mi primera puta vez
20 de abril de 2009
Los días transcurrían tediosos en un trabajo sin demasiado ajetreo, ofreciendo el producto de moda y extendiendo amables sonrisas. Pese al optimismo y la amistad imperante, Karen sabía que el desvelo era en vano, por ese entonces recibía 120 mil pesos de sueldo y se angustiaba pensando que a fin de mes el dinero apenas le alcanzaría para mantener a su pequeña hija. Tenía que pagar el arriendo y las cuentas. Karen sentía una soledad tremenda, sin apoyo en una ciudad despiadada.
Durante algunas horas de una calurosa noche de enero y ante una piscola bien helada, fumando cigarrillos mentolados hasta que se acaba la cajetilla y va por otra, Karen, que hoy tiene 24 años y sigue trabajando como prostituta, hace tratos con su memoria para beber un trago que le sabe amargo al recordar la primera vez que un hombre le pagó para sostener relaciones sexuales.
"Aún no trabajaba en esto, sino de promotora, recién había cumplido 18 años. Un viejito como de 60 años siempre me ofrecía desayuno, trabajaba cerca del supermercado. Entablamos una relación de amistad. Un día me dijo que lo fuera a ver cuando cerrara el local. No habló tan directo, dijo que me ayudaría, que yo le gustaba. No llegamos a un acuerdo monetario concreto por lo que haría. Pero sabía a lo que iba, estaba nerviosa y tímida. Nos juntamos. Me pasó 20 mil y tuve sexo con él en el mismo local donde trabajaba. Había cerrado las cortinas".
"Fue tenso, estaba nerviosa. El sexo fue sobre un sillón. Lo hice y no me preocupé. Después me siguió llamando y lo visitaba, me ayudaba con plata y así pagaba las cuentas. Luego de un tiempo fue más relajado, estaba más tranquila y no me sentía tensa. En ese tiempo estaba pololeando, mi pareja no sabía nada de lo que estaba sucediendo. Eso sí, me urgía que personas que conocía me vieran en la calle con el viejo. El típico temor de las que trabajan en esto. Luego de un tiempo no lo frecuenté más y dejé de trabajar como promotora", recuerda Karen al tiempo que coloca sobre su encendedor otro cigarrillo mentolado.
Algo displicente Karen asegura que "todas dicen que su primera vez les ha costado. Pero luego se agarra un ritmo, no lo encuentras anormal, ya se sabe a lo que se va y lo que se debe hacer. Es como una actuación".
Cami
Hoy día Cami tiene 25 años y a los 21 se inició como trabajadora sexual en un privado, la versión actualizada de una casa de remolienda, ubicado en el centro de Viña del Mar. Con voz delicada cuenta que sigue trabajando con algunos clientes que la llaman. Con sus ingresos paga el segundo año de Trabajo Social en una universidad y solventa sus gastos, aunque confiesa que sus inicios en el mundo del sexo pagado fueron "por capricho": "Quería salir de farra y no tenía dinero porque vivía sola con mi mamá".
A Cami le da pudor relatar su caso, pero cree que con el relato de su experiencia algunas chicas pueden optar por otro camino. "Mi primera vez fue en un privado de Viña del Mar. Una casa que se encuentra frente al casino. Sabía qué era, pero no dimensioné lo feo y denigrante que sería. Me presenté cuando llegó una persona, me preguntó mi nombre. Quedé helada, me puse Cami. Me vestí con ropa sexy, una camisa de dormir negra transparente. Cuando lo observé fijamente pensé en lo que sucedería, tuve miedo. Era un hombre alto, como de 60 años, y me impactó el parecido que tenía con mi abuelo. Para mi buena o mala suerte, fue mi primer cliente".
Cami recuerda que cuando fue elegida por el hombre, la encargada del privado la llevó a un rincón y le cantó bruscamente las reglas del negocio: "Me dijo que fuera amorosa con él, se iba cortado rápido, pero le gustaban las niñitas. Eso le gustó de mí, por mi apariencia de niña. El momento fue horrendo, me besó en la boca y el cuerpo. Deseaba salir corriendo. Tuvimos sexo, fue breve. Luego se vistió y me dio tres mil pesos de propina, según dijo él, para que comprara un heladito".
"Salí de la pieza sintiéndome sucia, mi cuerpo no me pertenecía. Me lavé la cara y le dije a la señora encargada que me tenía que ir. Me entregó el dinero que correspondía, 12 mil 500 pesos. Nosotras recibíamos la mitad de lo que el hombre pagaba. Me fui llorando, salí escapando y prometiendo no volver jamás. Llegué a mi casa y me metí bajo la ducha pese a que era tarde. Al día siguiente, ese dinero ya no existía pues lo había gastado", rememora Cami con amargura y desencanto.
Alejandra
"A veces me miro en el espejo y pienso algo que no es bueno, pienso que estoy destinada para siempre a ser una puta. Creo que soy medio maldita y que los hombres, en mi vida cotidiana, no se acercan a mí porque huelen que soy una maraca". Alejandra tiene 23 años y se siente triste y abatida. Está cansada de que los días pasen y no se vislumbre nada bueno en el horizonte. Además, hace poco terminó con su pareja y no volverán.
Según ella no ha logrado lo que se propuso cuando comenzó a "transar su cuerpo y a vender su alma al mejor postor", no ha explotado todo lo que quisiera su voluptuoso cuerpo de metro setenta y ocho. Su cabello azabache cae eterno por su espalda, va bien vestida con una falda ceñida y la camisa negra escotada. Un discreto maquillaje suaviza su rostro.
En la cafetería no se detiene a observar lo que sucede en otras mesas, aunque algunos comensales la observan con lujuria al verla entrar. Se sabe guapa y va al gimnasio para mantenerse en buen estado; es parte de su trabajo. Declara su fanatismo por el café y admite que otros vicios a solventar son la marihuana y la Coca-Cola light. No tiene hijos, pero cuenta que el 90% de las que trabajan en esto tiene uno, dos o hasta tres niños.
A los 19 años fue su primer contacto sexual pagado. Entonces, se presentó en un centro de masajes en Providencia con la intención de, justamente, dar masajes, aunque un par de amigos le advirtieron que recibiría ofertas indecentes, pero muy tentadoras.
Alejandra admite con bastante coquetería que a veces se arrebata y la posee cierta debilidad por el género femenino. Le gustaba ver a sus colegas masajistas con los delantales blancos ajustados y en ropa interior, pero también es capaz de encenderse "si un hombre sabe rendir como corresponde. Un día llegó un tipo de unos 28 años, era más alto que yo y con un físico espectacular, además era simpático y caballero. Cuando me eligió para que le hiciera masajes hubo una química especial. Luego de hacer mi trabajo con aceites en su espalda, comenzó a sacarme la ropa, la parte final del masaje se daba en ropa interior. No pude aguantar, tocó con mucha suavidad mis puntos débiles. Terminamos besándonos sobre la camilla. Me llamó a los dos días y me invitó a su departamento. Preguntó cuánto era por una atención personalizada. Le pedí 50 lucas y me quedé toda la noche con él. Me dejé llevar y todo fluyó bien. No me quejo de la primera experiencia, fue placentera, gozamos bastante los dos y escuchamos Soda Stereo toda la noche".
Alejandra observa preocupada el fondo de la taza de café. Mira su teléfono móvil y cae en cuenta que perdió una llamada. Podía ser de un cliente. Reflexiona un momento y admite que "ese día me di cuenta de que podía cobrar buenas sumas de dinero por mi cuerpo. Me gusta el sexo, pero me miro en el espejo y me da pena seguir en este trabajo. Se pasan algunos peligros. He tenido varios clientes que a veces ofrecen sumas bastantes elevadas de dinero para tener sexo sin condón; eso es algo inaceptable, pero hay algunas niñas que acceden. Hay que saber cuidarse y no equivocarse porque te puedes pegar el sida".
Sofía
Hace seis meses Sofía tuvo su primer encuentro de sexo pagado, antes de eso, sus únicas experiencias sexuales fueron con su ex pareja, relación de la cual nació su pequeño hijo que hoy tiene tres años. De la noche a la mañana el padre de su pequeño niño desapareció del mapa. Según Sofía, que tiene 21 años y un temple serio del cual no se desprende una sonrisa, "se fue porque era un pendejo y no estaba dispuesto a hacerse cargo de su parte. No tengo estudios superiores. Necesitaba dinero rápido, busqué un aviso y entré a trabajar a un privado. No tuve otra salida".
"La primera vez que estuve con unos clientes fue una atención a domicilio. Me enviaron nuevita, estaba recién empezando y a la cabrona le gustaba que sus clientes habituales estuvieran con novatas. Era una forma de recompensarlos. Esa noche me acosté con dos hombres que pagaron por mí. Me dieron como caja, lloré mucho y se jactaban de eso, sabían que era mi primera vez. Los malditos estaban muertos de la risa", recuerda Sofía y sus profundos ojos negros se cristalizan. No va a llorar porque se ha prometido varias veces no dejarse arrastrar por la tristeza.
Sofía aclara con aspereza que "la vida es muy dura en estas condiciones, ningún hombre te toma en serio. En cuanto saben lo que haces piensan que de inmediato te puedes ir a la cama con ellos. Pero ninguno tiene idea de que una se va matando cada vez que se acuesta con un desconocido. Nadie te pide que lo hagas, pero puedes trabajar un mes completo de cajera en un supermercado y no ganas nada de dinero para mantener a la familia".
En el abismo que dice habitar Sofía, cuenta que le ha tocado participar en experiencias perturbadoras: "Una vez me citó en su departamento un hombre que debía tener entre 35 y 40 años. Me pidió que me desnudara y se puso un delantal blanco, sacó algunos instrumentos de ginecólogo. Me pidió que abriera las piernas al tiempo que se ponía guantes de goma y se untaba vaselina en los dedos. Comenzó a introducirlos como examinándome, apenas me miraba. Estuvo unos 40 minutos así. Noté que detrás de una cortina había otra niña mirando, estaba desnuda. Luego que terminó me pasó 30 mil. Se cambió de ropa y me pidió que me vistiera y me fuera".
©la nación
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