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la muerte en el salvador


El Salvador asolado por ola de asesinatos. La violencia de las pandillas es uno de los factores que explican la tasa de homicidios del país, que es una de las más altas del mundo. En los primeros tres meses de 2009 hubo doce asesinatos por día.
[Tracy Wilkinson] San Salvador. El Padre Antonio Rodríguez guarda la imagen en su celular. Un niño de doce años. Decapitado. Sus asesinos fueron probablemente niños de su misma edad o apenas mayores.
Cuando Josue desapareció, su abuela pidió frenéticamente la ayuda del sacerdote. Rodríguez empezó a buscarlo y encontró el cuerpo. El crimen lo estremeció y repugnó.
De algún modo, tenía que documentar la pérdida de otra vida joven en un vertiginoso remolino de muertes diarias y casuales. Y así, la foto borrosa, mostrando el cuerpo delgado e inerte, con vaqueros azules y camisa roja, que fue arrojado por un barranco, la cabeza a un lado, sigue en el celular del sacerdote.
"Es la historia de miles", dijo Rodríguez.
Aunque México se gana los titulares por el espantoso número de bajas en su guerra de las drogas, El Salvador sufre una tasa de homicidios mucho peor, una de las más altas del mundo.
Hace dos décadas, era una guerra civil, con soldados, escuadrones de la muerte y guerrilleros derramando sangre. Ahora son las pandillas (con miles de miembros provienen originalmente de Los Angeles), el crimen alimentado por las drogas, los agentes de policía abusadores -resultado todo de una carnicería que ha aterrorizado a la población y contribuyó en las elecciones recientes a la derrota del partido que gobernó durante veinte años.
En los primeros tres meses de 2009, según cifras oficiales, murieron asesinadas un promedio de casi doce personas por día. Esto ocurre en un país pequeño y densamente poblado con casi siete millones de habitantes. (La tasa de homicidio es casi cinco veces la de México y diez la de Estados Unidos).
La vida es barata en El Salvador. Combinad drogas e impunidad, y un poder judicial defectuoso donde es raro que se resuelva un asesinato, y las disputas de negocios y los resentimientos personales son resueltos a menudo por la agresión física.
Armerías, que hace diez años apenas si existían, son ahora vistas comunes en los barrios. Puedes contratar a alguien para matar a un rival por cincuenta dólares; cien dólares si quieres ver el cuerpo.
"Es una epidemia", dice Rodríguez.
La parroquia de Rodríguez está en el barrio Mejicanos de San Salvador, una zona de clase obrera donde las viejas caminan con pollos vivos metidos debajo del brazo y pupusas encima de la cabeza, y donde farmacias y panaderías son custodiadas por guardias armados con escopetas.
El sacerdote dirige en su iglesia un programa de prevención de la violencia. Ha ayudado a cerca de mil ochocientos jóvenes, la mayor parte de ellos activos o ex miembros de pandillas, enseñándoles aptitudes básicas para el trabajo, orientación psicológica y quizás lo más importante, la posibilidad de borrar sus tatuajes.
Rodríguez dice que las pandillas protegían sus barrios, su territorio, y sólo atacaban a desconocidos. Pero con más y más miembros en la cárcel, el resultado de una política de mano dura del gobierno es que hacen cualquier cosa -asaltan, roban, extorsionan, asesinan- porque necesitan dinero para mantener a sus amigos y familiares encarcelados.
No hace mucho tiempo, Rodríguez presidió los funerales de cinco víctimas de homicidio en un solo día: dos jóvenes que fueron encontrados semi enterrados en sepulturas superficiales, y dos hermanos, de 26 y 28 años, que estaban visitando a su madre cuando un grupo de encapuchados les disparó; el hermano mayor había salido hace poco de la cárcel.
Y Josue Pintin, el niño de doce.
Como tantos niños salvadoreños con padres que trabajan, han emigrado o muerto, Josue fue criado por su abuela. Perdieron su casa en un terremoto, y el chico no iba casi nunca a la escuela.
"Era algo rebelde, siempre paseando por las calles, buscando problemas", dijo su abuela, Hetelvina Clara, 75. Viuda, vive con algunos de sus veinte nietos en un conjunto de cuartos de cemento que caen a un lado de un camino de tierra y rocas. En una húmeda muralla cuelga una foto de Josue, cerca de una de Monseñor Óscar Romero, que fue arzobispo de San Salvador, adorado por los pobres y asesinado por un escuadrón de la muerte.
Con la foto de Josue cuelga una medalla que ganó en una competencia de carreras -la única evidencia de normalidad de su corta vida.
Josue quería unirse a una pandilla, dice su familia. Estaba coqueteando con el peligro, dice Clara. Le advirtió mantenerse alejado de los chicos mayores que pasaban de vez en vez, silbando, como si dando una señal secreta.
"No tenía perspectivas", dice Rodríguez. Finalmente, Josue se marchó y no volvió. Rumores en el barrio dicen que estaba tratando de usar la información que tenía sobre una pandilla para congraciarse con otra, y terminó muerto. Juegos peligrosos para un niño de doce.
Pero Rodríguez y otros dicen que es fácil responsabilizar a las pandillas de toda la violencia, y, de hecho, un gran porcentaje de los homicidios del país son cometidos por otros.
Una de las más importantes organizaciones de derechos humanos de El Salvador, afiliadas a la iglesia católica, analizó los homicidios de todos los años desde 2004 y concluyó que cientos de ellos fueron cometidos por agentes de policía renegados, guardias de seguridad privados y gente contratada para realizar ‘limpiezas sociales’ -la eliminación de indeseables mediante ejecuciones extrajudiciales.
Quien quiera que sea responsable de los asesinatos, los jóvenes son los más afectados. La mitad de los homicidios del año pasado fueron cometidos por personas de entre 18 y 30 años, de acuerdo a la Policía Civil Nacional, y el 70% de las víctimas tenían entre 15 y 39.
Casi dos décadas después de la guerra civil de El Salvador, una nueva generación está viviendo lo que Rodríguez llama la naturalización de la muerte. Dice que ha visto el cambio en su propia evolución personal desde que llegara de España en 2000.
"La muerte se ha convertido en algo natural para mí. Hace diez años, este tipo de cosas eran para mí de un escándalo inconcebible. Ahora vivo con la muerte de un modo muy natural. Si me ocurre a mí, imagine a los que nacieron en esta cultura.

19 de mayo de 2009
13 de mayo de 2009
©los angeles times 
cc traducción mQh
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