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el demonio detrás de las sonrisas


La esclavitud está lejos de ser un asunto confinado a los libro de historia. La lucha por su abolición debe ser continuada por el gobierno norteamericano.
[Nicholas D. Kristof] Phnom Penh, Camboya. Los hombres occidentales que visitan los barrios rojos de países pobres se ven a menudo rodeados por coquetas chicas adolescentes que los empujan sonrientes hacia los burdeles. Los hombres asumen que las niñas están allá voluntariamente, y en algunos casos no se equivocan.
Pero cualquiera inclinado a tomar las sonrisas de las niñas prima facie, debería hablar con Sina Vann, que en el pasado fue una de esas chicas sonrientes.
Sina es una niña vietnamita que fue secuestrada a los trece y llevada a Camboya, donde la drogaron. Dijo que despertó desnuda y ensangrentada en una cama con un hombre blanco -no sabe su nacionalidad- que había comprado su virginidad.
Después de eso, la encerraron en la planta superior de un bonito hotel y la ofrecieron a hombres occidentales y camboyanos ricos. Dijo que la golpeaban ferozmente para obligarla a sonreír y actuar de manera seductora.
"Mi primera frase en khmer" -el idioma camboyano- fue ‘Quiero dormir contigo’", dijo. "Mi primera frase en inglés fue..." -bueno, no se puede publicar.
En general, Sina obedecía las órdenes y sonreía seductoramente a los hombres porque habría sido golpeada si los hombres no la elegían a ella. Pero a veces tenía tanto dolor que se resistía. Entonces la arrastraban abajo hacia la cámara de torturas en el sótano.
"Muchos de los burdeles tienen cámaras de tortura", dijo. "Son subterráneas para ahogar los gritos de las niñas".
Como en muchos burdeles, la tortura preferida eran las descargas eléctricas. Sina era amarrada, mojada con agua y luego pinchada con alambres conectados al enchufe de 220 voltios. La sacudida causa un intenso dolor, a veces la evacuación de la vejiga y del intestino, e incluso la pérdida de conciencia.
Las descargas se corresponden bien con el modelo de negocios de los burdeles porque causan un atroz dolor y aterrorizan a las niñas sin dañar su apariencia ni perjudicar su valor de mercado.
Después de las golpizas y descargas, Sina dijo que la encerraban desnuda en un ataúd de madera lleno de hormigas mordedoras. El ataúd era oscuro, sofocante y tan apretado que no podía mover sus manos para apartarlas hormigas de su cara. Sus lágrimas alejaban a las hormigas de sus ojos.
Permanecía encerrada en el ataúd durante uno o dos días cada vez, y dijo que eso había ocurrido muchas veces.
Finalmente, Sina fue liberada en un allanamiento policial y pudo por primera vez ver la luz del día en años. El allanamiento fue organizado por Somaly Mam, una camboyana que había sido vendida a los burdeles y había logrado escapar, educarse y ahora dirigía una fundación para luchar contra la prostitución forzada.
Después de ser liberada, Sina empezó a estudiar y finalmente se convirtió en una de las leales lugartenientes de Somaly. Ahora trabajan juntas, ignorando las amenazas de muerte de los dueños de los burdeles, para liberar a otras niñas. Para llegar a Somaly, los dueños secuestraron y torturaron a su hija de catorce. Y hace seis meses, la hija de otra activista contra el tráfico de blancas (que fue mi intérprete cuando visité a Sina) desapareció.
Había oído hablar sobre las cámaras de tortura debajo de los burdeles, pero nunca había visto uno, así que hace unos días Sina me llevó al barrio rojo aquí donde estuvo secuestrada. Habían demolido un burdel, que había revelado todo un laberinto de calabozos subterráneos.
"Yo estuve en un cuarto como esos", dijo, apuntando. "Deben haber muerto muchas niñas en esos cuartos". Empezó a entristecerse y agregó: "Tengo frío y miedo. Esta noche no podré dormir".
"Fotografía esto rápido", agregó, y apuntó a los burdeles en la calle. "No es seguro estar aquí durante mucho tiempo".
Sine y Somaly se mantienen con un malvado sentido del humor. Se molestan una a otra sin piedad. Sina, que es soltera, pretende burlarse de Somaly: "Por lo menos tuve montones de hombres antes de que llegaras y me rescataras".
El tráfico sexual es en realidad la versión de la esclavitud en el siglo 21. Una de las diferencias con la esclavitud del siglo 19 es que muchas de estas esclavas modernas morirán de SIDA antes de llegar a los treinta.
Siempre que informo sobre el tráfico sexual, termino menos deprimido por las atrocidades que inspirado por el coraje de abolicionistas modernas como Somaly y Sina. Arriesgan sus vidas para ayudar a otras que todavía viven encerradas en burdeles, y tienen credibilidad y experiencia para dirigir esta lucha. En mi próxima columna introduciré a una niña que está siendo ayudada por Sina a recuperarse de embrutecedoras torturas en un burdel -y la propia historia de Sina da esperanzas a la niña de un modo que no lo podría hacer ni un ejército de psicólogos.
Espero que Barack Obama y Hillary Clinton declaren que la esclavitud es un asunto que todavía no ha terminado en la agenda de política exterior. La causa abolicionista simplemente no puede ser considerada terminada mientras estas chicas de catorce sean torturadas con descargas eléctricas -ahora mismo, cuando usted lee esta columna- para que sonrían ante turistas inconscientes.

17 de enero de 2009
31 de diciembre de 2008
©new york times 
cc traducción mQh
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