vendedores de órganos humanos
[Jeffrey Fleishman y Noha El-Hennawy] En Egipto existe un floreciente mercado negro para reunir a los necesitados de dinero con los necesitados de un transplante.
El Cairo, Egipto. Espera confiado en el café de la esquina. Un reloj de oro brilla en su muñeca. Si necesitas un hígado, o quieres vender un pedazo del tuyo, coge una silla y acércate a Mustafa Hamed, un ex chofer de autobús de 24 años que terminó inesperadamente como corredor de órganos humanos.
Mohamed, el hijo de cuatro años de Hamed, se estaba muriendo de cáncer y necesitaba un transplante que costaba cinco mil dólares. El único dinero ahorrado que tenía Hamed era el que quedaría en su bolsillo al final del día.
Había otro modo, sobre el que murmuraba entre los que no tienen nada. Un hombre podía vender una parte de sí mismo, ponerse una bata de hospital, y despertar con una incisión por encima de la barriga.
Hamed vendió una parte de su hígado por algo más del precio de la operación de su hijo. El niño murió durante la operación.
Con su herida curándose, y su hijo sepultado, Hamed, cuyo conocimiento de anatomía podría escribirse en apenas una página, decidió que seguir conduciendo un autobús no era su destino. Vendió el hígado de su primer cliente hace cuatro meses. Ganó novecientos dólares. Desde entonces ha vendido cuatro más.
"Las cosas no deberían ser así, pero...", dice. "Yo vendí una parte de mi hígado para salvar a mi hijo. Tuve que hacerlo... Te cortas unos pedazos de tu cuerpo y los vendes. Pero algunos de los que se acercan a mí tampoco están tan desesperados. Podrían encontrar otras soluciones. Muchos hombres que conozco quieren vender sus órganos para comprar un departamento para casarse. No me parece que estén desesperados. Yo les aconsejo: ‘Sé paciente. No tienes para qué hacer esto'".
La paciencia y la desesperación se mueven en extrañas corrientes en El Cairo. Casi la mitad de los egipcios viven en la pobreza; la economía del país se está privatizando y creciendo, pero la inflación está aplastando a los pobres y a la clase trabajadora. El precio de los pimientos verdes subió el año pasado en un noventa por ciento.
Miles de egipcios se han mudado al Golfo Pérsico, que se encuentra en mejor situación; muchos han postergado el matrimonio, una decisión que en Egipto es el lancinante signo del fracaso masculino. Otros, como Hamed, han vendido sus riñones e hígado para pagar deudas y volver a soñar.
Historias similares se repiten en todo el planeta. Se trata en órganos humanos desde Pakistán hasta China; organizaciones dedicadas al robo de riñones han azotado los pueblos en India. Los pobres de países subdesarrollados, como Moldavia y Filipinas, han ofrecido paquetes de ‘turismo de transplantes' que se encargan del papeleo para que los interesados viajen a otros países y vendan sus órganos a pacientes ricos. Es el mercado de la desesperación y el ingenio, los médicos no hacen demasiadas preguntas y los donantes terminan a menudo enfermos, y a veces mueren.
En Egipto el negocio ha estado prosperando durante años. El país no tiene leyes sobre el asunto y apenas si cuenta con organismos que supervisen los transplantes. Las estadísticas no son fiables. Organizaciones de médicos calculan que se realizan al año unos quinientos transplantes de riñón no autorizados, aunque un legislador que está investigando la práctica indicó que la cifra real es mucho más alta.
En El Cairo, donantes y pacientes saben dónde ir. Hay cafeterías en los alrededores de las clínicas y laboratorios donde se reúnen los intermediarios, sorbiendo té y fumando, sus celulares zumbando como insectos sobre las mesas.
Aquellos en necesidad de transplantes son fáciles de detectar. Llevan radiografías y análisis de sangre debajo del brazo. Algunos son pálidos; otros, demacrados. Necesitan un transplante, y rápido. Vienen del Alto Egipto, y del Delta del Nilo, con sus billeteras y carteras hinchadas de dinero prestado, y si tienen suerte podrán contratar al cirujano de transplantes japonés que viaja hasta acá una vez al mes.
"Mi doctor me dijo que viniera a esta ciudad", dice un ingeniero agrícola del Alto Egipto que andaba buscando un riñón cerca de un laboratorio en el barrio Dokki de El Cairo, donde pasan carretas traqueteando y pan de hojaldre se enfría en la brisa.
Se niega a revelar su identidad mientras se estira su túnica planchada. "Tengo 58 años, tengo una deficiencia renal y no tengo hijos. Necesito un donante. Los riñones se están vendiendo entre veinte mil y cuarenta mil libras [ 3.600 a 7.300 dólares]. Estoy negociando, pero no puedo pagar más de treinta mil libras".
Los donantes enfrentan dificultades propias. Ayman Abdullah era contable en el Alto Egipto cuando él y su hermano decidieron coger los ahorros de sus padres y trasladarse al Cairo para abrir una tienda de celulares. En un país que es fundamentalmente desierto, El Cairo es una arenosa y atiborrada promesa de neón de minaretes y torres de bancos que atraen a los que quieren arriesgar lo poco que poseen. Otros que se marcharon del pueblo de Abdullah hicieron fortuna en la ciudad; al menos, eso es lo que contaron cuando volvieron a casa.
Abdullah y su hermano confiaron en un hombre -que se llamaba a sí mismo socio- en el que no debían confiar. Desapareció con el dinero, y repentinamente los hermanos tenían una deuda de 75 mil libras -unos 13.700 dólares.
"Tengo dos opciones: O pago mis deudas, o me encarcelan", dice Abdullah, un hombre rechoncho, de suéter, que espera en un café para negociar parte de su hígado por cuarenta mil libras. "No se me ocurre otra solución. O me opero, o pierdo mi libertad... Empecé a buscar anuncios de pacientes renales que buscaban donantes, pero me di cuenta de que el máximo que podía ganar por un riñón es veinte mil libras. Pero en el mismo diario encontré un anuncio de un paciente que buscaba un donante de hígado".
El hermano de Abdullah encontró un comprador con el tipo de sangre y tipo de tejido correspondientes. Abdullah dice que, de cierto modo, es divertido -en casa él y su hermano nunca ganaron tanto como para ser ricos, pero hicieron lo suficiente como para imaginar que podrían serlo. Pero ahora sólo quiere escapar de la vergüenza de haber sido un idiota.
"Si Dios me deja vivir después de la operación, no me quedaré en este país. Quiero trabajar como maestro o vendedor o cualquier cosa en un país del Golfo", dice Abdullah. "Después de una operación como esta, uno se siente inferior al resto del mundo. Quiero irme a un lugar con gente nueva. Quiero conocer a gente que no sepa nada sobre mí".
Mohamed Queita, miembro del parlamento egipcio y del gobernantes Partido Democrático Nacional, ha estado trabajando en los últimos doce años para hacer aprobar una ley que regule los transplantes de órganos y frene la expansión del mercado negro que atrae a pacientes de todo Oriente Medio y hasta de Europa.
"En Egipto es el peor tipo de negocio que existe. Es peor que la esclavitud", dice Queita, que no cuenta con estadísticas completas, aunque observa que una clínica de El Cairo tenía una lista de espera de mil quinientas personas dispuestas a vender sus órganos. "No quiero que los pobres se conviertan en piezas de recambio de los ricos... A Egipto viene gente de todo el mundo a comprar órganos. La mayoría son árabes del Golfo. Si eres un rico del Golfo, te vas a una clínica privada -las que tienen contactos con vendedores de órganos. Casos graves de miseria en este país están provocando un aumento en el robo y venta de órganos".
El proyecto de ley de Queita propone que los transplantes se limiten a miembros de la familia o a donantes que no acepten dinero por ello. La legislación se ha visto entorpecida por desacuerdos entre médicos y clérigos musulmanes. Los médicos apoyan la recolección de órganos de pacientes declarados con muerte cerebral, pero los clérigos consideran haram (tabú) esa práctica.
El tema es un debate jurídico y religioso sobre la definición de muerte que se remonta a la época de los faraones. La mayoría de los clérigos apoyan a Queita en que la venta de partes el cuerpo viola la ley islámica.
"Pero no hay castigo", dice el legislador. "Nadie termina en la cárcel".
Ahmed Abdel Halim era un vendedor de pescado con un cargamento de deudas cuando trató de vender partes de sí mismo. Los acreedores lo estaban cercando, pero el laboratorio le dijo a Halim que su hígado estaba lleno de grasa y no servía para un transplante. Así que se convirtió en un intermediario.
Dice que los clérigos le dijeron que su nuevo trabajo no violaría los principios islámicos si no negociaba sobre el precio. Debe aceptar lo que se le ofrece. Su primera comisión fue de novecientos dólares.
"Antes iba a los barrios pobres donde viven jóvenes con problemas económicos", dice Halim, envuelto en su cazadora mientras un camarero se apresura hacia la mesa. "Pasó unos días en un café hasta que los clientes me empiezan a conocer, a confiar en mí y a hablar conmigo. Cuando una persona me cuentasus problemas, le hablo del negocio. Algunos se asustan y se marchan; pero otros lo aceptan y me hacen preguntas sobre los detalles de la operación".
En los cinco años que lleva en el negocio, ha vendido 45 transacciones. Le pagan bien, pero su mujer lo considera un mercenario, un hombre que vive en una zona moral turbia alejado de su religión. Para satisfacerla, dice, dejó el negocio por un tiempo. Pero no pudo sobrevivir como pescadero y volvió a la venta de órganos.
"Yo soy un intermediario", dice. "Cuido los intereses del donante y garantizo el cumplimiento del compromiso de las dos partes, del donante y del paciente, porque ellos no se conocen entre sí y no se confían".
Mustafa Hamed piensa lo mismo. Cuando tenía once años su padre le enseñó el oficio del cuero. Abandonó la escuela. Empezó a curtir pieles hasta que sus manos quedaron manchadas, pero nunca ganó más de treinta libras -unos cinco dólares con cincuenta al día. Encontró trabajo como chofer de autobús, pero era analfabeto y no se presentó al examen para su permiso, así que las cosas se pusieron peligrosas. Se pone tenso cuando habla sobre su hijo; sus dedos se endurecen; baja la vista.
El dinero que le pagaron por un pedazo de su hígado ya lo gastó, pero dice que ha estado construyendo su reputación en el negocio de los órganos. La gente lo llama. Algún día podrá tener su propio bus, o abrir una tienda de celulares. Sus zapatillas están cubiertas de polvo, pero se mantiene erguido en su traje. Se considera un hombre importante.
"En vísperas de mi operación, me quedé en mi cuarto leyendo el Corán", dice. "Tenía miedo, pero no tanto como para cambiar de parecer. Incluso si me hubiera pasado algo malo en la operación, no me habría preocupado, porque el objetivo era salvar a mi hijo. Si uno da la vida por su hijo, Dios lo recompensa".
Mohamed, el hijo de cuatro años de Hamed, se estaba muriendo de cáncer y necesitaba un transplante que costaba cinco mil dólares. El único dinero ahorrado que tenía Hamed era el que quedaría en su bolsillo al final del día.
Había otro modo, sobre el que murmuraba entre los que no tienen nada. Un hombre podía vender una parte de sí mismo, ponerse una bata de hospital, y despertar con una incisión por encima de la barriga.
Hamed vendió una parte de su hígado por algo más del precio de la operación de su hijo. El niño murió durante la operación.
Con su herida curándose, y su hijo sepultado, Hamed, cuyo conocimiento de anatomía podría escribirse en apenas una página, decidió que seguir conduciendo un autobús no era su destino. Vendió el hígado de su primer cliente hace cuatro meses. Ganó novecientos dólares. Desde entonces ha vendido cuatro más.
"Las cosas no deberían ser así, pero...", dice. "Yo vendí una parte de mi hígado para salvar a mi hijo. Tuve que hacerlo... Te cortas unos pedazos de tu cuerpo y los vendes. Pero algunos de los que se acercan a mí tampoco están tan desesperados. Podrían encontrar otras soluciones. Muchos hombres que conozco quieren vender sus órganos para comprar un departamento para casarse. No me parece que estén desesperados. Yo les aconsejo: ‘Sé paciente. No tienes para qué hacer esto'".
La paciencia y la desesperación se mueven en extrañas corrientes en El Cairo. Casi la mitad de los egipcios viven en la pobreza; la economía del país se está privatizando y creciendo, pero la inflación está aplastando a los pobres y a la clase trabajadora. El precio de los pimientos verdes subió el año pasado en un noventa por ciento.
Miles de egipcios se han mudado al Golfo Pérsico, que se encuentra en mejor situación; muchos han postergado el matrimonio, una decisión que en Egipto es el lancinante signo del fracaso masculino. Otros, como Hamed, han vendido sus riñones e hígado para pagar deudas y volver a soñar.
Historias similares se repiten en todo el planeta. Se trata en órganos humanos desde Pakistán hasta China; organizaciones dedicadas al robo de riñones han azotado los pueblos en India. Los pobres de países subdesarrollados, como Moldavia y Filipinas, han ofrecido paquetes de ‘turismo de transplantes' que se encargan del papeleo para que los interesados viajen a otros países y vendan sus órganos a pacientes ricos. Es el mercado de la desesperación y el ingenio, los médicos no hacen demasiadas preguntas y los donantes terminan a menudo enfermos, y a veces mueren.
En Egipto el negocio ha estado prosperando durante años. El país no tiene leyes sobre el asunto y apenas si cuenta con organismos que supervisen los transplantes. Las estadísticas no son fiables. Organizaciones de médicos calculan que se realizan al año unos quinientos transplantes de riñón no autorizados, aunque un legislador que está investigando la práctica indicó que la cifra real es mucho más alta.
En El Cairo, donantes y pacientes saben dónde ir. Hay cafeterías en los alrededores de las clínicas y laboratorios donde se reúnen los intermediarios, sorbiendo té y fumando, sus celulares zumbando como insectos sobre las mesas.
Aquellos en necesidad de transplantes son fáciles de detectar. Llevan radiografías y análisis de sangre debajo del brazo. Algunos son pálidos; otros, demacrados. Necesitan un transplante, y rápido. Vienen del Alto Egipto, y del Delta del Nilo, con sus billeteras y carteras hinchadas de dinero prestado, y si tienen suerte podrán contratar al cirujano de transplantes japonés que viaja hasta acá una vez al mes.
"Mi doctor me dijo que viniera a esta ciudad", dice un ingeniero agrícola del Alto Egipto que andaba buscando un riñón cerca de un laboratorio en el barrio Dokki de El Cairo, donde pasan carretas traqueteando y pan de hojaldre se enfría en la brisa.
Se niega a revelar su identidad mientras se estira su túnica planchada. "Tengo 58 años, tengo una deficiencia renal y no tengo hijos. Necesito un donante. Los riñones se están vendiendo entre veinte mil y cuarenta mil libras [ 3.600 a 7.300 dólares]. Estoy negociando, pero no puedo pagar más de treinta mil libras".
Los donantes enfrentan dificultades propias. Ayman Abdullah era contable en el Alto Egipto cuando él y su hermano decidieron coger los ahorros de sus padres y trasladarse al Cairo para abrir una tienda de celulares. En un país que es fundamentalmente desierto, El Cairo es una arenosa y atiborrada promesa de neón de minaretes y torres de bancos que atraen a los que quieren arriesgar lo poco que poseen. Otros que se marcharon del pueblo de Abdullah hicieron fortuna en la ciudad; al menos, eso es lo que contaron cuando volvieron a casa.
Abdullah y su hermano confiaron en un hombre -que se llamaba a sí mismo socio- en el que no debían confiar. Desapareció con el dinero, y repentinamente los hermanos tenían una deuda de 75 mil libras -unos 13.700 dólares.
"Tengo dos opciones: O pago mis deudas, o me encarcelan", dice Abdullah, un hombre rechoncho, de suéter, que espera en un café para negociar parte de su hígado por cuarenta mil libras. "No se me ocurre otra solución. O me opero, o pierdo mi libertad... Empecé a buscar anuncios de pacientes renales que buscaban donantes, pero me di cuenta de que el máximo que podía ganar por un riñón es veinte mil libras. Pero en el mismo diario encontré un anuncio de un paciente que buscaba un donante de hígado".
El hermano de Abdullah encontró un comprador con el tipo de sangre y tipo de tejido correspondientes. Abdullah dice que, de cierto modo, es divertido -en casa él y su hermano nunca ganaron tanto como para ser ricos, pero hicieron lo suficiente como para imaginar que podrían serlo. Pero ahora sólo quiere escapar de la vergüenza de haber sido un idiota.
"Si Dios me deja vivir después de la operación, no me quedaré en este país. Quiero trabajar como maestro o vendedor o cualquier cosa en un país del Golfo", dice Abdullah. "Después de una operación como esta, uno se siente inferior al resto del mundo. Quiero irme a un lugar con gente nueva. Quiero conocer a gente que no sepa nada sobre mí".
Mohamed Queita, miembro del parlamento egipcio y del gobernantes Partido Democrático Nacional, ha estado trabajando en los últimos doce años para hacer aprobar una ley que regule los transplantes de órganos y frene la expansión del mercado negro que atrae a pacientes de todo Oriente Medio y hasta de Europa.
"En Egipto es el peor tipo de negocio que existe. Es peor que la esclavitud", dice Queita, que no cuenta con estadísticas completas, aunque observa que una clínica de El Cairo tenía una lista de espera de mil quinientas personas dispuestas a vender sus órganos. "No quiero que los pobres se conviertan en piezas de recambio de los ricos... A Egipto viene gente de todo el mundo a comprar órganos. La mayoría son árabes del Golfo. Si eres un rico del Golfo, te vas a una clínica privada -las que tienen contactos con vendedores de órganos. Casos graves de miseria en este país están provocando un aumento en el robo y venta de órganos".
El proyecto de ley de Queita propone que los transplantes se limiten a miembros de la familia o a donantes que no acepten dinero por ello. La legislación se ha visto entorpecida por desacuerdos entre médicos y clérigos musulmanes. Los médicos apoyan la recolección de órganos de pacientes declarados con muerte cerebral, pero los clérigos consideran haram (tabú) esa práctica.
El tema es un debate jurídico y religioso sobre la definición de muerte que se remonta a la época de los faraones. La mayoría de los clérigos apoyan a Queita en que la venta de partes el cuerpo viola la ley islámica.
"Pero no hay castigo", dice el legislador. "Nadie termina en la cárcel".
Ahmed Abdel Halim era un vendedor de pescado con un cargamento de deudas cuando trató de vender partes de sí mismo. Los acreedores lo estaban cercando, pero el laboratorio le dijo a Halim que su hígado estaba lleno de grasa y no servía para un transplante. Así que se convirtió en un intermediario.
Dice que los clérigos le dijeron que su nuevo trabajo no violaría los principios islámicos si no negociaba sobre el precio. Debe aceptar lo que se le ofrece. Su primera comisión fue de novecientos dólares.
"Antes iba a los barrios pobres donde viven jóvenes con problemas económicos", dice Halim, envuelto en su cazadora mientras un camarero se apresura hacia la mesa. "Pasó unos días en un café hasta que los clientes me empiezan a conocer, a confiar en mí y a hablar conmigo. Cuando una persona me cuentasus problemas, le hablo del negocio. Algunos se asustan y se marchan; pero otros lo aceptan y me hacen preguntas sobre los detalles de la operación".
En los cinco años que lleva en el negocio, ha vendido 45 transacciones. Le pagan bien, pero su mujer lo considera un mercenario, un hombre que vive en una zona moral turbia alejado de su religión. Para satisfacerla, dice, dejó el negocio por un tiempo. Pero no pudo sobrevivir como pescadero y volvió a la venta de órganos.
"Yo soy un intermediario", dice. "Cuido los intereses del donante y garantizo el cumplimiento del compromiso de las dos partes, del donante y del paciente, porque ellos no se conocen entre sí y no se confían".
Mustafa Hamed piensa lo mismo. Cuando tenía once años su padre le enseñó el oficio del cuero. Abandonó la escuela. Empezó a curtir pieles hasta que sus manos quedaron manchadas, pero nunca ganó más de treinta libras -unos cinco dólares con cincuenta al día. Encontró trabajo como chofer de autobús, pero era analfabeto y no se presentó al examen para su permiso, así que las cosas se pusieron peligrosas. Se pone tenso cuando habla sobre su hijo; sus dedos se endurecen; baja la vista.
El dinero que le pagaron por un pedazo de su hígado ya lo gastó, pero dice que ha estado construyendo su reputación en el negocio de los órganos. La gente lo llama. Algún día podrá tener su propio bus, o abrir una tienda de celulares. Sus zapatillas están cubiertas de polvo, pero se mantiene erguido en su traje. Se considera un hombre importante.
"En vísperas de mi operación, me quedé en mi cuarto leyendo el Corán", dice. "Tenía miedo, pero no tanto como para cambiar de parecer. Incluso si me hubiera pasado algo malo en la operación, no me habría preocupado, porque el objetivo era salvar a mi hijo. Si uno da la vida por su hijo, Dios lo recompensa".
jeffrey.fleishman@latimes.com
19 de marzo de 2008
13 de marzo de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
63 comentarios
Donante en Vivo A+ / Donante en Vivo de Higado o Rinon -
Tengo el tipo de sangre, A2 + positivo, Altura 1,80, peso 86 kg, estoy sano, con los análisis realizadas en 2011. Clinicamente apto para donar higado o riñón.
Gracias.
E-mail: atsigan@yahoo.com
https://www.facebook.com/roberto.atsigan
Atentamente,
Roberto.
Estefany -
arturo -
arturo -
Lilly -
Vendo medula osea en $61 000 dolares mas gastos de viaje, hospedaje y hospital.
Solo contactarme gente seria y con capacidad de pago.
Tipo de Sangre: Donadora universal
RHO positivo ( O positivo )
Email: bendicion201283@hotmail.com
laura rios quientero -
giuse -
bondigiuseppe1@hotmail.com
vendo organo ,,,,urgenta
giuse -
dispuesto viajar..
evan -
TENGO 51 AÑOS ATLETA PARTICIPACION EN MARATONES CAMPEON DE 3 TROFEOS REGIONALES PUESTO NUMERO 5 QUINTO EN CAMPEONATO NACIONAL
Y PARTICIPACION EN CAMPEONATO INTERNACIONAL EN SUDAMERICA
SOY DE BOLIVIA interesados dejar numero de telefono en mi correo electronico deathnote002@hotmail.com
o llamar al 67241655 en bolivia bolivia EL PRECIO NEGOCIABLE LOS GASTOS CORREN POR CUENTA SUYA
jose manuel zamacona -
diego garcia salas -
JOSE -
TEAMO_BB_7@HOTMAIL.COM
TAMBIÉN OFREZCO UNA PARTE DE MI HIGADO. NO FUMO, NO TOMO, NO PADEZCO NINGÚN ENFERMEDAD CRÓNICA.
Dalai -
Gracias.
Ruben -
Sergio -
oscar -
andres -
pedro nogera -
Anónimo -
Anónimo -
arturo -
geisen -
eduardo -
soy de la paz bolivia
ali -
Anónimo -
logan -
ANTONIO -
sean muy serios en sus respuestas
pido 950,000
rosario -
rosario -
Bruno Silva -
tatiana zamora -
mi mail tatizamo2009@hotmail.com
Joe -
DE LIMA-PERU, HOMBRE SANO DE 35 AÑOS, TIPO DE SANGRE AB+. TAMBIEN MI ESPOSA DE 24 AÑOS TIPO DE SANGRE A+
PUEDE DONAR.
A CAMBIO DE COMPENSACION ECONOMICA URGENTE, LAS PERSONAS INTERESADAS ME PUEDEN CONTACTAR A:
unhuecoenmicabeza@hotmail.com
SOLO PERSONAS SERIAS Y QUE NO SEAN INTERMEDIARIOS
kkr -
muchas gracias
Edna -
Edna -
edwin -
carlos------------------------------ -
yo mero -
milton -
rosa -
rosa -
OSCAR -
lizbet -
mi nombre es miguel -
jesus -
anonimo -
Antonio -
YU -
fabila -
patricia -
patricia -
patricia -
Maria -
Mauricio -
Martin -
mae_us@hotmail.com
enrique -
victor -
Angel -
Angel -
yony marcos -
estopa -
alberto -
marcos -