escribe elida deheza
Una testigo de la causa Díaz Bessone dice lo suyo después de declarar. Elida Deheza dio su testimonio el 30 de noviembre pasado, el mismo día que lo hicieron María Inés Luchetti de Bettanín (Nené) y Stella Hernández. Hace unos días, escribió y puso a circular entre amigos sus sensaciones por la inminente justicia.
[Elida Deheza] Argentina. "Mis palabras quieren. Yo no soy quién para prohibirles volar, así que aquí van" (Eduardo Galeano).
Cuando terminaron las audiencias del martes (30 de noviembre) en Rosario, María del Carmen nos dijo que siendo ella una enamorada de las palabras consideraba que debíamos contar lo vivido porque nos haría sentir bien. No soy de esas personas memoriosas que pueden recordar lugares, personas, días en que sucedió tal o cual cosa. Mas bien recuerdo momentos, olores, como fragmentos de situaciones que me dejan sensaciones lindas para el alma; o dolorosas. Y siempre están ahí, eternas. Así recuerdo de mi infancia a mi madre. Ella murió cuando éramos chicas aun, pero ha sido y es una presencia constante en mi vida.
Vivíamos en Villa América, un barrio alejado de la zona urbana de Pérez. Por entonces las nenas y los nenes jugábamos juntos en un enorme baldío que había entre nuestras casas; regresaba cuando nos llamaba para tomar la leche o simplemente porque ya era hora de volver. Yo solía regresar con las marcas en el cuerpo de los raspones de jugar entre los cardos, de los porrazos que nos dábamos en la tierra o con las ronchas que dejaban las ortigas (una planta que pica mucho en contacto con la piel). Mi madre me miraba seria con sus enormes ojos negros, me lavaba las heridas con agua y jabón, cortaba algún trapo viejo, siempre blanco y siempre limpio y me iba poniendo esa especie de venda en cada uno de los raspones y me decía que se iba a curar. Yo quedaba con un montón de trapitos blancos en distintas partes del cuerpo. Esa imagen de mi infancia es la que tengo presente hoy para explicar a quienes me preguntan como me siento. Con un montón de trapitos blancos que señalan cada herida del alma y del cuerpo.
Recuerdo aquel día en que me llamaron por teléfono a mi casa, desde el juzgado, para avisarme que estaba entre quienes debían dar testimonio.
Pensé en Lucía, mi amada Lucía.
Siempre creí que debía obviar en cualquier relato los horrores pasados. Siempre pensé que el relato del horror no colabora en la reflexión.
A lo largo de estos años hemos hablado hasta el cansancio de lo que significó la dictadura militar, de nuestros desaparecidos. Hemos gritado hasta quedarnos afónicos, hemos buscado incansablemente la justicia, hemos festejado la justicia que lograron otros compañeros/as antes que nosotros en juicios anteriores, hemos llorado por Julio López, por Silvia Suppo.
Ahora, la justicia me decía a mí que era hora de decir lo nuestro.
Antes de la audiencia vinieron los encuentros, los reencuentros, la memoria colectiva, los abrazos. María del Carmen nos volvió a encontrar a todas a través de su libro y las huellas que dejamos en él. Dice mi hermana que nada sucede por azar, que todo tiene un por qué. Y ha de ser así nomás, porque en verdad lo primero que descubrí es que el dolor estaba ahí, intacto.
Y quizá esto llega porque era tiempo de sacar afuera lo que estaba encerrado adentro. Imperceptible para la conciencia que había despertado de repente para decir que ha sido mucho, mucho lo que vivimos y que no habrá manual de psicología que explique cómo hicimos para no morir de pena, para que no nos ahogue el duelo, para elegir vivir en vez de sobrevivir. Será porque nos pensamos siempre con otros, porque perdura lo grandioso, lo profundo de lo que fuimos. Será porque en tantos años de más dudas que certezas, hace poquito tiempo que transitamos un camino con más certezas que dudas.
Me dijeron: ahora tenés que hablar de vos. ¿Hablar de mí? Sonaba casi irrespetuoso considerando que hay huesos debajo de la tierra esperando ser encontrados, que hay hijos/as queriendo abrazar su identidad.
Sí, sonaba irrespetuoso. Pero era así nomás.
Pensé: los genocidas en libertad y nosotros poniendo el cuerpo de nuevo y Silvia Suppo recordándonos que la impunidad sigue, en esta democracia renga como la justicia. Pero es por lo peleamos en todos estos años. Aunque no alcance, abre caminos, porque uno empieza a preguntarse otras cosas.
Y nos lo preguntamos porque los genocidas están ahí, sentados y quietos, esperando por la justicia que nos negaron a nosotros y a los que no están. Por eso es posible formularse preguntas que después de tantos años tienen respuestas.
El día de la audiencia reconozco que estaba más que ansiosa, queriendo que pase rápido. Víctor, el Tape, entraba primero. Tantas cosas compartidas con Víctor y Beatriz, entrañable compañera de la vida y las compañeras que ese día declaraban conmigo, Nené, Stella. Mi familia, mi amada Lucía, mis compañeros de militancia, los de Rosario, los de la isla grande también. Los que pudieron estar y los que me abrazaron a la distancia.
Me sentí rodeada, protegida. Algo así como que "nada va a pasar porque entre estos tipos y vos estamos nosotros".
La espera desespera dicen ¡y es verdad! No empezaba nunca hasta que me avisaron que debía pasar.
Y ahí estaban, incólumes. Ellos mirándonos a nosotras -diría Susy-, y nosotros como antes sin poder verlos.
El relato era cronológico, día por día del horror del SI y aunque creí que iba a controlar las emociones porque ese era el lugar de la denuncia, no de los sentimientos, no sucedió como lo pensé. Fue tan duro, tan difícil para mí decir lo que había guardado tanto tiempo, sentí tanta impotencia, rabia. Nos han lastimado hasta el límite.
En estos más de treinta años nosotros enjugamos las lágrimas. Ellos, los genocidas, están libres.
En estos más de treinta años nosotros buscamos un diciembre que no duela. Ellos: estuvieron gozosos de su libertad. En estos más de treinta años nosotros buscamos incansablemente la justicia. Ellos: disfrutaron de su impunidad.
Relataba y sabía que mi hija estaba ahí, escuchando, enjugando las lágrimas.
Hablar y recordar.
Recordar aquello que la memoria guarda y esta lleno de imágenes, de risas, de amores, de gritos, de silencios. Impregnados de resistencia, de vivir aferrado a esas risas y amores.
¿Cómo se les dice a los jueces lo que se siente al rozar una mano compañera y que eso es como una ráfaga de luz detrás de la oscuridad de la venda? Que hay seres humanos capaces de lo inimaginable, como Marisol Pérez (desaparecida)... ¿Cómo se le cuenta a los jueces la mirada de Alicia Tierra (desaparecida)? Que hay un olor único que despide el cuerpo atravesado por el terror y de esa sed desesperada después de la tortura... ¿Cómo se les cuenta que en el SI uno creía que no podía más y podía, que uno quería morir y vivía, porque uno se aferra a la vida desesperadamente? ¿Cómo se les cuenta que los sentidos están exigidos al máximo, en estado de vigilia permanente? Que el pudor es un reflejo aun en medio de la tortura ¿Como se les dice que al cuerpo de uno lo violentan y el cerebro se paraliza de espanto? ¿Cómo se dice todo eso en una audiencia?
Yo no pude, aunque pensé que iba a poder hacerlo.
Al final, uno descubre que en poco más de una hora se puede contar a alguien lo vivido, con esa capacidad de síntesis que nos caracteriza. En poco más de una hora lo que nos acompaña desde hace más de treinta años.
Al final, llegó el final del relato.
Yo sólo me quería ir lejos de esa lacra que estaba ahí.
Y me fui, sin mirarlos, con un mar de agua salada en la cara pero victoriosa. Porque cumplí con este deber inclaudicable de poner palabra por los compañeros que no están. Porque los genocidas están ahí, sin ninguna victoria que recordar, descubriendo que a pesar de todo y contra todo, fuimos capaces de joderles la vida aun en las peores condiciones. Nos aprendimos sus nombres, los espiamos debajo de las vendas, oímos, nos juntamos para recordar, resistimos, reímos, soñamos. Todo a pesar de ellos. Guardamos la memoria celosamente para cuando llegue el día. Y hablamos también a pesar de ellos.
Afuera los abrazos eternos, silenciosos, esos que pueden más que mil palabras.
Un compañero me preguntó porque no había contado antes todo el horror vivido, por qué no se los dije.
Será que todo tiene un tiempo, porque no es fácil, porque duele. Pero ya está. Y como la palabra libera, a mí me libera de andar con esta mochila por la vida. Al menos una parte alivianó su carga. La otra, la de las ausencias, ésa, sigue intacta y me acompañará siempre.
Y la vida que es hermosa, que nos ha quitado tanto pero nos ha compensado también por tanto que perdimos, me dio la oportunidad de participar del homenaje que los maestros de una escuela de mi pueblo le hicieron a nuestros compañeros. En ese barrio, comencé la militancia junto a entrañables compañeros/as que están desaparecidos. Lo que aprendí de la vida, lo tengo de aquellos compañeros y los vecinos del barrio. Me reencontré con la gente del barrio, con sus hijos que entonces eran muy pequeños. Me llenaron de amor. Me recordaron que la memoria de los compañeros y de Raúl García (desaparecida), el maestro de la escuela del Terra, estaba intacta, tanto que aun nos extrañan, dijeron. Yo sentí que ellos andaban por ahí. Porque esa es nuestra victoria, la gente del pueblo que se apropió de derechos y los ejerce. Nuestra victoria. Nuestra gran victoria.
La otra victoria: aquella que comenzó el día que un presidente de este dolido país hizo bajar el cuadro de Videla y le pidió perdón a los argentinos desde el lugar en el que nunca nadie había hablado: el estado; y empezamos a caminar otros caminos, sin atajos, encontrando certezas en los mas jóvenes que hoy nos llenan de ganas a nosotros.
También tuve reencuentros nostalgiosos con compañeros que no veía hace mucho porque la vida nos pone en cualquier geografía y esa hermosa sensación de que todos, cada cual a su manera, sigue siendo un militante.
Quedan meses para descorchar un vino y festejar la victoria de la justicia que buscamos porque somos buena gente, esa justicia que tejimos lentamente como una gran bandera que hoy levantan nuestros hijos, y los hijos que no conozco, que defienden con convicción la democracia por la que dieron su vida tantos.
Recuerdo un cuento de García Márquez, ‘El hombre de la fresa’ creo que se llamaba. El tipo se encuentra con quien había sido su verdugo, que ahora venía a pedirle ayuda porque tenía un terrible dolor de muelas. El tipo pensó en no atenderlo y después de cuestionarse éticamente la cosa decide sacarle la muela sin evitarle el dolor y mientras el fulano se retorcía de dolor en la silla, el tipo mira por la ventana y le parece que un montón de huesos bajo la tierra hacen un sonido imperceptible. Era la justicia.
Nosotras pasamos muchos años en la cárcel sostenidas en la convicción de que la dictadura tenía un final y que el final era el pueblo apoderándose de la democracia.
Los genocidas del SI, la lista incompleta de los que están siendo juzgados, van a ir a una cárcel común y en una de esas conseguimos que la justicia entienda que aun de viejos ponen en peligro a la sociedad y entonces ni de viejitos los van a dejar salir. En la cárcel. Repudiados. Sin que a nadie le importe lo que les pase. Y por ahí también conseguimos que los jueces, después del reclamo contundente de Stella, digan que las violaciones a las que fuimos sometidas son también delitos de lesa humanidad.
Yo no soy la justicia así que no tengo el deber de ser ecuánime: No perdono, no olvido.
Con todo, me quedo con los abrazos, con los afectos entrañables. Con la alegría, desde nuestra testaruda convicción acá estamos todavía, con las banderas de nuestros compañeros en alto. Reconociéndonos en nuestros errores y cobijándonos en nuestras fortalezas. Para que toda la verdad se haga presente.
Ojalá que la palabra en nuestros testimonios sirva para darle a la verdad y a la memoria el lugar que merecen. Esta memoria que va armando fragmentos de la historia hasta que este completa. Que sea el conjuro contra el olvido y la desmemoria. Soñando que al final del camino cada uno tendrá lo que se merece. Los nuestros, la gloria, los destructores de la vida, su justo castigo.
De reencuentro con Lucía, de ella con esta madre a la que ahora le conoce las cicatrices y descubriendo que nuestros hijos son un hermoso refugio por estos días.
Quién sabe que cambia haber dejado volar las palabras. Solo sé que es legítimo este asco que siento por los injustos vivos que balbucean a veces en la sala de audiencias porque nuestra memoria les da miedo. Caminando este tiempo con nuestra memoria a cuestas, buscándome en estas nuevas manos compañeras, otras veredas, otros caminos, empezando a sacar los trapitos blancos de las heridas, porque, como diría mi vieja, va a curar.
[Elida Deheza declaró en la causa Díaz Bessone el 30 de noviembre de 2010.]
17 de enero de 2011
©rosario 12
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