Blogia
mQh

la muerte llega temprano


[Monte Reel] En Río, los jóvenes son a menudo víctimas de las pandillas. La policía lucha por el control de los suburbios.
Río de Janeiro, Brasil. El crepitante sonido de las explosiones entró por la ventana sin cristales de la casa de Maiza Madera, una chabola de ladrillos huecos metida profundamente entre los retorcidos callejones de uno de los barrios más grandes de los cerros.
Levantó la barbilla reconociendo el sonido, hizo una pausa, y luego desechó el sonido tan rápidamente como había llegado: "Fuegos artificiales", dijo.
Cada vez que oye ruidos de fuego rápido como el que oímos, dijo, la pausa que sigue marca el instante en que hace un rápido inventario de sus hijos. Tiene tres, y cree que su misión es guiarlos durante la infancia. Pero viven en una favela -un barrio de chabolas que hace las veces de campo de batalla, por el que se pelean las pandillas de narcotraficantes del barrio, la policía y, en algunos casos, las milicias de vigilantes- y la seguridad no está garantizada.
En este vecindario, llamado Rocinha, casi todo el mundo tiene una historia sobre cómo se vieron envueltos en un hecho de violencia. Muchas de las historias, como la de Madeira, tienen a niños como personajes principales, sea como víctimas de crímenes o como hechores.
Estadísticamente, las favelas son los sectores más violentos de Río, una ciudad donde el número de muertes de menores atribuidas a la violencia excede de lejos el de muchas zonas en guerra. De 2002 a 2006, murieron como resultado de hechos violentos en Israel y los territorios ocupados, 729 menores israelíes y palestinos, de acuerdo a B'Tselem, un grupo israelí de derechos humanos. Durante el mismo período en Río de Janeiro, murieron asesinados 1.857 menores, de acuerdo al Instituto de Seguridad Pública, un centro de investigación del estado.
En los últimos tres meses, varios crímenes llamativos han vuelto a encender el debate sobre los niños y la violencia. El congreso brasileño está considerando aplicar sentencias más severas para crímenes que impliquen a niños, y posiblemente reducir la edad mínima imputable para perseguir a los delincuentes juveniles, que ahora es de dieciocho.
Los vecinos de aquí dicen que conocen montones de historias implicando a sus niños.
Madeira dijo que tenía tres años cuando aprendió a identificar el sonido de los fuegos artificiales con tanta precisión. Durante la primera noche de la celebración del carnaval anual en Río, dijo, su hijo de dieciséis había salido con sus amigos al salón de baile de la favela. Los fuegos artificiales habían estado estallando toda la noche, pero una explosión en particular hizo que Madeira se sentara en la cama.
"¿Qué fue eso?", le preguntó a su marido.
"Solo fuegos artificiales", le dijo.
Durmió mal hasta que otro sonido -alguien que golpeaba insistentemente la puerta de aluminio de su casa- la despertó a las cuatro de la mañana. Uno de sus cuatro hijos había sido herido mortalmente por una unidad de asalto de la policía militar.

Del Horror a la Acción
En febrero, dos ladrones de coches armados trataron de sacar a una mujer y su hijo de seis años, de su vehículo en Río. La mujer escapó, pero el pie del niño quedó enganchado en el cinturón de seguridad. Murió desmembrado mientras lo arrastraban junto al coche en una carrera de más de seis kilómetros y medio.
Hubo indignación nacional, en parte por la muerte del niño, pero también porque uno de los ladrones tenía diecisiete y no era imputable.
Desde de esa muerte, el congreso ha adoptado medidas preliminares que aumenten las penas para los adultos que impliquen a niños en sus delitos, y ha debatido sobre reducir la edad de imputabilidad penal a dieciséis años. De momento, sin embargo, la policía dice que se sienten obstaculizados por la ley.
"Algunos de los tipos contra los que estamos peleando tienen diez o doce años", dijo Rodrigo Oliveira, un comandante de policía civil que encabeza una unidad de operaciones especiales que lucha contra las pandillas dentro de las favelas. "Yo puedo saber que este niño está cometiendo un delito, pero no según la ley, no puedo considerarlo como delincuente. Hoy en día, las pandillas están usando a niños de menos de dieciocho para cometer sus peores crímenes, porque saben que no irán a la cárcel".
En lugar de eso, son enviados centros de justicia juvenil donde pasan un máximo de 45 días antes de ser inscritos en un programa estatal destinado a educarlos y rehabilitarlos. La sentencia máxima para menores es tres años en esos programas, pero esta sentencia es rara. La mayoría de los delincuentes pasan los días de la semana en un programa de rehabilitación de varios meses y pueden elegir libremente pasar el fin de semana en casa.
En el Centro de Detención Juvenil Padre Severino de Río, unos 185 niños se hacinan en diez calabozos de cemento todos los días. Los reclusos son asignados a celdas no por la edad -tienen todos entre doce y dieciocho-, sino de acuerdo a las pandillas que controlan las favelas.
El otro día, Marcos, un anguloso chico de diecisiete de risa fácil. Dijo que era narcotraficante, ladrón y asesino, y que había sido enviado a Padre Severino cinco veces desde que se incorporara al Comando Rojo, la banda de narcotraficantes más grande de Río, a los doce. En febrero, la policía allanó su casa mientras dormía y hallaron armas sin permiso.
Marcos ha conocido toda la vida a pandilleros en Cantagalo, una favela que da al famoso balneario de Ipanema. Dijo que cuando tenía once, trató de entrar a la banda, pero fue rechazado por ser demasiado joven. Así que empezó una ofensiva de seducción, robando collares a mujeres en Ipanema y llevándolos a la favela para mostrar lo que era capaz de hacer. A los doce, dijo, lo contrataron como recadero. A veces lleva comida para ellos, a veces drogas. Lleva siempre su pistola calibre 38.
"Me fui de casa a los trece, y la pandilla se convirtió en mi familia", dijo Marcos, cuyo apellido no puede darse a conocer debido al reglamento del centro de detención. "Si quería bailar, íbamos a bailar. Si íbamos a la playa, íbamos juntos. Si decidíamos robar a alguien, lo hacíamos juntos".
Se convirtió rápidamente en dealer, metiéndose al bolsillo unos 125 dólares a la semana, dijo. Hace poco se convirtió en un encargado de controlar todas las ventas de drogas en una sección específica de la favela. Sus ingresos se triplicaron. En lugar de llevar una pistola, empezó a cargar una metralleta con balas de 7.62 milímetros.
Marcos dijo que tenía catorce cuando mató a alguien por primera vez. Un tipo de la favela había dejado embarazada a una virgen y uno de los jefes de la banda ordenó a Marcos administrar un castigo capital. Dijo que desde entonces ha matado a vendedores que han robado a la banda, y a otros que han tratado de delatarlos a la policía. No siempre le gusta hacer lo que hace, dijo, especialmente cuando la víctima es alguien al que considera amigo. Pero todos conocen las reglas, dijo, y habían aceptado ceñirse por ellas.
"No le tengo miedo a la muerte", dijo Marcos, sonriendo suavemente. "Me divierte. Moriré cuando sea mi hora de morir".

Fuego Cruzado
Joel Ferreira Silvestre, 17, se sentó en un peldaño de concreto fuera de su casa, a la vuelta de la esquina de un pequeño grupo de hombres que martillaban la acera con picos. Estaban instalando una nueva extensión de la tubería para llevar agua a una de las casas. Así es como funcionan las cosas en la favela -la gente no llama a una dependencia pública cuando quieren que se haga un trabajo de ese tipo, porque los servicios públicos no los atienden. Tampoco lo hace la policía, lo que significa que el joven sentado en otro peldaño algunos metros más allá de Joel podía agacharse hacia la izquierda y encender un porro con la colilla del cigarrillo de su amigo, seguro de que nadie trataría de impedírselo.
La única vez que la policía entra a este vecindario es cuando lo hacen en un vehículo blindado, con rifles de asalto, en un allanamiento. Joel ha tratado de distanciarse todo lo posible del conflicto, pero es fácil quedarse atrapado en el fuego cruzado. Eso es lo que ha ocurrido, dijo, con su primo de dieciséis, que había sido visto en un nutrido grupo de adolescentes en 2004 cuando la policía realizaba un allanamiento. Fue mortalmente herido.
Como Marcos, Joel odia a la policía. Pero dijo que nunca ha tratado de entrar a una banda. En lugar de eso, espera que el servicio militar lo saque de la línea de fuego.
"Quiero que mi papá se enorgullezca de mí", dijo Joel, que espera graduarse de la secundaria en 2009, si no le llaman antes para el servicio militar. "Mi papá dice que en el ejército te enseñan cosas que no aprendes en la calle, y eso sería bueno para mi futuro, para toda mi vida".
Si alguien eligiera al azar a cien adolescentes en este barrio, Joel supone que treinta de ellos serían probablemente pandilleros. Es más alto que los cálculos de académicos y asistentes sociales, pero significaría que Joel es mucho más representativo de las favelas que Marcos.
El Observatorio de Favelas, una organización sin fines de lucro que implementa programas sociales en varias barriadas de Río, dio a conocer a fines del año pasado una encuesta de 230 adolescentes que habían sido pandilleros; 46 de ellos murieron durante el período de investigación de dos años, 32 de ellos matados por la policía.
De acuerdo al Instituto de Seguridad Pública, un promedio de 371 menores han sido asesinados al año en Río de 2002 a 2006. Debido a que algunas personas creen que las cifras oficiales sobre homicidios en Río, una página web -http://www.riobodycount.com.br-- empezó este año a compilar su propia cuenta recogiendo boletines de prensa sobre muertes violentas. En total, desde el 1 de febrero contó en Río 675 homicidios.
"Para la gente joven, eso es genocidio", dijo Raquel Willadino, directora de temas relacionados con la violencia y de derechos humanos para el Observatorio de Favelas. "Y no lo digo metafóricamente. En realidad es un genocidio".
El presidente Luiz Inacio Lula da Silva, preocupado por el crimen en Río, se reunió el viernes con sus asesores militares para estudiar la posibilidad de desplegar tropas en la ciudad para ayudar a contener la violencia.
Pero Willadino y otros muchos asistentes sociales en la favelas rechazan ideas como dictar sentencias más largas en delitos relacionados con niños o bajar la edad de imputabilidad. La cárcel y los sistemas de detención están ya estirados más allá de su capacidad, y la policía no goza de buena reputación en cuanto a distinguir a chicos malos de buenos en las favelas, dijo. Tenía en su escritorio una copia de la primera plana de un diario hace poco, con una foto de un agente de policía rebuscando en un bolsón de un niño de la escuela primaria -una buena ilustración, dijo, del enfoque indiscriminado en la policía de los residentes de las favelas.
Entretanto, muchos policías expresan su exasperación cuando ven cosas como esas. Allan Turnowski, director de operaciones especiales de la policía, dijo que ese tipo de fotografías en la prensa dejan fuera una parte importante de la historia. Justo antes de que los agentes revisaran la mochila del niño de la foto, dijo, habían encontrado un arma en la mochila de otro niño. Los criminales obligan a la policía a ser cautos, dijo.
"La prensa no muestra las cosas buenas que hacemos -sólo les interesa el sensacionalismo", dijo. "Muestran al criminal héroe, y nosotros perdemos autoridad en la opinión de la gente joven. Entonces ven a la policía como a los tipos malos".
Joel, ciertamente. Dijo que a menudo se ha sentido como el blanco de una guerra entre la policía y las pandillas, incluso aunque ha tratado de eludirlo. Joel dijo que el mes pasado fue detenido por un policía cuando circulaba en una moto que le había prestado un amigo. El agente le dijo que tenía que darle su dinero, dijo Joel, o de otro modo lo arrestaría y encerraría por andar en una moto que no era la suya.
Le dio el dinero, dijo, y contó otra historia para explicar por qué quiere que el ejército lo llame.
"Me gustaría vivir en otro lugar", dijo. "En algún lugar más tranquilo, donde pudiera respirar más fácilmente".

Fred Alves contribuyó a este reportaje.

16 de abril de 2007
©washington post

©traducción mQh
rss

0 comentarios