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el instinto moral 2


[Steven Pinker] Muchos temen que la moral sea un truco del cerebro. El botón de los juicios morales.
El punto de partida para darse cuenta de que existe una parte distintiva de nuestra mente que está reservada a la moral, es estudiar cómo difieren los juicios morales de otro tipo de opiniones que nos formamos sobre cómo debe comportarse la gente. La moralización es un estado psicológico que se puede encender y apagar como un interruptor y cuando está encendido, un distintivo esquema mental dirige nuestro pensamiento. Es este esquema mental el que hace que consideremos ciertas acciones como inmorales ("matar es malo"), antes que solamente desagradables ("Odio las bruselitas"), anticuadas ("los pantalones acampanados pasaron de moda") o imprudentes ("no te rasques las picaduras de mosquitos").
La primera característica de los juicios morales es que las reglas que invocan son postuladas como universales. No se cree, por ejemplo, que las prohibiciones de la violación y el asesinato tengan sólo validez local, sino que son principios garantizados universal y objetivamente. Uno puede decir fácilmente: "No me gustan las bruselitas, pero no me importa si las comes", pero nadie podría decir: "No me gusta el asesinato, pero no me importa si matas a alguien".
La otra característica es que la gente piensa que aquellos que cometen actos inmorales merecen ser castigados. No sólo se permite infligir dolor a una persona que ha violado una regla moral; es malo "dejarles salirse con la suya'. La gente, por lo que se ve, no tiene problemas con invocar represalias divinas o el poder del estado para atacar a otras personas consideradas inmorales. Bertrand Russell escribió: "Cometer actos de crueldad en buena conciencia es un placer para los moralistas, por eso inventaron el infierno".
Todos sabemos lo que se siente cuando el botón de los juicios morales se enciende en nosotros: el fulgor de la rectitud, la ardiente indignación, el impulso de reclutar a otros para la causa. El psicólogo Paul Rozin ha estudiado el interruptor comparando dos tipos de personas que presentan la misma conducta pero con diferentes configuraciones. Los vegetarianos por razones de salud evitan la carne por razones prácticas, como bajar el colesterol y evitar las toxinas. Los vegetarianos por razones morales evitan la carne por razones éticas: para evitar ser cómplices del sufrimiento de los animales. Con su investigación sobre los sentimientos sobre el consumo de carne, Rozin mostró que los motivos morales desencadenan toda una cascada de opiniones. Es más probable que los vegetarianos morales traten la carne como un contaminante -por ejemplo, se niegan a comer un cuenco de sopa donde ha caído una gota de caldo de vacuno. Es más probable que piensen que los otros también deberían ser vegetarianos, y es más probable que atribuyan a sus hábitos de alimentación otras virtudes, como la creencia de que la evitación de la carne disminuye la agresividad de la gente y la pone menos bestial.
Gran parte de nuestra historia social reciente, incluyendo las guerras culturales entre liberales y conservadores, consiste en la moralización o amoralización de tipos específicos de conducta. Incluso cuando la gente está de acuerdo en que es deseable un resultado, no se ponen de acuerdo sobre si debería ser tratado como un asunto de preferencias y prudencia o como un asunto de virtudes y pecados. Rozin observa, por ejemplo, que últimamente se ha moralizado el hábito de fumar. Hasta hace poco, se pensaba que algunas personas que evitaban fumar lo hacían porque era nocivo para su salud. Pero con el descubrimiento de los efectos perjudiciales del hábito sobre los que no fuman, fumar es ahora considerado inmoral. Los fumadores son aislados; se prohíben imágenes de gente fumando; y los espacios tocados por el humo son considerados contaminados (así, los hoteles tienen no solamente cuartos para no fumadores, sino también plantas para no fumadores). El deseo de represalia también ha afectado a las tabacaleras, que han sido castigadas con asombrosas ‘indemnizaciones'.
Al mismo tiempo, se han amoralizado muchas conductas, pasando de defectos morales a opciones de estilos de vida. Incluyen el divorcio, la paternidad o maternidad no reconocida o fuera del matrimonio, ser una madre trabajadora, el uso de la marihuana y la homosexualidad. Muchos males han sido redefinidos para pasar de venganza a opciones erróneas y mala suerte. Antes había personas que eran llamadas ‘vagos' y ‘bribones'; hoy se les llama ‘gente sin casa'. La drogadicción es una ‘enfermedad'; la sífilis fue rebautizada y pasó de ser el precio a pagar por las conductas desvergonzadas a ‘enfermedad transmitida sexualmente' y, más recientemente, ‘infección transmitida sexualmente'.
Esta ola de amoralización ha conducido a que la derecha cultural se queje de que la moral misma está siendo atacada, como vemos en el grupo que se bautizó a sí mismo como la Mayoría Moral. De hecho, parece haber una Ley de la Preservación de la Moral, de modo que a medida que se van quitando conductas de la columna moral, se van agregando a ella otras nuevas. Decenas de cosas que las generaciones pasadas trataban como asuntos prácticos ahora son campos de batalla éticos, incluyendo los pañales desechables, los tests de inteligencia, las granjas avícolas, las muñecas Barbie y la investigación sobre el cáncer de mamas. La alimentación se ha convertido en un campo minado, con críticos que hacen sermones sobre el tamaño de los refrescos, la química de la gordura, la libertad de los pollos, el precio del café, las especies de peces y ahora la distancia que debe cubrir el alimento desde la granja al plato.
Muchas de estas moralizaciones, como el ataque contra los cigarrillos, pueden ser entendidas como tácticas prácticas para reducir algún mal identificado recientemente. Pero que una actividad empuje nuestros botones mentales a una configuración ‘moral' no tiene sólo que ver con el daño que causa. No despreciamos al hombre que se olvida de cambiar las pilas de la alarma de incendio o que lleva a su familia a vacaciones en la carretera, cosas ambas que multiplican los riesgos de que mueran en un accidente. Conducir una Hummer que malgasta combustible es reprochable, pero conducir un viejo Volvo igualmente despilfarrador, no lo es; comer un Big Mac es excesivo, pero comer queso importando o crème brûlée, no lo es. La razón de estas normas dobles es obvia: la gente tiende a modelar sus juicios morales sobre la base de sus propios estilos de vida.

21 de febrero de 2008
13 de enero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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