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violencia con sentido


[Raúl Zarzuri Cortés] Reflexiones sobre el sentido de la violencia.
Chile. En el trasfondo de las fogatas, las barricadas y los enfrentamientos con la fuerza policial del pasado martes 11 en extensas zonas populares podían vislumbrarse siluetas sin rostro, casi fantasmales, reflejo de un fenómeno social que no terminamos de comprender: la violencia.
Los manifestantes, en su mayoría jóvenes, adolescentes e incluso niños, participaban de una escena dantesca o carnavalesca, dependiendo del punto de vista desde el cual se mire el asunto.
Todos quienes debieran haber previsto la situación: autoridades del gobierno, políticos y policías, quedaron perplejos ante la intensidad de la embestida. Los balbuceos audibles fueron acompañados de una mueca cercana a lo que podría leerse como miedo.
¿De dónde salieron estos jóvenes-niños destructores de bencineras, automóviles y señalética, saqueadores de tiendas y portadores de armas dispuestos a matar, como de hecho lamentablemente ocurrió?
El único consenso se ha producido en torno a las estrategias de seguridad pública y sus mecanismos de control. Sin embargo, más allá de las ‘barreras de contención' en pos de lograr ciertos niveles de seguridad, son pocas las respuestas que rascan donde pica.
La violencia juvenil es un fenómeno complejo, siempre simplificado por los medios de comunicación y las autoridades de turno.
Una primera pista para adentrarnos en esa complejidad podemos encontrarla en la exclusión, característica central de la vida de muchos jóvenes de sectores populares. Ésta se manifiesta, por ejemplo, en la baja y mala calidad de los empleos, de los ingresos y la educación, facilitando la aparición de frustraciones y rabias que saltan como la pus en aquellos ‘días de furia'. La violencia va en aumento y es el efecto de un recalentamiento social, de tensiones acumuladas que explotan mezcladas con cuestiones como el resentimiento. En esta lógica es natural llegar al desquite contra ‘el otro', que no por nada es un otro simbólicamente vinculado a la policía y a los iconos del orden económico neoliberal implementado en nuestro país. Y mientras más débil es el tejido social y asociativo en un lugar, mayor profundidad del fenómeno.
Una segunda pista es entender que la violencia es el medio más económico para visibilizarse. Esto es, llamar la atención y lograr victorias simbólicas contra el sistema establecido que se critica. Por otro lado, la utilización de la violencia permite un acceso fácil a los medios de comunicación que, precisamente, otorgan esa visibilidad. Medios que reproducen esa violencia porque también necesitan de ella para vender: un perfecto círculo vicioso.
Una tercera pista es entenderla como una instancia para construir identidad. Algunos espacios sociales se han visto permeados por una cierta cultura que podríamos llamar ‘del choro', su origen es carcelario y comienza a masificarse en las poblaciones. El individualismo y las relaciones violentas en un contexto de competencia son sus ejes centrales. En esos sectores, esta lógica aparece como la única forma válida de conferir sentido e identidad, dada la inexistencia o pérdida de hegemonía de otros modelos; la violencia dota de un lenguaje, una estética y unos valores a aquellos sujetos que la suscriben.
Por último, podemos entender la violencia como un espacio catalizador de la rabia social. Si bien para algunos la protesta es una manera de expresar sus críticas al sistema, para otros, los más, se transforma en una fiesta ritual, en un momento de diversión y de explosión catártica que puede ser vista como un acto sin sentido. Pero ojo, la violencia siempre tiene un sentido, nos guste éste o no.

El autor es profesor de la Escuela de Sociología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Director del Centro de Estudios Socio-Culturales.

16 de septiembre de 2007
©la nación
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