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le metieron 45 tiros en el cuerpo


En México, una victoria policial contra una organización de narcotráfico provoca una mortal venganza. Juan José Soriano, subdirector del Departamento de Policía de Tecate ayudó a las autoridades norteamericanas en la detección de un túnel de los narcotraficantes. A la mañana siguiente, dos pistoleros le metieron 45 balazos en el cuerpo.
[Richard Marosi] Tecate, México. Un perro detector de drogas llevó a un agente de la Patrulla Fronteriza norteamericana hacia un contenedor en un almacén justo al norte de la frontera mexicana. Al mirar dentro, vio varias pilas de paquetes de marihuana y a un hombre con una pistola metida en el cinturón.
El agente y el hombre se miraron fijamente por unos instantes y luego el contrabandista se metió en un hoyo y desapareció. Cuando los agentes que llegaron de refuerzo alumbraron la entrada con sus linternas, el hombre ya no estaba. Había escapado hacia México por un serpenteante túnel.
Las autoridades norteamericanas llamaron a un amigo de confianza al otro lado de la frontera: Juan José Soriano.
El subdirector del Departamento de Policía de Tecate reunió a todo el personal de turno de treinta agentes en el destartalado cuartel general en la avenida Benito Juárez. Soriano sabía que cualquiera de ellos podría filtrar información hacia los gángsteres que operaban el túnel. Así que requisó sus celulares y los alejó con una artimaña diciéndoles que había una persecución en coche cerca de la frontera.
El veterano agente sólo confió la existencia del túnel a algunos de sus agentes más fiables. Más tarde ese mismo día, los agentes entraron a Estados Unidos y cruzaron todo el túnel, llegando a un edificio vacío, donde encontraron ordenadores, libros de contabilidad y otras evidencias claves.
Para las autoridades norteamericanas, fue un alentador ejemplo de cooperación a través de las fronteras en la guerra contra las drogas ilegales. Para los capos del crimen en México, fue una victoria policial que no podía quedar sin castigo.
Esa noche en diciembre pasado, cuando Soriano dormía con su esposa y su bebé, dos hombres armados hasta los dientes entraron a su casa y le metieron 45 tiros en el cuerpo. El agente, padre de tres hijas jóvenes, murió en el dormitorio. Duró sólo dos días como subdirector del departamento.
La muerte de un agente de policía se saluda en México generalmente con una sonrisita. Demasiado a menudo, se da por sentado que el agente en cuestión trabajaba para los dos lados en la furiosa guerra de los carteles que, el año pasado, se cobró la vida de al menos dos mil personas en México.

Pero todos los indicios, tanto de fuentes norteamericanas como mexicanas, sugieren que Soriano era uno de los buenos, mal pagado pero de algún modo inmune a la seducción del dinero fácil y a las amenazas del mortal poder de fuego de las violentas organizaciones de narcotraficantes de México.
La cooperación con las agencias policiales estadounidenses abarca desde compartir datos de inteligencia secretos hasta allanamientos y detenciones. Es un agresivo trabajo policial donde los polis honestos arriesgan sus vidas.
Un hombre intenso, pero de voz suave, Soriano luchó durante años para limpiar el problemático departamento. Pero sus campañas contra la corrupción sólo le ganaron el desprecio de muchos policías. En la pequeña capilla en honor de los agentes caídos, en el patio del cuartel de policía, el retrato de Soriano brilla por su ausencia.
"Es una vergüenza", dice Donald McDemott, ex subdirector de la Patrulla Fronteriza, que trabajó con Soriano. "Era uno de los tipos buenos... Su partida prematura fue un golpe a las policías fronterizas de los dos lados".
Una ciudad de 120 mil habitantes metida en las escarpadas montañas a 64 kilómetros al este de Tijuana, Tecate es mejor conocida por su plaza bordeada de árboles y su cervecería. Pero su apacible apariencia oculta su reputación como centro de organizaciones criminales que utilizan el área circundante de rocosos picos y remotos valles como una plataforma de lanzamiento para el transporte de drogas y seres humanos.
Se sospecha desde hace tiempo que los doscientos miembros del departamento de policía funcionan como brazo de los carteles de la droga, proporcionándoles protección y asegurándose de que las rutas de transporte permanezcan abiertas a lo largo de los 120 kilómetros de frontera de los que es responsable el departamento.
Soriano se mantenía aparte. Según fuentes policiales a los dos lados de la frontera, era un policía agresivo y disciplinado que aspiraba a convertirse en jefe de policía. A diferencia de la mayoría de los agentes mexicanos, tenía un diploma en ciencias policiales. Y pasó tres años en el Grupo Beta, una fuerza de seguridad federal con la que, una vez, salvó a 65 inmigrantes durante una tormenta de nieve.
En 2003, Soriano se hizo cargo del equipo de fuerzas especiales. Rompiendo con las prácticas del pasado, se acercó a agencias norteamericanas a la búsqueda de oportunidades de adiestramiento y de lucha contra el crimen en las fronteras.
Los agentes de Soriano arrestaban a bandidos de la frontera, desbarataban operaciones de contrabando y llegaron a lugares donde no se habían visto policías en años, dicen fuentes norteamericanas y mexicanas que, por temor a las represalias, sólo accedieron a hablar a condición de preservar el anonimato.

Soriano era una fuente indispensable para la Patrulla Fronteriza y otras agencias y asistía regularmente a reuniones bilaterales, donde compartía información con sus contrapartes estadounidenses. "Quería hacer las cosas correctamente", dijo una fuente de la policía mexicana. "Pero para mucha gente eso era un problema".
En 2005, los jefes de policía reasignaron a Soriano a una función de escritorio. "Le cortaron las alas. No estaba dispuestos a secundarlo", dijo una fuente en la policía norteamericana.
A fines del año pasado, el nuevo alcalde de Tecate salvó la carrera de Soriano, pidiéndole que fuera el número dos del departamento. Sus contactos con policías al otro lado de la frontera aplaudieron el nombramiento y no tuvieron que esperar demasiado para restaurar los vínculos.
Sin embargo, esta vez lo que estaba en juego era mucho más.
Un túnel bien protegido puede generar decenas de millones de dólares por concepto de ganancias por venta de drogas para los narcotraficantes, que pagan enormes cantidades de dinero de protección para mantenerlos abiertos y amenazan a los que delaten su ubicación.
Era crucial encontrar rápidamente la entrada al túnel descubierto esa noche de diciembre. Las autoridades estadounidenses no querían que los operadores del túnel tuviesen tiempo para sacar las drogas y otras evidencias. En otros casos de túneles, las autoridades mexicanas han respondido tan lentamente, que los capos del crimen organizado han podido escapar llevándose las drogas.
Soriano actuó de inmediato. Después de requisar los celulares de los agentes, los envió a un paso fronterizo de cuatro vías diciéndoles que capturaran a un fugitivo que trataba de escapar de las autoridades californianas. Luego él y varios otros agentes de su confianza empezaron a buscar el túnel en casas particulares y locales comerciales cerca de la frontera. Mantenía vigilados a los policías corruptos, que temía que pudiesen escabullirse para avisar a los operadores del túnel.
La búsqueda fracasó. Para encontrar la entrada, había que recorrer todo el túnel.
Soriano reclutó a siete agentes voluntarios. Cruzaron la frontera norteamericana y bajaron al túnel mientras las autoridades mexicanas y estadounidenses lo esperaban en la superficie en México. Unos 45 minutos más tarde, el equipo mexicano subió por el socavón de veinticuatro metros y llegó a un edificio desocupado de dos plantas en una calle al sur de la frontera.
Cerca de la entrada colgaba una imagen de la Virgen de Guadalupe. Cerca había monitores de ordenadores y libros de contabilidad. Soriano, alertado por una llamada de radio de su equipo, llegó al edificio justo antes que la turba de periodistas y otros policías. Agentes de la policía federal mexicana precintaron la escena del delito.

A eso de las dos de la mañana siguiente una caravana de vehículos se encaminó por el surcado camino de tierra que llevaba a la modesta casa de Soriano, que estaba decorada con una sarta de luces navideñas. Dos hombres armados con rifles de asalto AK-47 entraron a la casa. Soriano saltó de la cama, pero uno de los hombres lo detuvo antes de que pudiera coger sus armas en el pasillo.
Soriano pareció reconocer a sus atacantes y les suplicó que no dispararan, dijo una fuente. Pero los hombres hicieron fuego. Sólo por unos centímetros las balas no alcanzaron a la bebita de un año de Soriano, que dormía en una cuna junto a la cama.
Desde la muerte de Soriano las relaciones entre el Departamento de Policía de Tecate y las agencias norteamericanas se han reducido a la nada. El cuerpo no cuenta con un oficial de enlace, y en los territorios fronterizos ha vuelto a reinar el caos, dicen fuentes mexicanas.
El asesinato de Soriano envió un mensaje a los otros agentes que se atreven a cooperar con las autoridades estadounidenses.
Eso quedó claro en el funeral de Soriano, donde muchos agentes parecían en realidad estar celebrando su muerte, dijo una persona que asistió al funeral. Algunos reían, mientras otros hablaban a toda voz, haciendo ademanes irrespetuosos.
Las autoridades mexicana sospechan que agentes de policía pueden estar implicados en el asesinato, sea como autores materiales o actuando de vigías para los asesinos. Hasta el momento no se ha detenido a nadie.
Entretanto, la investigación del túnel se ha paralizado. No han habido detenciones, y no se sabe quién estuvo detrás de la construcción y del financiamiento del túnel.
El día del hallazgo del túnel, Soriano dejó la escena del delito en gran parte intacta. Pero pronto decenas de soldados, policías, agentes federales y periodistas invadieron el lugar para admirar la sofisticada iluminación y el sistema de bombeo de agua. Otras personas no identificadas aparecieron por el lugar, sin motivos aparentes, dijeron fuentes norteamericanas y mexicanas.
Los ordenadores y otras evidencias desaparecieron.
Soriano escribió una vez en una evaluación de empleo que quería ser jefe de policía y dirigir un equipo de polis leales y agresivos a los que trataría como amigos. "Quiero estar rodeado de policías honestos que nunca traicionen a nadie".

richard.marosi@latimes.com

Robert López contribuyó a este reportaje.

13 de septiembre de 2008
7 de septiembre de 2008
©los angeles times
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