el dealer como héroe
columna de mérici
La mayoría de los dealers que he conocido no son o no eran delincuentes. En todo caso, no más que otros ciudadanos. En algunos casos, rellenan el formulario de impuestos con más honestidad que el ciudadano común, porque no quieren llamar la atención. Sólo se dedican a la venta de drogas y, ciertamente, no cometen ni atracos ni otras violencias. Serían buenos ciudadanos, si hubiese buen señor. Suelen ser generosos y solidarios con la gente de las barriadas donde crecieron. Son empresarios por excelencia.
Hay dealers grandes y pequeños, los que manejan más de un kilo de cocaína y los que venden papelillos de un gramo, los que venden marihuana en paquetes de cincuenta gramos y los que venden pitos. Tenía yo una amiga que se ganaba la vida así. Tenía un círculo cerrado de unos veinte a treinta clientes, que pasaban a su casa a recoger la mercadería. No vendía jamás en la calle ni fuera de su casa. Llevaba, cuando dejé de verla, más de quince años en el oficio y no había caído nunca. Hay dealers con elegantes tarjetas de visita, que atienden las veinticuatro horas y tienen encargados.
También los hay honestos y caraduras. He leído de casos en que el dealer mezclaba o cortaba la cocaína con veneno para ratones. Otros que venden harina -la periodista Pamela Farías murió asesinada la noche en que rechazó la harina que sus visitantes, a cambio de su auto, pretendían pasarle como cocaína.
En Chile, el dealer es un personaje completamente cotidiano. Tan presente como un elemento del inmobiliario o como la nana. Las autoridades se empeñan en erradicarlos, lo que es muy difícil que logren mientras la ciudadanía no considere que el consumo de drogas, y por ende su venta y producción, sean delitos. La mayoría de los chilenos está a favor de la despenalización de algunas drogas o todo caso de suavizar el rigor que aplican los jueces a actividades que la ciudadanía incluso aprecia.
Después de la misteriosa redefinición de la marihuana como droga dura en marzo o abril de este año, los dealers corren más riesgos y, por tanto, los precios han subido considerablemente. Ahora que viene el verano, se espera que vuelvan a subir -porque con los turistas aumenta también explosivamente la demanda. También la policía ha intensificado sus controles e innovado en sus técnicas, allanando, por ejemplo, sorpresivamente, terminales de buses y vecindarios. Y los jueces dictan penas más severas. El precio de la marihuana se ha disparado.
Gracias a la persecución del gobierno, ahora el dealer es lo que más se acerca a nuestra idea de héroe. Vive al margen de la ley, sin cometer sin embargo ningún delito. Reta a las fuerzas policiales y se burla, eludiéndolas, constantemente de ellas. Corre terribles riesgos para satisfacer a sus clientes, que saben lo que pagan. Ninguno de estos querrá exponerse al riesgo de pasar varios años en la cárcel por una acción que en muchos países del mundo ni siquiera es delito. Ni enrabiarnos siempre por la patente injusticia de todo, porque un borracho meando o defecando en la calle, en completo estado de ebriedad, parece a las autoridades algo normal o incluso tolerable y ciertamente no va a ser condenado nunca por consumir drogas. Porque lo que pretenden en realidad es prohibir las drogas que prefieren las autoridades mismas o que consideran nocivas para sus negocios, y están haciendo lo que hacen para proteger sus intereses en las industrias vitivinícola o tabaquera.
¿Por qué la agencia estatal de prevención de drogas lanza una campaña sobre la marihuana, salpicada de embustes y datos torcidos, pero calla sobre la droga que causa verdaderamente terribles daños a todo el mundo: el alcohol? Esta droga, que causa el noventa por ciento de las muertes en carretera, es promovida por el gobierno y la clase política. Incluso para muchos es un motivo de orgullo por su contribución a las exportaciones del país. Exportamos vino. Sin embargo, no se supone que seamos un país de bandidos y pistoleros. En los años treinta Chile debió ser para las autoridades estadounidenses parte intrínseca del Eje del Mal de la época, porque el país se dedicaba, como hoy, a la producción de drogas.
En Estados Unidos, en los años treinta aparentemente nadie pensaba que beber alcohol fuera algo malo. Durante unos años, los traficantes de whisky fueron héroes populares, venerados y admirados. Llegaron incluso a la política, como Al Capone en Estados Unidos y, años después, como Pablo Escobar en Colombia. Otros se han convertido incluso en santos de devoción popular.
El dealer es una persona ni más ni menos respetable que otros ciudadanos. Simplemente es una persona dedicada a sus negocios, que los ciudadanos, pese a la ley, creemos legítimos. Lo que hace es ilegal porque así lo quieren las autoridades, pero no porque sea algo ilícito en sí.
En otros países el vendedor de drogas es simplemente un empresario. No es un personaje clandestino, sino sólo privado. Nadie lo persigue por sus actividades ilegales. Sus hijos van a la misma escuela que los nuestros. Somos parroquianos de los mismos bares y restaurantes. Sólo a las autoridades se les ha ocurrido que son delincuentes, no al resto del mundo, de tal modo que su represión parece tremendamente injusta e innecesaria.
Es francamente indignante que la mayor parte de los esfuerzos policiales se dirijan contra consumidores en barrios pobres. La prensa informa diariamente sobre la detención de menores sorprendidos fumando marihuana y dealers. Pero usualmente las operaciones se realizan masivamente en barrios pobres. La policía no visita los barrios ricos, donde el tráfico y consumo de drogas es todavía mayor que en los barrios pobres. Los allanamientos masivos que practica la policía, intolerables de todo punto de vista, que consisten en acordonar algunas cuadras a altas horas de la madrugada para allanar las viviendas y realizar durante varias horas controles de identidad y detenciones, no han ocurrido nunca en un barrio rico.
Estas cosas las sabemos todos. Las autoridades no podrán convencernos de que sus operaciones represivas tengan algo que ver con las drogas. Acá hay otros elementos que enturbian la pretendida objetividad de las autoridades. Si fuesen serios en cuanto a las drogas, piensan muchos, empezarían prohibiendo el alcohol.
A ojos de muchos ciudadanos, es simplemente el dominio de una clase política ilegítima, que se arroga el derecho de determinar qué consume o deja de consumir cada ciudadano sin que nadie se lo haya pedido y que en realidad actúan, las autoridades, como milicianos de la causa de las culturas ancladas en el vino y los destilados. Su guerra contra la marihuana es encarnizada y violenta porque ven su expansión como una amenaza a su modo de vida alcoholizada. Yo creo que es bastante beoda la pretensión de algunos de querer hacernos vivir como se les ocurre a ellos, según sus normas pequeñas, pacatas, pueblerinas y, sí, beodas.
Pues bien, las autoridades se dedican a perseguir y encarcelar a estas personas que venden substancias que consume gran parte de la población, incluyendo probablemente a las mismas autoridades que, en horas de trabajo, persiguen a los vendedores de drogas. Muchos policías quitan la droga a los detenidos y se la quedan ellos, para venderla en otro lugar.
Quiero decir, las autoridades no pasarán un buen rato tratarnos de explicar en qué mundo se puede fomentar el consumo de una droga peligrosísima y prohibir al mismo tiempo el consumo de una hierba medicinal. Porque pese a lo que digan nuestras desprestigiadas autoridades, la mayoría no considera que la posesión o producción de marihuana deba ser un delito. Cuando el país dé un paso adelante en su camino hacia la civilización, se verá la inmensa insensatez de estas campañas y las leyes antidrogas, la pérdida de tiempo y hasta la mera perfidia de prohibir una hierba de efectos no sólo inocentes sino muy positivos.
Entonces los dealers, desafiando tormentas y nevadas y otras calamidades e inclemencias, aparecerán ante nuestros ojos como héroes de un modo de vida donde el ciudadano y su libertad son los elementos centrales. Es la época del dealer como héroe, y de los que pagan un precio inmerecido por la libertad.
Ciertamente hay dealers delincuentes, que entre venta y venta, asaltan y atracan. Pero supongo que la proporción es igual en todo grupo como quiera que se defina, o sea que hay tantos dealers delincuentes como panaderos delincuentes y abogados delincuentes. Y los niveles de espeluznante violencia a que han llegado otros en otros países, son ciertamente inadmisibles e intolerables de todo punto de vista. Pero esto no nos debe hacer olvidar que la solución a muchas de estas secuelas es simplemente la despenalización de las drogas.
[mérici]
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