defendiendo las tribus ocultas
[Monte Reel] En la Amazonía.
Colier, Brasil. Al principio, pocos creyeron la historia que dos hermanos contaron sobre cuatro indios desconocidos que aparecieron repentinamente una tarde en los alrededores de su poblado.
Como la mayoría de los indios kayapó, los hermanos -llamados Bepro y Beprytire- viven en una reserva demarcada por el gobierno, usan ropa moderna y obtienen su energía de generadores impulsados por energía solar. Pero los cuatro visitantes desnudos eran otro tipo de kayapó.
Hablaban una lengua antigua que parece ser la precursora del idioma hablado en el pueblo, ubicado en la Reserva India Capoto-Jarina en Brasil Central. Los cuatro provenían de una tribu que se había quedado en la selva, dijeron los hermanos, sin saber nada del mundo moderno.
En los siguientes siete días, la duda expresada por los aldeanos se evaporaron cuando vieron emerger de la selva a más de sesenta indios, que durmieron en chozas en los alrededores del pueblo.
Entonces, tan rápidamente como habían llegado, los indios desaparecieron. No han sido vistos desde entonces.
La breve aparición de los indios esta primavera fue suficiente para colocarlos en el centro de un debate que está cada vez más poniendo a prueba a los gobiernos en toda la región amazónica: ¿Cómo proteger los derechos y territorios de poblaciones aisladas cuando la localización de estos grupos siguen siendo desconocida?
En los últimos meses, Brasil y Perú han deslindado áreas protegidas para los llamados grupos no contactados, con los que no ha habido nunca contacto y que han sido rara vez vistos. Se cree que Brasil tiene más tribus sin contacto que cualquier otro país en el mundo, y este año el gobierno anunció que unas 67 tribus podrían estar viviendo en completo aislamiento, considerablemente más que las cuarenta consideradas anteriormente.
Se han descubierto con cierta regularidad tribus con las no que no existían contactos previos desde que empezara la exploración del Amazonas a fines de 1800. En los años setenta, por ejemplo, fueron encontrados los de la tribu panará cuando las cuadrillas de construcción abrían caminos en la selva y otras tribus pequeñas han sido descubiertas periódicamente en las décadas posteriores.
Hoy, debido a que la región amazónica se está encogiendo en miles de hectáreas cuadradas al año, crecen las posibilidades de encuentros no intencionados con esos grupos. El tema se ha convertido en un importante punto de atención de la Funai, la organización oficial que supervisa a los grupos indígenas.
Defensores de derechos indígenas han publicado llamados a proteger las áreas en gran parte sin explorar de la selva contra la minería y la explotación forestal. Pero el renovado interés en los grupos no contactados también ha encendido las sospechas entre los escépticos, que creen que los grupos podrían ser más míticos que reales, y sospechan que las cifras son exageradas por grupos con intereses especiales para bloquear proyectos de exploración.
"Es como el monstruo de Loch Ness", dijo Cecilia Quiroz, abogado de Perupetro, la agencia estatal peruana encargada de distribuir los derechos de prospección a compañías de energía ansiosas de explorar el vasto interior del país. "Todos parecen haber visto u oído a esas tribus no contactadas, pero no tenemos pruebas".
Por Qué Ahora, Por Qué Allá
Megaron Txucarramae creció en la aldea donde los indios no contactados se acercaron a los dos hermanos a fines de mayo. Tenía dos años cuando los antropólogos hicieron los primeros contactos con su propio grupo de la tribu kayapó en los años cincuenta. A menudo oía hablar a los más viejos sobre la historia de una parte de la tribu, que huyeron ante los avances de los antropólogos para irse a vivir solos a la selva y que no volvieron a ver.
Ahora Megaron es el representante regional de la Funai en Colider, la ciudad más cercana a Capoto y a dos reservas cercanas. La tierra, apartada para los indios y protegida contra el desarrollo, es una enorme expansión verde de densa selva. Juntas, las tres reservas kayapó en la zona son gruesamente del tamaño de la República Checa.
Cuando se enteró de la reciente reaparición de la tribu aislada, Megaron viajó rápidamente a la aldea de Kapot para recoger pruebas. Llevó consigo una grabadora en miniatura, que dio a uno de los hermanos para que la metiera en un bolsillo de su pantalón cuando hablara con los indios. Tomar fotos, concluyó, sería imposible.
"Nadie tenía cámara, y si hubiésemos tenido una habría sido inútil, porque tienen miedo a las máquinas", explicó Megaron más tarde. "Si alguien les apuntara una cámara, se habría podido producir una situación muy peligrosa".
El grupo tenía grandes sospechas de los aldeanos, accediendo a hablar solamente con los dos hermanos a los que se habían acercado inicialmente. Aceptaron las bananas y la mandioca que les ofrecieron los hermanos, pero rechazaron el arroz, que no forma parte de su dieta tradicional, dijo Megaron. Uno de los viejos del grupo tenía una cicatriz a un costado, una herida que los aldeanos atribuyeron a un encuentro con leñadores clandestinos que de vez en vez se han visto implicados en sangrientos enfrentamientos con los indios en la región en los años noventa.
"El hombre le contó a Beprytire que había sido alcanzado por un ‘fuerte estruendo'", dijo Megaron. "Así que suponemos que fue impactado por una bala".
La mayoría de los indios iban desnudos, aunque algunos de ellos llevaban un estuche peniano y la mayoría estaban parcialmente cubiertos con pintura corporal. Algunos de los hombres tenían también placas en sus labios inferiores, creando una de las protuberancias decorativas que se ven entre otras tribus amazónicas.
Megaron cerró la aldea a los visitantes -un encierro que todavía está siendo implementado. Los funcionarios tenían miedo de que los indios no contactados pudieran enfermar. Como se ha demostrado en el pasado cuando se introduce a tribus no contactadas a otras poblaciones, y a los microbios que acarrean, enfermedades tan corrientes como el resfrío pueden ser mortíferas. En los años setenta, 185 miembros de la tribu panará murieron dentro de los dos primeros años después de contraer enfermedades como la gripe y varicela, dejando sólo 69 sobrevivientes.
Antonio Sergio Iole, director de los servicios sanitarios de la Funai en Colider, reunió rápidamente a un equipo de doctores y de ayudantes kayapó dispuestos a viajar la aldea al menor aviso. El equipo se dio cuenta de inmediato de las difíciles preguntas que provocó entre las autoridades la aparición de la tribu.
"Se complican hasta las cosas más simples", dijo Iole, que dijo que su equipo se mantiene preparado para viajar a la aldea en cuanto vuelva a aparecer la tribu. "¿Cómo debemos actuar cuando nos acercamos a ellos la primera vez? ¿Aceptarán ser vacunados? ¿Nos dejarán que les examinemos las bocas? ¿Cómo reaccionarán físicamente al tratamiento? Algunas vacunas tienen efectos secundarios: ¿cómo interpretarán la fiebre? ¿Y cómo reaccionarían si tuviésemos que llevarnos a algunos, aunque fuese por su propio bien?"
Después de que la tribu se marchara de la aldea, Iole -todavía en Colider- empezó a observar que otra gente en el pueblo hacía preguntas diferentes: ¿Por qué no tomó nadie una foto? ¿Cómo podía una tribu no haber tenido contactos hasta el siglo 21? ¿No será esta historia una invención hecha con algún propósito personal o político?
"No lo creo -esta es una zona con montones de leñadores y campesinos que entran y salen a la selva, haciendo estudios", dijo Albeni de Souza, 22, un estudiante universitario que trabaja en un hotel en Colider. "Incluso los indios de las tribus en las reservas entran y salen de la selva todo el tiempo. Alguien los habría visto".
Ese tipo de dudas se extiende rápidamente en ciudades como Colider, donde las compañías madereras y los campesinos han talado la mayor parte de los terrenos circundantes y pequeñas avionetas sobrevuelan regularmente la zona. Desde el aire, la tierra se ve como el Oeste Medio Americano: un mosaico de granjas. El panorama es muy diferente en Kapot, a menos de 400 kilómetros, inaccesible por coche o lancha, al borde una selva del Amazonas que es casi tan grande como Estados Unidos continental.
Pero incluso algunos funcionarios han expresado dudas. En Perú, los representantes de Perupetro han cuestionado la oportunidad de la aparición, que se produce algunas semanas antes de que el país subaste diecinueve permisos de exploración de gas y petróleo. Algunas de las concesiones se ubican cerca de la frontera con Brasil, donde algunas organizaciones no-gubernamentales argumentan que todavía se encuentran ahí tribus no contactadas.
El mes pasado, el gobierno peruano rechazó los planes de exploración de petróleo de Barrett Resources, una compañía estadounidense, y Repsol YPF, de España, en parte por preocupaciones por las tribus no contactadas.
Aunque no niega la existencia de algunos grupos aislados, Quiroz -la abogado de Perupetro- se muestra escéptico sobre la reciente visita de la tribu kayapó.
"En esta época de globalización", dijo Quiroz, "hay que preguntarse por qué ahora y por qué allá".
Desapareciendo sin Decir Palabra
Hace algunos años, el gobierno de Brasil modificó su política con respecto a las tribus aisladas: En lugar de tomar la iniciativa para tratar de contactarlos, ahora sólo quiere protegerlos. Se establece contacto sólo si los indios mismos lo inician o si la tribu está en inminente peligro.
Funcionarios de la Funai planean volar sobre la selva en las próximas semanas en un intento por localizar el área donde vive la tribu, dijo Megaron. Después se construirá una pequeña base en la selva -no para contactarlos, sino para proteger el área e impedir que se acerquen leñadores y campesinos.
Ese plan, por supuesto, sería innecesario si los indios prefirieran volver a hacer contacto, una posibilidad que muchos de los kayapó del lugar esperan que ocurra.
"Todo el mundo quiere verlos, porque nos gusta compararnos con ellos", dijo Bepko, 26, un kayapó que vive en la aldea de Kubenkokre en una reserva cercana. "Queremos oír conocer su pasado y saber cómo eran sus vidas".
De acuerdo a la grabación a hurtadillas hecha por los hermanos, hay evidencia de que al menos a algunos de la tribu les gustaría volver.
Megaron dijo que era capaz de entender suficientemente esas lenguas como para saber que un joven de la tribu estaba tratando de convencer a los adultos de que el contacto era bueno.
"El hijo le dijo al padre que no tuviera miedo, que se protegerían entre sí", contó Megaron. "Entonces habló con su madre y le dijo que todo estaba bien y que el otro grupo de kayapó eran familiares suyos".
Fue más tarde, dijo la Funai, que un jefe de la tribu emergió de la selva y convenció a todo el resto de abandonar la aldea.
"Pueden haberse asustado con el sonido de los aviones", dijo Luis Sampaio, un biólogo que lleva doce años trabajando con los kayapó de la reserva, que posee una pequeña lista de aterrizaje. "O se pueden haber asustado por la ropa que lleva la gente..., no estamos seguros".
Megaron dijo que se marcharon sin dar explicaciones ni avisar.
"Los indios no contactados", dijo, "no dicen adiós cuando se marchan".
Como la mayoría de los indios kayapó, los hermanos -llamados Bepro y Beprytire- viven en una reserva demarcada por el gobierno, usan ropa moderna y obtienen su energía de generadores impulsados por energía solar. Pero los cuatro visitantes desnudos eran otro tipo de kayapó.
Hablaban una lengua antigua que parece ser la precursora del idioma hablado en el pueblo, ubicado en la Reserva India Capoto-Jarina en Brasil Central. Los cuatro provenían de una tribu que se había quedado en la selva, dijeron los hermanos, sin saber nada del mundo moderno.
En los siguientes siete días, la duda expresada por los aldeanos se evaporaron cuando vieron emerger de la selva a más de sesenta indios, que durmieron en chozas en los alrededores del pueblo.
Entonces, tan rápidamente como habían llegado, los indios desaparecieron. No han sido vistos desde entonces.
La breve aparición de los indios esta primavera fue suficiente para colocarlos en el centro de un debate que está cada vez más poniendo a prueba a los gobiernos en toda la región amazónica: ¿Cómo proteger los derechos y territorios de poblaciones aisladas cuando la localización de estos grupos siguen siendo desconocida?
En los últimos meses, Brasil y Perú han deslindado áreas protegidas para los llamados grupos no contactados, con los que no ha habido nunca contacto y que han sido rara vez vistos. Se cree que Brasil tiene más tribus sin contacto que cualquier otro país en el mundo, y este año el gobierno anunció que unas 67 tribus podrían estar viviendo en completo aislamiento, considerablemente más que las cuarenta consideradas anteriormente.
Se han descubierto con cierta regularidad tribus con las no que no existían contactos previos desde que empezara la exploración del Amazonas a fines de 1800. En los años setenta, por ejemplo, fueron encontrados los de la tribu panará cuando las cuadrillas de construcción abrían caminos en la selva y otras tribus pequeñas han sido descubiertas periódicamente en las décadas posteriores.
Hoy, debido a que la región amazónica se está encogiendo en miles de hectáreas cuadradas al año, crecen las posibilidades de encuentros no intencionados con esos grupos. El tema se ha convertido en un importante punto de atención de la Funai, la organización oficial que supervisa a los grupos indígenas.
Defensores de derechos indígenas han publicado llamados a proteger las áreas en gran parte sin explorar de la selva contra la minería y la explotación forestal. Pero el renovado interés en los grupos no contactados también ha encendido las sospechas entre los escépticos, que creen que los grupos podrían ser más míticos que reales, y sospechan que las cifras son exageradas por grupos con intereses especiales para bloquear proyectos de exploración.
"Es como el monstruo de Loch Ness", dijo Cecilia Quiroz, abogado de Perupetro, la agencia estatal peruana encargada de distribuir los derechos de prospección a compañías de energía ansiosas de explorar el vasto interior del país. "Todos parecen haber visto u oído a esas tribus no contactadas, pero no tenemos pruebas".
Por Qué Ahora, Por Qué Allá
Megaron Txucarramae creció en la aldea donde los indios no contactados se acercaron a los dos hermanos a fines de mayo. Tenía dos años cuando los antropólogos hicieron los primeros contactos con su propio grupo de la tribu kayapó en los años cincuenta. A menudo oía hablar a los más viejos sobre la historia de una parte de la tribu, que huyeron ante los avances de los antropólogos para irse a vivir solos a la selva y que no volvieron a ver.
Ahora Megaron es el representante regional de la Funai en Colider, la ciudad más cercana a Capoto y a dos reservas cercanas. La tierra, apartada para los indios y protegida contra el desarrollo, es una enorme expansión verde de densa selva. Juntas, las tres reservas kayapó en la zona son gruesamente del tamaño de la República Checa.
Cuando se enteró de la reciente reaparición de la tribu aislada, Megaron viajó rápidamente a la aldea de Kapot para recoger pruebas. Llevó consigo una grabadora en miniatura, que dio a uno de los hermanos para que la metiera en un bolsillo de su pantalón cuando hablara con los indios. Tomar fotos, concluyó, sería imposible.
"Nadie tenía cámara, y si hubiésemos tenido una habría sido inútil, porque tienen miedo a las máquinas", explicó Megaron más tarde. "Si alguien les apuntara una cámara, se habría podido producir una situación muy peligrosa".
El grupo tenía grandes sospechas de los aldeanos, accediendo a hablar solamente con los dos hermanos a los que se habían acercado inicialmente. Aceptaron las bananas y la mandioca que les ofrecieron los hermanos, pero rechazaron el arroz, que no forma parte de su dieta tradicional, dijo Megaron. Uno de los viejos del grupo tenía una cicatriz a un costado, una herida que los aldeanos atribuyeron a un encuentro con leñadores clandestinos que de vez en vez se han visto implicados en sangrientos enfrentamientos con los indios en la región en los años noventa.
"El hombre le contó a Beprytire que había sido alcanzado por un ‘fuerte estruendo'", dijo Megaron. "Así que suponemos que fue impactado por una bala".
La mayoría de los indios iban desnudos, aunque algunos de ellos llevaban un estuche peniano y la mayoría estaban parcialmente cubiertos con pintura corporal. Algunos de los hombres tenían también placas en sus labios inferiores, creando una de las protuberancias decorativas que se ven entre otras tribus amazónicas.
Megaron cerró la aldea a los visitantes -un encierro que todavía está siendo implementado. Los funcionarios tenían miedo de que los indios no contactados pudieran enfermar. Como se ha demostrado en el pasado cuando se introduce a tribus no contactadas a otras poblaciones, y a los microbios que acarrean, enfermedades tan corrientes como el resfrío pueden ser mortíferas. En los años setenta, 185 miembros de la tribu panará murieron dentro de los dos primeros años después de contraer enfermedades como la gripe y varicela, dejando sólo 69 sobrevivientes.
Antonio Sergio Iole, director de los servicios sanitarios de la Funai en Colider, reunió rápidamente a un equipo de doctores y de ayudantes kayapó dispuestos a viajar la aldea al menor aviso. El equipo se dio cuenta de inmediato de las difíciles preguntas que provocó entre las autoridades la aparición de la tribu.
"Se complican hasta las cosas más simples", dijo Iole, que dijo que su equipo se mantiene preparado para viajar a la aldea en cuanto vuelva a aparecer la tribu. "¿Cómo debemos actuar cuando nos acercamos a ellos la primera vez? ¿Aceptarán ser vacunados? ¿Nos dejarán que les examinemos las bocas? ¿Cómo reaccionarán físicamente al tratamiento? Algunas vacunas tienen efectos secundarios: ¿cómo interpretarán la fiebre? ¿Y cómo reaccionarían si tuviésemos que llevarnos a algunos, aunque fuese por su propio bien?"
Después de que la tribu se marchara de la aldea, Iole -todavía en Colider- empezó a observar que otra gente en el pueblo hacía preguntas diferentes: ¿Por qué no tomó nadie una foto? ¿Cómo podía una tribu no haber tenido contactos hasta el siglo 21? ¿No será esta historia una invención hecha con algún propósito personal o político?
"No lo creo -esta es una zona con montones de leñadores y campesinos que entran y salen a la selva, haciendo estudios", dijo Albeni de Souza, 22, un estudiante universitario que trabaja en un hotel en Colider. "Incluso los indios de las tribus en las reservas entran y salen de la selva todo el tiempo. Alguien los habría visto".
Ese tipo de dudas se extiende rápidamente en ciudades como Colider, donde las compañías madereras y los campesinos han talado la mayor parte de los terrenos circundantes y pequeñas avionetas sobrevuelan regularmente la zona. Desde el aire, la tierra se ve como el Oeste Medio Americano: un mosaico de granjas. El panorama es muy diferente en Kapot, a menos de 400 kilómetros, inaccesible por coche o lancha, al borde una selva del Amazonas que es casi tan grande como Estados Unidos continental.
Pero incluso algunos funcionarios han expresado dudas. En Perú, los representantes de Perupetro han cuestionado la oportunidad de la aparición, que se produce algunas semanas antes de que el país subaste diecinueve permisos de exploración de gas y petróleo. Algunas de las concesiones se ubican cerca de la frontera con Brasil, donde algunas organizaciones no-gubernamentales argumentan que todavía se encuentran ahí tribus no contactadas.
El mes pasado, el gobierno peruano rechazó los planes de exploración de petróleo de Barrett Resources, una compañía estadounidense, y Repsol YPF, de España, en parte por preocupaciones por las tribus no contactadas.
Aunque no niega la existencia de algunos grupos aislados, Quiroz -la abogado de Perupetro- se muestra escéptico sobre la reciente visita de la tribu kayapó.
"En esta época de globalización", dijo Quiroz, "hay que preguntarse por qué ahora y por qué allá".
Desapareciendo sin Decir Palabra
Hace algunos años, el gobierno de Brasil modificó su política con respecto a las tribus aisladas: En lugar de tomar la iniciativa para tratar de contactarlos, ahora sólo quiere protegerlos. Se establece contacto sólo si los indios mismos lo inician o si la tribu está en inminente peligro.
Funcionarios de la Funai planean volar sobre la selva en las próximas semanas en un intento por localizar el área donde vive la tribu, dijo Megaron. Después se construirá una pequeña base en la selva -no para contactarlos, sino para proteger el área e impedir que se acerquen leñadores y campesinos.
Ese plan, por supuesto, sería innecesario si los indios prefirieran volver a hacer contacto, una posibilidad que muchos de los kayapó del lugar esperan que ocurra.
"Todo el mundo quiere verlos, porque nos gusta compararnos con ellos", dijo Bepko, 26, un kayapó que vive en la aldea de Kubenkokre en una reserva cercana. "Queremos oír conocer su pasado y saber cómo eran sus vidas".
De acuerdo a la grabación a hurtadillas hecha por los hermanos, hay evidencia de que al menos a algunos de la tribu les gustaría volver.
Megaron dijo que era capaz de entender suficientemente esas lenguas como para saber que un joven de la tribu estaba tratando de convencer a los adultos de que el contacto era bueno.
"El hijo le dijo al padre que no tuviera miedo, que se protegerían entre sí", contó Megaron. "Entonces habló con su madre y le dijo que todo estaba bien y que el otro grupo de kayapó eran familiares suyos".
Fue más tarde, dijo la Funai, que un jefe de la tribu emergió de la selva y convenció a todo el resto de abandonar la aldea.
"Pueden haberse asustado con el sonido de los aviones", dijo Luis Sampaio, un biólogo que lleva doce años trabajando con los kayapó de la reserva, que posee una pequeña lista de aterrizaje. "O se pueden haber asustado por la ropa que lleva la gente..., no estamos seguros".
Megaron dijo que se marcharon sin dar explicaciones ni avisar.
"Los indios no contactados", dijo, "no dicen adiós cuando se marchan".
Lucien Chauvin en Lima, Perú, contribuyó a este reportaje.
29 de julio de 2007
8 de julio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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