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en el campo argentino


[Monte Reel] El legado de la emigración. El éxodo hacia las ciudades deja a los que se quedan expuestos al hambre, mala atención médica y aislamiento.
Chorotis, Argentina. Este es un viejo pueblo junto a la línea del tren, con cables del telégrafo cortados colgando de postes de madera y una cochera donde los rayados son el único signo evidente de alguna actividad reciente.
Han pasado más de tres años desde que un tren parara aquí, pero una mañana del mes pasado ese mismo tren volvió: tres vagones de trenes de Buenos Aires llenos de doctores y dentistas haciendo voluntariado en el campo argentino, donde los servicios básicos de salud son difíciles de encontrar.
El último dentista dejó el pueblo hace años, y la clínica de salud es atendida por un doctor itinerante unas veces a la semana. Los doctores que llegan por tren constatan que la enfermedad más extendida es la desnutrición, pese al hecho de que el país es uno de los principales productores de carne y habas de soja.
El aire rústico y somnoliento aquí sugiere un pueblo de otra época, pero avanzadas como esta entregan una mirada del futuro rural del mundo. Mientras la vida moderna ha hecho al planeta más pequeño, áreas rurales en países como Argentina parecen incluso más grandes y más aislados.
Se espera que la población del globo pase de la categoría ‘en gran parte rural' a ‘en gran parte urbana' el próximo año, gracias casi exclusivamente a la rápida emigración a las ciudades en los países en desarrollo. América Latina ya es la región más urbanizada del mundo, y para 2030 cerca del 84 por ciento de sus habitantes vivirán en ciudades.
Los expertos dicen que aunque la urbanización trae ciertos beneficios, los gobiernos ya están luchando por proporcionar servicios médicos a los que se quedan en el campo.
"En la mayoría de los casos, la única vez que un niño en esas áreas ve a un profesional medico, es cuando pasa nuestro tren", dijo Óscar Algranti, director de Fundación Alma, que organiza el viaje a Chorotis.
El aislamiento de los pequeños pueblos ha llamado la atención en Argentina no solamente como una tendencia demográfica sino como un tema de derechos humanos. Miles de manifestantes de provincias se reunieron en Buenos Aires este año blandiendo letreros que proclamaban ‘El Hambre Es un Crimen'. Aquí en la norteña provincia del Chaco, durante un período de cinco semanas que terminó el mes pasado, murieron once personas debido, según activistas de aquí, al hambre. El mes pasado una organización sin fines de lucro llamada Responde lanzó una campaña nacional para mejorar la entrega de alimentos a regiones rurales donde ha descendido la población.
De acuerdo a esa organización, unos ochocientos pueblos chicos en Argentina corren simplemente el riesgo de desaparecer.
"Los hijos que viven en regiones remotas son desnutridos, lo mismo que sus padres, y lo que está pasando ahora es una tragedia humanitaria", dijo Rolando Núñez, director del Centro Nelson Mandela, una organización de derechos humanos en Resistencia, la capital de la provincia del Chaco. "Y se está haciendo peor".

Pocas Razones para Quedarse
El tren acondicionado para servir como clínica móvil llegó a este pueblo a eso de las seis de la mañana un día de semana hace poco. Tres pediatras, dos dentistas, una enfermera, una asistente social y técnicos de laboratorio esperan en los vagones a que se acerquen los vecinos. Las calles estaban tranquilas esa mañana, excepto por los ocasionales ladridos y un anillo de metal colgando en una cuerda y golpeándose contra un asta de bandera.
Chorotis es uno de esas pequeñas ciudades que perdieron su razón de ser económica en 1993, cuando Argentina vendió sus ferrocarriles y los trenes de pasajeros dejaron de servir en gran parte del país. Los trenes proporcionaban trabajos para los vecinos y vínculos vitales con otras partes del país.
Los que se quedan son gente como Daniel Hofstatter, 38, unos de los varios administradores del pueblo. Oyó hablar de la llegada del tren y fue uno de los primeros en cruzar las pedregosas vías del tren y miar en el último vagón del tren, unas seis horas después de que llegara.
Su esposa, Lilian, llevaba a su hijo de un año, Diego, que había estado con diarrea durante varios días. Hofstatter le dijo a los doctores a bordo que le gustaría que lo examinaran y quizás le hicieran un análisis de sangre para saber si tiene parásitos.
"Aquí no hay pediatras", explicó mientras esperaba junto a las vías los resultados del análisis de sangre, que detectaron la presencia de un parásito en el niño. "Este es la única manera. De otro modo, habríamos tenido que ir a Charata", a más de ochenta kilómetros.
La ausencia de esos servicios significa que los que no tiene lazos familiares aquí sólo tienen dos motivos para quedarse, dijo.
"Se ha ido un montón de gente, especialmente jóvenes", dijo Hofstatter. "Ven la tele y ven cómo es la vida en las ciudades y se quieren marchar todos".
Entre los dos últimos censos, en 1990 y 2001, noventa ciudades se cayeron del mapa en la Argentina rural, de acuerdo a Responde, que se dedica a ayudar a los pueblos en proceso de desaparición. Marcela Benítez, ex investigadora geográfica que fundó la organización en 1999 después de alarmarse de lo que estaba viendo durante viajes de estudio, ha identificado 602 pueblos con tendencias demográficas descendientes que los ponen en riesgo de extinción, y calcula que otros 200 están en un peligro similar.
El hecho de que las pequeñas ciudades surgen y decaigan de acuerdo a oportunidades económicas temporales no es nada nuevo -pensemos en los pueblos fantasmas del Oeste americano, por ejemplo. Pero un montón de pequeñas ciudades basadas en el ferrocarril en Estados Unidos encontraron otras fuentes de vida después de que los trenes dejaran de ser motores económicos importantes, dijo. Eso, sin embargo, todavía no ha ocurrido aquí.
Benítez dice que esas transformaciones son posibles en Argentina con un mínimo de inversiones, y rechaza la idea de que la emigración a ciudades pequeñas y medianas tenga que ser una parte necesaria del desarrollo económico del país. Las partes de mayor crecimiento de las grandes ciudades en la región son sus barrios bajos, dijo, que considera como prueba de la importancia de convertir las comunidades rurales de los países en desarrollo.
"La gente me ha preguntado: ‘¿Queréis que la gente se quede en esos lugares? Si se marchan, encontrarán oportunidades'", dijo Benítez. "Eso puede haber sido verdad hace unos años en Estados Unidos y en Europa, pero no lo es ahora ni aquí".
Incluso así, quedarse en las áreas rurales se está convirtiendo en una opción cada vez más difícil para muchos. Los problemas de salud, especialmente los relacionados con la desnutrición, son tan urgentes en algunas áreas que dijo que ha visto vaciadas la energía y voluntad de comunidades enteras, lo que sólo intensifica los problemas para generaciones sucesivas.
La agricultura es todavía una parte importante de la economía, pero su significación ha cambiado. Los grandes cultivos comerciales de habas de soja modificadas genéticamente han remplazado a las granjas más pequeñas de algodón, tabaco y alimentos. Estas pequeñas granjas empleaban a una persona cada ocho hectáreas, mientras que las granjas de habas de soja emplean a una persona por cada doscientas hectáreas, de acuerdo a un informe del Banco Mundial sobre la pobreza rural en Argentina.
Algranti y otros han sugerido que los habitantes rurales deberían aprender a usar las habas de soja y productos relacionados para complementar sus dietas, pero eso no ha ocurrido en la mayoría de las comunidades. Algunos nutricionistas han advertido que en los lugares donde sí ha ocurrido, las habas de soja han demostrado ser un magro substituto de la carne y productos lácteos, y han agravado los problemas de desnutrición.
Mientras las aisladas comunidades tratan de responder a los cambios, los profesionales de la salud en el tren hospital han observado que necesidades de salud fundamentales reducen la importancia otorgada a otros servicios.
"Yo dirá que cerca del treinta por ciento de los niños van a la escuela por la educación, y setenta por ciento van sólo por el alimento", dijo Algranti.

Acusaciones de Abandono
El tema del extremo aislamiento rural llegó a las primeras planas durante el colapso financiero de Argentina en 2001, pero ha persistido incluso después de un remonte económico que hizo crecer a la economía en un siete por ciento al año en los últimos cuatro. Esos factores contradictorios -la prosperidad general y las privaciones particulares- provocaron la marcha a Buenos Aires de este año.
Entretanto, las once muertes en el Chaco -junto con imágenes de diarios y televisión de los demacrados cuerpos de las víctimas- han alimentado crecientes preocupaciones por el hambre y el abandono en el campo. La mayoría de los muertos pertenecían a la tribu india toba, que viven en pequeñas comunidades en la parte norte de la provincia.
El mes pasado, diarios y canales de televisión en el país mostraron imágenes de Rosa Molina, una mujer de 56 que viajó a Resistencia a pedir ayuda en una iglesia de la localidad después de que una clínica de salud local se negara a admitirla. Según la prensa, pesaba 23.5 kilos, y su cuerpo severamente demacrado se convirtió en un símbolo de lo que el diario de Buenos Aires, La Nación, llamó una "situación crítica" de desnutrición en varias provincias rurales.
Funcionarios de la salud locales se han defendido de las acusaciones de abandono. Dicen que han hecho importantes avances en extensión médica, que han invertido en nuevas ambulancias, sistemas de comunicación y trabajadores de la salud para servir a sus comunidades. Ricardo Mayol, ministro de Salud del Chaco, dijo que ninguna de las once muertes se debía a la desnutrición exclusivamente, sino más bien por una combinación de males, incluyendo la tuberculosis y el mal de Chagas, una enfermedad transmitida por un insecto que es común en la región.
"Nadie puede negar que estos son casos de desnutrición, que se puede constatar simplemente mirando las pruebas fotográficas, pero no son casos de desnutrición en primer lugar", dijo Mayol. "No se trata de personas que no recibieron ninguna ayuda de la comunidad, del estado o de la familia. Sufrían de enfermedades crónicas que, en algunos casos, dejan a la gente desnutrida en sus últimos días".
Alejandro O'Donnell, director del Centro de Estudios sobre la Desnutrición Infantil, reconoció la presencia de otros factores en una columna que escribió en La Nación, pero dijo que los casos ilustraban las imperfecciones de los servicios disponibles en el campo del país.
"Todos estos casos pudieron prevenirse si el sistema básico de salud los hubiese detectado a tiempo", escribió O'Donnell. "Es decir, los casos revelan ineficiencias de los agentes de salud y los centros de salud".
Núñez, del Centro Mandela, visitó hace poco a seis mujeres que dijo estaban hospitalizadas por desnutrición en el Chaco. Tres murieron semanas después.
"Nada de lo que haga el gobierno para aliviar la vida en las comunidades rurales -ambulancias, doctores, cualquier cosa- tendrá éxito si no tienen un plan para tratar seriamente el problema de la desnutrición y hambre en esas áreas", dijo. "Los problemas se ven en todas partes. Primero se derrumbó el sistema socioeconómico, luego siguió el sistema de salud. Y ahora estamos empezando a ver las consecuencias".

25 de septiembre de 2007
14 de septiembre de 2007
©washington post
©traducción mQh
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