mapaches, peste del pasado nazi
[Craig Whitlock] Una peste que todavía se extiende por Europa.
Kassel, Alemania. En 1934, Hermann Goering, el alto funcionario del partido nazi, recibió una petición aparentemente banal del Servicio Forestal del Reich. Una granja de peletería aquí pedía permiso para soltar en la naturaleza un grupo de bichos exóticos de cola gorda para "enriquecer la fauna local" y dar a los aburridos cazadores algo nuevo contra lo que disparar.
Goering aprobó la petición y, sin darse cuenta, provocó un desastre ecológico que todavía se extiende por Europa. La especie norteamericana importada, Procyon lotor, o el mapache común, se acostumbró rápidamente a los bosques de Alemania central. Sin encontrar depredadores naturales -y con cazadores cada vez más escasos y alejados por la Segunda Guerra Mundial-, las criaturas del bosque se multiplicaron abundantemente y han resistido todos los intentos emprendidos para impedir que se apoderen del continente.
Hoy se calcula que hay en Alemania cerca de un millón de mapaches, y su población está aumentando firmemente. En 2005, cazadores y coches mataron diez veces más mapaches que hace diez años, según estadísticas oficiales.
Los mapaches han cruzado al otro lado de la frontera, infestando a todos los vecinos de Alemania y ahora se encuentran desde el Mar Báltico hasta los Alpes. Los científicos dicen que los han visto incluso en Chechenia. Los tabloides británicos han advertido que es sólo una cuestión de tiempo para que los ‘mapaches nazis' crucen el Canal de la Mancha.
En su mayor parte, los mapaches no han interrumpido el orden natural de las cosas en los bosques, aunque algunas personas los culpan de la reducción de pájaros cantores, a los que roban los huevos de sus nidos. Más bien, el mayor impacto lo han experimentado los humanos. Abundan las quejas sobre intrépidos mapaches que han penetrado en casas y destruido propiedades, endilgando a sus dueños altos costes en cuentas de reparación y resistentes pestes.
Los alemanes los llaman Waschbaeren por su hábito de lavar sus patas y mojar sus alimentos. Y en ningún lugar de Alemania hay tantos como en Kassel, una ciudad de unos doscientos mil habitantes en el estado central de Hesse.
Para los animales enmascarados hay una gran abundancia de frondosos patios suburbanos que colindan con enormes tramos de bosques públicos. La ciudad yace a menos de 32 kilómetros de la granja de peletería nazi a la que usualmente se responsabiliza de la explosión de mapaches en Alemania -biólogos de la fauna silvestre dicen que el problema fue empeorado por la liberación de mapaches de otras granjas que resultaron dañadas en bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial.
Hace cinco años, una familia de mapaches se hizo camino arañando y mordisqueando en la casa que pertenecía a Ingrid y Dieter Hoffman, de Kassel. La camada se instaló en la chimenea de los Hoffman y, pese a los intentos de desalojarlos con humo, arruinaron el tejado, cuya reparación costó decenas de miles de dólares. Los Hoffman también gastaron mil trescientos dólares para proteger su vivienda de los mapaches con canalones electrificados y otras medidas.
"Los cachorros son bonitos y tienen caras simpáticas", dijo Ingrid Hoffman, 70, que, como su marido, es una ortodoncista jubilada. "Pero su madre te puede arrancar un dedo de un mordisco".
Dieter Hoffmann sacudió un dedo acusador frente al visitante: "Nos gusta Estados Unidos, pero no sus mapaches".
Los europeos no están acostumbrados a compartir su hábitat con animales salvajes. Así que mientras algunos alemanes ven a los mapaches como una especie extraña y problemática que merece ser exterminada, sus vecinos al otro lado de la valla del patio los ven como novedades de cara peluda y les arrojan comida.
"La ciudad de Kassel está dividida en dos", dijo Theodor Arend, un funcionario de la silvicultura en la cercana Wolfhagen, que posee un mapache embalsamado en su oficina. "Uno dice: ‘Oh, qué guapos', y les dan pasas y bananas. Pero el otro lado los enviaría a la luna".
Arend recordó un caso en el que una mujer de Kassel de ochenta años permitió que cincuenta mapaches colonizaran su casa. Finalmente las autoridades la declararon un peligro para la salud. "El hedor era increíble, pero la señora era muy feliz", dijo.
Funcionarios del ayuntamiento de Kassel han trabajado durante años para formular una política efectiva de control de la población. A mediados de los años noventa, el ayuntamiento ofreció recompensas a los cazadores en un intento por reducir sus números, pero el programa fracasó. Las hembras mapaches empezaron a tener camadas más grandes, para compensar las pérdidas, dijo Hartmut Bierwirth, que supervisa las licencias de caza de la ciudad.
El reto se ha visto nublado por debates éticos sobre derechos animales versus los derechos de los humanos.
De momento, la ciudad limita sus esfuerzos a repartir panfletos instando a los vecinos a asegurar sus sacos de basura y sus abonos, dos importantes áreas de alimentación de los mapaches. Aquellos atormentados por los animales tienen dos opciones: ocuparse ellos mismos del problema, o llamar a un trampero privado, como Frank Becker.
Becker es dueño de un negocio de leña y aserradero en Kassel, pero ha emprendido un segundo y próspero negocio de remoción y prevención de los mapaches. Con sus trampas de madera hechas en casa, captura unos 200 al año.
Coloca en el interior de la trampa un pan engomado o algo dulce y lo engancha a una cuerda. Tan pronto como el mapache coge el cebo, las puertas laterales se cierran violentamente. La trampa no causa daño a los animales, pero Becker mata a los capturados disparándoles con un rifle a la cabeza.
"Nadie lo hace tan profesionalmente como yo", se fanfarronea. "Siempre ha resultado. En Alemania los mapaches no tienen enemigos naturales, excepto yo".
Sin embargo, las trampas no son más que una solución provisional. Becker dice que es simplemente una cuestión de tiempo antes de lleguen más mapaches al barrio. Como resultado, dijo, él se concentra más en vender sistemas de seguridad que destruyen a los animales que quieren hacerse un hueco en el lugar.
Pese a haber capturado a miles de estos animales, sólo se ha tentado una vez con comerse a uno de ellos. "Tienen un sabor muy intenso, muy salvaje", dijo. "Pero en realidad nadie los quiere". Pero sí conservó la piel. Se hizo una gorra con ella.
Goering aprobó la petición y, sin darse cuenta, provocó un desastre ecológico que todavía se extiende por Europa. La especie norteamericana importada, Procyon lotor, o el mapache común, se acostumbró rápidamente a los bosques de Alemania central. Sin encontrar depredadores naturales -y con cazadores cada vez más escasos y alejados por la Segunda Guerra Mundial-, las criaturas del bosque se multiplicaron abundantemente y han resistido todos los intentos emprendidos para impedir que se apoderen del continente.
Hoy se calcula que hay en Alemania cerca de un millón de mapaches, y su población está aumentando firmemente. En 2005, cazadores y coches mataron diez veces más mapaches que hace diez años, según estadísticas oficiales.
Los mapaches han cruzado al otro lado de la frontera, infestando a todos los vecinos de Alemania y ahora se encuentran desde el Mar Báltico hasta los Alpes. Los científicos dicen que los han visto incluso en Chechenia. Los tabloides británicos han advertido que es sólo una cuestión de tiempo para que los ‘mapaches nazis' crucen el Canal de la Mancha.
En su mayor parte, los mapaches no han interrumpido el orden natural de las cosas en los bosques, aunque algunas personas los culpan de la reducción de pájaros cantores, a los que roban los huevos de sus nidos. Más bien, el mayor impacto lo han experimentado los humanos. Abundan las quejas sobre intrépidos mapaches que han penetrado en casas y destruido propiedades, endilgando a sus dueños altos costes en cuentas de reparación y resistentes pestes.
Los alemanes los llaman Waschbaeren por su hábito de lavar sus patas y mojar sus alimentos. Y en ningún lugar de Alemania hay tantos como en Kassel, una ciudad de unos doscientos mil habitantes en el estado central de Hesse.
Para los animales enmascarados hay una gran abundancia de frondosos patios suburbanos que colindan con enormes tramos de bosques públicos. La ciudad yace a menos de 32 kilómetros de la granja de peletería nazi a la que usualmente se responsabiliza de la explosión de mapaches en Alemania -biólogos de la fauna silvestre dicen que el problema fue empeorado por la liberación de mapaches de otras granjas que resultaron dañadas en bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial.
Hace cinco años, una familia de mapaches se hizo camino arañando y mordisqueando en la casa que pertenecía a Ingrid y Dieter Hoffman, de Kassel. La camada se instaló en la chimenea de los Hoffman y, pese a los intentos de desalojarlos con humo, arruinaron el tejado, cuya reparación costó decenas de miles de dólares. Los Hoffman también gastaron mil trescientos dólares para proteger su vivienda de los mapaches con canalones electrificados y otras medidas.
"Los cachorros son bonitos y tienen caras simpáticas", dijo Ingrid Hoffman, 70, que, como su marido, es una ortodoncista jubilada. "Pero su madre te puede arrancar un dedo de un mordisco".
Dieter Hoffmann sacudió un dedo acusador frente al visitante: "Nos gusta Estados Unidos, pero no sus mapaches".
Los europeos no están acostumbrados a compartir su hábitat con animales salvajes. Así que mientras algunos alemanes ven a los mapaches como una especie extraña y problemática que merece ser exterminada, sus vecinos al otro lado de la valla del patio los ven como novedades de cara peluda y les arrojan comida.
"La ciudad de Kassel está dividida en dos", dijo Theodor Arend, un funcionario de la silvicultura en la cercana Wolfhagen, que posee un mapache embalsamado en su oficina. "Uno dice: ‘Oh, qué guapos', y les dan pasas y bananas. Pero el otro lado los enviaría a la luna".
Arend recordó un caso en el que una mujer de Kassel de ochenta años permitió que cincuenta mapaches colonizaran su casa. Finalmente las autoridades la declararon un peligro para la salud. "El hedor era increíble, pero la señora era muy feliz", dijo.
Funcionarios del ayuntamiento de Kassel han trabajado durante años para formular una política efectiva de control de la población. A mediados de los años noventa, el ayuntamiento ofreció recompensas a los cazadores en un intento por reducir sus números, pero el programa fracasó. Las hembras mapaches empezaron a tener camadas más grandes, para compensar las pérdidas, dijo Hartmut Bierwirth, que supervisa las licencias de caza de la ciudad.
El reto se ha visto nublado por debates éticos sobre derechos animales versus los derechos de los humanos.
De momento, la ciudad limita sus esfuerzos a repartir panfletos instando a los vecinos a asegurar sus sacos de basura y sus abonos, dos importantes áreas de alimentación de los mapaches. Aquellos atormentados por los animales tienen dos opciones: ocuparse ellos mismos del problema, o llamar a un trampero privado, como Frank Becker.
Becker es dueño de un negocio de leña y aserradero en Kassel, pero ha emprendido un segundo y próspero negocio de remoción y prevención de los mapaches. Con sus trampas de madera hechas en casa, captura unos 200 al año.
Coloca en el interior de la trampa un pan engomado o algo dulce y lo engancha a una cuerda. Tan pronto como el mapache coge el cebo, las puertas laterales se cierran violentamente. La trampa no causa daño a los animales, pero Becker mata a los capturados disparándoles con un rifle a la cabeza.
"Nadie lo hace tan profesionalmente como yo", se fanfarronea. "Siempre ha resultado. En Alemania los mapaches no tienen enemigos naturales, excepto yo".
Sin embargo, las trampas no son más que una solución provisional. Becker dice que es simplemente una cuestión de tiempo antes de lleguen más mapaches al barrio. Como resultado, dijo, él se concentra más en vender sistemas de seguridad que destruyen a los animales que quieren hacerse un hueco en el lugar.
Pese a haber capturado a miles de estos animales, sólo se ha tentado una vez con comerse a uno de ellos. "Tienen un sabor muy intenso, muy salvaje", dijo. "Pero en realidad nadie los quiere". Pero sí conservó la piel. Se hizo una gorra con ella.
Shannon Smiley contribuyó a este reportaje.
10 de junio de 2007
26 de mayo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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Nelson -