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pakistán sin ilusiones


Pakistán fue visto desde el comienzo de la guerra de Iraq como un aliado poco confiable, por su pasado de colaboración con los talibanes y grupos terroristas islámicos. Después del idilio de la guerra de Afganistán, la dictadura de Musharraf vuelve a mostrar sus inclinaciones extremistas y preocupa a la prensa liberal estadounidense. Este es uno de los editoriales de hoy del New York Times.
El dictador militar de Pakistán, el general Pervez Musharraf ha logrado re-empaquetarse tan bien camo un aliado vital de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo fundamentalista islámico, que se olvida fácilmente lo alarmantes que parecían a Washington no demasiado tiempo atrás muchas de las medidas del general Musharraf. Aplastó la democracia paquistaní, mostró por lo menos con una despiadada indiferencia hacia las garantías contra la proliferación de armas nucleares y apoyó a los talibanes y a grupos terroristas activos en las áreas de Cachemira controladas por India.
El general Musharraf rompió públicamente con los talibanes hace casi tres años, pero ha habido pocos avances sobre muchos de los otros problemas. Y recientemente Pakistán ha vuelto a reincidir en su apoyo de los talibanes.
Muchas de las peores amenazas a las que deberá hacer frente Estados Unidos en los próximos decenios están presentes en el Pakistán del general Musharraf, a comenzar con la manera con que dictaduras arbitrarias como esta se han transformado en peligrosas ollas exprés de descontento a través del mundo musulmán. Desde que se apoderó del poder con un golpe de estado en 1999, el general Musharraf ha venido prometiendo volver pronto a una democracia electoral. Casi cinco años después todavía no muestra ninguna inclinación a compartir o entregar finalmente el poder, y todavía basa su autoridad solamente en el control del ejército. Importantes políticos han sido expulsados del país. Incluso el impotente primer ministro, nombrado para dar un aire de legitimidad electoral a la dictadura militar, fue cesado el pasado mes después de mostrarse insuficientemente dócil.
La proliferación de armas nucleares hacia una lista cada vez más larga de países erráticos y belicosos aterra a los norteamericanos. Ahora sabemos que el hombre que ayudó a Pakistán a desarrollar armas nucleares, Abdul Qadeer Khan, era el padrino internacional de programas nucleares clandestinos y que ayudó a países como Irán, Libia y Corea del Norte a adquirir tecnología y materiales para el desarrollo de bombas atómicas. A principios de año, bajo fuerte presión estadounidense, Pakistán interrogó y luego perdonó al doctor Khan. El interrogatorio entregó importantes claves sobre varios de los programas nucleares secretos de varios países. Pero no se puede saber con certeza hasta dónde llegaba la protección del doctor Khan ni su bazar de armas nucleares ha sido realmente clausurado.
La relación de Pakistán con el terrorismo fundamentalista islámico sigue siendo peligrosamente ambigua. Históricamente, los líderes militares, incluyendo al general Musharraf, utilizaron abiertamente a los talibanes y grupos terroristas en Cachemira para afianzar intereses estratégicos de Pakistán. Ahora se supone que ese apoyo terminó. Después del 11 de septiembre de 2001, el día de los atentados terroristas en Estados Unidos el general Musharraf rompió sus lazos con el gobierno talibán y permitió que Washington hiciera uso de suelo paquistaní para la invasión de Afganistán. Hace poco el general envió al ejército paquistaní a territorios tribales en la frontera con Afganistán en una campaña no demasiado exitosa para capturar a los talibanes y a combatientes de Al Qaeda. Pero el general Musharraf todavía permite que los líderes talibanes se muevan libremente y hagan campañas de reclutamiento en esa zona frontera.
Este año el general Musharraf prometió poner fin a la infiltración de insurgentes en India desde territorio paquistaní, en zonas de Cachemira controladas por India. Parece que cumple su palabra, pero no se ha desmantelado los grupos que adiestran y arman a esos militantes.
El general Musharraf no es un fanático como Osama Bin Laden, o un ermitaño imprevisible como Kim Jong Il, el líder de Corea del Norte, o un vilipendiador público de Estados Unidos, como los clérigos dominantes de Irán. Pero tampoco es un aliado convencido, ni convincente, en la lucha contra el terrorismo fundamentalista islámico, la proliferación de armas nucleares o las ominosas dictaduras.

9 de julio de 2004
©new york times ©traducción mQh

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