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asesinato en guatemala


[Carolyn Curiel] Goldman deja la novela por un instante para dedicarse al asesinato del obispo Girardi.
Como novelista, Francisco Goldman ha excavado en la miseria y la magia guatemaltecas, más especialmente en su semi-autobiográfica ‘La larga noche de los pollos blancos' [Long Night of White Chickens], en la que el protagonista investiga el asesinato de una joven mujer que era como una hermana para él. En ‘El arte del crimen político' [The Art of Political Crimen], su primer libro no literario, Goldman vuelve a Guatemala a tratar de resolver un crimen de verdad, el asesinato del obispo Juan Gerardi Conedera, que defendía los derechos humanos. A veces un poco como Columbo, Jason Bourne y Seymour Hersh, Goldman nos entrega la anatomía de un crimen mientras nos abre una ventana hacia un mal comprendido país vecino que flirtea con la anarquía. Todavía más, presenta una acusación largo tiempo debida contra brutales criminales de guerra que no solamente ordenaron ese asesinato, sino también contribuyeron a una generación de atrocidades.
Gerardi fue asesinado cuando volvía a su residencia en Ciudad de Guatemala el 26 de abril de 1998. Dos días antes había publicado un informe de cuatro tomos sobre la guerra civil que terminó oficialmente en 1996, después de cobrarse la vida de unas doscientas mil personas en apenas cuatro décadas. La población indígena maya, que constituye el cuarenta por ciento de la gente de Guatemala, y la mayoría de los cuales son pobres, es la que más sufrió: sus aldeas fueron arrasadas, para que el temor indujera el servilismo. Sin embargo, la comisión del obispo ofreció escalofriantes versiones de primera mano de torturas y masacres realizadas por un ejército empecinado en eliminar del país a las guerrillas de extrema izquierda. A menudo se dejaba de lado la distinción entre aldeanos y rebeldes armados, y los activistas, sindicalistas y miembros de la iglesia llegaron a ser considerados como enemigos del estado.
En América Latina ha sido un tema familiar, pero en Guatemala la violencia parece haber sido particularmente salvaje. Goldman, cuya madre es guatemalteca y pasó la mayor parte de su juventud en el país, explica el asesinato del obispo en el contexto de una desafortunada historia en la que el bien intencionado apoyo norteamericano de operaciones militares y de inteligencia ayudó a crear una clase privilegiada dedicada a su propia perpetuación.
Gerardi creía que su informe, ‘Guatemala: Nunca más', ayudaría a prevenir futuras atrocidades. Sabía que despeinaría algunas charreteras, incluso considerando la amnistía otorgada a los militares en los acuerdos de paz. Ya había sobrevivido un intento de asesinato y había pasado tres años en el exilio en Costa Rica. Durante años, escribe Goldman, los militares espiaron ilegalmente a Gerardi y siguieron sus movimientos. El día que fue aporreado, uno de sus asesinos, el sargento primero Obdulio Villanueva, salió clandestinamente de su celda (donde estaba cumpliendo sentencia por un asesinato anterior) para las pocas horas que necesitaba para cometer el crimen. Los vagabundos parados en las afueras de la casa del obispo ya habrían recibido alimento y refrescos con fármacos. Los asesinos no contaron con que un taxista que pasaba apuntaría el número de la matrícula del vehículo militar que había en el lugar.
El intrincado e informado reportaje de Goldman sobre el asesinato y el juicio hace recordar ‘Noticia de un secuestro', de Gabriel García Márquez, donde traza el secuestro de 1990 de diez prominentes colombianos (dos de los cuales fueron asesinados) a manos de narcotraficantes que buscaban impedir las extradiciones a Estados Unidos. Pero la tarea de Goldman era más complicada. Pasó varios años investigando el caso, sabiendo que incluso los guatemaltecos habían dejado de estar interesados en el tema. Entiende que se está enfrentando a matones, pero se arroja en las turbias profundidades sonsacando detalles de investigadores de la iglesia católica y de Naciones Unidas. Siguiendo las pistas, forja lo que pasa por una amistad con un cómplice e informante maya que encuentra oculto en México, el que se acerca bastante escalofriantemente a Hannibal Lecter.
Penetrando heroicamente en un soto de mentiras y desinformaciones, Goldman elogia a los patriotas de Venezuela, aquellos que siguen haciendo su trabajo en empleos ingratos entre amenazas y cosas peores. Antes de que el juicio llegue a un veredicto, los fiscales reciben amenazas de muerte, algunos testigos potenciales mueren misteriosamente, la casa de un juez es atacada con granadas y los detectives, especialmente aquellos conocidos como los Intocables, son interceptados. Después del veredicto, hallan muerto al hermano del fiscal, desmembrado.
Elaborados intentos de retratar los asesinatos como otra cosa -un crimen pasional homosexual, un ataque de un pastor alemán artrítico (que muere antes de que se limpie su nombre), un asalto de una banda que salió mal- fracasan rotundamente. Una comisión de tres jueces condena no solamente a Villanueva, sino también a un ex comandante de la contrainsurgencia, el coronel Byron Disrael Lima Estrada; su hijo capitán; y un sacerdote que tenía una habitación en la residencia del obispo (y que es terriblemente culpable de guardar secretos para proteger su vida). Las sentencias más largas, treinta años para los militares, son más tarde reducidos a veinte, aunque Villanueva es asesinado (quizás convenientemente) durante un motín en una cárcel.
Pero la justicia sigue siendo incompleta. Goldman sugiere que el cerebro del asesinato puede estar libre todavía, y puede tratarse de Otto Pérez Molina, un ex general que está haciendo campaña para ser presidente con un programa de ley y orden (la segunda vuelta está convocada para el 4 de noviembre). Goldman efectivamente desecha como propaganda los intentos de exculpar a Pérez Molina y los militares de toda responsabilidad en el asesinato de Gerardi.
La teoría de Goldman y la culpabilidad del general ha llamado la atención en Guatemala, donde cincuenta candidatos y activistas políticos han muerto en la más mortífera campaña electoral en la historia de Guatemala. Entretanto, la violencia relacionada con las pandillas y las drogas están al alza, lo mismo que los ataques contra mujeres. Contra este telón de fondo, incluso una fábula sobre el abuso de poder podría palidecer.

Libro reseñado
The Art of Political Murder. Who Killed the Bishop?
Francisco Goldman
Ilustrado
396 pp.
Grove Press
$25

Carolyn Curiel es miembro del directorio de The Times. Fue embajadora norteamericana en Belize.

29 de septiembre de 2007
©new york times
©traducción
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