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maestro de las naturalezas muertas


Luis Meléndez: Master of the Spanish Still Life. Un español al que le gustaban las verduras.
[Ken Johnson] Washington, Estados Unidos. Esta es una receta de comprobada eficacia: fracasa en lo que quieres hacer, y luego dedícate a lo que puedes hacer realmente. Le funcionó a Luis Meléndez. Trató desesperadamente de convertirse en un artista de la corte, como su contemporáneo Francisco Goya, pero sus peticiones al rey fueron rechazadas. Así que en lugar de producir empalagosos retratos de nobles, solemnes pinturas históricas y azucaradas escenas míticas, pintó telas, pequeñas e intensamente realistas, de frutas, verduras y utensilios de cocina. Hoy se le considera el pintor español de naturalezas muertas más importante de España en el siglo dieciocho.
Ese juicio es fácil de comprobar a la luz de ‘Luis Meléndez: Master of the Spanish Still Life’, una espléndida exposición en la National Gallery of Art. Se exhiben sólo 31 pinturas, pero debido a que el estudio de cada una es tan absorbente, la exposición parece más grande.
Meléndez (1715-1780) no era un pintor ostentoso. Trabajaba en pequeño; más de la mitad de las pinturas en la exposición miden diecinueve por catorce pulgadas, excepción hecha de un temprano e insípido autorretrato con el que empieza la exposición, ninguna más grande que sesenta por noventa centímetros. La disposición de comestibles, vajilla y utensilios de cocina y la ocasional pieza de plata fina o porcelana implican un estilo de vida humilde y campechano que agradaba a su clientela de la alta sociedad. No hay calaveras ni bichos dando lecciones morales sobre la vanidad y lo efímero de la vida terrenal, y no hay un manejo del pincel que proclame el virtuosismo del pintor.

Lo que cautiva es su verosimilitud casi fotográfica. Las correosas hebras de una piel de cantalupo, el brillo de las cacerolas de cobre, el esponjoso interior de un trozo de pan, las apagadas vetas de la madera vieja, la transparencia del cristal: todo es visto con una atención casi microscópica por el detalle y presentado con un dejo artístico casi imperceptible. La luz y el color son a menudo realizados con una asombrosa intensidad. Las naranjas amontonadas y las peras amarillas retorcidas brillan como si estuviesen iluminadas desde dentro. Una pintura bañada por la fría luz de la mañana, con huevos en una cesta, un embudo de estaño y una olla de bronce, presume en el centro de lo que podría ser la cabeza de coliflor más bella en la historia del arte.
Cómo alcanzó Meléndez ese grado de realismo es un misterio. No existen dibujos relacionados con sus pinturas de naturalezas muertas, y aunque pareciera que debe haber usado algún artefacto, como una cámara oscura o una cámara lúcida, no se han encontrado evidencias de ello.
Practicaba algunos métodos peculiares. En el ensayo del catálogo sobre su proceso, los organizadores de la exposición, Gretchen A. Hirschauer, curadora adjunta de las pinturas italianas y españolas de la galería, y Catherine A. Metzger, conservadora jefe de pinturas, explican que el pintor no trabajaba con bosquejos completos. Más bien estudiaba y pintaba los objetos uno cada vez, empezando con los del frente, rellenando los de más atrás y terminando con la superficie de la mesa y un inexpresivo de fondo habitualmente marrón oscuro.

Esta aproximación paulatina puede ser la razón de porqué la estrella de Meléndez nunca se elevó tan alto como, por ejemplo, la del pintor de naturalezas muertas francés Chardin, cuyo período de vida -de 1699 a 1779- no está demasiado distante. En Chardin, el detalle meticuloso está relativamente simplificado, y hay una mirada más rica del espacio, atmósfera y solidez escultórica. También, la calidez emocional de las pinturas de Chardin hacen que las de Meléndez, en comparación, parezcan clínicas.
Meléndez no era un hombre de trato fácil, pero estaba bien preparado para su vocación. Su padre, Francisco Antonio Meléndez, fue un famoso pintor de ilustraciones en miniatura para manuscritos, y empleaba a Luis y sus otros hijos como ayudantes. Padre e hijo enseñaron ambos en la real academia provisional de arte en Madrid, que Francisco Antonio ayudó a fundar, pero fueron despedidos como consecuencia de conflictos administrativos y políticos en la facultad. El carácter cascarrabias del joven Meléndez puede haber sido la razón de porqué nunca obtuvo el nombramiento real que anhelaba.
Alcanzó renombre durante su vida por sus naturalezas muertas, parcialmente como resultado de un importante encargo. En 1771, Carlos III, Príncipe de Asturias (más tarde el rey Carlos IV), lo contrató para que creara una serie de naturalezas muertas para el Nuevo Gabinete de Historia Natural en el palacio real. La serie debía representar las cuatro estaciones, como dijo el artista, "con el objetivo de componer un gabinete entretenido con todos los tipos de alimentos producidos en el clima español".
Meléndez había pintado 44 telas en un período de cinco años cuando, en 1976, el proyecto fue suspendido. (Nueve obras de la comisión de Asturias se encuentran en la exposición de la Galería Nacional). Cuatro años después se declaraba indigente, y murió poco después de eso, dejando a la posteridad lo que el historiador de arte y escritor de ensayos de catálogo, Peter Chery, llama "los frutos de su fracaso, que se encuentran entre los más brillantes de su especie que se han pintado nunca".

’Luis Meléndez: Master of the Spanish Still Life’ estará en la National Gallery of Art, Fourth Street y Constitution Avenue NW, Washington, hasta el 23 de agosto.

2 de junio de 2009
25 de mayo de 2009
©new york times
cc traducción mQh
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