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Tras la huella de San Pablo Escobar. Una micro que cruza Medellín lleva su nombre, los números asociados a su muerte son una cábala y sus edificios luego de ser saqueados son hoy una ruina. Es el legado de Pablo Escobar Gaviria, quien pese a que sembró de muerte las calles de su ciudad, hoy todos le reconocen que tenía un buen corazón.
[ Mauricio Becerra] Colombia. Un ramo de flores amarillas se marchita sobre la tumba de Pablo Escobar Gaviria, el capo de los capos del narcotráfico, en el cementerio Montesacro, al sur de Medellín. A un costado de la capilla yace quien con sólo decir ‘¡Hágale!’ activaba una maquinaria de muerte que enlutó a Colombia durante una década y dejó una estela de sicarios que aplicaban su ley de plata o plomo, corrupción o balas, que carcomió a toda una sociedad.
Junto a Pablo reposan también su padre, su madre, otros parientes y ‘el Limón’, el fiel guardaespaldas que murió junto a él escapando por los techos de la capital paisa. Hace más de una década, en diciembre de 1993, una turba que bajó de las barriadas pobres de Medellín tomó velas en el entierro de quien gustaba que lo llamasen ‘Patrón’, hizo huir al cura por la ventana, se tomó el ataúd y trató de sacar el cadáver. La familia recurrió al Ejército para devolver el cuerpo a su sitio.
La fortuna del zar de la cocaína, llamada "perico" en Medellín, ha sido avaluada entre 7 y 10 mil millones de dólares, llegando a integrar en la década de los 80 la lista de las 10 personas más ricas del mundo. El cártel de Medellín, controlado por ‘el Patrón’ movía el 80% de la cocaína que se consumía en Estados Unidos.
Un conteo impreciso lo vincula a más de 5 mil muertes ejecutadas por sus escuadrones de sicarios. Mandó a matar a candidatos presidenciales, jueces, periodistas, generales y policías. Convirtió la dinamita en la bomba atómica de los pobres, según le gustaba proclamar y los forenses reconocían un muerto a su haber porque tenía más de cien tiros en el cuerpo. "En este país donde sólo los pobres morían asesinados, quizás lo único que se ha democratizado es la muerte", solía decir Pablo cuando le preguntaban por sus crímenes.
Así que preguntar por su nombre hoy suena como una descarga de metralleta bajo el escampado cielo de Medellín. "No fue ni bueno, ni malo. Favoreció a los pobres, les dio casas, era muy generoso, y a la vez desató una guerra", remata el sepulturero. Ni la reseña de Wikipedia ni las oficinas turísticas de la ciudad lo mencionan.
Un conteo impreciso lo vincula a más de 5 mil muertes ejecutadas por sus escuadrones de sicarios. Mandó a matar a candidatos presidenciales, jueces, periodistas, generales y policías. Convirtió la dinamita en la bomba atómica de los pobres, según le gustaba proclamar.

La Promesa de los 25 Años
El municipio de Envigado, ubicado al sur de la capital de Antioquia, vio crecer a Pablo. Entre las lomas que se enfilan junto al río Medellín aprendió de su abuelo, Roberto Gaviria, del ‘Mexicano’ y otros viejos bandidos, las rutas de contrabando de licor y esmeraldas. En el ramo de la violencia fue educado por la casta política liberal-conservadora que por décadas compartieron el gobierno y por debajo se masacraban entre sí.
Pablo se prometió a sí mismo cuando adolescente que si a los 25 años no tenía un millón de pesos se suicidaba. Cumplió su promesa por partida doble: a los 25 controlaba el mercado local de producción de cocaína e iniciaba sus ensayos para satisfacer al mercado norteamericano y años después, según lo que sostienen sus defensores más acérrimos, él mismo se pegó un tiro escapando de la policía.
Para ‘el Patrón’ todo tenía que ser grandioso.
A mediados de los ’80 ya disfruta con su familia y amigos en la hacienda Nápoles, al norte de la ciudad. Luego de cruzar un pórtico coronado por el avión que llevó su primera carga de cocaína a Estados Unidos se gozaba de una finca con plaza de toros, 6 piscinas, canchas de fútbol y tenis, 10 lagos artificiales, discotecas, dinosaurios de juguete a escala real, un teatro y un hospital.
También plantó casi 10 mil árboles frutales en Nápoles y junto a su hijo Sebastián elegía los animales que quería tener revisando la Enciclopedia Salvaje. Cuando les gustaba una especie lo mandaba a traer. Tuvo 1.900 animales, entre los que había rinocerontes, cebras, camellos, impalas, canguros, flamencos, hipopótamos, elefantes y jirafas. Por expresa orden suya no se permitía animales feroces, como depredadores o serpientes, que perturbaran la tranquilidad del zoológico.

El Mejor Gobierno
La feligresía de San Pablo está de muerte con el anuncio reciente del alcalde de Medellín de que cambiaría el nombre de Pablo Escobar por el de Los Sauces al barrio que ‘el Patrón’ construyó en La Milagrosa, en el centro este de Medellín.
Hasta las micros llevan en su letrero el nombre de Pablo Escobar, indicando un conjunto de 500 casas de ladrillo de 6 metros de frente por 12 de largo, que ‘el Patrón’ mandó a edificar en respuesta al presidente Andrés Pastrana, quien había ofrecido en su campaña dar casas sin costo y terminó entregándolas junto a abultados dividendos. "Yo les voy a enseñar a hacer casas sin costo inicial", les dijo Pablo.
Las casas las dio a quienes vivían en ranchos levantados en Moravia, junto al basurero municipal. En 1981 Pablo formó una junta a cargo de escoger a la gente que viviría en las casas que construía y estudiantes de Trabajo Social de la Universidad de Antioquia ayudaron a censar a las familias. Se calcula que fueron 2.000 los beneficiados.
Entre éstos estaba Irene Gaviria y Francisco Luis Flores. El día que Pablo fue a inaugurar unas canchas de fútbol en Moravia la vida de Irene y Francisco cambiaría para siempre. Mientras estaba en medio de un gentío Pablo miró con curiosidad a Irene por unos minutos y luego la mandó a llamar diciéndoles que se parecía mucho a su madre, Ermilda Gaviria. Al rato ambos se enteraron que eran parientes: Irene era prima hermana de la mamá de Pablo. Aquella tarde Irene se ganó una casa y una fe que cultiva hasta hoy en su casa tapizada con imágenes de Cristo, la Virgen y Pablo.
"Fue el mejor gobierno que hemos tenido porque le daba dinero a los ancianos y comida a los niños. Si se enteraba que estabas enfermo te daba dinero y te mandaba al médico -cuenta Irene-. Le dolía mucho ver a un pobre, ya que él mismo había sido pobre".
Otra vecina, Blasina Chavarría, cuenta que vivían en Moravia con su marido y 4 hijos cuando alguien les comentó que Pablo iba a construir un barrio. Un día fueron a hablar con uno de los contratistas que ejecutaba el proyecto y a los pocos meses les avisaron que tenían que recoger todas sus cosas de la noche a la mañana, porque las casas estaban listas y debían ocuparlas de inmediato porque corría el rumor de que el municipio las iba a confiscar.

La Estética Tranquera
Una de las entretenciones del ‘Patrón’ era seleccionar las casas que compraría entre los avisos clasificados de El Colombiano, diario de Medellín. Una tasación arrojó que llegó a tener 500 propiedades. Pero no sólo compraba, también dejó su impronta en la historia arquitectónica de la ciudad con los edificios que mandó a construir, como el Mónaco y el Dallas. También se le atribuyen el edificio OVNI en El Poblado y los centros comerciales Oviedo y Obelisco.
El poderío económico y social de los narcotraficantes de la década de los 80 se expresó en una estética kitsch de columnas dóricas, elegancia de materiales y copia por la cultura americana y europea. Hoy los especialistas la llaman la estética narc-déco.
Un edificio portentoso y de gruesas murallas es el Mónaco, ubicado en El Poblado y construido para su familia. La sobriedad del edificio contrasta con la grifería de oro y las terminaciones doradas de las mansiones de los otros ‘traquetos’, nombre dado a los traficantes.
Victoria, su esposa, se esmeró en decorarlo con obras de arte. Su adquisición era una forma de ascenso social. Esculturas de los colombianos Rodrigo Arenas y Fernando Botero y del francés Augusto Rodin compartían su salón. Pero la obra de arte que se repetía en casi todas las salas de estar de las casas de los capos narcos era un millón de dólares en billetes enmarcados.
El Mónaco tenía un piso para fiestas, otro como gimnasio y un penthouse. En sus estacionamientos guardaba 40 autos deportivos. Todo se vino abajo el 12 de enero de 1988, cuando estalló la bomba que mató a los vigilantes, hizo un enorme boquete en la calle y desmanteló la fachada. Fue la declaración de guerra de los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), integrado por policías, narcos antes amigos del ‘Patrón’ y los integrantes del cártel de Cali.
Hoy el edificio, al igual que muchas propiedades de Escobar, fue incautado a través de la Ley de Extinción de Dominio de 1996, y alberga a la Fiscalía de la ciudad. Jason, quien vende dulces en una esquina contigua al edificio, cuenta que en el patio del edificio hay una caleta, escondite de dinero en efectivo. El problema es que la edificación pasa todo el día vigilada. Además ya ha pasado mucho tiempo. "Cómo voy a sacar puros dólares húmedos", sentencia.
El edificio Dallas, hecho para albergar sus oficinas, también fue dinamitado por los Pepes el 19 de abril de 1993. Dos cargas de 50 kilos de dinamita cada una colocadas en el subterráneo abrieron un boquete en los 3 niveles de su estacionamiento. Juan José, un cuidador dejado por la inmobiliaria que actualmente es dueña del edificio, cuenta que "por años fue una guarida de mendigos y hasta aparecieron cuerpos. Hasta hace poco vivía acá Jorge, quien pedía plata en la calle mostrando sus deformidades".
Quizás haya sido el sino del ‘Patrón’, pero todo lo que con su varita mágica levantó hoy yace en ruinas luego de haber sido saqueado por quienes buscaban caletas. Las chapas de oro de los baños fueron las primeras en esfumarse, luego el piso de mármol negro y, al final, los gruesos muros fueron raspados.

La Catedral de Devotos
Asediado por sus perseguidores, Pablo se entregó a la justicia en junio de 1991 no sin antes negociar las condiciones de su encierro. Entre sus abogados y el gobierno acordaron que sería recluido en La Catedral, una vieja cárcel
ubicada en una ladera de Envigado, al sur de Medellín, rodeado de un parque ecológico.
El escaso tiempo que alcanzó a estar allí, Pablo lo aprovechó para adaptar el penal a su estilo de vida. Un año y un mes después, al momento de su fuga, La Catedral tenía salón de juegos con mesas de pool, un gimnasio, ruletas y mesas de juego. En su celda, Pablo hizo cambiar la reja por una puerta corrediza y tenía cama doble, biblioteca, chimenea y un clóset que conducía a un depósito de armas. Anexó además una celda contigua para instalar su oficina y en un pasillo al costado estaba el tablero de control de las luces, de la sirena y de la electricidad de la malla exterior del penal. En otro salón tenía nevera, bar y cocina.
Desde una terraza de su mazmorra ‘el Patrón’  disfrutaba de una panorámica de Medellín mientras los guardias hacían de mozos de los reclusos en sus fiestas, sus guardaespaldas le llevaban jóvenes vírgenes para deleite de los reclusos y a veces hacía traer a jugadores de fútbol para jugar un partido. Tras la fuga, en un mensaje a las autoridades, Pablo les confiesa que "yo me volé de allá porque me hicieron ir. Yo no me quería ir".
Luego de la huida, La Catedral en ruinas se pobló de demonios ávidos de hallar algún tesoro dejado por el capo, quienes lo dejaron convertido en ruinas. Lo rumores hablan que varias casas del barrio El Salado se construyeron con las tuberías, los lavaplatos y las baldosas de la prisión. Hoy el lugar recibe a los devotos de la Virgen Desata Nudos.

Muerte en el Techo
Pese a que recomendaba a sus subalternos evitar las conversaciones por celular y cambiar constantemente de número, su debilidad con su familia hizo caer al ‘Patrón’. El 2 de diciembre de 1993, luego de un año y cuatro meses prófugo, el llamado de su hijo para su cumpleaños delató su posición en una casa del barrio Los Pinos de Medellín.
Unos amigos se juntan a fumar bareto (cannabis) al frente de Carrera 79 A Nº 4546. Son José (24 años) y Mateo (18), quienes cuentan que por años la casa estuvo deshabitada y que recién hace un año la vendieron. Relatan también que el día de la muerte de Pablo estaba el barrio rodeado de policías y francotiradores, que Pablo salió arrancando con los pies descalzos por el techo de la vivienda de atrás y recibió un disparo que desplomó sus 115 kilos.
Los policías se tomaron fotos con su cadáver como trofeo y cortaron pedazos de su pelo y bigote como recuerdos. Tras 499 días de persecución, las velas de su aniversario no adornarían una torta, sino que un ataúd.
Patricia, quien desde hace un año vive en la casa que fuera el último refugio de Pablo, se enteró por boca de un turista que tocó su puerta de la historia. La casa de cinco piezas y tres baños le costó 150 millones de pesos colombianos (46 millones chilenos) y cuenta que estaba muy oscura y deteriorada cuando la conocieron. Por ahí también pasaron los busca caletas.
Arturo Moledo, un taxista del sector, recuerda que "en el tiempo de Pablo había mucho empleo. Se movía harto la ciudad. Los narcos, como ponían plata en la industria y la construcción, agilizaban la economía. Como los albañiles andaban con plata, eso movía el resto. Al mes de morir se notó la falta de ese hombre: hubo menos trabajo en toda la ciudad".
Ramón, un obrero de Medellín, confirma la tesis: "Hoy trabajamos por el mínimo y con los narcos era muy distinto. Llegaban y te preguntaban: ‘¿cuánto vale hacer este techo?’. Cuatro millones les respondía. ‘Les doy seis y arranquen luego’ me decían". Además daban buenas propinas, su bareto o aguardiente para que trabajaran mejor.
Los narcos de los ’90 invertían en tierras y construcciones sus ganancias. Las clases medias de Medellín, Bogotá o Cali gozan hoy de los suntuosos edificios que dejó esa época. Y como no tenían la estructura para convertir sus dólares en riqueza productiva, la ruleta especulativa se los entregó a los grupos económicos. Los narcos de hoy invierten sus riquezas en bancos de EEUU y Europa.

Penando en el Azar
A la partida de Pablo, la hacienda Nápoles también fue saqueada por sus vecinos. Hoy la selva cubre la derruida edificación. Los animales del zoológico fueron cocinados, vendidos y uno que otro escapó. Los hipopótamos han sido vistos retozando en el río Magdalena.
El día de su muerte las calles del barrio Pablo Escobar se llenaron de luto. "Al enterarse de la noticia de su muerte una señora murió de un infarto y nueve niños nacieron apresurados", cuenta Irene. Pero ‘el Patrón’ les dejaría un último regalo: El número de la casa, la patente del automóvil fúnebre que transportó su cadáver o la fecha de nacimiento son hoy una cábala para ganar el Chance, la lotería local.
Elmer Villegas, quien hace un año cobró 250 mil pesos, cuenta que "le apuesto en varios juegos al 1945 y he ganado varias veces. Si no son los cuatro, a veces funcionan tres cifras". Blasina confiesa que también tiene su cábala, que es cada dos de cada mes, día de nacimiento de Pablo. "Récele a don Pablo que le concede muchas cosas", remata Irene.
Entre el cielo y el infierno de sus paisas, Pablo soborna al azar. Y acá en la tierra el negocio de la cocaína sigue pagando muy bien. "Nunca las sociedades han logrado derrotar los vicios", escribió alguna vez Pablo. Y todo indica que tiene razón, porque al igual que en los años de su reinado, hoy en cualquier esquina de Medellín no falta quien pregunte "¿Quiere perico?"
29 de septiembre de 2010
26 de septiembre de 2010

©la nación
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