país en "el eje del mal".
Entretanto, ¿dónde está Bin Laden? No cabe ninguna duda de que está vivo y activo. El 15 de abril sacó una nueva grabación, que fue interpretada por los analistas diciendo que Al Qaeda está tomando una nueva dirección estratégica tratando de explotar las diferencias entre Estados Unidos y Europa. Ofreció a los países europeos "una tregua" si retiraban sus tropas de los países musulmanes. "La puerta de una tregua estará abierta durante tres meses... La tregua comenzará cuando el último soldado abandone nuestros países", dijo Bin Laden. "Dejad de derramar nuestra sangre, para que dejemos a la vez de derramar la vuestra... Esta es una ecuación difícil, pero fácil", agregó. Grabaciones anteriores emitidas por Bin Laden han sido seguidas casi invariablemente de ataques terroristas. Su referencia a los atentados del 11 de marzo en Madrid con "les hemos devuelto las mercaderías" intensificaron los temores de que una célula de Al Qaeda pueda estar preparando otro ataque terrorista importante en Europa.
Al día siguiente, casi todos los líderes europeos respondieron diciendo que no negociarían con terroristas, demostrando que Bin Laden ahora puede esperar que los jefes de gobierno comenten sus propuestas. La cinta constituye un embarazo mayor para las tropas estadounidenses y paquistaníes, que desde febrero han asignado miles de soldados a renovadas barridas ofensivas en la región de la frontera afgano-paquistaní para capturar a Bin Laden. No es ningún secreto que el gobierno de Bush está tratando desesperadamente de agarrarlo antes de las elecciones de noviembre, un objetivo que se ha hecho mucho más urgente en vista de las dificultades a las que deben hacer frente las tropas estadounidenses en Iraq.

En última instancia, ha sido la guerra de Iraq la que es en gran parte responsable del fracaso de los intentos estadounidenses en capturar a Bin Laden. A pesar de los horrorosos crímenes en Nueva York y Washington el 11 de septiembre, hay ahora (especialmente en vista de las informaciones suministradas por el reciente libro de Woodward, ‘Plan of Attack') muchas más evidencias para probar que la administración de Bush comenzó a preparar la invasión de Iraq incluso antes de que terminara la guerra de Afganistán en diciembre de 2001. Afganistán estaba en urgente necesidad de tropas de paz -una seguridad conveniente tanto de los líderes como de la población local- y financiamiento para reconstruir el país. Todo fue desdeñado por Estados Unidos. De la misma manera se dejó de lado la captura de Bin Laden. Que muchos de sus cabecillas importantes hayan sido detenidos creó la falsa impresión de que él y las células de yihadistas vinculadas a él habían perdido definitivamente su potencia. Pero como demuestran los acontecimientos en Madrid y en Iraq, era una ilusión.
La buena voluntad hacia Estados Unidos y sus aliados, que surgió de la derrota de los talibanes en 2001, debió ser seguida por amplios proyectos locales de reconstrucción, proveyendo no solamente escuelas sino, entre muchas otras cosas, las fuerzas de seguridad, un sistema básico de seguridad social, y trabajo. Si esto se hubiese hecho, también se habrían encontrado fuentes de inteligencia locales. En lugar de eso, pequeñas guarniciones del ejército estadounidense fueron levantadas a lo largo de la frontera, separadas unas de otras por millas de distancia. Nunca se les proveyó de fondos, equipo, personal y otras ayudas que necesitaban para reunir información, seguir pistas, concentrarse en grupos y actividades sospechosas, y tomar otras medidas necesarias, si acaso se quiere capturar a Bin Laden.
Las comparecencias sobre el 11 de septiembre han hasta el momento apenas rozado el hecho de que una vez que la guerra de Afganistán terminó, Estados Unidos comenzó a trasladar muchos de sus recursos y actividades antiterroristas de Afganistán a Iraq -incluyendo soldados, expertos civiles, unidades de inteligencia, vigilancia por satélite, naves dron y otros aparatos de avanzada. La captura de Sadam Husein se hizo más importante que la de Bin Laden, incluso cuando no hay todavía pruebas definitivas de que Husein apoyara a Al Qaeda o que necesitara su apoyo.
Ahora los militares estadounidenses y la CIA pasan apuros por capturar a Bin Laden, tratando de compensar el tiempo perdido en Afganistán, enviando a cerca de dos mil marines y movilizando grandes contingentes de tropas de Kabul y Kandahar hacia la frontera. Pero tropas estadounidenses adicionales no compensarán los meses que se perdieron tanto en recabar datos de inteligencia como en ganarse el apoyo de las tribus locales durante la guerra iniciada en Iraq por Washington.
Oculto en la accidentada y montañosa zona entre Afganistán y Paquistán, donde algunos miembros de las tribus pashtunes han demostrado ser excelentes anfitriones, generosamente financiados en dinero por Al Qaeda, Bin Laden está lejos de ser capturado. La falta de atención de Estados Unidos durante 2002 y 2003 le ha permitido probablemente establecer vínculos todavía más estrechos con la población local y encontrar más lugares donde esconderse en caso de ser amenazado.
Casi el 70 por ciento de los líderes originales de Al Qaeda han sido capturados o están muertos, y Bin Laden, incapacitado de usar comunicaciones electrónicas que delatarían su posición, no está en condiciones de supervisar las operaciones día a día o de dirigir las muchas organizaciones vinculadas a Al Qaeda a través del mundo -en 68 países, según el testimonio de Tenet ante la comisión del 11 de septiembre. Sin embargo, Bin Laden sigue siendo el gurú espiritual y el guía estratégico de muchos de los miles de militantes islámicos en todo el mundo; cada vez que demuestra que está vivo y que todavía puede hacer presentaciones contundentes en cinta, puede estar seguro de que ganará más reclutas para su causa de la yihad global.
En retrospectiva, el 11 de septiembre fue tanto el resultado de un fracaso crónico en el recabamiento de datos de inteligencia y en la coordinación entre las agencias operando en Washingtoncomo de un fracaso en concebir una estrategia para la región, incluyendo Afganistán, Paquistán, y los países vecinos. Pero desde el 11 de septiembre ha habido un fiasco todavía más grande de la administración de Bush: su fracaso en sostener el momentum en las iniciativas para hacer de Afganistán un país más seguro y más estable y capturar a Bin Laden. No se necesita una retrospectiva para emitir este juicio. Lo que se necesitaba hacer después de la derrota de los talibanes es obvio. Lo que administraciones estadounidenses sucesivas pudieron haber hecho para prevenir el 11 de septiembre será siempre debatible; quizás el fracaso de los servicios de inteligencia en anticiparlo es en última instancia comprensible, en vista de los pesados mecanismo de las burocracias. Lo imperdonable es el fracaso del gobierno actual de Estados Unidos en mantener los recursos y personal necesario para reconstruir Afganistán y detener a Bin Laden antes del 11 de septiembre, y su decisión de declarar la guerra a Iraq.


Notas

[1] Free Press, 2004. Véase la reseña de Brian Urquhart, ‘A Matter of Truth', The New York Review, 13 mayo, 2004.
[2] Simon y Schuster, 2003.
[3] Véase Robert Baer, ‘See No Evil: The True Story of a Ground Soldier in the CIA's War on Terrorism' (Crown, 2002).
[4] Random House, 2003.

‘Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan, and bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001'
Steve Coll
Penguin, 695 pp., $29.95

28 abril 2004 ©new york review of books ©traducción mQh

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