fantasmas en el museo
[Randy Kennedy] La fotografía de espíritus y manifestaciones sobrenaturales recibe espacio en museo de arte.
No es el lugar donde esperarías normalmente encontrar a un curador preparando una importante exposición de fotografías en el Museo Metropolitano de Arte [Met]. Pero hace algunos veranos, Pierre Apraxine acampó en el tercer piso de una laberíntica casa en el centro, en la calle West 73, cerca de Central Park, la sede de la Sociedad Americana para la Investigación Psíquica, un depósito de lo paranormal de 120 años de antigüedad, entre cuyos fundadores se encuentra el filósofo William James.
En el mundo de la recopilación y estudio de la fotografía, Apraxine es casi toda una institución. Durante casi dos décadas ha sido los ojos, oídos y comprador en las subastas del filántropo Howard Gilman, que reunió una colección -adquirida recientemente por el Met- que es considerada ampliamente como una de las más importantes del mundo, gracias en gran parte al conocimiento y exploradora tenacidad de Apraxine.
Sin embargo, ese día, Apraxine no estaba trabajando en pro de la fotografía, sino del sexto sentido, de ese enorme e invisible intercambio que Madame Blavatsky, la espiritualista rusa, describió como una especie de correo astral. Había doblado su delgada complexión de 1 metro 92 en un pequeña cabina de acero insonorizada, iluminada por una lámpara roja. Se había pegado mitades de pelotas de pimpón sobre sus ojos y auriculares pitando ruido blanco en sus orejas. En un cuarto cercano estaba una colega curadora y amiga, Sophie Schmit, a la que le habían entregado una imagen elegida al azar, en un trozo de papel. El objetivo era que Apraxine, encerrado en su cuarto -en un estado de profunda relajación conocido como estado Ganzfeld- para recibir la imagen que enviaba Schmit.
El resultado fue bastante razonable, y describió varias imágenes que correspondían a las que estaba manipulando Schmit. (En interés de la investigación, la sociedad pidió que las imágenes no fueran divulgadas). Cuando cambiaron de posición, con Schmit en el cuarto, el par funcionó todavía mejor -Schmit describió con, a veces, espeluznante precisión la imagen que él le enviaba mentalmente.
Nada de esto es particularmente sorprendente para Apraxine, que creció en la hacienda de su familia en Estonia, donde lo sobrenatural es a menudo considerado como parte del curso natural de las cosas. De acuerdo a las historias que le contaba su madre, una vaporosa mujer de blanco puede haber sido, o no, el fantasma de una vieja tía que se aparecía regularmente, a veces a mecer la cuna de Apraxine.
"Era un espíritu benévolo, porque me cuidaba", explicó. "Por otro lado, le tenía tirria a una de las criadas y aterrorizaba a los otros miembros de la hacienda, especialmente a los que descubría robando. Era un perro guardián".
¿Cree Apraxine, 70, ex investigador de Fulbright y excelente producto de la educación post-Ilustración, realmente en esta historia? ¿O en las cosas que se mueven en la noche? Hace poco, en un almuerzo en el Met, levantó la vista de su plato y miró hacia Central Park por un momento. "Tengo una fórmula, una respuesta para eso", dijo. "Yo creo que puedes ver a un fantasma, pero eso no significa que creas en los fantasmas".
Hizo una pausa y se explayó: "Sigo siendo un observador imparcial -eso es el mejor modo de decirlo".
Pero Apraxine ha sido un observador curioso y abierto durante casi toda su vida, consultando con psíquicos, sometiéndose a hipnosis, leyendo libros y revistas sobre lo paranormal y, una vez, asistiendo a una ceremonia de vudú en Haití. Así que su participación en la organización de la exposición en el Met -The Perfect Medium: Photography and the Occult', una fascinante muestra de los modos en que se ha usado la fotografía para tratar de demostrar la existencia de lo sobrenatural- es más que un ejercicio profesional o estético para él. Al menos es en una de esas coincidencias en las que Apraxine decididamente no cree.
"No hay nada accidental -al menos, no en mi vida", dice.
Su interés adulto inicial en la fotografía paranormal surgió de su trabajo como recopilador, no como de alguien interesado en lo espiritual. A principios de los años setenta, cuando empezó a trabajar con Gilman para hacer una colección fotográfica de calidad mundial, el valor de las posesiones de Gilman residía en el trabajo de fotógrafos del siglo 20 como Walker Evans y Robert Frank. La misión de Apraxine era empezar a pescar hacia atrás, a comprar buenas fotografías del siglo 19, estirándose hasta la infancia misma de la fotografía en los años de 1830. Para sorpresa de ambos, que habían asumido que la mayoría de las mejores fotografías del siglo 19 habían sido comprados por museos, todavía hay obras maestras a la venta en todo el mundo, y muchas estaban siendo vendidas por lo que ahora parecen sumas irrisorias de dinero.
A medida que crecía la colección, las fotografías paranormales eran simplemente otra pieza importante más en la historia de la disciplina. Desde 1870 hasta los años treinta, la creencia de que las cámaras tenían el poder, no solamente de captar lo visible y fugaz, sino también lo invisible y efímero produjo un enorme cuerpo de imágenes pensadas casi como muestras científicas. (Servían para presentar las ventas de fotógrafos que ofrecían a viudas de la Guerra Civil una última mirada de sus seres queridos).
Las 120 fotografías de la exposición son a veces espeluznantes, bellas, inquietantes y cómicas. También son, en todo sentido, registros visuales de décadas de embauques, timos, estafas y credulidad -aunque también hay algunas fotografías, como las producidas por el excéntrico botones de Chicago, Ted Serios, según se supone producidas desde su cerebro, en los años sesenta, que no han sido nunca explicadas adecuadamente.
"No lo consideramos de verdad, sabes", dijo la doctora Nancy Sondow, presidente de la Sociedad Americana para la Investigación Psíquica, que prestó varias fotografías a la exposición. Sin embargo, agregó: "Supongo que es interesante desde el punto de vista de la historia de la fotografía".
Las fotografías son una rara ventana a un período bizarro y casi olvidado de la historia americana y europea, cuando se disputaban los campos del espiritualismo y estricta racionalidad en las primeras planas de los diarios. El juicio por fraude, en 1869, de William Mumler, un fotógrafo de Boston y Nueva York que fue el primer practicante conocido de la fotografía paranormal, se convirtió en un espectáculo público. El alcalde de Nueva York mismo ordenó una investigación de sus prácticas y P.T. Barnum declaró para la fiscalía, hablando como el Amazing Randi de sus días. Pero Mamler tenía muchos defensores. Sus padrinos incluían a Mary Todd Lincoln, que lo visitó después del asesinato de su marido; se llevó una fotografía que muestra su espectral imagen parada detrás de ella. (Mumler fue absuelto en el juicio, pero perdió su prestigio, por las sospechas de que manipulaba las planchas fotográficas).
La fotografía de espíritus empezó con un típico estallido de actividad empresarial y por esta razón los espiritualistas europeos serios fueron lentos en incorporarse. Uno escribió que mientras Estados Unidos había tomado la delantera en muchas cosas, también "nos dejó atrás en la invención de rumores falsos". Pero la práctica pronto despegó en Francia y en Inglaterra, y produjo grupos cuyos nombres parecen sacados de las páginas de H.G. Wells o J.K. Rowling: la Sociedad para el Estudio de Fotografías Paranormales, el Colegio Británico de Ciencias Psíquicas, el Comité Paranormal del Círculo Mágico.
Hacia la Segunda Guerra Mundial, el interés había aumentado, pero la exposición deja en claro que nunca ha desaparecido realmente. La exposición incluye algunas de las famosas imágenes en Polaroid de Serios, que reclamaba que eran proyecciones en películas de sus pensamientos y cuyo trabajo sigue siendo uno de los casos mejor documentados y más acaloradamente debatidos en el campo. Incluso hoy, la fascinación con la práctica está extendida, ayudada por la tecnología del video e internet -simplemente tipea las palabras "cazador de fantasmas" [ghost hunter] en Google y encontrarás miles de ejemplos de imágenes contemporáneas que muestran emanaciones del otro mundo.
Apraxine y Schmit, que organizaron con otros tres curadores la exposición, enfatizaron que el único modo de montar una exposición como esta era profesar el agnosticismo oficial. "La posición de los autores es precisamente la de no tener una posición, o al menos, no en un sentido maniqueo", escribieron en el catálogo de la exposición.
Pero en una conferencia telefónica desde su casa en París, Schmit concedió que un fuerte "¿qué, si?" era también una condición básica. "Si no hubiese considerado al menos la posibilidad de que existiese algo así", dijo, "no creo que hubiese estado interesada en montar esta exposición". Ese día de verano en la Sociedad Americana para la Investigación Psíquica, donde los dos curadores estaban hojeando los archivos del grupo a la búsqueda de fotografías para la exposición, decidieron participar en el experimento con telepatía no como una broma sino como una especie de tarea de investigación a cargo de los curadores para otorgarle algo más de credibilidad. "Los dos somos muy tolerantes de este tipo de cosas", dijo.
En realidad, para Apraxine hay momentos que son más que tolerancia. Un hombre reservado y encantador que combina la elegancia del Viejo Mundo con un entusiasmo casi infantil, habla de varios encuentros en su vida que ha encontrado difíciles de explicar. Educado en Bélgica poco después de que su familia dejara Estonia, fue enviado por su familia a Irlanda para que estudiara inglés y una noche entró a hurtadillas en una casa abandonada de la que se decía que estaba hechizada, donde dice que oyó el tic-tac de un reloj en una habitación sin reloj y pasos donde no había nadie.
Más tarde en su vida, en los años sesenta, por sugerencia de conocidos que trabajaban en la revista sobre ciencias ocultas, Planète, de París, fue a ver a su primer psíquico, en el campo cerca de Orléans. "Quería saber qué iba a ser de mi vida", explicó. Recordó que se sentía nervioso y un poco estúpido. "Esperaba que apareciera alguien con túnica y una lechuza en su hombro, ¿sabes?", dijo. En lugar de eso, el hombre llevaba pantalones cortos y en el patio, entre pollos que cloqueaban, y usando un péndulo para ayudarse, pronosticó para Apraxine "todos los puntos importantes de mi vida -y todos ocurrieron". Y Apraxine dijo todo esto muy tranquilo, como si estuviéramos hablando de daguerrotipos.
Más tarde, después de mudarse a Nueva York, consultó regularmente a otra médium del West Village e instó a uno de sus amigos reluctantes a que también la visitara. "Quería desordenar su mente cartesiana", explicó, sonriendo.
En este momento de su vida, dijo Apraxine, cree que muchas de sus curiosidades sobre las cosas sobrenaturales han sido satisfechas, o al menos han entrado de momento en estado de hibernación. Lee menos sobre lo paranormal y no ha visto a un psíquico en años. Ni fantasmas. (Después de la entrevista envió un e-mail al periodista, para asegurarse de que no aparecía inmoderadamente obsesionado con las apariciones: "Yo no me río de la gente que me cuenta sus experiencias paranormales", escribió, "pero tampoco creo que una silueta en un pasillo mal iluminado sea el espíritu de la tía Dorotea que vuelve a espiar a su marido").
De muchos modos, dijo, la exposición del Met no se desarrolló como una extensión de sus intereses. Simplemente se convirtió en otra manera de trabajar con ellos, una exploración que espera que la gente que quiera ver la exposición también desee emprender.
"Pensé que quizás aprendería algo profundizando en este tema", dijo, "y quizás aprenda algo sobre mí mismo".
4 de septiembre de 2005
©nw york times
©traducción mQh
En el mundo de la recopilación y estudio de la fotografía, Apraxine es casi toda una institución. Durante casi dos décadas ha sido los ojos, oídos y comprador en las subastas del filántropo Howard Gilman, que reunió una colección -adquirida recientemente por el Met- que es considerada ampliamente como una de las más importantes del mundo, gracias en gran parte al conocimiento y exploradora tenacidad de Apraxine.
Sin embargo, ese día, Apraxine no estaba trabajando en pro de la fotografía, sino del sexto sentido, de ese enorme e invisible intercambio que Madame Blavatsky, la espiritualista rusa, describió como una especie de correo astral. Había doblado su delgada complexión de 1 metro 92 en un pequeña cabina de acero insonorizada, iluminada por una lámpara roja. Se había pegado mitades de pelotas de pimpón sobre sus ojos y auriculares pitando ruido blanco en sus orejas. En un cuarto cercano estaba una colega curadora y amiga, Sophie Schmit, a la que le habían entregado una imagen elegida al azar, en un trozo de papel. El objetivo era que Apraxine, encerrado en su cuarto -en un estado de profunda relajación conocido como estado Ganzfeld- para recibir la imagen que enviaba Schmit.
El resultado fue bastante razonable, y describió varias imágenes que correspondían a las que estaba manipulando Schmit. (En interés de la investigación, la sociedad pidió que las imágenes no fueran divulgadas). Cuando cambiaron de posición, con Schmit en el cuarto, el par funcionó todavía mejor -Schmit describió con, a veces, espeluznante precisión la imagen que él le enviaba mentalmente.
Nada de esto es particularmente sorprendente para Apraxine, que creció en la hacienda de su familia en Estonia, donde lo sobrenatural es a menudo considerado como parte del curso natural de las cosas. De acuerdo a las historias que le contaba su madre, una vaporosa mujer de blanco puede haber sido, o no, el fantasma de una vieja tía que se aparecía regularmente, a veces a mecer la cuna de Apraxine.
"Era un espíritu benévolo, porque me cuidaba", explicó. "Por otro lado, le tenía tirria a una de las criadas y aterrorizaba a los otros miembros de la hacienda, especialmente a los que descubría robando. Era un perro guardián".
¿Cree Apraxine, 70, ex investigador de Fulbright y excelente producto de la educación post-Ilustración, realmente en esta historia? ¿O en las cosas que se mueven en la noche? Hace poco, en un almuerzo en el Met, levantó la vista de su plato y miró hacia Central Park por un momento. "Tengo una fórmula, una respuesta para eso", dijo. "Yo creo que puedes ver a un fantasma, pero eso no significa que creas en los fantasmas".
Hizo una pausa y se explayó: "Sigo siendo un observador imparcial -eso es el mejor modo de decirlo".
Pero Apraxine ha sido un observador curioso y abierto durante casi toda su vida, consultando con psíquicos, sometiéndose a hipnosis, leyendo libros y revistas sobre lo paranormal y, una vez, asistiendo a una ceremonia de vudú en Haití. Así que su participación en la organización de la exposición en el Met -The Perfect Medium: Photography and the Occult', una fascinante muestra de los modos en que se ha usado la fotografía para tratar de demostrar la existencia de lo sobrenatural- es más que un ejercicio profesional o estético para él. Al menos es en una de esas coincidencias en las que Apraxine decididamente no cree.
"No hay nada accidental -al menos, no en mi vida", dice.
Su interés adulto inicial en la fotografía paranormal surgió de su trabajo como recopilador, no como de alguien interesado en lo espiritual. A principios de los años setenta, cuando empezó a trabajar con Gilman para hacer una colección fotográfica de calidad mundial, el valor de las posesiones de Gilman residía en el trabajo de fotógrafos del siglo 20 como Walker Evans y Robert Frank. La misión de Apraxine era empezar a pescar hacia atrás, a comprar buenas fotografías del siglo 19, estirándose hasta la infancia misma de la fotografía en los años de 1830. Para sorpresa de ambos, que habían asumido que la mayoría de las mejores fotografías del siglo 19 habían sido comprados por museos, todavía hay obras maestras a la venta en todo el mundo, y muchas estaban siendo vendidas por lo que ahora parecen sumas irrisorias de dinero.
A medida que crecía la colección, las fotografías paranormales eran simplemente otra pieza importante más en la historia de la disciplina. Desde 1870 hasta los años treinta, la creencia de que las cámaras tenían el poder, no solamente de captar lo visible y fugaz, sino también lo invisible y efímero produjo un enorme cuerpo de imágenes pensadas casi como muestras científicas. (Servían para presentar las ventas de fotógrafos que ofrecían a viudas de la Guerra Civil una última mirada de sus seres queridos).
Las 120 fotografías de la exposición son a veces espeluznantes, bellas, inquietantes y cómicas. También son, en todo sentido, registros visuales de décadas de embauques, timos, estafas y credulidad -aunque también hay algunas fotografías, como las producidas por el excéntrico botones de Chicago, Ted Serios, según se supone producidas desde su cerebro, en los años sesenta, que no han sido nunca explicadas adecuadamente.
"No lo consideramos de verdad, sabes", dijo la doctora Nancy Sondow, presidente de la Sociedad Americana para la Investigación Psíquica, que prestó varias fotografías a la exposición. Sin embargo, agregó: "Supongo que es interesante desde el punto de vista de la historia de la fotografía".
Las fotografías son una rara ventana a un período bizarro y casi olvidado de la historia americana y europea, cuando se disputaban los campos del espiritualismo y estricta racionalidad en las primeras planas de los diarios. El juicio por fraude, en 1869, de William Mumler, un fotógrafo de Boston y Nueva York que fue el primer practicante conocido de la fotografía paranormal, se convirtió en un espectáculo público. El alcalde de Nueva York mismo ordenó una investigación de sus prácticas y P.T. Barnum declaró para la fiscalía, hablando como el Amazing Randi de sus días. Pero Mamler tenía muchos defensores. Sus padrinos incluían a Mary Todd Lincoln, que lo visitó después del asesinato de su marido; se llevó una fotografía que muestra su espectral imagen parada detrás de ella. (Mumler fue absuelto en el juicio, pero perdió su prestigio, por las sospechas de que manipulaba las planchas fotográficas).
La fotografía de espíritus empezó con un típico estallido de actividad empresarial y por esta razón los espiritualistas europeos serios fueron lentos en incorporarse. Uno escribió que mientras Estados Unidos había tomado la delantera en muchas cosas, también "nos dejó atrás en la invención de rumores falsos". Pero la práctica pronto despegó en Francia y en Inglaterra, y produjo grupos cuyos nombres parecen sacados de las páginas de H.G. Wells o J.K. Rowling: la Sociedad para el Estudio de Fotografías Paranormales, el Colegio Británico de Ciencias Psíquicas, el Comité Paranormal del Círculo Mágico.
Hacia la Segunda Guerra Mundial, el interés había aumentado, pero la exposición deja en claro que nunca ha desaparecido realmente. La exposición incluye algunas de las famosas imágenes en Polaroid de Serios, que reclamaba que eran proyecciones en películas de sus pensamientos y cuyo trabajo sigue siendo uno de los casos mejor documentados y más acaloradamente debatidos en el campo. Incluso hoy, la fascinación con la práctica está extendida, ayudada por la tecnología del video e internet -simplemente tipea las palabras "cazador de fantasmas" [ghost hunter] en Google y encontrarás miles de ejemplos de imágenes contemporáneas que muestran emanaciones del otro mundo.
Apraxine y Schmit, que organizaron con otros tres curadores la exposición, enfatizaron que el único modo de montar una exposición como esta era profesar el agnosticismo oficial. "La posición de los autores es precisamente la de no tener una posición, o al menos, no en un sentido maniqueo", escribieron en el catálogo de la exposición.
Pero en una conferencia telefónica desde su casa en París, Schmit concedió que un fuerte "¿qué, si?" era también una condición básica. "Si no hubiese considerado al menos la posibilidad de que existiese algo así", dijo, "no creo que hubiese estado interesada en montar esta exposición". Ese día de verano en la Sociedad Americana para la Investigación Psíquica, donde los dos curadores estaban hojeando los archivos del grupo a la búsqueda de fotografías para la exposición, decidieron participar en el experimento con telepatía no como una broma sino como una especie de tarea de investigación a cargo de los curadores para otorgarle algo más de credibilidad. "Los dos somos muy tolerantes de este tipo de cosas", dijo.
En realidad, para Apraxine hay momentos que son más que tolerancia. Un hombre reservado y encantador que combina la elegancia del Viejo Mundo con un entusiasmo casi infantil, habla de varios encuentros en su vida que ha encontrado difíciles de explicar. Educado en Bélgica poco después de que su familia dejara Estonia, fue enviado por su familia a Irlanda para que estudiara inglés y una noche entró a hurtadillas en una casa abandonada de la que se decía que estaba hechizada, donde dice que oyó el tic-tac de un reloj en una habitación sin reloj y pasos donde no había nadie.
Más tarde en su vida, en los años sesenta, por sugerencia de conocidos que trabajaban en la revista sobre ciencias ocultas, Planète, de París, fue a ver a su primer psíquico, en el campo cerca de Orléans. "Quería saber qué iba a ser de mi vida", explicó. Recordó que se sentía nervioso y un poco estúpido. "Esperaba que apareciera alguien con túnica y una lechuza en su hombro, ¿sabes?", dijo. En lugar de eso, el hombre llevaba pantalones cortos y en el patio, entre pollos que cloqueaban, y usando un péndulo para ayudarse, pronosticó para Apraxine "todos los puntos importantes de mi vida -y todos ocurrieron". Y Apraxine dijo todo esto muy tranquilo, como si estuviéramos hablando de daguerrotipos.
Más tarde, después de mudarse a Nueva York, consultó regularmente a otra médium del West Village e instó a uno de sus amigos reluctantes a que también la visitara. "Quería desordenar su mente cartesiana", explicó, sonriendo.
En este momento de su vida, dijo Apraxine, cree que muchas de sus curiosidades sobre las cosas sobrenaturales han sido satisfechas, o al menos han entrado de momento en estado de hibernación. Lee menos sobre lo paranormal y no ha visto a un psíquico en años. Ni fantasmas. (Después de la entrevista envió un e-mail al periodista, para asegurarse de que no aparecía inmoderadamente obsesionado con las apariciones: "Yo no me río de la gente que me cuenta sus experiencias paranormales", escribió, "pero tampoco creo que una silueta en un pasillo mal iluminado sea el espíritu de la tía Dorotea que vuelve a espiar a su marido").
De muchos modos, dijo, la exposición del Met no se desarrolló como una extensión de sus intereses. Simplemente se convirtió en otra manera de trabajar con ellos, una exploración que espera que la gente que quiera ver la exposición también desee emprender.
"Pensé que quizás aprendería algo profundizando en este tema", dijo, "y quizás aprenda algo sobre mí mismo".
4 de septiembre de 2005
©nw york times
©traducción mQh
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