campaña europea contra el velo
1 de junio de 2010
Prohibición de la burqa es injustificada y no cosechará más que resentimiento.
[Michael Gerson] Después de que el ejército británico conquistara la región de Sindh en lo que hoy es Pakistán en los años cuarenta del siglo diecinueve, el general Charles Napier decretó la prohibición del sati: la costumbre de quemar vivas a las viudas, en las piras funerarias de sus maridos. Un delegación de políticos hindúes se acercó a Napier para quejarse de que se estaban violando sus antiguas tradiciones. Se dice que el general replicó: "Así que quemar a las viudas es una costumbre vuestra. Muy bien. Nosotros también tenemos una costumbre: Cuando un hombre quema viva a una mujer, le colgamos una cuerda al cuello y lo ahorcamos... Podéis seguir practicando vuestra costumbre. Pero entonces nosotros también honraremos la nuestra".
El incidente puede difícilmente ser recomendado como un modelo de relaciones inter-culturales, pero aclara una tensión. Pueden surgir conflictos entre el respeto por las otras culturas y el respeto de los derechos humanos.
Esto es particularmente así cuando se trata de los derechos de la mujer. Las sociedades tradicionales pueden ser profundamente admirables: conservadoras, centradas en la familia, estables, sabias sobre la naturaleza y la sociedad humanas. Pero también pueden ser terriblemente patriarcales, como queda en evidencia con la práctica sati, el vendaje de pies, las viudas heredadas y la circuncisión femenina. Esto no quiere decir que las sociedades modernas, fundadas en derechos, no tengan sus propios defectos y errores; es sólo para reconocer que el multiculturalisno y los derechos humanos a veces pueden chocar.
En general, estas tensiones ya no emergen a través del colonialismo, sino a través de las migraciones, que pueden transplantar una cultura tradicional en medio de otra agresivamente liberal. Las áreas más visibles de la diferencia -digamos, en la ropa- pueden provocar polémica, como está haciendo ahora la burqa en Europa.
Bélgica está a punto de prohibir totalmente el velo islámico (que cubre la cara) en público. Hace poco la policía italiana multó a una joven por llevar una burqa. En Francia, es probable que se aprueba en julio una ley que prohibirá las prendas "diseñadas para ocultar el rostro". "La burqa no es una señal de religión", dijo el presidente francés Nicolás Sarkozy. "Es un signo de sometimiento. No será admitido en el territorio de la República Francesa".
Los desacuerdos sobre la burqa entre mujeres musulmanas son a menudo apasionados. Es de esperar, porque el ocultamiento religioso significa diferentes cosas en diferentes contextos. Puede ser una bolsa de cadáveres colocada encima de mujeres reacias amenazando a parientes y a la policía religiosa. Puede ser, de acuerdo con un crítico, "un triste proceso de auto-aislamiento y exilio auto-impuesto". Pero también puede ser un modo de que las mujeres de orígenes tradicionales conserven sus perspectivas de matrimonio y honra familiar en entornos sexuales mixtos. Muchas mujeres que llevan la burqa están totalmente conscientes de la opción que han tomado.
Los motivos de los presidentes europeos en esta controversia son menos agradables. Algunos mencionan engañosa (y absurdamente) un motivo de seguridad para prohibir el velo islámico. ¿Quién sabe qué están ocultando? Según este criterio, la guerra contra el terrorismo podría transformar en obligatorio el porte de bikinis. El verdadero propósito de la prohibición de la burqa es afirmar la identidad cultural europea -secular, liberal e individualista- a costas de una minoría religiosa tradicional visible. Un país como Francia, orgullosamente relativista en la mayoría de las cosas, está convencido de su superioridad cultural cuando se trata de la libertad sexual. Un país con playas topless decide prohibir la modestia excesiva. La capital de la moda del mundo, donde las mujeres son a menudo sobreexpuestas y cosificadas, da lecciones a otros sobre la dignidad de las mujeres.
Por lo que pueda valer la opinión de un extraño, creo que la burqa es opresiva. Parece diseñada para restringir el movimiento, y deja a las mujeres torpes, desvalidas, dependientes y anónimas. La inmensa mayoría de las mujeres musulmanas no llevan el velo completo porque el Corán ordena solamente la modestia, no un calabozo de tela.
Pero el problema en Europa no es la desaprobación social; es la criminalización. En asuntos de libertad religiosa, no existen reglas fáciles ni rígidas. Los gobiernos aplican un test compensatorio. La tradición que quema a las viudas, o que mutila físicamente a niñas, debería justificar la aproximación de Napier. Algunos derechos son tan fundamentales que tienen que ser defendidos en todos los casos. Pero si por alguna razón una mayoría democrática impone su voluntad sobre una minoría religiosa, la libertad religiosa no tiene ninguna significación. El estado debe tener justificaciones públicas fuertes para imponer el conformismo, especialmente en un tema como la ropa que llevan los ciudadanos.
En Francia -donde sólo algunos miles de mujeres de un total de cinco millones de musulmanas llevan la burqa- la prohibición no es más que una expresión simbólica de desdén por una minoría impopular. No alcanzará demasiado, excepto resentimiento.
25 de mayo de 2010
©washington post
cc traducción mQh
0 comentarios