el instinto moral 9
[Steven Pinker] Muchos temen que la moral sea un truco del cerebro. Última entrega.
La moral, entonces, es algo todavía más grande que nuestra conciencia moral heredada, y la nueva ciencia de la conciencia moral no termina con nuestra capacidad de raciocinio y convicción. Al mismo tiempo, sus implicaciones para nuestro universo moral son inmensas.
La ciencia nos dice, como mínimo, que incluso aunque las creencias de nuestros adversarios son en general desconcertantes, es posible que no sean psicópatas amorales si no que estén tan inmersos en un esquema mental que donde esas creencias son obligatorias y universales como las nuestras a nosotros. Por supuesto, algunos rivales son psicópatas, y otros están tan envenenados por la moralización punitiva que están más allá del alcance de la razón. (El actor Will Smith tuvo a muchos historiadores de su parte cuando, hace poco, comentó con periodistas que Hitler pensaba que él actuaba moralmente). Pero en todo conflicto en el que el encuentro de mentalidades no es completamente inútil, el reconocimiento de que el otro está actuando sobre bases morales, antes que venales, puede ser un primer trecho de terreno común. Un lado puede reconocer la preocupación del otro por la comunidad, o la estabilidad, o la justicia, o la dignidad, argumentando al mismo tiempo que deberían preocuparse por otros valores. Con acción afirmativa, por ejemplo, los opositores pueden ser vistos como defendiendo la justicia, no el racismo, y los defensores como movidos por la preocupación por la comunidad, no por el poder burocrático. Los liberales pueden ratificar la preocupación por la familia, proponiendo al mismo tiempo que el matrimonio homosexual es perfectamente consistente con esa preocupación.
La ciencia de la conciencia moral también nos advierte sobre modos en que nuestro esquema psicológico puede convertirse en un obstáculo para llegar a conclusiones morales defendibles. La conciencia moral, nos damos cuenta ahora, es tan vulnerable a las ilusiones como los otros sentidos. Es propensa a confundir moralidad per se con pureza, estatus y conformidad. Tiende a reformular problemas prácticos como cruzadas morales y por eso consideran que la solución es la agresión punitiva. Impone tabúes que convierten en indiscutibles algunas ideas. Y tiene el feo hábito de colocarse a sí misma del lado de los ángeles.
Aunque algunos más prudentes han meditado largamente sobre cómo podemos enceguecernos por nuestra propia santimonia, nuestro discurso público todavía no la descarta adecuadamente. En el peor de los casos, la rudeza de nuestros instintos más brutales puede ser celebrada como una virtud. En su influyente ensayo ‘The Wisdom of Repugnance', Leon Kass, ex presidente del Consejo sobre Bioética del Presidente defendió la tesis de que deberíamos dejar de la lado la razón cuando se trata de la clonación y otras tecnologías biomédicas y reaccionar visceralmente: "Nos repele la perspectiva de la clonación de seres humanos... porque intuimos y sentimos, inmediatamente y sin argumentación, que se están violando cosas que nos son legítimamente caras... En esta época en que se admite todo mientras se haga voluntariamente..., la repugnancia puede ser la única voz a la que podemos recurrir para defender el sentido de nuestra humanidad. Vanos son aquellos que han olvidado el temor."
Por supuesto, hay buenas razones para regular la clonación humana, pero la prueba del temor no es una de ellas. La gente se ha estremecido con todo tipo de violaciones de pureza moralmente irrelevantes en su cultura: tocar a un intocable, beber de la misma fuente que un negro, permitir que la sangre judía se mezcle con la aria, tolerar la sodomía entre hombres consintientes. Y si la repugnancia de nuestros ancestros hubiese ganado la batalla, no habríamos conocido la autopsia, las vacunas, las transfusiones de sangre, la inseminación artificial, los transplantes de órganos y la fertilización in vitro, todas prácticas que fueron denunciadas como inmorales cuando fueron propuestas.
Hay muchos otros temas sobre los cuales apretamos muy rápidamente el botón de la moralización y buscamos culpables en lugar de soluciones. ¿Qué debemos hacer cuando un paciente de un hospital muere debido a que una enfermera le administra el fármaco equivocado en el catéter intravenoso del paciente? ¿Debemos facilitar el procedimiento para demandar al hospital por negligencia? ¿O debemos volver a diseñar las conexiones de modo que sea físicamente imposible conectar el tubo equivocado a una sonda?
Y en ninguna parte es la moralización un obstáculo para nuestro reto global más importante. La amenaza de un cambio climático inducido por el hombre se ha convertido en una oportunidad para celebrar un congreso de renacimiento moralista. En muchas discusiones la causa del cambio climático es la indulgencia (demasiados todoterrenos) y la contaminación (ensuciando la atmósfera), y la solución es la moderación (conservación) y la expiación (redención, como pagar un impuesto aparte). Sin embargo, los expertos conceden que estos factores no siempre se suman: incluso si todos los americanos se convirtieran en ciudadanos conscientes sobre sus emisiones de carbono, los efectos sobre el cambio climático serían insignificantes, aunque no fuese más que porque no es probable que dos mil millones de indios y chinos hagan suya nuestra evangélica abstinencia. Aunque la conservación voluntaria puede ser una porción de una tarta de reducción del carbono efectiva, las otras porciones tendrán que ser moralmente aburridas, como el impuesto al carbono y las tecnologías de nuevas energías, o incluso prohibidas, como la energía atómica y la manipulación deliberada del océano y la atmósfera. Nuestro hábito de moralizar los problemas, fundiéndolos con intuiciones sobre la pureza y la contaminación, y de dejar de inquietarnos cuando creemos que tenemos la razón, puede ser un obstáculo para hacer lo que debemos.
Por tanto, lejos de acabar con la moral, la ciencia de la conciencia moral puede hacerla avanzar, permitiéndonos ver a través de la ilusiones que nos han entregado la evolución y la cultura y concentrarnos en objetivos que podemos compartir y defender. Como escribió Antón Chéjov: "El hombre mejorará si se le muestra como es".
La ciencia nos dice, como mínimo, que incluso aunque las creencias de nuestros adversarios son en general desconcertantes, es posible que no sean psicópatas amorales si no que estén tan inmersos en un esquema mental que donde esas creencias son obligatorias y universales como las nuestras a nosotros. Por supuesto, algunos rivales son psicópatas, y otros están tan envenenados por la moralización punitiva que están más allá del alcance de la razón. (El actor Will Smith tuvo a muchos historiadores de su parte cuando, hace poco, comentó con periodistas que Hitler pensaba que él actuaba moralmente). Pero en todo conflicto en el que el encuentro de mentalidades no es completamente inútil, el reconocimiento de que el otro está actuando sobre bases morales, antes que venales, puede ser un primer trecho de terreno común. Un lado puede reconocer la preocupación del otro por la comunidad, o la estabilidad, o la justicia, o la dignidad, argumentando al mismo tiempo que deberían preocuparse por otros valores. Con acción afirmativa, por ejemplo, los opositores pueden ser vistos como defendiendo la justicia, no el racismo, y los defensores como movidos por la preocupación por la comunidad, no por el poder burocrático. Los liberales pueden ratificar la preocupación por la familia, proponiendo al mismo tiempo que el matrimonio homosexual es perfectamente consistente con esa preocupación.
La ciencia de la conciencia moral también nos advierte sobre modos en que nuestro esquema psicológico puede convertirse en un obstáculo para llegar a conclusiones morales defendibles. La conciencia moral, nos damos cuenta ahora, es tan vulnerable a las ilusiones como los otros sentidos. Es propensa a confundir moralidad per se con pureza, estatus y conformidad. Tiende a reformular problemas prácticos como cruzadas morales y por eso consideran que la solución es la agresión punitiva. Impone tabúes que convierten en indiscutibles algunas ideas. Y tiene el feo hábito de colocarse a sí misma del lado de los ángeles.
Aunque algunos más prudentes han meditado largamente sobre cómo podemos enceguecernos por nuestra propia santimonia, nuestro discurso público todavía no la descarta adecuadamente. En el peor de los casos, la rudeza de nuestros instintos más brutales puede ser celebrada como una virtud. En su influyente ensayo ‘The Wisdom of Repugnance', Leon Kass, ex presidente del Consejo sobre Bioética del Presidente defendió la tesis de que deberíamos dejar de la lado la razón cuando se trata de la clonación y otras tecnologías biomédicas y reaccionar visceralmente: "Nos repele la perspectiva de la clonación de seres humanos... porque intuimos y sentimos, inmediatamente y sin argumentación, que se están violando cosas que nos son legítimamente caras... En esta época en que se admite todo mientras se haga voluntariamente..., la repugnancia puede ser la única voz a la que podemos recurrir para defender el sentido de nuestra humanidad. Vanos son aquellos que han olvidado el temor."
Por supuesto, hay buenas razones para regular la clonación humana, pero la prueba del temor no es una de ellas. La gente se ha estremecido con todo tipo de violaciones de pureza moralmente irrelevantes en su cultura: tocar a un intocable, beber de la misma fuente que un negro, permitir que la sangre judía se mezcle con la aria, tolerar la sodomía entre hombres consintientes. Y si la repugnancia de nuestros ancestros hubiese ganado la batalla, no habríamos conocido la autopsia, las vacunas, las transfusiones de sangre, la inseminación artificial, los transplantes de órganos y la fertilización in vitro, todas prácticas que fueron denunciadas como inmorales cuando fueron propuestas.
Hay muchos otros temas sobre los cuales apretamos muy rápidamente el botón de la moralización y buscamos culpables en lugar de soluciones. ¿Qué debemos hacer cuando un paciente de un hospital muere debido a que una enfermera le administra el fármaco equivocado en el catéter intravenoso del paciente? ¿Debemos facilitar el procedimiento para demandar al hospital por negligencia? ¿O debemos volver a diseñar las conexiones de modo que sea físicamente imposible conectar el tubo equivocado a una sonda?
Y en ninguna parte es la moralización un obstáculo para nuestro reto global más importante. La amenaza de un cambio climático inducido por el hombre se ha convertido en una oportunidad para celebrar un congreso de renacimiento moralista. En muchas discusiones la causa del cambio climático es la indulgencia (demasiados todoterrenos) y la contaminación (ensuciando la atmósfera), y la solución es la moderación (conservación) y la expiación (redención, como pagar un impuesto aparte). Sin embargo, los expertos conceden que estos factores no siempre se suman: incluso si todos los americanos se convirtieran en ciudadanos conscientes sobre sus emisiones de carbono, los efectos sobre el cambio climático serían insignificantes, aunque no fuese más que porque no es probable que dos mil millones de indios y chinos hagan suya nuestra evangélica abstinencia. Aunque la conservación voluntaria puede ser una porción de una tarta de reducción del carbono efectiva, las otras porciones tendrán que ser moralmente aburridas, como el impuesto al carbono y las tecnologías de nuevas energías, o incluso prohibidas, como la energía atómica y la manipulación deliberada del océano y la atmósfera. Nuestro hábito de moralizar los problemas, fundiéndolos con intuiciones sobre la pureza y la contaminación, y de dejar de inquietarnos cuando creemos que tenemos la razón, puede ser un obstáculo para hacer lo que debemos.
Por tanto, lejos de acabar con la moral, la ciencia de la conciencia moral puede hacerla avanzar, permitiéndonos ver a través de la ilusiones que nos han entregado la evolución y la cultura y concentrarnos en objetivos que podemos compartir y defender. Como escribió Antón Chéjov: "El hombre mejorará si se le muestra como es".
El autor ha publicado ‘The Language Instinct' y ‘The Stuff of Thought: Language as a Window Into Human Nature'.
9 de abril de 2008
13 de enero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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