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señora lucía, a usted le digo


Señora Lucía de Pinochet, ¿no le han dicho o no se ha enterado por diarios que los tiempos han cambiado?
[Carlos Ernesto Sánchez] Nadie espera, ni quiere ni acepta recibir cartas suyas, menos con la prepotencia de titularlas "Carta a los chilenos". Su misiva es una falta de respeto a la verdad. Además, es doloroso que a su edad no muestre atisbo de arrepentimiento por los delitos y crímenes cometidos por órdenes de su marido. La miro en fotos y vuelve la imagen de mi gran, digno y consecuente amigo, militante del Partido Comunista -tío suyo- Óscar Hiriart. Su rostro es parecido al del médico que en Quillota sembró ideas de igualdad y justicia y contra quien su marido decretó detención domiciliaría, y luego envió al exilio a familiares directos de Óscar Hiriart.
Augusto Pinochet vivió en casa del médico. Declaraba amor filial día y noche. Aceptaba ayuda económica que el galeno comunista otorgaba. El 11 olvidó todo y mordió una mano del protector. Esto trae a memoria la traición de Pinochet a las familias Tohá y Allende y a otros. Usted debe agachar la cabeza de vergüenza. Su primera traición fue a su familia, lo cual quedó plasmado en palabras del doctor Hiriart: "Somos una familia decente a quien Lucía ha ensuciado y ha avergonzado por los escándalos propios y de los hijos".
En aquellas tardes de Quillota, el médico defensor de los derechos humanos contaba que con ayuda de un tío sacerdote lograron los hermanos Hiriart sacar profesión. Repudiaba la súbita riqueza Pinochet-Hiriart. Hiriart guardaba dolor por no haber sido escuchado por Allende, cuando advirtió: "Pinochet es arribista, tonto, oportunista, ambicioso y odia a la izquierda". Hiriart recordaba que Pinochet, siendo muchacho, exteriorizó su odio por los comunistas.
Señora, no escriba cartas a los chilenos. Escriba una carta personal a su familia pidiendo perdón por el hombre que eligió para formar hogar y resultó un criminal y signó para siempre por varias generaciones el apellido Pinochet, sinónimo de bajeza y traición. Lucía, el fatídico 11 septiembre su marido no sólo traicionó a quien había confiado en él nombrándolo comandante en Jefe del Ejército, sino también traicionó e hizo detener a quien durante un largo período lo cobijó en su hogar.
Cuente a su familia que Óscar Hiriart fue comunista, vendía El Siglo en la Plaza de Armas de Quillota. Atendía gratis a gente pobre, vivía sencillamente, y usted era para él la vergüenza de la familia. El día que murió de cáncer a la piel, la familia cercana no aceptó su presencia ni la de su edecán. Día doloroso: se iba un compañero. Cantamos La Internacional. Rezamos. Sus restos fueron cremados y llevados a una ladera en la localidad de Quillota y allí lo despedimos. Murió un hombre excepcional. Nadie bailó en las calles por él. No se destapó champagne.
No se escupió su rostro. Nadie lloró de alegría por su muerte.
Usted, señora, no tiene moral para escribir una "Carta a los chilenos". Debería darnos su dirección para que los chilenos le escribamos contando en detalle nuestro sufrimiento maquinado y ordenado por Augusto Pinochet. Señora Lucía, escriba una carta pidiendo perdón a su familia. Luego enumerando todo lo que debe devolver a los chilenos. Y si queda tiempo, antes de que llegue la muerte, reflexione y pida perdón a Dios y trate de reparar el daño causado. Ah, si en algún lugar alguien habla bien de un Hiriart, tenga la seguridad de que se refieren a nuestro amigo Óscar, cuyo nombre y recuerdo viven entre los hombre justos.

8 de julio de 2009
©la nación 
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