retoques a versión oficial de masacre
[Diego Martínez] El capitán Sosa hizo algunos retoques a la versión oficial de la armada. El marino acusado de encabezar la masacre de Trelew declaró ayer durante siete horas. Desmintió haber dado la orden de fuego, pero señaló a sus subordinados.
Argentina. Veinte años no es nada, pero 35 para armar un relato verosímil no son poca cosa. El capitán de fragata (R) Luis Emilio Sosa repitió ayer ante la Justicia la versión oficial publicitada por la Armada en 1972, con algunas modificaciones sutiles pero comprensibles para quien está acusado de ordenar fusilar a 19 personas. Ante "el lío" que hacían los guerrilleros confinados en calabozos de la base Almirante Zar no tuvo mejor idea que darles "una perorata" aleccionadora. Según describió, fue y volvió por el pasillo, sus hombros rozando a un lado y otro, hasta que "una toma de karate" lo derribó. No ordenó disparar, dijo, contradiciendo su versión de 1972. Tampoco percibió que le robaran el arma. Entró "en estado de shock" y, cuando se recuperó, sólo había muerte a su alrededor.
Lúcido, sereno y de mente ágil para sus 73 años, Sosa declaró durante casi siete horas. Su relato sobre la madrugada del 16 de agosto, cuando los guerrilleros sitiados en el aeropuerto de Trelew entregaron sus armas, no será una buena noticia para el capitán de navío (R) Rubén Norberto Paccagnini. El entonces jefe de la base Zar declaró el miércoles que no estuvo aquella noche en el aeropuerto. El capitán dijo lo contrario. Paccagnini le transmitió en persona, antes de subir al colectivo, la orden del presidente Lanusse de trasladarlos a la base, que hizo añicos la "palabra de honor" de Sosa, que se había comprometido a llevarlos al penal de Rawson.
Al llegar a la base también fue Paccagnini quien le ordenó meterlos en calabozos y detalló las medidas de seguridad. Nadie podía verlos. Además de incomunicados con el mundo exterior, no debían hablar entre ellos, ni siquiera con sus compañeros de celda. Paccagnini organizó las guardias en tres turnos de ocho horas. Su responsabilidad era sólo inspeccionar. Pasaba de vez en cuando y consultaba a los guardias, "que no tenían experiencia en custodiar detenidos", aclaró.
Según su primera versión de los hechos, publicada por la revista Marcha el 8 de septiembre de 1972, "el guerrillero Pujadas, mediante un golpe de karate, lo arrojó al suelo y le quitó el arma, no obstante lo cual él, Sosa, logró zafarse y dio la orden de reprimir". Ayer tuvo la oportunidad de mejorarla. Y no la desaprovechó.
Al llegar a los calabozos el capitán Roberto Bravo le comentó "que no los podía manejar", dijo. Por ese motivo los había sacado al pasillo. Estaban formados en dos hileras. Sosa decidió entonces "dar una perorata" ejemplar. Para mejor eligió caminar entre las dos filas. "Era muy chiquito, me rozaba los hombros con unos y otros", aseguró. Fue hasta el fondo y volvió un par de veces. La tercera recibió un golpe que lo desparramó en el piso. "Una toma de karate, no de judo como informó entonces la Armada", especificó.
Ante la mirada atenta del juez Hugo Sastre y del fiscal Fernando Gelvez, que lo dejaron hablar y recién después formularon preguntas, Sosa dijo no haber notado que le quitaran el arma, tal como se describió en la versión oficial de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse. Lo supo después, dijo, por los testimonios del resto de los guardias y al leer sus declaraciones en la investigación interna a cargo del oficial Bautista.
Relató que cuando levantó la vista el resto de los guardias ya había comenzado a disparar (léase: no dio la orden). Cree haber escuchado por lo menos cuatro armas. Identificó dos ametralladoras TAM. Quienes dispararon fueron el teniente Emilio del Real, el capitán Bravo y el cabo primero Carlos Marandino, detalló. En cuestión de segundos entró en estado de shock. Se recuperó varios minutos después, cuando todo había pasado. Pensó que estaba herido, pero el jefe del Batallón de Infantería de Marina le explicó que era sólo miedo.
Con el correr de la declaración cayó en varias contradicciones y sinsentidos. Se definió como "una persona muy precavida" y dio un ejemplo: en el colectivo que llevó a los detenidos del aeropuerto a la base Zar fue "con la pistola enfundada", para evitar arrebatos o accidentes.
-¿Cómo se explica que un hombre precavido, respetuoso de las medidas de seguridad, camine ida y vuelta varias veces entre dos filas de detenidos rozándole los hombros? –le preguntó el fiscal Gelvez.
–Quería evitar una situación de tensión.
–¿Pudo haber sido una provocación?
–Nnno –balbuceó.
–¿No contrarió órdenes de la superioridad al dar una arenga y caminar entre los presos? –insistió el fiscal.
El capitán prefirió no responder.
Después de la masacre estuvo guardado en Puerto Belgrano, confesó. Cuando el fiscal preguntó en qué otros lugares pasó los años posteriores se negó a responder. "No tiene que ver con la causa", dijo. La indagatoria concluyó cerca de las seis de la tarde. Lo asistió la defensora oficial Mirta Seniow de Gandow. Sosa seguirá en la comisaría de Playa Unión.
El abogado Fabián Gabalachis, defensor de Paccagnini y Del Real, adelantó que va a pedir más declaraciones para demostrar la inocencia del primero. "Hizo lo que debía: convocó a los médicos e inició una investigación", dijo. Agregó que el sumario de la Armada murió "en un incendio". Hoy será el turno de Del Real. Ahora que su jefe declaró que no ordenó disparar, habrá que ver cómo se replantea su estrategia de defensa.
Lúcido, sereno y de mente ágil para sus 73 años, Sosa declaró durante casi siete horas. Su relato sobre la madrugada del 16 de agosto, cuando los guerrilleros sitiados en el aeropuerto de Trelew entregaron sus armas, no será una buena noticia para el capitán de navío (R) Rubén Norberto Paccagnini. El entonces jefe de la base Zar declaró el miércoles que no estuvo aquella noche en el aeropuerto. El capitán dijo lo contrario. Paccagnini le transmitió en persona, antes de subir al colectivo, la orden del presidente Lanusse de trasladarlos a la base, que hizo añicos la "palabra de honor" de Sosa, que se había comprometido a llevarlos al penal de Rawson.
Al llegar a la base también fue Paccagnini quien le ordenó meterlos en calabozos y detalló las medidas de seguridad. Nadie podía verlos. Además de incomunicados con el mundo exterior, no debían hablar entre ellos, ni siquiera con sus compañeros de celda. Paccagnini organizó las guardias en tres turnos de ocho horas. Su responsabilidad era sólo inspeccionar. Pasaba de vez en cuando y consultaba a los guardias, "que no tenían experiencia en custodiar detenidos", aclaró.
Según su primera versión de los hechos, publicada por la revista Marcha el 8 de septiembre de 1972, "el guerrillero Pujadas, mediante un golpe de karate, lo arrojó al suelo y le quitó el arma, no obstante lo cual él, Sosa, logró zafarse y dio la orden de reprimir". Ayer tuvo la oportunidad de mejorarla. Y no la desaprovechó.
Al llegar a los calabozos el capitán Roberto Bravo le comentó "que no los podía manejar", dijo. Por ese motivo los había sacado al pasillo. Estaban formados en dos hileras. Sosa decidió entonces "dar una perorata" ejemplar. Para mejor eligió caminar entre las dos filas. "Era muy chiquito, me rozaba los hombros con unos y otros", aseguró. Fue hasta el fondo y volvió un par de veces. La tercera recibió un golpe que lo desparramó en el piso. "Una toma de karate, no de judo como informó entonces la Armada", especificó.
Ante la mirada atenta del juez Hugo Sastre y del fiscal Fernando Gelvez, que lo dejaron hablar y recién después formularon preguntas, Sosa dijo no haber notado que le quitaran el arma, tal como se describió en la versión oficial de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse. Lo supo después, dijo, por los testimonios del resto de los guardias y al leer sus declaraciones en la investigación interna a cargo del oficial Bautista.
Relató que cuando levantó la vista el resto de los guardias ya había comenzado a disparar (léase: no dio la orden). Cree haber escuchado por lo menos cuatro armas. Identificó dos ametralladoras TAM. Quienes dispararon fueron el teniente Emilio del Real, el capitán Bravo y el cabo primero Carlos Marandino, detalló. En cuestión de segundos entró en estado de shock. Se recuperó varios minutos después, cuando todo había pasado. Pensó que estaba herido, pero el jefe del Batallón de Infantería de Marina le explicó que era sólo miedo.
Con el correr de la declaración cayó en varias contradicciones y sinsentidos. Se definió como "una persona muy precavida" y dio un ejemplo: en el colectivo que llevó a los detenidos del aeropuerto a la base Zar fue "con la pistola enfundada", para evitar arrebatos o accidentes.
-¿Cómo se explica que un hombre precavido, respetuoso de las medidas de seguridad, camine ida y vuelta varias veces entre dos filas de detenidos rozándole los hombros? –le preguntó el fiscal Gelvez.
–Quería evitar una situación de tensión.
–¿Pudo haber sido una provocación?
–Nnno –balbuceó.
–¿No contrarió órdenes de la superioridad al dar una arenga y caminar entre los presos? –insistió el fiscal.
El capitán prefirió no responder.
Después de la masacre estuvo guardado en Puerto Belgrano, confesó. Cuando el fiscal preguntó en qué otros lugares pasó los años posteriores se negó a responder. "No tiene que ver con la causa", dijo. La indagatoria concluyó cerca de las seis de la tarde. Lo asistió la defensora oficial Mirta Seniow de Gandow. Sosa seguirá en la comisaría de Playa Unión.
El abogado Fabián Gabalachis, defensor de Paccagnini y Del Real, adelantó que va a pedir más declaraciones para demostrar la inocencia del primero. "Hizo lo que debía: convocó a los médicos e inició una investigación", dijo. Agregó que el sumario de la Armada murió "en un incendio". Hoy será el turno de Del Real. Ahora que su jefe declaró que no ordenó disparar, habrá que ver cómo se replantea su estrategia de defensa.
15 de febrero de 2008
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