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dios en la política 3


[Mark Lilla] El resurgimiento de las teologías políticas en el mundo político. Tercera entrega.
Es una historia familiar y tiene, aparentemente, un final feliz. Pero en realidad la Gran Separación no fue nunca un fait accompli, incluso en Europa Occidental, donde se lo concibió. La teología política cristiana de viejo cuño tuvo en Occidente una vida después de la muerte, y sólo después de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser una fuerza política. En los siglos diecinueve y veinte surgió en reto diferente a la Gran Separación, en otros lugares. Provino de un tipo completamente nuevo de teología política fuertemente en deuda con la filosofía y que se pretendía moderna y liberal. Estoy hablando del movimiento de la ‘teología liberal' que surgió en Alemania no mucho después de la Revolución Francesa, primero entre los teólogos protestantes y luego entre los reformistas judíos. Esos pensadores, que aborrecían la teocracia, se rebelaron también contra la visión de Hobbes, favoreciendo en su lugar un futuro político en el que la religión -propiamente corrgida y reformada intelectualmente- jugaría un papel absolutamente central.
Y las preguntas que planteaban eran buenas. Aunque concediendo que la ignorancia y el temor habían engendrado inútiles guerras entre sectas y países cristianos, se preguntaron: ¿Eran esas las únicas razones por las que, durante un milenio y medio, una civilización entera vio a Jesús como su salvador? ¿O por la que los desdichados judíos de la Diáspora siguieron siendo fieles a la Tora? ¿Podían la ignorancia y el temor explicar la belleza de la música litúrgica cristiana o la sublimidad de las catedrales góticas? ¿Podían explicar por qué todas las otras civilizaciones, pasadas y presentes, fundaron sus instituciones políticas en conformidad con el divino nexo de Dios, los hombres y el mundo? Ciertamente, para el hombre religioso había mucho más de lo que había soñado la filosofía de Hobbes.
Esa era claramente la visión de Jean-Jacques Rousseau, que hizo más que cualquier otro para elaborar una alternativa a Hobbes. Rousseau no escribió un tratado sobre religión, lo que fue probablemente una sabia decisión, pues cuando insertó algunas páginas sobre temas religiosos en su obra maestra ‘Emilio' (1762), provocó que el libro fuera quemado y Rousseau debiera pasar el resto de su vida huyendo. Este breve capítulo de ‘Emilio', que tituló ‘Profesión de fe del vicario saboyano', ha modelado de modo tan profundo las visiones contemporáneas de la religión que se requiere algún esfuerzo para entender por qué fue Rousseau perseguido por haberlo escrito. Es una de las defensas más bellas y convincentes del instinto religioso del hombre que haya emanado alguna vez de una pluma moderna, y eso, aparentemente, fue el problema. Rousseau habló de religión en términos de necesidades humanas, no de verdades divinas, y su vicario saboyano declara: "Creo que todas las religiones son buenas cuando en ellas se sirve a Dios". Por eso, fue perseguido por los cristianos beatos.
Rousseau también tenía un problema similar al de Hobbes: compartía las críticas del inglés contra la teocracia, el fanatismo y la clerecía, aunque era amigo de la religión. Mientras Hobbes tocaba los tambores de la ignorancia y el temor, Rousseau cantaba las virtudes de la conciencia, de la caridad, de la piedad, de la virtud, del recogimiento ante la creación divina. Los seres humanos, pensaba, poseen una bondad natural que se expresa en su religión. Ese es el tema de ‘Profesión de fe', que cuenta la parábola de un joven vicario que pierde su fe y luego su norte moral cuando descubre la hipocresía de sus correligionarios. Es capaz de restablecer su equilibrio sólo cuando encuentra un nuevo tipo de fe en Dios mirando dentro de sí, su propia ‘luz interior' (lumière intérieure). El punto de la historia de Rousseau no es tanto exhibir los crímenes de las iglesias organizadas como mostrar que el hombre anhela la religión porque es fundamentalmente una creatura moral. Hay muchas cosas que no podemos saber sobre Dios, y durante siglos la pretensión de haberlo comprendido ocasionó enormes daños a la cristiandad. Pero para Rousseau, necesitamos creer en algo sobre Él si queremos orientarnos a nosotros mismos en el mundo.
Entre los pensadores modernos, Rousseau fue el primero en declarar que no es bochornoso decir que la fe en Dios es humanamente necesaria. La religión tiene sus raíces en necesidades que son racionales y morales, incluso nobles; una vez que lo entendemos, podemos empezar a satisfacerlas racional, moral y noblemente. En lo abstracto, esta idea no contradice los principios de la Gran Separación, que proporcionó motivos para proteger el ejercicio privado de la religión. Pero plantea dudas sobre si el nuevo pensamiento político podría realmente existir sin referencia al nexo con Dios, los hombres y el mundo. Si Rousseau tenía razón sobre nuestras necesidades morales, la rígida separación entre los principios políticos y religiosos puede no ser sustentable. Cuando una pregunta es importante, queremos oír una respuesta: como observa el vicario saboyano: "La mente decide de un modo u otro, a pesar de sí misma, y prefiere equivocarse a no creer en nada". Rousseau tenía serias dudas sobre si los seres humanos podían ser felices o buenos si no entendían cómo sus acciones se relacionaban con una realidad superior. La religión simplemente está demasiado entrelazada con nuestra experiencia moral como para poder separarla de ella, y la moral es inseparable de la política.

Mark Lilla es profesor de humanidades en la Universidad de Columbia. Este ensayo ha sido adaptado de su libro ‘The Stillborn God: Religion, Politics and the Modern West', que será publicado en septiembre.

23 de agosto de 2007
19 de agosto de 2007
©new york times
©traducción mQh
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