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EN LA CARRETERA CON EL JOVEN CHE - a. o. scott


Una conmovedora película sobre el Che, antes que se volviera como lo conocemos. Su compañero de viaje vive todavía. Tras la reseña del New York Times, una extensa entrevista con él: Alberto 'Petiso' Granado'.
En la primavera de 1952, dos jóvenes emprendieron un ambicioso y despreocupado viaje en moto que esperaban que les llevara de Buenos Aires, cruzando los Andes a la altura de Chile, a la Amazonia peruana. (Lo lograron, con algún retraso, aunque no la desafortunada moto). El viaje en carretera, aunque inspirado y atrevido, pudo haber empalidecido en el recuerdo familiar y en las historias de familia, incluso aunque los dos viajeros pusieran por escrito sus aventuras. El mayor, el bioquímico Alberto Granado, de 29 años, vive todavía y aparece al final de ‘Diarios de motocicleta', la cálida y conmovedora reconstrucción de ese viaje de otra época de Walter Salles. El compañero de Granado era un estudiante de medicina de 23 años, llamado Ernesto Guevara de la Serna, cuya subsecuente carrera como ídolo político, mártir revolucionario e icono de camisetas -Che- arroja un resplandor carismático y misterioso sobre esos años de su vida.
"Es posible sentir nostalgia por un mundo que nunca conociste?", se pregunta Ernesto cuando contempla las ruinas incas en las montañas peruanas. La película de Salles, una búsqueda tan ardiente y seria como resultó ser la de Ernesto, plantea una pregunta similar. Al hacer la película, el reparto y el equipo hicieron tres veces la ruta de Granado y Guevara, en un esfuerzo por impregnarse no sólo del variado y accidentado paisaje de América del Sur, sino también de las esperanzas y confusiones de una época pasada: la era de antes de la revolución cubana, de antes de los golpes militares y de las guerras sucias de los años sesenta y setenta, de antes del retorno de la democracia y de las catástrofes económicas que la siguieron.
Los cineastas no son tan ingenuos como para creer que los viejos tiempos eran más simples o más inocentes que el presente. La sensación de frescura y posibilidad de la película proviene de la inocente inteligencia de sus héroes. Pero una razón para explorar el pasado es tratar de re-descubrir el elusivo sentido de las posibilidades olvidadas, y lo que pudo ser una historia esquemática de un despertar político, se transforma en las manos de Salles en una exploración lírica de las sensaciones y percepciones de las que surgió una comprensión política del mundo.
Lo que captura ‘Diarios de motocicleta', con asombrosa claridad y delicadez, es el acelerado y juvenil idealismo de Ernesto, y la gradual transformación de su naturaleza apasionada y literaria en una forma todavía no bien definida de compromiso político.
Al negarse a seguir el curso subsecuente de esa pasión -a la Sierra Maestra, al Congo, a las montañas de Bolivia, donde Guevara encontró su sangriento fin-, Salles corre el riesgo de ser acusado de idealizar a su personaje. Es una acusación justa, pero pasa por alto la fidelidad del director a sus fuentes literarias. Los diarios de Guevara, descubiertos en una mochila mucho después de su muerte, fueron publicados en 1993, y gran parte de su atractivo reside en el sentido de inmediatez que transmiten. Su autor no sabía lo que llegaría a ser, incluso aunque sus cuadernos de notas dramatizan una fase crucial de su desarrollo.
Al principio, en casa de su burguesa familia de Buenos Aires, Ernesto (Gael García Bernal) no es Che, sino ‘Fuser': sensible, asmático y quizás un poco diletante. Alberto (Rodrigo de la Serna), libertino, regordete y sociable, lleno de una cháchara afable y fanfarrona, es el Falstaff del Príncipe Hal que es Fuser. Aunque el viaje tiene un objetivo noble -quieren trabajar en una colonia de leprosos en Perú-, el principal objetivo es hacer turismo, elevado al mismo tiempo que a ras de tierra. Quieren ver lo más que puedan de América Latina -más de 8.000 kilómetros en pocos meses- y también llevarse a la cama a tantas guapas latinoamericanas como caigan en sus ridículos diálogos de ligue.
Alberto es el auto-proclamado don juan, pero García Bernal, con sus ardientes ojos y rasgos equinos, es el galán de la película. Aunque en la película, sobre todo al final, muestra a Ernesto como una figura casi sagrada, que da la espalda a la corrupción del mundo a la búsqueda un propósito más noble, también es retratado como un chico ansioso y travieso. Al principio, en la película, los viajeros paran en el balneario de Miramar para visitar a la novia de Ernesto, Chichina (Mía Maestro), cuyos ricos padres claramente lo rechazan, para no decir nada del tosco Alberto (que pronto seduce a la criada). Las escenas entre Ernesto y Chichina tienen el delicioso dolor de las pasiones de fines de la adolescencia, un sentimiento que impregna toda la película, incluso cuando repasa asuntos más graves.
A veces, ‘Diarios de motocicleta', da los brincos de una película de amiguetes convencional, animada por las desgracias mecánicas y afables peleas entre Ernesto y Alberto. Pero la película, escrita por José Rivera, es realmente una historia de amor en la forma de una bitácora de viaje. El amor del que hace la crónica, no es menos profundo -ni menos conmovedor- por el hecho de que no ocurre entre dos personas, sino entre una persona y un continente. No obstante la magnética y sentimental actuación de García Bernal, la verdadera estrella de la película es Sudamérica misma, mostrada por el fotógrafo Eric Gautier con verdes imágenes neblinosas como una tierra de una belleza enigmática y estremecedora.
Al final de la película, después de que su estadía en la colonia de leprosos ha confirmado sus nacientes impulsos igualitarios y anti-autoritarios, Ernesto ofrece un brindis de cumpleaños, que es también su primer discurso político. En él, evoca una identidad latinoamericana que transciende las fronteras arbitrarias de los países y las razas.
‘Diarios de motocicleta', que combina el talento de un director brasileño y de los actores protagonistas de México (García Bernal) y Argentina (de la Serna), paga un sentido tributo a esta concepción. En una edad de turismo de masas, da sin complejos nueva vida a la idea romántica y venerable de que el viaje puede enriquecer el alma, e incluso cambiar el mundo.

24 de septiembre de 2004
12 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

EL INTERMINABLE VIAJE DE GRANADO - josé luis estrada betancourt


Inició su "aventurero" recorrido con el Che en 1951 y ya nunca más pudo dejar de acompañarle. A los 82 años, Alberto Granado aún vive la emoción de aquellos nueve meses al verse reflejado en el más reciente largometraje de Walter Salles: ‘Diarios de motocicleta'.
Siempre me intrigó saber por qué a Alberto Granado le llamaban Petiso. Ahora, que acaba de explicármelo, descubro que ese sobrenombre plantado en Argentina a los pequeños de estatura, no se aviene con este gaucho devenido cubano. Porque Petiso Granado se le antoja a uno inmenso desde que comienzas a conocerlo.
A sus 82 años, Alberto continúa tan locuaz y vital como cuando emprendió aquel azaroso viaje por América del Sur, junto a su hermano del alma Ernesto Guevara. Todavía sigue siendo modesto, extremadamente modesto. Se le nota ese rasgo hasta cuando regresa a aquel 29 de diciembre de 1951, en que decidió acompañar al Che para atravesar el Amazonas; auténtica historia que el realizador brasileño Walter Salles decidió llevar a la gran pantalla bajo el título de ‘Diarios de motocicleta', y que presentada esta semana en Cuba, estimuló este diálogo con uno de los protagonistas reales de esa "aventura".

Granado, ¿con anterioridad había sido asesor de otras películas?
No. Esta es la primera vez. Tanto Walter como Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna, los actores, estaban interesados en profundizar en los hechos. Los asesoré en el aspecto físico del viaje y en lo concerniente al carácter de Ernesto y al mío. Fue una experiencia maravillosa. Lo que más me gustó fue el respeto y la profesionalidad del equipo de realización. Llegó un momento en que me sentía muy compenetrado con ellos. Estuvieron conmigo aquí en La Habana, conocieron a la familia...
"Recuerdo el día cuando se filmaba la escena donde Ernesto y yo estamos acostados en un catre en Temuco, Chile. Habían pasado 50 años, pero yo sentía que estaba incompleta. Y de repente, me percaté y le dije: 'Mira, Walter, ya sé lo que falta. Es la moto. Está muy alejada. Ella permanecía siempre pegadita a nosotros'. Inmediatamente lo arregló. No tuvo ningún inconveniente en correr a la Poderosa. Y así fue con muchas cosas.
"Cuando se grabó mi despedida de la moto, se repitió la escena como 20 veces. Y yo veía aquello sin sentido, porque no encontraba ningún detalle significativo, pero hasta que no salió como a Walter le parecía, no estuvo tranquilo. Fue una labor muy emocionante".

¿Existe algún episodio del viaje que no aparece en la cinta y que a usted le hubiese gustado incluir?
Unos cuantos. Le comentaba a Delia, mi esposa, que me hubiese gustado que se mostrara la experiencia como polizontes cuando viajamos desde el puerto de Valparaíso hasta el de Antofagosta. Nos metimos en un baño que estaba en pésimas condiciones. Estaba apestoso y lleno de caca. Pero nos descubrieron. A Ernesto lo pusieron a limpiar los baños y a mí a pelar papas y cebollas. El pobre tuvo que restregar no solo la suciedad existente, sino también mi vómito, pues yo no estaba muy bien.
"Por la noche, el capitán nos invitó a jugar canasta. Pelao era un entendido, y yo me defendía. El contramaestre fue a reclamar, pero las cartas fueron más fuertes. A las 12 de la noche, ya estábamos comiendo huevo y jamón fritos, y el contramaestre reventando de ira y odio...
"Tampoco está la noche en que Ernesto, con el revólver cargado en la cabecera, se preparaba para defenderse de un bravo tigre chileno, el cual se rumoraba estaba merodeando el lugar y atacaba a la gente sin ningún miedo. Para él fue suficiente sentir las garras que arañaban la puerta y ver unos ojos fosforescentes mirando desde la sombra, para apretar el gatillo y... acabar con un perro. Son muchos episodios. No olvides que fueron nueve meses de peripecias".

Y de los que recoge ‘Diarios...', ¿cuál lo emocionó más?
-Aquel donde Gael, es decir, el Che, se encuentra con una anciana, quien tenía problemas tumorales, y le da los pocos medicamentos que le quedaban. En la vida real, el ambiente lleno de polvo que rodeaba a la señora y el haberle cedido los fármacos, le provocó un tremendo ataque de asma, el cual solo pudo ser calmado con adrenalina.

¿Se ve usted en Rodrigo, quien lo interpreta en el filme?
-Me parece hasta mentira que haya logrado calarme. Él, por ejemplo, nunca me vio bailar mambo -yo bailo como los latinoamericanos, carente de ritmo-, y él lo hace idéntico a mí. Por desgracia, también se le caen las cosas. Y si no me crees, pregúntale a mi mujer que cada vez que se rompía algo preguntaba desde la cocina cuál de los dos Albertos era el responsable. Lo mismo sucede con Gael, quien tenía una responsabilidad mayor. Mirándolo me hacía recordar lo que tanto me susurraba para mis adentros: Este Ernesto es mucho Ernesto.

Usted estuvo en la presentación de la cinta en el Festival de Cannes, pero no pudo asistir al de Cine Independiente de Sundance...
Es que no me dieron la visa para viajar hasta Estados Unidos. No me la negaron, pero tampoco me la dieron. Sin embargo, lo de Cannes fue impresionante, por la cantidad de jóvenes que acudieron a las proyecciones, y por la acogida que tuvo Diarios de motocicleta. Todo estaba repleto. En la sala, cuya capacidad es de 3 400 lunetas, había personas sentadas en el suelo. Y en Roma fue igual. Y en Brasil. Y en Villa Clara. Todo eso se recoge en el video que realizó Gianni Mina sobre la película, titulado ‘Tras las huellas del Che'.

Si usted conocía al Che antes de su primer viaje, ¿por qué no se enroló con él desde entonces?
En realidad a nosotros nos unió el deporte y la literatura. Ernesto era compañero de estudio de mi hermano menor, quien, como yo, jugaba rugby. Y el Pelao quería jugar también, mas por asmático nadie lo admitía en su equipo. Sin embargo, como siempre he creído que el deporte es una excelente medicina, lo incluimos. Cuando intimamos, encontramos que teníamos muchos proyectos similares, y el viaje siempre estaba metido en el medio. Ernesto en el 50 salió a dar un viaje por Argentina. Después de eso pensamos en la posibilidad de hacer un periplo más grande juntos y empezamos a hablar del tema como un asunto de ambos.
"Hubo un momento en que yo tuve que salir de mi puesto de trabajo en el sanatorio que estaba en San Francisco del Chañar, por algunos problemas con el partido Peronista. Caí en la ciudad de Córdoba, donde la lucha por la vida es diferente y los médicos se ocupaban más por hacer plata que ciencia. Me sentía muy mal. Estaba aburrido. En septiembre del 51, Ernesto fue a la casa, pues tenía una semana de vacaciones. Conversamos, cantamos, en fin, nos divertimos. Y mi hermano más pequeño me comentó: '¿¡Por qué no montas al Pelao en la grupa y se van pa'l carajo!?'. Nos miramos y nos dijimos: vamos a hacerlo. Él se comprometió a aprobar todas las asignaturas posibles, mientras yo me puse a arreglar todo los documentos necesarios. El 29 de diciembre salimos de Córdoba".

¿Por qué Pelao y Fuser?
Pelao, porque se cortó el pelo a rape. Cuando yo lo conocí ya lo nombraban así, al igual que a mí Petiso. Petiso Granado. Fuser surgió de los partidos de fútbol. También le decíamos Furibundo Serna, pues, a pesar de que era flaquito y tenía unos bracitos finitos, le daban unos ataques furibundos. Tenía taco. En fin, teníamos una serie de tácticas, y en cuanto Pelao tomaba la pelota, amagaba hacia un lado, pero al escuchar que le gritábamos "Fuser", la lanzaba para el lugar convenido. Al iniciar el viaje él anotó en su libretica: jefe, Mial -de Mi Alberto-; y subjefe, Fuser.

¿Cómo se las arreglaron para poder sobrevivir?
Trabajábamos en lo que fuera. Dábamos una conferencia sobre lepra o sobre asma en un hospital -y comíamos ahí-, cargábamos cosas. También teníamos nuestras técnicas. Nos poníamos a conversar, y uno le dejaba caer al otro: "¿Te acordás? Hoy, casualmente, hace un año que salimos de Argentina, y qué lástima que no tengamos con qué brindar". Y la gente enseguida: "Ah, si son argentinos". Y nos invitaban a unos tragos. Entonces, Ernesto decía: "Pero con el estómago vacío...", e inmediatamente nos servían algo.

¿Tanto tiempo juntos no trajo algún disgusto?
-Los dos éramos muy tozudos. Cada cual era a su manera, aunque yo era más suavecito. En una ocasión nos perdimos estando en Perú. Y ahí empezó la discusión, porque yo quería regresar por donde habíamos venido; y él, tomar otro rumbo. Fue tirante. No obstante, coincidíamos mucho. Yo era un poco más alegre, aunque, en realidad, el Che no era el hombre de la foto de Korda: siempre duro. Ese no es el Che. Él tenía mano izquierda, como se le dice a los toreros. Claro, tenía virtudes que, entonces, me parecían defectos, como lo recto que era con los mentirosos.

¿Por qué se separaron en Venezuela?
Ernesto regresa a Buenos Aires para graduarse de médico, que era el compromiso que habíamos hecho con su madre. Después vendría para el leprosorio, donde yo lo esperaría. Sin embargo, se unió a unas personas que iban para Guatemala. Pensó que eso era más importante. De ahí fue para México, donde conoció a Fidel. Yo ya tenía 30 años y había realizado mis sueños: ser científico, viajero y tener una familia. En Venezuela me gané una beca para Italia y me casé con Delia. Él me convidaba a seguirlo hasta México, porque allí había "cosas muy interesantes", me decía. Mas yo no podía creer que estuviera de fotógrafo, cuando los enfermos lo esperaban. Luego entendí que no me podía decir en qué estaba.
"Tras el triunfo de la Revolución nos volvimos a encontrar. Fue cuando escuché el fantástico discurso de Fidel en la Sierra Maestra, en el año 60. Sus palabras reflejaban lo que yo había soñado, así que me quedé en Cuba. Después de unos años en Santiago, regresé a la capital, donde dirigí un departamento de Genética, hasta que me jubilé en el 94. Más por cuestiones ideológicas que por necesidad, pues me parecía que me interponía a una de las grandes aspiraciones de los trabajadores, y que fuera motivo de lucha: la jubilación. Sin querer, me estaba convirtiendo en un freno para la gente que venía detrás.
"No obstante, no me quedé tranquilo, sino que me propuse contribuir a la desmitificación del Che. Fundé cátedras en la Ñico López, en la Universidad de La Habana, en Villa Clara, en Argentina... Fui creando un andamiaje que no me da descanso".

¿Cuán diferentes los tornó el viaje por esos países de América de Sur?
Nos permitió ver que la injusticia, la desigualdad, el robo de las riquezas por las transnacionales, las diferencias notables entre ricos y pobres, eran muy superiores a lo que habíamos leído. Nos hizo comprender que sabíamos muy poco y había mucho por descubrir. En cuanto al Che, creo que se percató de que la profesión le quedaba chica. Para él era más importante ser un médico de pueblos que un médico de personas.

¿Algún otro comentario a los jóvenes en relación con el Che?
No piensen que el Che es inalcanzable. Él era un hombre de carne y hueso. Para ser como el Che solo hay que cumplir con tres premisas fundamentales: ni decir ni aceptar mentiras, vengan de donde vengan; dar siempre el ejemplo, y no aceptar nada que no te corresponda. Si somos capaces de mantener esas cositas, estaremos acercándonos más a Ernesto.

¿Emprendería ahora un viaje como aquel?
Por supuesto, solo que con la experiencia que tengo evitaría muchas cosas. Pero con una Poderosa me lanzaría al ruedo.

©rebelión"

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