militares devuelven héroe en chile
[Larry Rohter] Restos de prócer de la independencia es enterrado en nuevo mausoleo.
Santiago, Chile. Poco después de tomar el poder en 1973, el general Augusto Pinochet construyó un Altar de la Patria y trasladó a él los restos de Bernardo O’Higgins, el héroe de la independencia chilena. Los demócratas chilenos han estado peleando desde entonces para arrebatar O’Higgins a los militares y restaurar su legado a la nación, y el jueves finalmente lo lograron.
En una emotiva ceremonia de una hora en una plaza en el centro de la ciudad, a un lado de un boulevard llamado en honor a O’Higgins, y a tiro de piedra del palacio presidencial, el presidente Ricardo Lagos reclamó simbólicamente "al Padre de la Nación" a nombre de los 15 millones de chilenos.
Lo hizo, dijo, en nombre de "un Chile que reencuentra sus valores y tradiciones democráticas" y establece "nuevas relacionese entre civiles y militares".
Después de leer discursos debajo de la estatua de O’Higgins a caballo, Lagos y el general Cheyre, el comandante de las fuerzas armadas, visitaron el nuevo mausoleo, todavía oliendo débilmente a pintura fresca y granito húmedo antes de abrir sus puertas al público. Fue como si la tumba de George Washington fuera retornada a Mount Vernon después de haber sido requisada por el Pentágono durante 30 años.
La entrega de la tumba de O’Higgins al control civil es la culminación de una serie de gestos simbólicos que ha hecho Lagos, un socialista que deja su cargo el sábado, durante sus seis años como presidente. Empezó con la reapertura de la puerta lateral al palacio de gobierno que fue a menudo usada por Salvador Allende, el único otro socialista que ha gobernado Chile y que permitió al público acceder a la entrada principal y a los patios del palacio.
Entonces, justo antes del 30 aniversario del golpe de Pinochet, se descubrió una estatua de Allende en la plaza principal que está justo detrás del palacio, conocido como de La Moneda, donde se suicidó el 11 de septiembre de 1973, después de que fuera bombardeado por aviones de la fuerza aérea. Como un gesto de despedida, Lagos piensa dedicar esta semana un pequeña placa en el palacio a los funcionarios que murieron junto a Allende en el golpe.
"Un montón de mis amigos murieron aquí, o algunos días después", dijo Lagos durante una entrevista el fin de semana pasado, cuando se le preguntó por su afición por esos actos simbólicos. La hebra común, dijo, es "ser capaz de recuperar un trozo de la historia de la nación", pero de un modo "que no divida nuevamente a los chilenos, sino que los una".
En ese sentido, el Altar de la Patria y especialmente su acompañante Llama de la Libertad, fueron difíciles de resolver. Durante los 17 años de la dictadura de Pinochet, los opositores trataron repetidas veces de apagar la antorcha para protestar contra la represión de la junta gobernante, lo que llevó a los militares a cerrar el espacio al público.
Incluso después de la restauración de la democracia en 1990, hubo intentos de sabotear al monumento. En agosto de 2003, por ejemplo, justo antes de las conmemoraciones del aniversario número 30, se detuvo a tres hombres con intentaron apagar la llama con extintores de incendio.
Finalmente en 2004, después de un debate sobre quién debía pagar la creciente cuenta del gas de la llama, la antorcha y el altar fueron removidos, los restos de O’Higgins fueron transferidos a la academia militar y la plaza fue rebautizada como la Plaza de la Ciudadanía. Pero manteniendo el énfasis en evitar las divisiones, esos pasos fueron dados presuntamente en el marco de un proyecto de renovación urbana en preparación del bicentenario de 2010 del inicio de la lucha de Chile por su independencia, antes que como un rechazo explícito del general Pinochet o de los militares.
"No hay ninguna significación especial en cambiar la llama y colocar una fuente en su lugar", dijo Ricardo Trincado, director regional del Servicio de Vivienda y Planificación Urbana, a periodistas escépticos. "Simplemente nos pareció un buen modo de sacar ventaja del espacio y darle más prestancia a la ubicación".
Determinar quién debe tener la posesión de los restos de O’Higgins, que era de origen irlandés y que condujo a las fuerzas separatistas en las guerras que terminaron con la independencia de España en 1818, no es de ningún modo el único ejemplo del modo en que los cuerpos de personajes históricos, e incluso contemporáneos, han sido usados aquí para propósitos políticos.
"Hay una obsesión en este país con los entierros, los desmembramientos y los re-entierros", dice Alfredo Jocelyn-Holt, un prominente historiador y crítico social. "Todavía tenemos a desaparecido de los años de Pinochet que no han sido enterrados, por supuesto, pero más allá de eso también está Allende mismo, y Pablo Neruda, y Diego Portales", otro héroe de la independencia chilena. "Es algo muy morboso, profundamente psicológico y social, algo nacido de problemas que no han sido resueltos".
Aunque los restos de O’Higgins han sido trasladados a una sepultura propia, sigue en pie otro misterio: el paradero de dos de sus espadas. Su significado histórico es tan grande que incluso hoy los oficiales militares que son ascendidos a general reciben una réplica de la espada de batalla de O’Higgins. Las originales, que se exhibían en el Museo Nacional, desaparecieron después de que el general Pinochet usurpara el poder.
Cuando el museo pidió a los militares que devolvieran las espadas después del retorno a la democracia, recibieron en su lugar lo que se demostró que eran copias. Una ex directora del museo dijo públicamente que sospechaba que las tenía el general Pinochet.
Pinochet ha estado siempre obsesionado con O’Higgins, el ciudadano general al que aman todos los chilenos. El general Pinochet se dio a sí mismo el título de capitán general, que había sido otorgado a O’Higgins y que luego, por respeto, no volvió a ser usado nunca más.
"Como dictador, Pinochet estaba siempre a la búsqueda de elementos históricos que pudieran otorgarle alguna especie de legitimidad", dice Francisco Estévez Valencia, un historiador y periodista que fue uno de los detenidos en 2003 por tratar de apagar la llama de la libertad. "Así que secuestró simbólicamente a O’Higgins, que no era un tirano, que era progresista en su época, y que sólo ahora los chilenos están aprendiendo a conocer".
En una emotiva ceremonia de una hora en una plaza en el centro de la ciudad, a un lado de un boulevard llamado en honor a O’Higgins, y a tiro de piedra del palacio presidencial, el presidente Ricardo Lagos reclamó simbólicamente "al Padre de la Nación" a nombre de los 15 millones de chilenos.
Lo hizo, dijo, en nombre de "un Chile que reencuentra sus valores y tradiciones democráticas" y establece "nuevas relacionese entre civiles y militares".
Después de leer discursos debajo de la estatua de O’Higgins a caballo, Lagos y el general Cheyre, el comandante de las fuerzas armadas, visitaron el nuevo mausoleo, todavía oliendo débilmente a pintura fresca y granito húmedo antes de abrir sus puertas al público. Fue como si la tumba de George Washington fuera retornada a Mount Vernon después de haber sido requisada por el Pentágono durante 30 años.
La entrega de la tumba de O’Higgins al control civil es la culminación de una serie de gestos simbólicos que ha hecho Lagos, un socialista que deja su cargo el sábado, durante sus seis años como presidente. Empezó con la reapertura de la puerta lateral al palacio de gobierno que fue a menudo usada por Salvador Allende, el único otro socialista que ha gobernado Chile y que permitió al público acceder a la entrada principal y a los patios del palacio.
Entonces, justo antes del 30 aniversario del golpe de Pinochet, se descubrió una estatua de Allende en la plaza principal que está justo detrás del palacio, conocido como de La Moneda, donde se suicidó el 11 de septiembre de 1973, después de que fuera bombardeado por aviones de la fuerza aérea. Como un gesto de despedida, Lagos piensa dedicar esta semana un pequeña placa en el palacio a los funcionarios que murieron junto a Allende en el golpe.
"Un montón de mis amigos murieron aquí, o algunos días después", dijo Lagos durante una entrevista el fin de semana pasado, cuando se le preguntó por su afición por esos actos simbólicos. La hebra común, dijo, es "ser capaz de recuperar un trozo de la historia de la nación", pero de un modo "que no divida nuevamente a los chilenos, sino que los una".
En ese sentido, el Altar de la Patria y especialmente su acompañante Llama de la Libertad, fueron difíciles de resolver. Durante los 17 años de la dictadura de Pinochet, los opositores trataron repetidas veces de apagar la antorcha para protestar contra la represión de la junta gobernante, lo que llevó a los militares a cerrar el espacio al público.
Incluso después de la restauración de la democracia en 1990, hubo intentos de sabotear al monumento. En agosto de 2003, por ejemplo, justo antes de las conmemoraciones del aniversario número 30, se detuvo a tres hombres con intentaron apagar la llama con extintores de incendio.
Finalmente en 2004, después de un debate sobre quién debía pagar la creciente cuenta del gas de la llama, la antorcha y el altar fueron removidos, los restos de O’Higgins fueron transferidos a la academia militar y la plaza fue rebautizada como la Plaza de la Ciudadanía. Pero manteniendo el énfasis en evitar las divisiones, esos pasos fueron dados presuntamente en el marco de un proyecto de renovación urbana en preparación del bicentenario de 2010 del inicio de la lucha de Chile por su independencia, antes que como un rechazo explícito del general Pinochet o de los militares.
"No hay ninguna significación especial en cambiar la llama y colocar una fuente en su lugar", dijo Ricardo Trincado, director regional del Servicio de Vivienda y Planificación Urbana, a periodistas escépticos. "Simplemente nos pareció un buen modo de sacar ventaja del espacio y darle más prestancia a la ubicación".
Determinar quién debe tener la posesión de los restos de O’Higgins, que era de origen irlandés y que condujo a las fuerzas separatistas en las guerras que terminaron con la independencia de España en 1818, no es de ningún modo el único ejemplo del modo en que los cuerpos de personajes históricos, e incluso contemporáneos, han sido usados aquí para propósitos políticos.
"Hay una obsesión en este país con los entierros, los desmembramientos y los re-entierros", dice Alfredo Jocelyn-Holt, un prominente historiador y crítico social. "Todavía tenemos a desaparecido de los años de Pinochet que no han sido enterrados, por supuesto, pero más allá de eso también está Allende mismo, y Pablo Neruda, y Diego Portales", otro héroe de la independencia chilena. "Es algo muy morboso, profundamente psicológico y social, algo nacido de problemas que no han sido resueltos".
Aunque los restos de O’Higgins han sido trasladados a una sepultura propia, sigue en pie otro misterio: el paradero de dos de sus espadas. Su significado histórico es tan grande que incluso hoy los oficiales militares que son ascendidos a general reciben una réplica de la espada de batalla de O’Higgins. Las originales, que se exhibían en el Museo Nacional, desaparecieron después de que el general Pinochet usurpara el poder.
Cuando el museo pidió a los militares que devolvieran las espadas después del retorno a la democracia, recibieron en su lugar lo que se demostró que eran copias. Una ex directora del museo dijo públicamente que sospechaba que las tenía el general Pinochet.
Pinochet ha estado siempre obsesionado con O’Higgins, el ciudadano general al que aman todos los chilenos. El general Pinochet se dio a sí mismo el título de capitán general, que había sido otorgado a O’Higgins y que luego, por respeto, no volvió a ser usado nunca más.
"Como dictador, Pinochet estaba siempre a la búsqueda de elementos históricos que pudieran otorgarle alguna especie de legitimidad", dice Francisco Estévez Valencia, un historiador y periodista que fue uno de los detenidos en 2003 por tratar de apagar la llama de la libertad. "Así que secuestró simbólicamente a O’Higgins, que no era un tirano, que era progresista en su época, y que sólo ahora los chilenos están aprendiendo a conocer".
10 de marzo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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