el lugar donde estuvo el paraíso
7 de septiembre de 2008
-La señorita es periodista y dice que va a Choshuenco porque le cerraron el paso a la gente con un portón eléctrico- le comenta sarcástica a un compañero por la ventanilla. Ella vende pasajes hacia Choshuenco, en una de las dos flotas de buses que viajan hasta los pueblos precordilleranos de la Región de los Ríos. Los Lafit se van repletos por un camino entierrado y sinuoso. En una hora y media llegan hasta la cabecera del lago Panguipulli.
-La señorita es periodista -musita una segunda vez a otro de sus compañeros, mientras escribe "asiento 17" en el pasaje que acaba de vender. No entiende qué hace parada frente a ella una periodista de Santiago que no viene a escribir sobre la caza de jabalíes, los hoteles ecofashion o el turismo aventura.
-Disculpe que me ría, pero pa’ qué se va tan lejos. Ese tema lo puede hacer en cualquier parte de Panguipulli, acá está lleno de trancas y portones. Los ricos se compran un pedazo de tierra y no dejan pasar a nadie- dice, dando pequeños saltitos por el frío y frotando sus manos enrojecidas. El pantalón de cotelé negro no la abriga, y la gruesa parka roja, tampoco. Cada palabra suya sale expulsada con vapor. Pero está acostumbrada. La gente en el sur se acostumbra a todo. A las lluvias, a los desbordes, a los temporales y a los portones.
Panguipulli es el centro de operaciones de una serie de pueblitos que se encumbran hacia la precordillera. Los más importantes, antes de llegar a Choshuenco, son Puerto Fuy y Neltume, que en esta época son dos tazas de leche pintadas con nieve. A pesar del clima asesino en invierno y la sensación de estar en el fin del mundo, todo es paz; la última vez que se quebró la calma fue en 1973, cuando en dictadura a los militares se les ocurrió que los obreros del complejo maderero podían estar formando una guerrilla en las montañas y los mandó a detener y asesinar. Neltume tiene muchas casitas huérfanas.
Como última parada del bus, a 50 kilómetros de Panguipulli, aparece Choshuenco de noche, como una boca de lobo, con los goterones australes como sonido de fondo y un manchón oscuro que de día se transforma en el lago Panguipulli. Para cualquier cristiano, esto podría ser el cielo.
Patrón de Fundo
Choshuenco es una postal del fin del mundo. Si uno mira por la calle principal Padre Bernabé, que cruza el pueblo de este a oeste, ve dos colores: celeste y verde. La gente es amable y educada; a pesar de estar escondidos a los pies de la cordillera, todos saben qué está pasando en Santiago, y no son pocos los que comentan, con argumentos estudiados, los posibles resultados en las próximas elecciones municipales y presidenciales. Aunque la máxima preocupación de Choshuenco por estos días no es la política, sino sus vecinos.
Por más de 50 años se acostumbraron a sus límites artificiales: "Si tomamos como referencia los puntos cardinales, este pueblo limita al norte con los Avayú, al suroeste con los Luksic y al norte con los Von Appen", dice Luis Méndez, presidente de la Junta de Vecinos de Choshuenco, en referencia a los empresarios que flanquean el pueblo.
La familia Avayú, dueña del grupo Indumotora, llegó el año 1951 a la zona y son propietarios del fundo Molco, un paño de 400 hectáreas planas y otras dos mil hectáreas de cordillera, incluida una zona de volcán. También manejan la Ganadera y Forestal Molco Ltda. Los Luksic son dueños de los fundos Chan Chan, Quechumalal, Enco, Huilo y Puñir, y los Von Appen poseen la península Kankahuasi.
Como buenos empresarios, supieron comprar. Las tierras del fundo Molco se acaban cuando empieza un paño de tierra opaca. Es de una reducción indígena.
Según los habitantes de Choshuenco, vivir cerca de los empresarios nunca fue un problema. Hasta hace poco más de un año, todo el mundo agradecía sus donaciones a la comunidad, sus contribuciones al colegio, la construcción de una casa para los médicos, el levantamiento de un consultorio. "Pero todo esto ha sido a cambio de nuestra libertad. Esto es como esclavitud moderna", comenta una dueña de casa que no quiere dar su nombre porque de vez en cuando presta servicios para alguno de ellos. "Los ricos son muy simpáticos y caritativos hasta que no te metes con ellos ni cuestionas lo que hacen", dice.
Antes de que los empresarios comenzaran a cercar sus predios, los vecinos podían caminar libremente por donde quisieran, ir en camioneta hasta el río Fuy y recoger frutos silvestres sin pedir permiso. Pero el escenario ha ido cambiando con los años. "Entendemos que se trata de terrenos privados, pero lo que pedimos es que nos dejen pasar para disfrutar también de esta naturaleza", agrega un vecino que trabaja por temporadas en casa de los Avayú, una de las familias más cuestionadas por el pueblo.
Límites Incómodos
Hace un año, los Avayú instalaron un portón eléctrico en una de las entradas del fundo Molco. La misma gente del pueblo fue contratada para levantarlo. Ahora, la pesada puerta de fierro impide el paso de quienes quieran visitar el río Fuy si van en automóvil. Méndez intenta explicar las razones del enojo del pueblo: "La playa de Choshuenco tiene como límite natural el estero Chumpullo, un punto que don José Avayú tomó como límite también para concesionar la playa que llega hasta el muelle de su propiedad. Ahí colocó un cerco que corta la playa y un letrero anunciando su concesión, incluso con alambres de púa que causan la molestia de los vecinos, porque el acceso a las playas es libre. Al otro lado del estero Chumpullo hay un puente que cruza el estero y a 20 metros de ese puente él colocó un portón de fierro. Yo no puedo decir que ahí hay libre acceso al río Fuy, porque ahí hay un guardia. Si yo quiero pasar como transeúnte puedo hacerlo, pero no con un vehículo para llevar kayaks o turistas".
José Avayú desconoce que exista alguna mala intención de su familia. "No hemos vulnerado los derechos de nadie, porque esa jamás ha sido nuestra forma de actuar. Muy por el contrario, hemos sido permanentes colaboradores de la comunidad en múltiples aspectos de sus necesidades. Esto lo hemos hecho desde hace muchos años. Le puedo asegurar que nosotros respetamos los derechos de las personas y siempre hemos actuado al amparo de la ley y con las necesarias y debidas autorizaciones de las autoridades respectivas en todas nuestras actuaciones", señala, al mismo tiempo que deja en claro que tanto el aeródromo como el portón están debidamente instalados y regulados.
En el Ministerio de Bienes Nacionales explican que la norma establece el acceso libre y gratuito de todas las personas a las riberas de playas de mar, ríos o lagos; sin embargo, no detalla qué tipo de acceso. Antes de ser de propiedad de los Avayú, el terreno pertenecía a Corfo, pero el acceso se facilitaba en función del aeródromo que allí existía y porque la corporación decidió que el sendero fuera de uso público. Sólo si no hay ninguna vía de acceso, Bienes Nacionales ordena la fijación de una, aunque esta decisión es apelable por los propietarios. En Pingueral, en la Región del Biobío, y en el acceso al lago Villarrica por el sector de Santa Filomena, en la Araucanía, hay caminos públicos declarados por Vialidad, pero los particulares los cerraron igual.
Alguna vez, hace más de cincuenta años, Choshuenco no tuvo más puerta de entrada que el lago Panguipulli. El barco Enco recorría de puerto en puerto las frías aguas de la zona dejando provisiones, escolares y mujeres mapuches. Hoy sus accesos están tan limitados como en los tiempos del Enco.
Cuidado, Perros Bravos
Matías López tiene 13 años y estudia en la escuela rural La Rinconada, el único establecimiento educacional de Choshuenco. Habla como si fuera dirigente de larga trayectoria. Sus ojos de niño miran enrabiado el estado de su pueblo. "No pueden poner cercos porque Chile es un país democrático y libre", dispara. Sus recuerdos son recientes, pero habla de ellos como si se refiriera a una época muy lejana. "Nosotros conversamos harto el tema con mis compañeros, antes íbamos a pescar y ahora nos encontramos con un portón. Nos enojamos cuando pusieron la puerta eléctrica, cómo nos vamos a meter como delincuentes al río. Yo no lo puedo negar, estos señores ayudan al pueblo, ponen áreas verdes, pero para qué, para ganarse a la gente. Nos traen computadores, pero como ningún profesor de la escuela es de acá, los reciben sin cuestionar nada".
Los niños de Choshuenco no tienen ni videojuegos ni McDonald’s cerca. Su patio es el lago, el río, los bosques de raulí y mañío. En vez de Playstation, ellos aprenden sobre el sonido de las bandurrias.
Matías cuenta que hace tres años iba con sus amigos al fundo Chan Chan, de propiedad de los Luksic, a buscar castañas que vendían a 300 pesos el kilo. "Eran grandotas, las vendíamos en el pueblo, lo mismo con las moras. Ahora los guardias no nos dejan pasar, aunque les pedimos permiso. En el fundo Molco tenemos que salir corriendo de los perros. La gente no reclama porque les dan trabajo, pero qué tanto. Hay quienes trabajan muy duro por 180 mil pesos".
Los pobladores han levantado la voz en medios locales, han escrito cartas a la Intendencia, a la Seremi de Bienes Nacionales y a la alcaldía. Y nada. La paciencia se está agotando.
Gabriel Vera, artesano y guía de pesca, suma sus reclamos. Cuenta que antes de que se construyera el portón de los Avayú podían acceder a los caminos libremente. Hoy, si quieren ir al río, deben hacerlo en bote. "Es un negocio para nosotros, pero por esta causa el turista se está alejando. Hay algunos que quieren caminar con sus familias y resulta que se encuentran con unos perros gigantes. Yo tengo que reconocer que los empresarios ayudan al pueblo, ¿pero cuál es el provecho? Nos dan una mano, pero turísticamente nos están echando abajo. Una vez nos regalaron una ambulancia, nos ayudan con remedios, a los niños les dan becas, pero a cambio el pueblo es de ellos, por decirlo de alguna forma".
El pescador también reclama por la playa que forma el río Panguipulli. En su niñez, la zona era conocida incluso como "la playa de los Vera", porque él y sus hermanos pasaban días completos en el agua. Pero el lago ha ido cediendo y acortando los espacios de arena. Según el pueblo, esto se debe al muelle que construyó León Avayú para cercar su casa. "Cambió el curso del agua, eso es un atentado a la naturaleza. Ahora él tiene playa y arena, ¿y nosotros?", se pregunta un empresario turístico de la zona.
Muy pocas personas del pueblo hablan libremente del tema porque temen "quemarse", pero todos concuerdan en que los límites artificiales pueden perjudicar el desarrollo de la zona. "Por ejemplo, los Luksic son buena gente, pero para ir al río Enco antes había dos caminos, uno para camiones y otro para las personas. El primero lo habilitaron bien, incluso hay portones con control remoto para que pasen sus choferes, pero el peatonal es terrible", cuenta Víctor, un lugareño que prefiere no dar su apellido. Víctor intenta una teoría: "Aquí nadie hace nada porque en los veranos vienen todos los amigos de los empresarios, gente con poder".
Méndez dice que lleva 48 años viviendo en Choshuenco y que siempre existió un camino vecinal para poder conocer cada rincón de la zona. Podían llegar libremente al aeródromo, que, según la Dirección de Aeronáutica Civil, pertenece ahora a Alberto Avayú. Ahora, los turistas sólo pueden acercarse en bus desde Panguipulli o Lanco. Los forasteros vienen a encontrarse con un pueblo que se dedica a los deportes de aventura, a la caza, a la pesca. El volcán Mocho Choshuenco es un atractivo guardián nevado.
Es miércoles en Choshuenco. Los cerca de mil habitantes, en su mayoría evangélicos, salen nuevamente a trabajar. Algunos de ellos lo hacen construyendo el nuevo puente que antecede al odiado portón de los Avayú. Son casi las ocho de mañana y amanece verde otra vez. Amanecen goterones fríos y piernas heladas. La contención de la rabia es lo más caliente del pueblo. Sale tímido el sol. En Choshuenco no pasa nada, nada más que lluvia y frío. Por ahora.
©la nación
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