un niño posiblemente secuestrado
10 de octubre de 2008
"Su vida cambió mucho desde que hace unos tres años murió su madre, con quien vivía aquí" dice uno de los habitantes del edificio. Pablo se tornó extraño, comenzó con fiestas hasta la madrugada, líos con los vecinos y la policía, peleas, y se puso un tanto agresivo. "Como que se aisló de todo el mundo", relata a La Nación otro de los vecinos.
En los primeros meses de 2007, Pablo tomó sus cosas y partió una mañana "sin retorno", dijo otro de los moradores. Hoy es Pablo G.C. pero no es el mismo Pablo.
Eso fue lo que le trastornó la vida al joven hoy de 33 años, y hasta hace pocos años deportista, alegre, amigo de sus amigos, y sano como una lechuga bien regada con agua pura.
Cuando la uruguaya que decía ser su mamá murió de una enfermedad incurable, le contó a Pablo la verdad: "yo no soy tu madre, tu verdadera madre es una guerrillera" le dijo.
A Pablo, que acababa de cumplir los 30 años, la noticia lo golpeó fuerte, porque siempre creyó que el militar uruguayo Asdrúbal G. era su verdadero padre. Y la moribunda mujer apellidada C., su madre. (La Nación conoce ambos apellidos, pero no los publica en respeto a Pablo).
Niño Secuestrado
El joven comenzaba entonces a vivir la historia dramática de aquellos niños secuestrados junto con sus padres que desaparecieron asesinados por la dictadura argentina. Y ellos -algunos de sólo meses de edad, otros de uno o pocos años más- fueron a parar a las manos de los apropiadores, constituyéndose todo en una operación que se volvió muy cercana al tráfico de niños.
Hasta Uruguay llegaron varios. El punto de arribo fue frecuentemente la ciudad de Colonia, y desde allí a sus nuevos destinos, a otros brazos, la mayoría con brazaletes, galones y estrellas, medallas al mérito por los crímenes que cometieron como en todas las dictaduras militares.
Hoy no se sabe científicamente quién es Pablo. Lo claro es que no es ni G. ni C., porque su madre apropiadora se lo confesó antes de la muerte.
La jueza argentina María Servini, a solicitud legal de las Abuelas de Plaza de Mayo, trata de constatar si efectivamente Pablo es el hijo de los militantes del MIR chileno detenidos y hechos desaparecer en Buenos Aires el 15 de abril de 1976, Miguel Ángel Athanasiu Jara y Frida Elena Laschan Mellado.
Aunque el Informe Rettig da a Miguel Angel como "estudiante argentino", no es así. Dos de sus hermanas nos cuentan parte de la historia en Los Angeles, VIII Región.
Buscando la confirmación mediante el ADN, en octubre de 2007, la jueza Servini de Cubría ordenó la exhumación desde el cementerio de Mulchén de Constantino Athanasiu Inostroza, padre de Miguel Angel.
Las piezas óseas viajaron después hasta Buenos Aires custodiadas por personal del Servicio Médico Legal chileno. Ahora la magistrada ordenó nuevas pericias a realizarse en Chile, las que dicen también relación con la confirmación por ADN de la verdadera identidad del joven.
Pablo en principio estaba dispuesto a someterse a un examen de sangre, pero por alguna razón cambió repentinamente su parecer y se fue a Canada. Coincidentemente, en ese país vive una hermana de su madre apropiadora.
En nuestro viaje a Uruguay logramos saber que Pablo estableció lazos estrechos de cariño con ella y, en menor grado, con el militar que conoció como su padre. Buscamos a Asdrúbal G. en Montevideo en una dirección obtenida, pero nadie contestó en el departamento después de varios intentos.
El militar, adscrito en aquel tiempo al Ministerio de Interior de la dictadura uruguaya, habría trabajado conformando un equipo especial en la represión.
©la nación
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