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oro manchado de sangre


En el corazón de Antioquia se está dando una metamorfosis de los grupos ilegales: han dejado en un segundo lugar la coca para dedicarse de lleno al negocio de extraer oro. Crónica desde el Bajo Cauca.
Colombia. A las prostitutas más cotizadas de Caucasia les han llegado a pagar con amalgamas de oro, pepitas del metal mezclado con mercurio del tamaño de un diente o de una muela, según la generosidad del cliente y el buen nombre de la mujer. Como pasó en algunos pueblos del sur del país con el precio del gramo de cocaína, en los seis municipios del Bajo Cauca, al nororiente de Antioquia, la cotización del oro es una suerte de medida universal para calcular bienes tan disímiles entre sí como una casa, un campero, un equipo de sonido, una pistola con silenciador, una noche de sexo.
Para Gabriel, conocido en las riberas orientales del río Cauca como ’Yo No Fui’, una semana de trabajo le puede representar 100 gramos de oro, poco más de seis millones de pesos, es decir, lo mismo que el precio de dos motos. Pero él es solo un empleado de sí mismo con una draga artesanal. Los que ganan el equivalente a 100 motos semanales son otros, dice el hombre con el bigote sucio de pantano: los dueños de ’las gigantes’, retroexcavadoras que pueden costar hasta 500 millones de pesos. El Bajo Cauca está lleno de esos armatostes, como en un paisaje del fin del mundo.
Las autoridades ambientales temen que el número de ’gigantes’ ya supere las 2.000 máquinas, todas repartidas en las riberas de los ríos Cauca, Man, Nechí y Cacerí, y más allá, en la inmensa llanura de 8.500 kilómetros cuadrados anegada de pozas, lagos, pantanos y playones que se conectan entre sí formando un sistema acuático de 40.000 hectáreas. En época de lluvia, como ahora, los ramales parecen infinitos. Desde el aire se asemejan a calles que se cruzan, autopistas y avenidas de una ciudad a la que solo le faltan las casas. En pocos lugares del mundo se concentra una biodiversidad de fauna y flora tan rica. Pero el oro vale más.
Según las cifras oficiales, entre el nordeste y el Bajo Cauca antioqueño extraen cerca de 28 toneladas de oro al año, justo en momentos en que el precio del metal alcanza cifras históricas, de casi 70.000 pesos el gramo. Es decir, un negocio de cerca de 2 billones de pesos al año. Lo preocupante, además de la depredación ecológica de las máquinas, es que el destino de esos recursos multimillonarios son los bolsillos de los grupos armados, que encontraron en la explotación aurífera una nueva empresa criminal. Se trata de una ironía: el éxito en la erradicación de cultivos ilícitos.
En junio pasado, la oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) reveló que el área cultivada con hoja de coca en el país era de 68.000 hectáreas en diciembre de 2009, 13.000 menos que en 2008. Para el caso de Antioquia la buena noticia resultó aún más significativa: pasó de 10.000 a 4.500 hectáreas. Pero lo que debería haberles representado un duro golpe a las finanzas de los grupos ilegales pareció representarles una oportunidad de diversificación para algunos de ellos.
En el Bajo Cauca, centro de buena parte del éxito de las fumigaciones y la erradicación manual del gobierno, los grupos armados se las arreglaron para extender su portafolio criminal y compensar la pérdida de un porcentaje importante de sus finanzas: se convirtieron en buscadores de oro, a la manera de las viejas películas del far west, y la semejanza se extiende también a su costumbre de ir por ahí, pistola al cinto, resolviendo a balazos lo que consideren un problema, sin importar si son funcionarios de la Alcaldía, investigadores de la Fiscalía, miembros de las Fuerzas Militares, niños de camino al colegio. En lo que va del año se cuentan 164 muertes violentas en la región y más de 60 atentados con granada.
En efecto, el Bajo Cauca, integrado por los municipios Caucasia, El Bagre, Nechí, Tarazá, Cáceres, Zaragoza, es ahora la zona más violenta e insegura del departamento, con 89 asesinatos por cada 100.000 habitantes, porcentualmente apenas superada por la Comuna 13 de Medellín, que registra 108, pero muy por encima del promedio de Medellín, que es de 33.

Pobre Riqueza
Dos logias criminales se disputan el control de la región, lo que incluye el acceso a los multimillonarios recursos de las minas de oro. De un lado están Los Paisas, liderados por Ángel Pacheco Chancí, alias ’Sebastián’, socio de Los Rastrojos, llegados desde el Valle del Cauca. Del otro lado están Los Urabeños, al mando de los hermanos Juan de Dios y Darío Antonio Úsuga después de la captura de ’Don Mario’. De esa misma esquina criminal hace parte Maximiliano Bonilla Orozco, alias ’Valenciano’, el cabecilla de la otra facción de La Oficina de Envigado, que libra una guerra a muerte en las comunas de Medellín con ’Sebastián’.
Por su ubicación estratégica, en el centro del país, en la confluencia de la zona andina y los valles cenagosos que preceden los litorales del mar Caribe, el Bajo Cauca antioqueño ha sido despensa de recursos ilimitados para las guerrillas y los paramilitares, primero como zona de tránsito y de estadía y, desde hace 20 años, de cultivo y producción de narcóticos. La industria cocalera llegó a ser tan importante que la explotación aurífera era apenas un renglón de su financiamiento. Ahora el orden de las cosas parece haber cambiado: "Hoy los antiguos narcos son mineros", admite un investigador de la Policía.
En las calles de Caucasia, como si se tratara de talleres de bicicletas, se ven solares donde les hacen mantenimiento a numerosas retroexcavadoras, muchas de ellas propiedad de los bandos en disputa. Allí, a veces, se han oído disparos y explosiones de granadas. En las riberas de los ríos se trabaja a toda prisa. Basta una semana, a veces apenas un par de días, para que las palas mecánicas horaden el suelo verde y lo conviertan en una colada amarilla donde ya no crecerá nada en 100 años. Manatíes, tigrillos, peces, patos, ranas, nada queda. Y lo peor es el mercurio, advierte una autoridad ambiental en la zona.
Según la ONU, el Bajo Cauca antioqueño es la zona con el mayor índice de contaminación por mercurio en el mundo. Mientras la concentración en el aire de ese metal asociado a la producción aurífera debe ser 10 nanogramos, en los municipios del nordeste y Bajo Cauca de Antioquia llega a superar los 340. La gente se muere poco a poco por culpa del oro. Pero la ironía, en medio de la riqueza incalculable, es historia repetida: el 75 por ciento de su población vive en condición de miseria y el 19 por ciento, en situación de pobreza.
¿A dónde se van las ganancias de las 28 toneladas de oro que extraen allí cada año? Indagadas por una respuesta, las autoridades de la Alcaldía de Caucasia se disculparon hace una semana, durante la visita de SEMANA a la región. El alcalde, el secretario de Gobierno y el presidente del Concejo dijeron que estaban muy ocupados en otros asuntos.
4 de octubre de 2010
2 de octubre de 2010
©semana
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