soldados en el palacio
[A.O. Scott] Y muerte en las calles.
El título de Gunner Palace', un vívido y héctico documental dirigido por Michael Tucker y Petra Epperlein, se refiere a la monstruosa cúpula del palacio en el barrio bagdadí de Adhamiya que perteneció en el pasado a Uday Hussein, uno de los corrompidos principitos del antiguo régimen.
Su opulencia ha sido algo reducida por las bombas norteamericanas y el edificio sirve ahora como cuartel para los soldados estadounidenses, que utilizan su piscina y césped cuando no están patrullando las peligrosas calles de la capital iraquí, allanando las casas de sospechosos de terrorismo y tratando de hacer malabares con los complicados y azarosos deberes de la ocupación.
Tucker, un estadounidense que vive en Alemania, pasó varios meses a fines de 2003 y principios de 2004 incrustado oficiosamente en la División de Artillería de Campaña del Ejército de Estados Unidos (conocida como los Astilleros) en el palacio. La película resultante es un desordenado y cautivante ensamblaje de anécdotas e impresiones. Las preguntas más amplias sobre la política y los militares en la guerra de Iraq son mantenidas deliberadamente en el fondo, lo que algunos espectadores pueden encontrar frustrante.
Gunner Palace' no presenta un punto de vista claro o coherente de por qué o cómo se ha hecho la guerra, pero esta limitación es también una virtud. La película sugiere que la claridad y la certeza son lujos que se obtienen con la distancia y retrospección. Las cosas a las que deben enfrentarse los soldados en el día a día son mucho más caóticas y cambiantes, así que hacer sentido de este caos no debería ser solamente un tema de los cineastas sino también un aspecto crucial de su método.
A principio de la película, Tucker invoca la televisión real para enfatizar el contraste entre espectáculos manufacturados como Survivor' y el intento real de supervivencia, pero Gunner Palace' debe tanto a la verdad de la pequeña pantalla como a la tradiciones más nobles de cine documental. Es difícil no ver las imágenes zarandeadas, sin resuello, de hombres en uniforme cruzando los barrios sin pensar en Cops', o presenciar a jóvenes americanos pasando el tiempo en sus barracas, equipados de auriculares, ordenadores portátiles y otros accesorios de alta tecnología sin recordar The Real World'. Quizás sin darse cuenta, Tucker y Epperlein han mirado Iraq a través de las lentes de la cultura popular americana, y su película es también un espejo, re-introduciendo en la cultura una imagen de sí misma a la vez completamente extraña y enteramente familiar.
La ocasional narrativa fuera de pantalla de Tucker es deliberamente plana y prosaica. La ruda poesía que captura su cámara de video pertenece al paisaje -un paisaje que es brillante, ajetreado y tenso en el día, espeluznante y lóbrego de noche- y a los soldados, varios de los cuales son talentosos raperos de estilo libre y declamadores de la voz hablada. Sus ritmos y acordes puntúan la película y le dan un densa y embriagante elocuencia.
Pero incluso los soldados con estilos retóricos más planos y diferentes modos de expresión se las arreglan para imprimir sus experiencias con algo de sus propias personalidades. Los oficiales más viejos hablan en tono de gastado burocratismo, su profesionalismo teñido por el cinismo y el orgullo. El bravo designado de la unidad, un soldado de cara redonda de Colorado que parece alternativamente sensible y sociópata, rasga su guitarra eléctrica y cuenta chistes. Un hombre joven habla excitadamente de la emoción del combate, mientras otro medita que nada mejora con quitar una vida.
Negándose a generalizar o juzgar, Gunner Palace' permite varias interpretaciones, todas ellas coloreadas por las opiniones previas de los interpretadores sobre la guerra. El irreverente humor de los soldados, y la eficiente brutalidad con que irrumpen en casas iraquíes en su cacería de "los tipos malos" puede sugerir un preludio a los abusos de Abu Ghraib (que es adonde se lleva a muchos de los detenidos). La escena de un oficial americano, que no habla árabe, tratando de moderar una ruidosa sesión de un comité de barrio, revela tanto lo absurdo del desafío de imponer la democracia en Iraq como de la paciencia, seriedad y buena voluntad que exige.
Las interacciones entre los iraquíes y los americanos sugieren una ambivalencia mutua: el deseo de algún tipo de relación constructiva coexiste con la sospecha, incomprensión y a veces desprecio. Iraq y Estados Unidos son dos sociedades llenas de contradicciones, y ver Gunner Palace' es verlas multiplicarse.
Y no sólo en la pantalla. Lo he visto dos veces -la primera vez en otoño pasado, en el Festival de Cine de Toronto, con las elecciones presidenciales norteamericanas en el horizonte, y la segunda vez no mucho después de las elecciones iraquíes en enero pasado- y cada vez mi reacción fue influida por sucesos fuera de la sala de cine. En ese sentido, el documental, como la guerra de la que hace la crónica, sigue siendo incompleto y debe ser terminado -o hecho más complicado- en los debates y reflexiones públicas y privadas de su audiencia. Cada espectador que encuentra que el retrato que se hace en el documental de las tropas es inquietantemente hostil, habrá otro que no lo encuentra suficientemente crítico. Pero esto dice más sobre su audiencia que sobre la película, que respeta la humanidad de sus sujetos mirándolos con una mezcla de admiración, sorpresa y preocupación, y la mayor parte del tiempo oyendo lo que tienen que decir, incluso aunque se contradigan.
La cruda ausencia de conclusiones de Gunner Palace' es la verdadera medida de su autenticidad como un artefacto de nuestra época y de su valor para futuros intentos de comprender lo que está haciendo Estados Unidos en Iraq. Durante los últimos años, hemos estado sometidos a un montón de terribles certezas: de los partidarios d de la guerra, de sus críticos e incluso de sus vaciladores y equivocados. Gunner Palace', con su salvaje, inteligente y bullicioso desorden, es un bienvenido antídoto a la auto-convencida retórica de expertos y políticos. Cada vez que lo he visto, he salido sintiéndome emocionado, enfadado, asustado, esperanzado, frustrado y desanimado -y agradecido de su confusión, que es su propia forma de comprensión.
Gunner Palace
Producida, dirigida y montada por Michael Tucker y Petra Epperlein; director de fotografía, Tucker; Palm Pictures. Duración: 86 minutos.
4 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh
Su opulencia ha sido algo reducida por las bombas norteamericanas y el edificio sirve ahora como cuartel para los soldados estadounidenses, que utilizan su piscina y césped cuando no están patrullando las peligrosas calles de la capital iraquí, allanando las casas de sospechosos de terrorismo y tratando de hacer malabares con los complicados y azarosos deberes de la ocupación.
Tucker, un estadounidense que vive en Alemania, pasó varios meses a fines de 2003 y principios de 2004 incrustado oficiosamente en la División de Artillería de Campaña del Ejército de Estados Unidos (conocida como los Astilleros) en el palacio. La película resultante es un desordenado y cautivante ensamblaje de anécdotas e impresiones. Las preguntas más amplias sobre la política y los militares en la guerra de Iraq son mantenidas deliberadamente en el fondo, lo que algunos espectadores pueden encontrar frustrante.
Gunner Palace' no presenta un punto de vista claro o coherente de por qué o cómo se ha hecho la guerra, pero esta limitación es también una virtud. La película sugiere que la claridad y la certeza son lujos que se obtienen con la distancia y retrospección. Las cosas a las que deben enfrentarse los soldados en el día a día son mucho más caóticas y cambiantes, así que hacer sentido de este caos no debería ser solamente un tema de los cineastas sino también un aspecto crucial de su método.
A principio de la película, Tucker invoca la televisión real para enfatizar el contraste entre espectáculos manufacturados como Survivor' y el intento real de supervivencia, pero Gunner Palace' debe tanto a la verdad de la pequeña pantalla como a la tradiciones más nobles de cine documental. Es difícil no ver las imágenes zarandeadas, sin resuello, de hombres en uniforme cruzando los barrios sin pensar en Cops', o presenciar a jóvenes americanos pasando el tiempo en sus barracas, equipados de auriculares, ordenadores portátiles y otros accesorios de alta tecnología sin recordar The Real World'. Quizás sin darse cuenta, Tucker y Epperlein han mirado Iraq a través de las lentes de la cultura popular americana, y su película es también un espejo, re-introduciendo en la cultura una imagen de sí misma a la vez completamente extraña y enteramente familiar.
La ocasional narrativa fuera de pantalla de Tucker es deliberamente plana y prosaica. La ruda poesía que captura su cámara de video pertenece al paisaje -un paisaje que es brillante, ajetreado y tenso en el día, espeluznante y lóbrego de noche- y a los soldados, varios de los cuales son talentosos raperos de estilo libre y declamadores de la voz hablada. Sus ritmos y acordes puntúan la película y le dan un densa y embriagante elocuencia.
Pero incluso los soldados con estilos retóricos más planos y diferentes modos de expresión se las arreglan para imprimir sus experiencias con algo de sus propias personalidades. Los oficiales más viejos hablan en tono de gastado burocratismo, su profesionalismo teñido por el cinismo y el orgullo. El bravo designado de la unidad, un soldado de cara redonda de Colorado que parece alternativamente sensible y sociópata, rasga su guitarra eléctrica y cuenta chistes. Un hombre joven habla excitadamente de la emoción del combate, mientras otro medita que nada mejora con quitar una vida.
Negándose a generalizar o juzgar, Gunner Palace' permite varias interpretaciones, todas ellas coloreadas por las opiniones previas de los interpretadores sobre la guerra. El irreverente humor de los soldados, y la eficiente brutalidad con que irrumpen en casas iraquíes en su cacería de "los tipos malos" puede sugerir un preludio a los abusos de Abu Ghraib (que es adonde se lleva a muchos de los detenidos). La escena de un oficial americano, que no habla árabe, tratando de moderar una ruidosa sesión de un comité de barrio, revela tanto lo absurdo del desafío de imponer la democracia en Iraq como de la paciencia, seriedad y buena voluntad que exige.
Las interacciones entre los iraquíes y los americanos sugieren una ambivalencia mutua: el deseo de algún tipo de relación constructiva coexiste con la sospecha, incomprensión y a veces desprecio. Iraq y Estados Unidos son dos sociedades llenas de contradicciones, y ver Gunner Palace' es verlas multiplicarse.
Y no sólo en la pantalla. Lo he visto dos veces -la primera vez en otoño pasado, en el Festival de Cine de Toronto, con las elecciones presidenciales norteamericanas en el horizonte, y la segunda vez no mucho después de las elecciones iraquíes en enero pasado- y cada vez mi reacción fue influida por sucesos fuera de la sala de cine. En ese sentido, el documental, como la guerra de la que hace la crónica, sigue siendo incompleto y debe ser terminado -o hecho más complicado- en los debates y reflexiones públicas y privadas de su audiencia. Cada espectador que encuentra que el retrato que se hace en el documental de las tropas es inquietantemente hostil, habrá otro que no lo encuentra suficientemente crítico. Pero esto dice más sobre su audiencia que sobre la película, que respeta la humanidad de sus sujetos mirándolos con una mezcla de admiración, sorpresa y preocupación, y la mayor parte del tiempo oyendo lo que tienen que decir, incluso aunque se contradigan.
La cruda ausencia de conclusiones de Gunner Palace' es la verdadera medida de su autenticidad como un artefacto de nuestra época y de su valor para futuros intentos de comprender lo que está haciendo Estados Unidos en Iraq. Durante los últimos años, hemos estado sometidos a un montón de terribles certezas: de los partidarios d de la guerra, de sus críticos e incluso de sus vaciladores y equivocados. Gunner Palace', con su salvaje, inteligente y bullicioso desorden, es un bienvenido antídoto a la auto-convencida retórica de expertos y políticos. Cada vez que lo he visto, he salido sintiéndome emocionado, enfadado, asustado, esperanzado, frustrado y desanimado -y agradecido de su confusión, que es su propia forma de comprensión.
Gunner Palace
Producida, dirigida y montada por Michael Tucker y Petra Epperlein; director de fotografía, Tucker; Palm Pictures. Duración: 86 minutos.
4 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios