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esclavitud en brasil 3


[Kevin G. Hall] Por primera vez en la historia de la legislación contra la esclavitud se encarcela en Brasil a un hacendado. Sólo estuvo unos días en prisión. Aunque está en libertad esperando el juicio, la acusación no incluye los probables asesinatos de trabajadores que ha cometido en complicidad con su esposa y su capataz.
Maraba, Brasil Un pequeño convoy de inspectores del ministerio del Trabajo y agentes de policía fuertemente armados se digirieron hace poco hacia el Rancho Macauba para liberar y cobrar las pagas pagar de los trabajadores esclavizados y presentar cargos contra el dueño del rancho y su capataz, Gilmar.
Cuando el grupo se acercaba a la hacienda, la furgoneta que iba primero se detuvo abruptamente. En el camino yacía el cuerpo de un joven con el torso desnudo, que había sido golpeado en la cabeza con un letrero cercano.
Con el rostro cubierto por un pasamontañas, el informante que llevaba al equipo hacia la hacienda bajó del vehículo, se agachó sobre el cuerpo y sacudió la cabeza. No, el muerto no era un trabajador de la hacienda.
Un ciclista que pasaba evitó el cadáver. Eso es común en estas vastas e ingobernables profundidades de la selva amazónica, donde los asesinatos quedan a menudo sin resolver, al menos oficialmente, y donde los grandes hacendados son a menudo protegidos por la policía local.
Gilmar, el astuto gato o capataz del Rancho Macauba, llevaba consigo un revólver calibre 38 en su cinturón toda vez que estaba en el campo o controlaba la cabaña donde dormían, dijeron los trabajadores, y amenazaba con matar a los que intentaran huir.

Su Historia
No hace mucho tiempo, un trabajador escapó de todos modos. Días después su pequeña bolsa con sus pertenencias apareció en la hacienda. Pero no el hombre. Dos semanas después se encontró en las cercanías de la hacienda un cuerpo que no se pudo identificar.
Sin embargo, los agentes federales que formaban parte de este convoy no pudieron interrogar a Gilmar. Cuando se acercaron, el capataz escondió su calibre 38 en el tejado de paja de la cabaña de los trabajadores.
Momentos después, cuando los agentes entraron a la cabaña, el revólver cayó a sus pies. Gilmar abandonó los intentos de fundirse con los trabajadores y huyó hacia la selva, seguido por una lluvia de disparos. La esposa del hacendado bloqueó con un tractor el camino hacia la casa de Gilmar, impidiéndoles seguir por cerca de una hora y permitiendo que el capataz pudiera escapar.
Los hacendados normalmente se mantienen alejados de sus haciendas y sus capataces. De ese modo, dijeron los inspectores, pueden alegar ignorancia cuando las cosas se ponen feas.
Los inspectores del Rancho Macauba tuvieron suerte. Cuando llegaron, el dueño, Altamir Soares da Costa, acababa de llegar en su nuevo Ford F-250 plateado, una furgoneta de cuatro puertas y motor diesel turbo con asientos de cuero de 33 mil dólares.

Negación
Un hombre pequeño y regordete con gafas de culo de botella y un grueso collar de oro, Da Costa no dio muestras de impresionarse por los disparos de los policías que perseguían a Gilmar. Dijo que en su hacienda no se esclavizaba a nadie.
"Estoy seguro", dijo. "No es una cuestión de si lo creo o no. Soy un tipo con la conciencia tranquila".
¿Por qué entonces no le había pagado a sus trabajadores?
Da Costa dijo que había ido justamente a pagarles.
¿Por qué no tenía el dinero con él?
Les iba a pagar con cheques, dijo Da Costa.
Los inspectores rieron. Los trabajadores de Da Costa no tienen carné de identidad, y mucho menos cuenta bancaria ni hay en las cercanías un banco donde cobrar las pagas.
Da Costa dijo entonces que había venido a decir a los trabajadores que les pagaría pronto. No podía pagarles ahora mismo, dijo, aunque los inspectores observaron que era propietario de dos extensas haciendas y de al menos dos aserraderos. La semana anterior, agregaron, había sido acusado de utilizar permisos falsos para transportar maderas duras.
Cuando cayó la noche, los inspectores dijeron a los trabajadores de la hacienda que serían llevados en buses a la ciudad de Maraba y que allí se les pagaría lo que se les debía en salarios, horas extra y vacaciones. Da Costa se apoyó contra su furgoneta; su esposa mirándole fijamente, y enfadada. Su boca se había transformado en una agria luna nueva.
Fue encarcelado hacia las tres de la mañana -el primer hacendado del estado de Pará en sufrir semejante ignominia- por la posesión ilegal de armas de fuego de Gilmar y porque su esposa había obstaculizado el trabajo policial. Da Costa fue acusado de violar leyes sanitarias, laborales y de control de armas.
Dos días más tarde, el abogado de Da Costa llegó a un acuerdo con el ministerio del Trabajo y pagó más de 37 mil dólares por una infinidad de violaciones de leyes laborales. La mayor parte del dinero fue utilizado para pagar los salarios impagos de los trabajadores. Da Costa fue dejado en libertad a la espera del juicio. Gilmar se encuentra todavía prófugo.
19 de septiembre de 2004
3 de octubre de 2004

©miami herald
©traducción mQh

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