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PUEBLO MEXICANO REHÚSA ABANDONAR SUEÑO DE HEROÍNA ASESINADA - ginger thompson


Era candidata a alcandesa. El alcalde desafiado la mató a balazos por la espalda.
Estancia Grande de San José, México. No hay dudas sobre quién ejecutó a Guadalupe Ávila Salinas, 39, una madre de cuatro hijos, una apreciada trabajadora de la comunidad y candidata a alcaldesa que fue matada a balazos a plena luz del día justo días antes de las elecciones locales el 3 de octubre en esta aldea de maiceros en el sureño estado de Oaxaca.
El alcalde al que ella esperaba suceder en el cargo la persiguió hasta una clínica de salud y le disparó tres balazos en la espalda. Luego, ante la mirada atónita de una decena de transeúntes, se acercó al cuerpo de Ávila y le pegó otro balazo en la cabeza. La policía local no intentó detenerlo cuando escapó.
Tres días más tarde, ella ganó la elección.
La victoria ilustra un giro importante en la lenta marcha de México hacia la democracia. En un sentido, el asesinato evocó los días en que el Partido Revolucionario Institucional PRI recurría a todos los medios, desde substituir las urnas con papeletas hasta el asesinato, para ganar las elecciones. El hombre que mató a Ávila era miembro de ese partido, que ha gobernado este pueblo en las últimas siete décadas.
Sin embargo, en este caso la gente no se amilanó ante la violencia. Siguieron adelante con la campaña de la señora Ávila, la eligieron póstumamente como alcaldesa, y luego pidieron a su marido que la remplazará en el cargo y mantuviera vivo su sueño.
Los líderes del PRI dijeron que el asesinato era una lamentable aberración, pero que no tenía nada que ver con política. Su afligido marido, Israel Reyes Montes, no está tan seguro.
"Mi mujer pasó los 12 últimos años de su vida trabajando con el cambio en México", dijo Reyes, 35, que tenía miedo incluso de estar junto a la tumba de su esposa porque le preocupaba quién podía estar mirando. "Incluso me hizo creer a mí en su sueño. Mire adónde la llevó".
Cuatro años después de que este país celebrara sus primeras elecciones presidenciales abiertas, no siempre es fácil saber si México está avanzando o retrocediendo con respecto a su pasado autoritario.
Claramente se han hecho progresos reales, incluyendo el surgimiento de una prensa más independiente, enjuiciamientos de funcionarios de gobierno acusados de crímenes contra la humanidad y nuevas libertades con las leyes de información. Pero el fraude y la violencia continúan enturbiando las contiendas políticas a nivel provincial y local -que siguen en las garras del PRI. La impunidad prevalece sistemáticamente sobre la justicia.
Algunos de los peores ejemplos se han dado aquí en Oaxaca, un estado de un conmovedora belleza y catastróficas disputas por tierras y étnicas. Del tamaño de Maine, cuenta unas 17 tribus indígenas y se divide en 570 municipalidades -más que cualquier otro estado mexicano.
En 152 municipalidades la gente elige a sus alcaldes por medio de una papeleta secreta. En todo el resto, los funcionarios son elegidos en asambleas indias tradicionales, donde vota un comité de representantes, habitualmente levantando la mano. Las contiendas están impregnadas de corrupción y conflictos.
En un mitin político en agosto en la ciudad de Huautla, militantes del PRI mataron a golpes a un maestro jubilado ante los ojos de un reportero gráfico. El maestro, Serafín García Contreras, había estado haciendo campaña contra el partido cinco días antes de las elecciones de gobernador. Sus asesinos continúan en libertad.
Luego, el día de las elecciones, un votante de 45 años del pueblo Palo del Agua recibió ocho impactos de bala tras haber votado por la oposición. Los familiares dijeron que el PRI le había ofrecido a Raymundo Martínez, un pobre campesino de verduras, unos 25 dólares por su voto. Pero él los había rechazado.
Sus asesinos aún no han sido arrestados.
"Hoy parece haber un resurgimiento de expresiones políticas retrógradas, el tipo de cosas que asociamos con el pasado de México, que pensábamos que habíamos dejado atrás, y que aparecen repentinamente con una tremenda fuerza, con una brutal intolerancia", dijo Diodoro Carrasco, un antiguo gobernador del estado de Oaxaca y miembro del PRI, que ha sido amenazado de expulsión por su partido. "Creo que es algo que no sólo debería preocuparnos, sino denunciarlo".
Ávila, miembro del Partido Democrático Revolucionario, fue descrita por sus partidarios como una infatigable luchadora, resuelta a llevar progreso a un pueblo de 800 habitantes donde los únicos negocios son un par de restaurantes de carretera y un servicio de teléfono y fax en un garaje.
"La mayoría de la gente miraba este pueblo y no veía nada, pero Lupita lo miró y vio que se podían hacer grandes cosas", dijo Socorro Morga Salinas, 27, una vecina del pueblo. "Vio en nosotros que podíamos hacer cosas grandes, y nos hizo creer en ese sueño".
Los vecinos de la localidad dijeron que Ávila solía recorrer el pueblo en una bicicleta amarilla, organizando actividades y ayudando a la gente vieja y a los alumnos de la escuela básica. Cuando los vecinos comenzaron a quejarse de que el médico local estaba pidiendo demasiado por sus servicios, ella se fue a buscar a alguien que cobrara menos.
Cuando los padres se quejaron de que sus hijos no estaban aprendiendo a leer y escribir, Ávila organizó una sentada en la escuela básica y se quedó ahí durante dos semanas, hasta que las autoridades accedieron a enviar nuevos maestros.
"Hizo más por la gente que cualquier alcalde", dijo su prima Emelia Salinas Salinas, 61. Refiriéndose a las autoridades locales, Salinas agregó: " Pero lo que era bueno para nosotros, era malo para ellos, así que la mataron".
Líderes del PRI rechazan esas acusaciones. Dijeron que la señora Ávila y el alcalde fugitivo, Cándido Palacios Noyola, habían estado peleando durante años por los derechos sobre un pozo en los límites de sus propiedades. En un momento de rabia, dijeron, el alcalde perdió los estribos.
"Fue un hecho lamentable", dijo Alberto Ramos, que como alcalde adjunto ha sido durante los últimos 30 años parte del mobiliario del gobierno local del PRI. "El responsable debería ser detenido y enviado a la cárcel. El PRI no perdona a los criminales".
Reyes dio vuelta los ojos al decir esto. Como otros muchos del México rural y pobre, se marchó a trabajar a Estados Unidos. Sus ganancias no sólo ayudaron a poner pan en la mesa, sino también a financiar las actividades de Ávila.
Después del asesinato volvió apresuradamente de su trabajo en la construcción en Las Vegas, con la idea de enterrar discretamente a su esposa y volver con sus hijos. No había esperado nunca entrar en el precario mundo de la política mexicana -y todavía no está seguro de si quiere.
Parado en el cementerio donde enterraron a su mujer, Reyes habló de las difíciles decisiones que tendrá que tomar. Dijo que se sentía obligado a aceptar la petición de los votantes por lealtad a su esposa y a su lucha. Si vuelve a Las Vegas, dice, el movimiento iniciado por la muerte de su esposa languidecería y las fuerzas que él cree que están detrás del asesinato volverían al poder.
Pero Reyes quedó aterrorizado por el asesinato. Con el asesino de su esposa aún suelto, teme que él pueda ser la próxima víctima. Le preocupa la seguridad de sus hijos. Incluso si se quedara, se pregunta si un solo hombre, durante un período de tres años como alcalde, puede realmente terminar con 70 años de corrupción oficial.
La dura realidad le hace difícil darle una oportunidad a un sueño.
"Ahora todos están conmigo", dijo. "Pero después de un rato, se olvidarán de todo. Las cosas volverán a ser como siempre y mi esposa desaparecerá en el olvido. ¿Quién me apoyará entonces?"

7 de noviembre de 2004
11 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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