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LOS SAUDÍES A LA SOMBRA DEL TERROR


Hace dos semanas el New York Times llamaba la atención sobre Arabia Saudí y los recientes atentados en la capital del reino. Las sospechas de una amplia connivencias de policías y agentes secretos con Al Qaeda se hacen cada vez mayores. Son los saudíes y su casa real quienes predican los desvaríos fundamentalistas de Osama Bin Laden.
Desde que el presidente Bush pusiera sus ojos en la guerra, muchos norteamericanos han re-examinado el mundo preguntándose si acaso Iraq realmente era el peor problema. Corea del Norte y probablemente Irán son países que están activamente fabricando armas nucleares, desafiando las leyes internacionales. Los líderes sudaneses colaboraron estrechamente con Osama Bin Laden y masacran a su pueblo tan despiadadamente como Saddam Hussein. Paquistán ha proporcionado tecnología para la fabricación de armas nucleares y combustible a países parias.
Y, para colmo de males, ahí está Arabia Saudí, que produjo jóvenes que estrellaron aviones contra el World Trade Center y cuyos acaudalados ciudadanos fueron probablemente los principales financistas de los atentados. La comisión independiente del 11 de septiembre concluyó recientemente que Al Qaeda no tuvo apoyo financiero del gobierno saudí o de altos funcionarios en el período previo a los ataques del 11 de septiembre. Y toda cooperación directa entre el servicio secreto saudí y Osama Bin Laden terminaron probablemente hace más de una década, cuando se retiraron los soviéticos de Afganistán. Desde entonces, el gobierno saudí no ha tenido razones para querer ayudar a Al Qaeda directamente. A principio de los noventa Bin Laden atacó a los gobernantes saudíes por permitir el estacionamiento de tropas norteamericanas en el reino. En 1994 Riyadh le retiró la ciudadanía saudí.
Sin embargo, la tolerancia oficiosa continuó. Un pobre control del gobierno de las fundaciones caritativas y el dinero enviado al extranjero permitieron que grandes cantidades de dinero fluyeran hacia el adiestramiento y operaciones terroristas. Sin ese dinero, Al Qaeda habría tenido problemas en financiar algunos de sus atentados más ambiciosos. Los gobernantes saudíes cerraron los ojos a las operaciones terroristas si estas ocurrían fuera de sus fronteras. Proporcionaron un apoyo fundamental a los talibanes, mientras estos daban refugio y bases de adiestramiento a Osama Bin Laden. Comenzaron a desmantelar células terroristas dentro del reino sólo cuando Al Qaeda extendió sus actividades a sitios y gente dentro del reino mismo.
Sin embargo, que los saudíes se estén poniendo serios es una buena noticia, incluso aunque fuera solamente un asunto de supervivencia.
Últimamente, el gobernante de facto del país, ha comenzado a dar caza a los terroristas y a cortar sus finanzas, y a sacar de los púlpitos a los clérigos incendiarios. Los salvajes secuestros y ataques a trabajadores extranjeros en las últimas semanas, incluyendo la decapitación de un norteamericano, causaron ciertamente conmoción entre los saudíes, que necesitan no árabes para operar su enorme industria petrolífera.
Pero los terroristas pueden haber recibido ayuda de funcionarios de bajo nivel en la policía u otras agencias de gobierno, en las que se tienen opiniones más favorables hacia Al Qaeda. Los saudíes han estado expuestos durante años a prédicas a favor de una guerra santa violenta en boca de clérigos wahhabi importantes, cuyo apoyo es una de las principales fuentes de legitimidad de la familia real saudí. Eso ayuda a explicar por qué una encuesta realizada a fines del año pasado mostró que la mitad de los saudíes apoyaba la retórica de Osama Bin Laden.
Felizmente la gran mayoría de los saudíes rechazaron el liderazgo político y las tácticas terroristas de Bin Laden. Pero algunos no lo hacen, y los norteamericanos que viven en Arabia Saudí necesitarán que se les asegure que el gobierno erradicará a los simpatizantes de Al Qaeda, y especialmente de la policía y las fuerzas de seguridad.
Estados Unidos, que depende de Arabia Saudí no solamente por su apoyo en la lucha contra el terrorismo sino también por su rol en moderar los precios del petróleo en el mercado mundial, continuaría colaborando ciertamente con el reino y sus líderes. En realidad, no tiene elección. Pero si Washington se interesa en una estabilidad a largo plazo en Arabia Saudi, debe presionar para que se realicen reformas. La retórica de Bin Laden llega a los saudíes, que están cada día más ansiosos de la economía y de sus propias perspectivas de empleo. El reino combina con dificultad una industria petrolífera del siglo 21, una familia monárquica terriblemente corrupta y absolutista, y una clase dirigente religiosa y fanáticamente fundamentalista.
En el estrecho espectro político de la política real saudí, el Príncipe Heredero Abdullah es un reformista. Si sigue adelante con los decididos cambios que necesita Arabia Saudí, se enfrentará a la furiosa resistencia de otros príncipes y clérigos influyentes. Pero sin reformas profundas, la Casa de Saud se enfrentará a un futuro sombrío y violento.

22 de julio de 2004
©newyorktimes ©traducción mQh

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