Blogia
mQh

yo también soy vieja loca


columna de mérici
En reuniones de amigos de los animales algunos recuerdan a menudo, en un tono por lo general despectivo, a las viejas locas. Son estas los individuos -hombres o mujeres, jóvenes o viejos- que se encargan de los perros abandonados o callejeros o vagos que se ven en las calles, parques y otras áreas de las ciudades. Los alimentan, con galleticas o sopones calientes, y se preocupan de que tengan sus vacunas al día. Los cuidan cuando enferman o son atropellados o maltratados. Son los que visitan desconfiados los caniles municipales cuando los perros desaparecen. En realidad, son los que saben cuando desaparece algún perro de la calle, porque los demás vecinos no se enteran ni de que llegaron ni que desaparecieron. A las viejas locas también se les llama padrinos o madrinas.

¿Qué pasa con las viejas locas? ¿De dónde viene ese desdén? En cualquier encuentro de animalistas se reconocerán varias tendencias. Están los intelectuales, que se ocupan de las cuestiones estratégicas, incluso religiosas, de la lucha por los derechos animales. Están los abogados, que son quienes trasladan esa lucha al plano de leyes y ordenanzas. Está el grupo de los funcionarios, cuyos miembros se afanan en campañas de esterilización y vacunación de mascotas y se pasan los fines de semana en operativos de adopción. Y están los padrinos. Dicho esto, casi todos los animalistas son viejas locas en algún grado, vale decir, casi todos mantienen compromisos concretos con mascotas abandonadas o adoptadas específicas.

La crítica que se oye con frecuencia contra las viejas locas entre los animalistas es que se disuelven o funden en lo particular y son reacias a los compromisos. Una vieja loca, parecen creer los otros, rara vez sale de su propio territorio. Como los perros, defienden furiosamente su terreno: sus animales, sus calles, sus plazas. Involucradas en una dura lucha de todos los días por la defensa de su manada, no lograrían, entre los árboles, ver el bosque. Los intelectuales, en cambio, ven el bosque, pero suelen perderse entre los árboles.

Las viejas locas desconfían profundamente de las autoridades. Habitualmente se niegan incluso a conversar con las autoridades, de las que creen que son mal intencionadas y que, en todo caso, no están en condiciones de solucionar los problemas. Rechazan el discurso sanitario de las autoridades. No creen en las emergencias. Les parece dudoso eso de la sobrepoblación canina. ¿Y quién dijo que las calles se ven feas con tanto perro? Al contrario, embellecen la ciudad. Una vieja loca no admite de ningunísima manera que los municipios maten animales, enfermos o sanos. Si están enfermos, optará por un tratamiento. Si están sanos, eutanasiarlos es un crimen similar a matar a un ser humano. Una vieja loca no aceptará jamás el discurso de los alcaldes, que justifican sus campañas de exterminio en huecos y falsos discursos de salud pública y turismo.

Al contrario, las intelectuales, las abogados y las funcionarias están dispuestas a negociar y a hacer compromisos. Son capaces de aceptar cosas como la entrega voluntaria (cuando los dueños de una mascota la entregan a la municipalidad para que se deshagan de ella). Una vieja loca no aceptará nunca lo que considera un crimen. Un animalista razonable puede llegar incluso a decir: "Bueno, la ley dice que los perros son cosas, así que no podemos hacer nada si una persona quiere destruir sus cosas", y se queda tan pancho. Así son las cosas. Es lo que hay, dirán. Para una vieja loca, eso es inaceptable. Algunos animalistas pueden aceptar que la municipalidad mate a algunos perros callejeros para controlar, como suelen decir, la sobrepoblación canina. Para una vieja loca, la sobrepoblación no existe. Y los perros tampoco son feos.

La posición de Bruce Friedrich, el filósofo católico activo en la organización PETA (People for the Ethical Treatment of Animals), también es característica de las tendencias más extremas del movimiento animalista. Representa también la postura de las viejas locas. Dice Friedich:

"Si creemos realmente que los animales tienen el mismo derecho [que nosotros] a que no se les cause dolor y sufrimiento en nuestras manos, entonces por supuesto que, como movimiento, vamos a hacer volar cosas y a romper ventanales... Creo que es una estupenda manera de contribuir a la liberación animal... Creo que sería fabuloso si los restaurantes de comida rápida, los mataderos, los laboratorios y los bancos que los financian, explotaran mañana. Creo que es absolutamente apropiado que la gente se arme de ladrillos y los arroje contra los ventanales [de esos lugares]... Alabados sean los que estén dispuestos a hacerlo" (en activistcasch).

No va a ser tan fácil encontrar a un padrino o madrina arrojando pedruscos contra los ventanales de una tienda de abrigos de piel, o liberando a los caballos de un establo donde se les maltrata, o soltando a los animales enjaulados en los circos. Pero hay ciertamente una natural cercanía entre las viejas locas y esas personas que simplemente no pueden tolerar que se infrinja dolor a los animales.

Creo que desde el principio de la historia, ha habido dos tipos de personas: las que aceptan casi ciegamente lo que dicen las autoridades, y las que desconfían casi por principio de todo lo que estas puedan decir. El conflicto es inevitable. ¿Qué es la autoridad, después de todo? ¿No es el control de decisiones sobre asuntos que muchos creemos que no les compete? La autoridad es siempre una usurpación de la soberanía y autonomía del individuo y de lo que llamamos la sociedad civil, del mismo modo que, nos pongamos como nos pongamos, la propiedad un robo. Este conflicto simplemente no tiene resolución.

Hace algunas semanas lo volvimos a vivir en Viña del Mar, cuando dos animalistas descubrieron, tras recibir denuncias de empleados municipales anónimos, una matanza de mascotas en el canil clínico de calle 5 Oriente. En el contenedor del patio del Departamento de Tránsito, donde se encuentra el canil, encontraron los cadáveres de diez perros. Naturalmente, lo primero que pensaron era que se trataba probablemente de perros callejeros sanos que habían sido eutanasiados por la veterinaria del lugar. De hecho, las denuncias de matanzas ilegales en el canil de Viña del Mar se vienen escuchando desde hace varios años. Y los empleados municipales anónimos -por temor a las represalias- han informado sobre matanzas de camadas de cachorros sanos, entre otros. Así que es sólo natural que surjan sospechas y que apunten a las encargadas de la clínica.

Amigas del canil clínico y la propia alcaldesa desmintieron que se tratara de perros callejeros sanos. ¿Pero cómo creerles? En razón de que son parte del proceso (los acusados), no se puede aceptar que se erijan como jueces. Lo que piden algunos animalistas es justamente, en el contexto de denuncias prolongadas, que una instancia independiente investigue lo que es posible que esté ocurriendo en el canil. Tampoco se trata de creer a ciegas en las denuncias, que deben ser fundamentadas en cada caso. Sin una autopsia de los animales, no se puede afirmar sin más que se trataba de perros sanos. Otra cosa es que se pueda haber tratado de perros con enfermedades terminales, que es poco menos el único motivo que aceptaría una vieja loca y cualquier persona de bien y el corazón bien puesto para dormir a una mascota.

Imagino que a la alcaldesa debe irritarle que no se la crea de buenas a primeras. Pero debiese entender que estando ella misma acusada de la política que se implementa en la clínica canina, los animalistas encontrarán simplemente irrelevante lo que tenga que decir. Que sea irrelevante no es un insulto. Simplemente lo que se quiere es que una instancia independiente, que cuente con la confianza de las dos partes, dirima el asunto o sugiera otros modos de superar el conflicto.

Cuando oigo las palabras vieja loca, lo primero que se me viene a la mente es la historia de Antígona, hija del rey Edipo. ¿Recordáis su historia? En Tebas reina el tirano Creonte. Eteocles y Polinice, hermanos de Antígona, han muerto en batalla -en un episodio terriblemente trágico que es simplemente otra historia, pues son hermanos enemigos. El nuevo rey, Creonte, prohíbe la sepultura de Polinice, al que considera enemigo de la ciudad y de su gobierno, y ordena que su cadáver quede insepulto, extramuros:  "¡Que se le deje insepulto, y que su cuerpo quede expuesto ignominiosamente para que sirva de pasto a la voracidad de las aves y de los perros!". Antígona decide no acatar esa orden y cumplir con el deber filial y religioso de dar sepultura a su hermano. Su hermana Ismena, temerosa y respetuosa del poder, prefiere no oponerse; es partidaria de acatar la ley y obedecer al tirano.1

Ismena es la voz de la cordura y del temor; del realismo y de la razón de estado. "No hay que perseguir lo imposible", le aconseja a su hermana, aunque tratan nada menos que de la muerte de sus hermanos. Antígona es la voz de la sinrazón, del coraje y de la ilusión; del amor filial y del deber religioso. No teme a la muerte. "Yo, por mi parte", le dice a Ismena, "enterraré a Polinice. Será hermoso para mí morir cumpliendo ese deber. Así reposaré junto a él, amante hermana con el amado hermano; rebelde y santa por cumplir con todos mis deberes piadosos; que más cuenta me tiene dar gusto a los que están abajo, que a los que están aquí arriba, pues para siempre tengo que descansar bajo tierra".

Si acata la orden del rey, Antígona cometería una grave falta desde el punto de vista religioso y de las costumbres. Antígona no teme a la muerte. Es para ella más importante cumplir con las leyes divinas, que obedecer a un tirano arbitrario, injusto y cruel. Está dispuesta a morir. "Morir, morir ahora no me será tormento", dice. "Tormento hubiera sido dejar el cuerpo de mi hermano, hijo de mi misma madre, allí tendido al aire, sin sepulcro. Eso sí sería mi tortura". "Eres una loca", le dirá Ismena.

¿No se advierte mucho de Antígona en nuestras viejas locas? Rechazan las razones que puedan esgrimir las autoridades, porque esas razones implican, como en el caso de la prohibición del tirano Creonte de dar sepultura a Polinice, la violación de leyes que también hoy, en las culturas occidentales, se consideran divinas, entre ellas el dar sepultura a los miembros de tu familia. Gran parte de los chilenos considera familiares a sus mascotas, y por extensión a todas las demás, conceptualizándolas muchos como hermanos menores -como hacía San Francisco de Asís- y reconociéndoles el mismo derecho a la vida y a vivir libres de persecución y tormentos que a nosotros mismos.

Bien pueden las autoridades prohibir a los ciudadanos que alimenten a los animales abandonados, o que les construyan cobertizos para protegerlos de las inclemencias del tiempo -dos actos decretados como ilegales en las ordenanzas municipales de muchos municipios del país.2 Lo seguirán haciendo una y otra vez, porque para la tendencia que llamamos de las viejas locas no proteger, alimentar o dar cobijo a mascotas abandonadas es simplemente hacer algo mucho peor que no obedecer una ley: es transgredir un precepto divino, y traicionar a los que definen como miembros de su propia familia y a sí mismas.

Las autoridades suelen defender sus políticas de exterminio de mascotas abandonadas en razones de salud pública. Pero no podrán convencer nunca a nadie que perros sanos recogidos de la calle representen algún peligro para la salud pública, cuando muchas veces el verdadero peligro para esta son las propias autoridades -cuando, por ejemplo, en lugar de enterrar propiamente los cadáveres, los depositan en vertederos abiertos donde pueden terminar de alimento de otros animales.3 Y es incomprensible e injustificable que las autoridades opten por matar a perros o gatos enfermos, cuando todavía es posible tratarlos y curarlos. Por alguna razón que nadie entiende, prefieren seguir matando, pese al clamor ciudadano de que dejen de hacerlo.

Es comprensible que entre viejas locas y autoridades las cosas no marchen bien. Las viejas locas no tienen motivos para creer en el poder. Los argumentos políticos de las autoridades -similares a los de Creonte: "[...] se debe obediencia a aquel a quien la ciudad colocó en el trono, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas; en las que son justas como en las que pueden no serlo a los ojos de los particulares"- no convencen, en esta época, a nadie. Son argumentos autoritarios que dejaron de tener valor, y son inaceptables. La soberanía política concedida a las autoridades -los ciudadanos renuncian a su poder para colocarlo en manos de los jefes elegidos- no les permiten a estas, sin embargo, violar preceptos religiosos.4 Para las viejas locas, las autoridades representan el mal6, porque están siempre asociadas con la muerte.

¿Cómo se podría negociar con Creonte? Eso sería lo mismo que admitir y justificar los crímenes que cometen las autoridades todos los días. A veces, sospechan algunos, a cambio de ciertos privilegios, algunas animalistas hacen la vista gorda -por ejemplo, cuando aceptan bonos de esterilización a cambio de guardar silencio sobre los perros que son exterminados día a día. También hay animalistas que aceptan algunos argumentos oficiales, como que las mascotas abandonadas pueden ser un peligro para la gente. Vaya argumento. También los militares pueden ser un peligro para la gente, como lo han demostrado durante tantos años, y ningún alcalde que se dedique a matarlos con estricnina.
                   
Reacias al compromiso, la lucha de las viejas locas se disuelve necesariamente en lo particular. No queda tiempo para otra cosa. ¿Es tan reprochable? En los años setenta surgió en Estados Unidos y Europa en la antropología cultural y filosofía una tendencia que bien podríamos llamar de los humanistas concretos. Como el antropólogo Robert Jaulin, o el epistemólogo Bob Scholte, muchos denunciaban que los defensores de los derechos del Hombre -así, con mayúscula- solían cometer los crímenes más atroces. Así se justificaban los crímenes de Stalin, y los de los khmer rouge en Camboya, donde para hacer avanzar a la sociedad camboyana hacia el reino de los derechos del Hombre las autoridades exterminaron a dos millones de personas. Ese tipo de humanismo era siniestro y aberrante y muchos terminaron rechazándolo como una farsa que servía para encubrir las ansias de poder y el crimen. Jaulin y Scholte insistían en el compromiso particular, con grupos humanos específicos, con gente que conoces en persona: un compromiso con gente de carne y hueso, no con conceptos; un compromiso con los hombres, no con el Hombre.

Las viejas locas, los padrinos y madrinas tienen igualmente compromisos muy concretos con los perros abandonados que les ha tocado conocer. Y pocas ganas de participar en iniciativas -como promulgar nuevas leyes- que presienten de antemano que pueden no llevar a ninguna parte.

Sin embargo, el conflicto entre las diferentes tendencias del movimiento animalista puede encontrar algún tipo de resolución. En la pieza de Sófocles, Creonte condena a Antígona a ser enterrada viva en una caverna en la montaña. Se propone incluso alimentarla5 para que los dioses no puedan acusarlo de su muerte -un argumento muy similar al que esgrimen algunos, que ahora ya no matan a los perros con estricnina, sino con métodos o substancias que llaman indoloras, que es, ciertamente, igualmente falso, pues esta muerte indolora simplemente no existe.

Entonces Ismena, cambiando de opinión, pide a Creonte que también la condene a ella, como a Antígona. Tardíamente rechaza la autoridad de Creonte y reconoce la razón que asiste a Antígona. Muerta Antígona -se suicida en la caverna-, es ella quien deberá proseguir la lucha que llevó a la primera a la muerte.

Como dije antes, nadie en el movimiento animalista es completamente vieja loca o su opuesto. Todos son viejas locas de alguna manera, en algún grado, en algún momento. Y todos en algún momento hacemos compromisos. Pero en esa actitud radical de compromiso concreto con la protección y defensa de perros y gatos y otros animales maltratados y abandonados a su suerte por sus amos y las autoridades mismas, no se puede dejar de reconocer ese mismo tipo de solidez moral que animó a Antígona. Por todo eso, porque el compromiso concreto debe ser el norte del movimiento animalista, yo también soy vieja loca. Todos somos viejas locas.

Notas

1 Dice Ismena: "¡Ahora que nos hemos quedado solas tú y yo, piensa en la muerte aún más desgraciada que nos espera si a pesar de la ley, si con desprecio de ésta, desafiamos el poder y el edicto del tirano! Piensa además, ante todo, que somos mujeres, y que, como tales, no podemos luchar contra los hombres; y luego, que estamos sometidas a gentes más poderosas que nosotras, y por tanto nos es forzoso obedecer sus órdenes aunque fuesen aún más rigurosas" (he consultado esta versión).

2 Como las ordenanzas de Viña del Mar, de 2003, que prohíben "[...] la instalación y/o construcción en espacios de uso público de casetas, refugios o cualquier elemento que sirva de cobijo o habitación a los animales" (artículo noveno) y "[...] depositar alimento en las calles o lugares de uso público para consumo por parte de los animales callejeros" (el artículo décimo) (véase Los perros de Playa Ancha).

3 La gente entierra a sus mascotas en los patios de sus casas. Cuando no es posible, en parques y jardines públicos, a menudo debajo de árboles, con la complicidad de los jardineros municipales. Qué diferencia con el desprecio con que tratan las autoridades a las mascotas muertas, arrojándolas a vertederos como alimento de ratas y otros miembros de su propia especie.

4 Comparten pues esta actitud todas esas madres, abuelas, hermanas y tías de Chile y otros países americanos que todavía buscan a sus seres queridos desaparecidos, injustamente torturados y asesinados, y cuyos cadáveres todavía exigen a los usurpadores y tiranos para darles humana sepultura. Las alimañas que les asesinaron no conocerán nunca ni su perdón ni el de los dioses.

5 "No se deben obedecer las ordenanzas injustas o mal hechas", dice Judith Maury, del comité dedicado a la protección de los ‘hermanos menores’. Se expresa en términos similares Elizabeth Muñoz. Si la ética está reñida con la ley, hay que seguir la ética, dice, y agrega: "Además, ¿cómo le voy a decir a mi hijo que respete la vida y la naturaleza si soy indiferente frente al hambre, dolor y enfermedades de los animales?" (en Los perros de Playa Ancha, fuente citada).

6 Ordena Creonte: "Llevadla sin demora. Encerradla, como he dicho, en aquella cueva abovedada. Dejadla allí sola, abandonada; que se muera, o que permanezca viva, sepultada bajo ese techo. Nosotros quedaremos exentos de culpa, en lo que a la joven se refiere, de la mancha de su muerte; pero lo cierto es que ella habrá terminado de habitar con los que viven en la Tierra".

26 de diciembre de 2008
[cc mérici]

0 comentarios