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niños de tijuana


Para los niños de Tijuana, la sangrienta guerra de la droga es parte de su día en la escuela. Los jóvenes están cada vez más expuestos a la espeluznante violencia que recorre la ciudad.
[Richard Marosi] Tijuana, México. Los colegiales pisaron los endebles escalones y siguieron la huella de trozos de cristal en la casa de dos plantas en la calle de Laguna Salada. Dos niños con pantalones grises bien planchados abrieron sus celulares y tomaron fotos de los charcos de viscosa sangre. Un adolescente con una mochila azul se abalanzó sobre una bala estropeada que yacía cerca de un colchón manchado.
En la sala de estar, alguien resbaló sobre una pila de entrañas humanas.
Abajo, niñas con faldas azules y soquetes blancos evitaban cuidadosamente la sangre que escurría desde el techo.
Alguien cogió un cartel de ‘Caracortada’ colgado en una pared picada de impactos de bala.
El día anterior, una balacera entre soldados mexicanos y narcotraficantes dejó tres sospechosos y un soldado muertos en una casa de seguridad al final de un tranquilo callejón sin salida. La policía había retirado los cuerpos, incluyendo el de una víctima de secuestro metida en una nevera. Pero alguien había dejado la puerta abierta.
"¡Miren, intestinos!", aulló una adolescente, que era una de entre decenas de niños que recorrieron la casa durante los recreos en la cercana Escuela Secundaria 25.
"Creo que voy a vomitar", dijo uno de los niños, cubriéndose la boca.
"Es impactante", dijo Víctor René, 14. "La semana pasada vi a cuatro tipos muertos, pero limpios. Sus cabezas estaban envueltas en cinta de pegar".
A medida que el último estallido en la guerra de las drogas entra en su quinta semana, con un número de muertes cercano a los ciento cincuenta, la violencia que impregna aquí la vida de todos los días, está sembrando miedo, alterando los hábitos de la gente y exponiendo a los jóvenes al espectáculo de la carnicería.
Líderes cívicos están pidiendo decretar un toque de queda para los niños a partir de las nueve de la noche. El arzobispo Rafael Romo pidió a los medios que se refrenaran de mostrar fotos espeluznantes. Un sacerdote interrumpe todas las semanas sus sermones para mostrar qué se debe hacer en caso de tiroteo. Al toque de un redoble, se arroja al suelo.
Pero estas y otras medidas no han podido proteger a los niños de la violencia cerca de las escuelas, en los vecindarios, en calles concurridas y restaurantes populares. Espeluznantes exhibiciones públicas han sido características de los asesinatos desde que estallara el último conflicto entre carteles de la droga rivales el 26 de septiembre.

Han colgado cuerpos desde los pasos elevados. Doce cuerpos, algunos de ellos con las lenguas cercenadas, fueron arrojados a un sitio eriazo al otro lado de una escuela básica. Varios hombres han sido decapitados y los asesinos han abandonado barriles llenos de ácido con restos de cuerpos humanos disueltos.
También están aumentando las víctimas inocentes. Un grupo de pistoleros irrumpió en el restaurante marino El Negro Durazo y mataron a dos rivales y a un fotógrafo que trató de escapar. Una maestra de veinticuatro años fue secuestrada saliendo de su escuela. Unos pistoleros armados con rifles de asalto AK-47 asesinaron a dos adolescentes que estaba sentados frente a su casa después de haber presenciado un asesinato relacionado con las drogas. Un niño murió esta semana cuando su madre chocó su coche tratando de evitar una balacera entre policías del estado y asesinos a sueldo de un cartel.
Tijuana ha soportado años de violencia y olas de secuestros que han provocado que miles de personas se muden a los suburbios de San Diego al otro lado de la frontera.
Sin embargo, la reciente violencia no tiene precedentes en escala y brutalidad. En lo que va de año han muerto violentamente más de 640 personas, según la fiscalía de Baja California.
""Se te ponen los pelos de punta", dijo el Padre Raymundo Reyna, un popular presentador de radio que lleva un muertometro. Reyna es el sacerdote que muestra a sus parroquianos qué hacer cuando estalla un tiroteo.
"Le mostramos a la gente cómo prepararse para los terremotos. Ahora tenemos que prepararlos para las balaceras", dijo Reyna.
Mucha gente simplemente evita los lugares públicos. Las familias ya no salen a restaurantes. Algunos padres prohíben a sus hijos visitar clubes nocturnos, prefiriendo que asistan a fiestas en casas de personas que conocen. Más padres recogen a sus hijos de las escuelas, antes que dejarles utilizar el transporte público.
Después del asesinato de ocho personas en la vecina Playa del Rosario el jueves, algunos padres atemorizados no permitieron que sus hijos fueran a la escuela, reaccionando ante rumores de que sus hijos podrían ser secuestrados.
Los policías, o cualquiera que lleve uniforme, son evitados; en las últimas semanas al menos diez guardias de seguridad han sido atacados en la zona metropolitana de Tijuana. Ana Luisa Angulo, madre de cuatro hijos, dijo que hace poco su hija fue parada por un agente por exceso de velocidad.
"Ella ni siquiera discutió", dijo Angulo. "Simplemente quería que le pasara el parte y alejarse de él lo más rápido posible".
Para algunos jóvenes, el campo de batalla de Tijuana es un patio de recreo, otra experiencia de la infancia.

Más abajo en la calle de la Iglesia Monte María, de Reyna, en una ruda barriada en la ladera, los niños juegan en otro escondite agujereado de balas donde este año asesinaron a una familia.
Luego están los velatorios y los funerales, entre las pocas ocasiones nocturnas a las que los padres permiten asistir a sus hijos.
Al otro lado de la esquina del escondite, la semana pasada un grupo de adolescentes miraba abatido los féretros abiertos de Isabel Guzmán Morales, 14, y Víctor Corona Morales, 17, vecinos que fueron asesinados a balazos cuando estaban frente a sus casas. Más de cien personas se apretujaron en un pequeño jardín, donde los ataúdes se habían colocado lado a lado debajo de una tienda.
Más tarde, los adolescentes bajaron por escaleras hechas de llantas de caucho en dirección a otro velatorio. En una endeble casa hecha de pedazos de madera, los niños miraron el féretro abierto de otro amigo, Felipe Alejandro Prado, 19, que también fue asesinado con los primos después de ser perseguido por atacantes desconocidos.
Mientras los familiares servían café y galletas, parientes y amigos trataban de describir las tragedias. "Probablemente los asesinos son afuerinos", dijo el padre de Pedro, Martín Gómez Mejilla. "Están matando a tanta gente inocente".
Algunos amigos sugirieron que Prado no era un transeúnte inocente, que era un dealer que recorría sin miedo las calles de tierra del vecindario, dijeron. Un visitante de once años parecía querer emular al adolescente asesinado. "Cuando crezca, quiero ser narco, y tener montones de mujeres y dinero", dijo.
Esas bravuconerías de parte de jóvenes, dicen padres y psicólogos, pueden ocultar profundos traumas. Muchas ansiedades infantiles se manifiestan crecientemente en trastornos alimentarios y del sueño, dicen.
"Por la noche, algunos niños tienen pesadillas", dijo David Sotelo, psicólogo. "Pero lo que me preocupa más que el trauma son los costes sociales, la insensibilización y el bajo valor que otorgan algunos niños a la vida humana".
Incluso más inquietante, dicen algunos, es el creciente cansancio y la indiferencia.
Los maestros han tenido que evacuar dos veces la Escuela Secundaria 25, donde vallas de alambre de púas cercan el patio. La primera vez, la policía había disparado contra los reos de la cárcel del estado a unas cuadras de distancia, matando al menos a veinte reos amotinados. Dos semanas después, arrojaron un cadáver en la calle frente a la escuela.
El tiroteo en la casa de seguridad la semana pasada obligó a maestros y alumnos a arrojarse nuevamente al suelo.
Cuando los jóvenes volvieron a clases después de visitar la casa, los maestros tuvieron problemas para lograr que sus alumnos se concentraran. Los estudiantes se estaban mostrando las fotografías de la carnicería que habían captado con sus celulares.
Un maestro pidió a un inspector que confiscara los celulares de los chicos y los entregara a sus padres, para que pudieran orientarlos. El inspector, Marcos Álvarez Guardado, se encogió de hombros: "Estoy seguro de que ya las subieron a internet", dijo. "¿Qué más puedo hacer?"

richard.marosi@latimes.com

6 de noviembre de 2008
25 de octubre de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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