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mariachis desafinados


[Mary Jordan] Puristas musicales mexicanos llaman a limitar flujo de trovadores.
Ciudad de México, México. En Plaza Garibaldi hay a cualquier hora del día una canción que espera ser cantada por un precio.
Racimos de mariachis - los elaboradamente vestidos músicos mexicanos tradicionales- se reúnen cerca de las estatuas de bronce de estrellas del mariachi del pasado, con la esperanza de ser contratados para una fiesta de cumpleaños o una serenata romántica. La tradición se remonta a casi un siglo, pero ahora hay notas discordantes entre los elevados sonidos de cobres y cuerdas en esta plaza mundialmente famosa.
"¡Es una invasión! ¡Hay demasiada gente que dice que son mariachis!", se quejó Alfredo Ledesma Hernández, un violinista que ha trabajado en Garibaldi durante 20 años. Dijo que el creciente desempleo ha llevado a albañiles, campesinos y otros sin formación musical ni talento a vestirse de mariachis y hacerse pasar por músicos.
"Estos falsos mariachis están dañando nuestra reputación", dijo Ledesma, que llevaba su genuino traje de mariachi -un apretado traje con franjas plateadas, un sombrero de ala ancha y brillantes botas. "Tiene hoyos en sus trajes. Llevan los zapatos sucios. No conocen la letra de las canciones".
Los mariachis se han reunido aquí en Garibaldi desde los años de 1920, en uno de los lugares más coloridos y animados de la ciudad, donde la policía hace la vista gorda cuando se bebe tequila en público. Los visitantes vienen de todo México, y cada vez más del extranjero, para comer y beber en algunas de las numerosas cantinas de la plaza mientras escuchan los sentimentales clásicos que la mayoría de los mexicanos se conocen de memoria.
Otros se acercan a contratar a los mariachis para celebrar sucesos alegres o tristes de sus vidas, desde bautismos hasta funerales, mientras los amantes, jóvenes y viejos se acercan y ofrecen a los mariachis un puñado de billetes de peso para que canten a sus amadas.
Pero los puristas están preocupados de que las apreciadas tradiciones de los mariachis de Garibaldi no signifiquen nada para los impostores, que sólo tratan de hacer dinero explotando la creciente popularidad de un género musical que cada vez más se enseña y es tocado en Estados Unidos y en otras partes del mundo.
Pedro Espinoza Hernández, secretario general del sindicato mariachi de 2.000 miembros, dijo que unos 4.000 músicos, algunos de los cuales no eran más que obreros de la construcción en ropas elegantes, trabajaban ahora en la plaza del tamaño de una cuadra -una plaza que está en medio destartalados vecindarios y gemas históricas del centro histórico de México. En una animada noche de fin de semana recorren la plaza cientos de músicos, incluyendo imitadores sordos al tono, dijo. "Nunca hubo tantos como ahora", dijo. "Es demasiado".
De acuerdo al sindicato, una verdadera banda de mariachis debe comprender al menos seis músicos y un mínimo de dos violines, una trompeta, una guitarra, un guitarrón y una vihuela, que se parece a una guitarra. Las bandas más refinadas tiene 15 o más miembros. A la plaza llegan músicos de países tan remotos como Japón a copiar los únicos diseños de las apretadas chaquetas y pantalones con lentejuelas cosidas en las costuras exteriores de las piernas.
Espinoza dijo que los impostores atraen a los clientes cobrando casi la mitad de la tarifa normal, tan poco como 100 dólares por hora para un grupo de ocho para tocar en una fiesta, o seis dólares por una canción en la plaza misma. "Cobran muy poco y tocan horrible", dijo, agregando que los desafinados fingidores le están quitando el trabajo a los profesionales y perjudicando su reputación.
Tanto el sindicato como funcionarios del ayuntamiento están tratando de controlar lo que llaman "el problema del mercado negro mariachi". La ciudad comenzó hace poco un proyecto de ‘Músicos Seguros' en el que se entregan tarjetas de identidad a los músicos certificados por el sindicato. Los funcionarios aconsejan a los clientes exigir esas tarjetas antes de terminar contratando a un plomero sin trabajo para que estropee las bodas de alguien.
Muchos clientes llevan la precaución un paso más allá exigiendo que los mariachis demuestren sus artes improvisando. Si no pueden producir de inmediato una versión lacrimosa de un canción como ‘El rey' -tan conocida como el ‘Cumpleaños feliz' en los Estados Unidos-, no hay negocio.
Octavio Ruelos Bañales, un oficinista, hizo una pequeña comparación cuando corrió a la plaza a contratar una banda de mariachis para la fiesta de cumpleaños de su patrón esa misma tarde. Se acercó a los miembros de un grupo, pidió una veloz audición y concluyó rápidamente que el único lugar donde podían cantar era en la ducha. "Un poco decepcionante", dijo, diplomático.
Luego se acercó a un octeto vestido en elegantes trajes de color crema con corbatas rojas como el tomate y botas de cowboy blancas.
"¿Pueden tocar ‘Sabes una cosa'?", les preguntó. "Por supuesto", dijo uno de los músicos, y la banda tocó en la acera de inmediato una hermosa serenata de trompetas, violines y guitarras. El cantante canturreó: "Tengo algo que decirte algo, y no sé cómo explicarlo..." Ruelos miró complacido. Se pusieron rápidamente de acuerdo en un precio, la banda se montó apilándose en una camioneta y se marcharon todos al despacho de Ruelos.
José Luis Tamayo, funcionario del ayuntamiento, dijo que el gobierno está tratando de volver las agujas del reloj al año 2000, cuando el número de músicos en Garibaldi era más controlable. Para hacerlo, dijo, la ciudad planeaba ayudar a algunos de los recién llegados a encontrar trabajo. Aquellos con talento, dijo, podrían encontrar trabajo tocando en restaurantes. Los que no podían mantener el tono, agregó, serían "invitados" por los funcionarios a volver a sus trabajos originales.
"Es muy importante controlar a los mariachis", dijo Tamayo. "Si no, las calles de la ciudad se llenarán de músicos". También observó que unos pocos de esos falsos músicos eran ladrones, que asaltaban a sus clientes cuando se encontraban a solas.
Una noche hace poco Alfredo Ortiz González se unió a un gentío de mariachis al lado de la plaza, llamando a los coches para agarrar algún cliente. Dijo que había tocado durante algunos años en Chicago, y luego se vino a Garibaldi en 2001. Cerca de ahí había otro músico con esperanzas, sin su corbata y la camisa colgándole desordenada por encima de los pantalones.
"Hay buenos y malos, pero todos están tratando de ganarse la vida", dijo Ortiz. "Todos tenemos el derecho a tratar de hacer música".

16 de enero de 2005
21 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh

2 comentarios

LAMD -

Pinches mariachis de mierda que trabajen de albañil y dejen de estar jodiendo

Queen of Hearts -

tan linda la mùsica mexicana, me encanta!!!!! sobre todo "serenata huasteca".