Blogia
mQh

el fin de un sueño


Después del allanamiento, la amargura reemplazó el orgullo de un agente del LAPD. Una unidad de operaciones tácticas despertó a Randolph Franklin en su casa en Los Angeles Sur en 2006. No encontraron nada. Hoy, todavía en el cuerpo, quiere saber porqué llegaron esa mañana.
[Joel Rubin] Hasta que todo empezó a marchar mal, Randolph Franklin hablaba con orgullo de su vida en el Departamento de Policía de Los Angeles. Llevó la insignia durante casi cincuenta años, y en el camino su posición en el cuerpo se convirtió en algo más que un simple trabajo.
También estaba orgulloso de la vida que había construido en Woodlawn Avenue -una anónima calle en medio de la violencia de las pandillas y la pobreza de la parte sur de la ciudad. Es extraño que un poli viva aquí. Pero fue aquí donde un chico negro de un camping de caravanas de Mississippi pudo comprar una casa de verdad. Fue aquí donde transformó un viejo y destartalado chalé en una casa de verdad, con chimeneas de mármol con ribetes rojo oscuro y elegantes tallos de bambú bordeando el jardín.
En la oscura mañana del 25 de mayo d e 2006, los dos mundos de Franklin -su vida en Woodlawn y su vida en el LAPD- colisionaron.
A las cuatro de la mañana lo despertó el teléfono en su dormitorio en la primera planta. Su esposa estaba visitando a su familia, y sus dos hijos pequeños dormían en el vestíbulo. La voz en el teléfono se identificó como un teniente de la unidad de elite de operaciones tácticas del LAPD. La casa, le dijo a Franklin, estaba rodeada. Franklin se asomó por la ventana. No era una broma: un grupo de agentes de policía fuertemente armados estaban apostados en los alrededores de su casa. Había francotiradores apostados en el porche de los vecinos. Un helicóptero sobrevolaba la zona.
Franklin no tenía ni idea de que quería su propio departamento de policía. Pidió tiempo para despertar a su hija de siete y su hijo de tres. El oficial de SWAT le dijo que tenía veinte minutos; de otro modo, la policía entraría a por él.
Antes de abrir la puerta de entrada y caminar hacia los cegadores focos de la policía, se colocó entre sus hijos y les tomó de la mano. "Quería que pudieran ver nuestras manos", recuerda. "No quería darles un motivo para dispararnos".
Franklin es un hombre nervioso. Cuando describe el allanamiento de seis horas que hizo el LAPD en su casa, aprieta la mandíbula y borbotea palabras como "degradante" y "humillante". Recuerda que fue obligado, con sus hijos, a sentarse en la parte de atrás de una furgoneta policial, custodiado por algunos hombres que llevaban el mismo uniforme que él llevaba todos los días. Recuerda que sus vecinos contemplaban boquiabiertos mientras los perros detectores de drogas de la policía eran introducidos en su casa -perros que dejaron sus huellas de sus patas en la cama. Habla sobre la silenciosa furia que sintió cuando ignoraron sus exigencias de que le explicaran qué estaba pasando.
"Llegaron a mi casa", dice. "Esa es mi familia. Mi reputación".
Lo que pasó esa mañana no está en discusión. Sin embargo, sí lo está el por qué.
Si hay que creer la explicación que dieron los agentes que dirigieron el allanamiento, el incidente fue un desafortunado error que nació de una honesta pesquisa policial. Sin embargo, Franklin, en una demanda y en entrevistas, ha sostenido que el allanamiento fue la culminación de una campaña de represalias orquestado por sus jefes, con los que había peleado.
En el curso de un año, funcionarios del departamento de policía que revisaron las acusaciones de Franklin, concluyeron que eran infundadas. Franklin demandó a los agentes que ordenaron el allanamiento, así como al departamento mismo, por violar sus derechos civiles, causarle estrés emocional, y negligencia. A fines del año pasado, doce jurados escucharon lo que Franklin tenía que decir y decidieron que los agentes no tenían ningún motivo para irrumpir en su vida en Woodlawn. Fue una chambonada, dijeron, y se contaron mentiras.
Después de casi cinco años en el Cuerpo de Marines, Franklin se incorporó al LAPD en 1984 y se ganó la reputación de ser un policía capaz, aunque nada fuera de lo común. Su hoja de servicio está llena de evaluaciones positivas, destacando su ética de trabajo y su estricta adherencia a las instrucciones del departamento. Franklin ha sido rara vez castigado -su peor traspié lo vivió cuando reprendió a un agente de patrullera que lo paró por una infracción de tráfico.
Pero no es un amigo de los polis. Según cuenta él mismo, Franklin ha denunciado a varios colegas por abusos, contándole incluso a un sospechoso que su colega lo había detenido ilegalmente. En 2000, después de ser ascendido a sargento, Franklin fue asignado a la División Pacific del departamento, en el Lado Oeste, donde consolidó su reputación como un supervisor estricto y poco tolerante de los errores de sus colegas, a los que no dudaba en denunciar. Más de una vez, dice, causó asombro entre los otros cuando ordenaba a los agentes que dejaran en libertad a sospechosos detenidos en circunstancias dudosas.
Casi desde el principio, su franca personalidad le provocó conflictos con la jefatura de la división, dijo. Lo acusaron formalmente de faltas a la disciplina en al menos seis ocasiones, aduciendo abandono de deberes, entregar informes incompletos y errores similares. Franklin rechazó siempre los cargos y, con una excepción, fue exculpado sea por una comisión de apelación o porque sus jefes abandonaron los procedimientos disciplinarios. Franklin también representó a varios otros agentes de Pacific. Para incomodidad de la jefatura de la división, dice, las acusaciones contra otros agentes fueron desechadas o reducidas.
Pese a sus choques con los jefes, Franklin recibió una elogiosa evaluación en 2005. Uno de sus supervisores le puso nota alta en todas las categorías y escribió que se podía contar con él "para tomar decisiones sensatas y concienzudas".
Pero el capitán William Hayes, que había llegado hace poco a Pacific, rechazó la evaluación, diciendo que no creía que Franklin fuera tan bueno -según se lee en documentos judiciales. La evaluación fue rescrita, le bajaron varias notas y agregaron algunas observaciones que destacaban deficiencias no mencionadas previamente sobre la capacidad de Franklin para manejar el tiempo y de redacción, según se lee en los documentos. Hayes se negó a comentar para este artículo.
Franklin sabía que su evaluación sería un obstáculo para ascender a teniente -un ascenso que quería antes de jubilarse. Se negó a firmarla y tomó medidas para iniciar una demanda por hostilidad en el trabajo contra Hayes y otros en la jefatura.
Varios meses después, al otro lado de la ciudad un hombre fue atacado a balazos a plena luz del día y dejado por muerto en una acera cerca de la casa de Franklin.
El detective Mark Morgan y el agente Jason Leikam, de la División Newton del LAPD, fueron asignados al caso. Morgan, un veterano que llevaba veinte años en el cuerpo, había trabajado durante varios años como detective de una unidad anti-pandillas en Newton. Leikam llevaba seis años como agente de patrullera y, meses antes de la balacera, había sido asignado temporalmente a la unidad anti-pandillas.
De acuerdo a documentos policiales, Morgan y Leikam recibieron datos de que los atacantes eran Alonzo Billups, miembro de la notoria pandilla Four-Trey, y Emmit Bond, un presunto narcotraficante con lazos con la pandilla. Cerca de un mes después de la investigación, los agentes llegaron a la conclusión de que tenían suficientes pruebas como para pedir a un juez una orden de detención. En la declaración que Leikam escribió para justificar la orden, pidió permiso para allanar tres domicilios. Los primeros dos eran de los sospechosos. El tercero -la casa de Franklin- sólo se conocía por su dirección. La casa, escribió Leikam en la declaración, "es un conocido centro de reunión de la pandilla Four-Trey. Han habido numerosas quejas de vecinos sobre la presencia de la pandilla y la venta y consumo descarado de drogas ahí... Emmit Bond entrega los estupefacientes y guarda armas en la casa".
Cómo llegaron Leikam y Morgan a esta conclusión es un tema de debate. Morgan se negó a hacer comentarios, y Leikam no respondió ninguna de nuestras peticiones de entrevista. En una declaración, dijeron que gran parte de su información provenía de un primo de la víctima, que identificó la casa de Franklin como un lugar frecuentado por la pandilla y Bond. Además, Leikam declaró que un agente anti-pandilla del LAPD también le contó que la casa de Franklin era un bastión de la Four-Trey. Morgan y Leikam declararon que cuando estaban vigilando el barrio, habían visto a Bond entrar a la casa de Franklin.
Pero interrogado en el marco de la demanda de Franklin, Morgan y Leikam no entregaron las notas de sus entrevistas con el primo del que decían que les había mostrado la casa de Franklin. De hecho, las notas de Morgan indican que el primo había descrito una "casa de color burdeos y verde", cerca de la de Franklin. En una breve entrevista telefónica, el primo, que no quiso ser identificado por razones de seguridad, dijo que nunca apuntó a la casa de Franklin.
En el tribunal Franklin reconoció que conocía vagamente a Bond, el atacante acusado: lo había contratado una vez para trabajar por un día en una compañía privada de seguridad que dirige en su tiempo libre. Sin embargo, rechazó las acusaciones de Leikam y Morgan de que habían visto a Bond entrar a su casa. Dijo que ese día estaba visitando a su familia en Mississippi y su esposa declaró que nadie entró ese día a su casa.
Eric Rose, el agente anti-pandillas, debió explicar su declaración en una audiencia anterior en el caso contra Bond y Billups de que no sabía que la pandilla operaba en la casa de Franklin. En el estrado de los testigos trató de explicar la afirmación de Leikam de que él había dado informaciones comprometedoras.
Leikam y Morgan también concedieron que no sabían nada que les permitiera creer en la afirmación de Leikam en la petición de la orden de detención de que [había] "numerosas quejas de ciudadanos sobre actividades de la pandilla y abierta venta y consumo de drogas en ese local". Un control interno del LAPD poco después del allanamiento muestran que la policía no había recibido ninguna queja sobre la casa en los últimos tres años -según muestran archivos policiales.
Según documentos judiciales, después de un día de deliberaciones los miembros del jurado concluyeron unánimemente que los agentes habían "falsificado deliberadamente" la información en la declaración de detención y que su conducta había sido "escandalosa". Cuando fueron interrogados sobre el caso posteriormente, varios jurados hablaron a condición de que sus nombres no fueran mencionados, por temor a represalias de la policía.
"Había tantas cosas que dijeron que simplemente no eran verdad", dijo un jurado. "Eso podría haber arruinado la carrera del poli".
"Me asusta que sea tan fácil que puedan allanar la casa de cualquiera", dijo otro.
Si no fue un error, ¿por qué lo hicieron?
Para que Franklin pudiera exigir una indemnización por daños, el jurado tenía que determinar que las acciones de Morgan y Leikam habían formado parte de un plan deliberado para perjudicarlo.
Los abogados de Franklin trataron de convencer al jurado de que el capitán Hayes y otros miembros de la jefatura en Pacific estaban implicados [en un plan de ese tipo]. Los abogados hablaron sobre la mala leche en la división. Destacaron el hecho de que el teniente Paul Torrence, un supervisor, había sido transferido al Grupo de Asuntos Internos del departamento y estaba en la casa de Franklin la mañana en que fue allanada.
Se concentraron en una conversación telefónica entre Torrence y Hayes antes del allanamiento.
Cuestionaron la afirmación de Morgan y Leikam de que no sabían que la casa pertenecía a Franklin hasta la noche previa al allanamiento y por eso no le dijeron al juez que la casa que querían allanar era la de un agente de policía.
Los abogados propusieron esta teoría: Leikam y Morgan, que declaró que conocía a Franklin de misiones previas, había visto a Franklin en su tiempo libre en Woodlawn cuando investigaba el tiroteo. Confundidos sobre cómo podía un policía vivir en un barrio tan rudo, llamaron a Asuntos Internos para preguntar sobre Franklin. Torrence, pensando que tenía algo entre manos, llamó a Hayes y los dos convencieron a los agentes de Newton de implicar a Franklin en la investigación.
Los jurados no se convencieron.
"Pensamos que [Leikam y Morgan] habían mentido; pero no pudimos determinar por qué", dijo un jurado. "No pudimos conectar los puntos entre estos dos agentes y algo mayor".
Además, varios jurados dijeron que el juez les instruyó a pensar en Morgan y Leikam como individuos, no como agentes del LAPD. "Si nos hubiese dicho que consideráramos a los agentes como parte del LAPD, las cosas habrían cambiado completamente", dijo el jurado Orly Benyaminy. "Casi todos nosotros habríamos votado de otra manera..."
Franklin recurrió.
Entretanto, el hombre que fue atacado murió a causa de sus heridas. Mencionando la falta de pruebas, sin embargo, los fiscales desecharon los cargos contra Bond y Billups. El asesinato sigue sin resolver.
En los meses siguientes, Hayes tomó el mando de otra comisaría. Torrence dejó Asuntos Internos para trabajar en otra unidad. Leikam sigue como agente en Newton, y Morgan fue transferido a Pacific, donde él y Franklin a veces se cruzan.
Una investigación interna del LAPD liberó a Franklin de las acusaciones. Sin embargo, le molesta que el departamento también liberara a Leikam y Morgan y acusa al departamento de ignorar sus acusaciones contra sus superiores. Un ayudante del jefe de la policía de Los Angeles, William J. Bratton, declinó permitir que altos oficiales del LAPD declararan sobre el caso. Franklin dice que su vida en Woodlawn es diferente ahora. Los vecinos lo miran con desconfianza. Evitan hablar con él.
Para él ser un policía del LAPD no es otra cosa que el sueldo de fin de mes. "Antes me enorgullecía de mi trabajo", dice. "Ahora eso es algo con lo que tengo que luchar todos los días... Mi sueño ha muerto".
Dice que se va a jubilar tan pronto como le sea posible.

6 de julio de 2009
28 de mayo de 2009
©los angeles times 
rss

0 comentarios