terrorismo paramilitar vuelve a colombia
7 de diciembre de 2008
Antonio, 30, que se negó a revelar su apellido por temor a las represalias, dijo que milicianos uniformados y armados que se identificaron como miembros de una fuerza paramilitar llamada las Águilas Negras dieron a los vecinos apenas unos minutos para que evacuaran San José, su pueblo en la costa del Pacífico.
"Teníamos muebles, pollos, mandioca y plátanos, pero ahora lo perdimos todo", dijo Antonio, entrevistado en un campamento para personas desplazadas en las afueras de esta ciudad portuaria en Nariño, un estado al sudoeste del país. "Mataron a un amigo mío frente a nosotros sin tener ningún motivo, quizás sólo para hacerse notar".
Antonio, su esposa y niño son parte de un alarmante aumento de personas desplazadas en Colombia en lo que va del año. De acuerdo a CODHES, una organización de derechos humanos con sede en Bogotá, la capital, en el primer semestre de este año se documentaron 270.675 refugiados internos adicionales, un 41 por ciento más que durante el mismo período del año pasado.
La ola de personas desplazadas se corresponde con un aumento paralelo en el número de combatientes, de acuerdo a un estudio dado a conocer la semana pasada por la New Rainbow Coalition, una organización pacifista igualmente con sede en Bogotá. Se han formado más de cien nuevas bandas, con un total de cerca de diez mil combatientes, y tienen presencia en una de cada cinco comunas colombianas, la mayor parte rurales.
Los grupos paramilitares proliferaron en los años ochenta y noventa como fuerzas defensivas a la paga de agricultores y ganaderos para combatir a las guerrillas de izquierda. Muchos de los combatientes se volcaron al crimen, apoderándose de tierras y traficando en drogas, antes de deponer las armas en una desmovilización propiciada por el gobierno en 2006.
Las bandas armadas que han vuelto a emerger están haciendo estragos en el estado de Nariño. Están compitiendo con las guerrillas y narcotraficantes por el control de una zona que se jacta de poseer las condiciones ideales para el cultivo de la coca, así como una laberíntica costa que ofrece cientos de ensenadas ocultas y cubiertas de mangle desde donde enviar las drogas a los mercados estadounidenses.
Los nuevos grupos paramilitares, como los rebeldes y narcotraficantes, a menudo obligan a personas como Antonio a abandonar sus casas y granjas para apropiarse de la tierra como botín de guerra y limpiar el área de potenciales simpatizantes con el enemigo. Con cerca de tres millones de personas desplazadas, Colombia es el segundo país del mundo, después de Sudán, en cuanto al número de sus refugiados internos.
La guerra está creando una enorme catástrofe humana, con desplazamientos más acelerados en Nariño que en cualquier otro lugar de Colombia. Este año, la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, ha contado veintisiete mil nuevos refugiados internos en el estado, el doble que el año pasado.
Ciudades como Tumaco están tratando de controlar la situación, dijo Marie-Hélène Verney, funcionaria de ACNUR en Bogotá.
"Los desplazamientos masivos de personas empezaron el año pasado, y la gente dejó el campo para marcharse a las ciudades y escapar de la guerra; eso sigue ahora", dijo Verney. "Desde 2002, esta es la peor situación".
Una razón de la intensificación de la guerra, dijo la analista de New Rainbow, Claudia López, es que grupos paramilitares emergentes, como las Águilas Negras y Nueva Generación, están llenando el vacío de poder que dejó la desmovilización de 31 mil miembros de la extrema derecha en 2006.
Decenas de paramilitares confesaron sus crímenes y fueron encarcelados como parte del proceso de paz. En mayo, catorce altos jefes fueron extraditados a Estados Unidos para hacer frente a cargos por tráfico de drogas, allanando el camino para la lucha por el poder.
"Desde que los capos se fueran a la cárcel, se ha generado un montón de conmoción en las mafias", dijo López. "Cada grupo necesita su propio ejército porque ahora es más probable que las disputas se resuelvan en combates".
El presidente colombiano Álvaro Uribe y otros en su gobierno insisten en que desde que terminó la desmovilización, los milicianos paramilitares ya no existen. Uribe describe a los nuevos grupos como "bandas emergentes" o "bandas criminales", diciendo que no se ajustan al modelo de sus predecesores.
Pero el profesor de ciencias políticas Gustavo Duncan, de la Universidad de los Andes en Bogotá, dijo que los nuevos grupos están realizando muchas de las mismas funciones criminales de los paramilitares: extorsionando a las empresas, gobiernos e incluso campesinos pobres, y proporcionando protección a los narcotraficantes.
"El gobierno niega la existencia de los paramilitares porque sería lo mismo que admitir que la desmovilización no funcionó", dijo Duncan.
Duncan y López dijeron que la entrega de los milicianos paramilitares fue importante porque despejó de regiones de Colombia a los ejércitos que habían empezado a competir con las fuerzas armadas por el poder. Pero la ‘reinserción’ de los milicianos desmovilizados en la sociedad productiva ha sido irregular. De acuerdo a algunas estimaciones, entre el quince y el veinte por ciento de los nuevos grupos paramilitares puede estar formado por ex combatientes que han vuelto a sus hábitos criminales.
Se cree que el grupo más grande son los Águilas Negras, que pueden dar cuenta de la mitad de los nuevos milicianos. Funcionarios de Naciones Unidas dicen que sus fuerzas han avanzado recientemente hacia el estado de Nariño para competir con Nueva Generación y otra banda criminal, los Rastrojos.
Antonio dijo que otros grupos armados, como las guerrillas de izquierda, también representaban una amenaza donde él vivía. Los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, estaban reclutando constantemente a adolescentes, dijo.
Una mujer desplazada llamada América, que sólo dijo su nombre de pila, dijo que llegó al campamento de Milenio en mayo, con su marido, seis hijos y varios otros vecinos del valle del río Patia después de ser obligados a escapar de las FARC.
"El ejército había llegado antes e instalaron sus tiendas junto a nuestra granja", dijo.
"Pero entonces se marcharon y nos quedamos sin protección. Poco después hubo enfrentamientos en las cercanías y llegaron los rebeldes. Pensaban que estábamos ayudando a los soldados y nos dijeron que nos marcháramos.
"Teníamos una granja de cuatro hectáreas con cinco vacas, cacao y sapotes, y nunca tuvimos problemas", dijo. "Pero tuvimos que subir a los botes inmediatamente y marcharnos sin nada. Antes de que nos marcháramos mataron a un amigo de mi marido. Ahora hay muchos enfrentamientos".
3 de diciembre de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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