declaró alejandra manzur
Tiene 34 años y nació en cautiverio en 1976. Declaró en la causa Díaz Bessone y conmovió con su historia. Su padre es Óscar Manzur y fue secuestrado junto a su madre Marta Bertolino. Él no volvió a aparecer, pero Alejandra sabe traerlo al presente a través de sus canciones. Una de las tantas historias familiares que se reviven en las declaraciones de las víctimas de la patota de Feced.
[Sonia Tessa] Argentina. Alejandra Manzur canta, escribe canciones, convierte en música todo el dolor que el terrorismo de estado imprimió en su vida desde antes de nacer. Estaba en la panza de su mamá, Marta Bertolino el 10 de agosto de 1976, cuando la patota de Feced las atrapó junto a su padre, Óscar Manzur. Desaparecido desde entonces, es a él a quien le escribió la canción Senegami, que dice: "Desde el fondo de la noche/ siento tu voz que se va/ con otros nombres se pierde/ tu nombre y tu libertad". Y aunque el lunes pasado, cuando declaró en la causa Díaz Bessone, no haya cantado en honor a él, sí conmovió hasta los huesos al contar su historia. Alejandra nació desaparecida, a su mamá la habían torturado con saña durante 25 días, y la amenazaron con que la beba iba a ser entregada en la Casa Cuna. A su papá lo torturaron tanto que le dijo a su esposa "nena, me muero", y nadie volvió a escuchar su voz. José Rubén El Ciego Lofiego era el que conducía las torturas en el Servicio de Informaciones, y está acusado por el homicidio de Óscar. Alejandra tiene 34 años, tiene un hijo de dos años y está embarazada, espera una nena. Su declaración en el juicio tuvo la apuesta a la vida que la caracteriza, por una mirada que combina el dolor y la gratitud.
"Siempre viví el fantasma de la desaparición porque en realidad nací desaparecida, y permanecí varios días sin nombre y apellido, es decir sin identidad, y corrí el riesgo de quedar desaparecida. Finalmente aquí estoy, gracias a la vida, a la lucha, al azar y a la solidaridad de algunas personas. Tal vez por esto, siento un contacto profundo con los hermanos desaparecidos, con los chicos que perdieron su identidad", dijo el lunes a la noche, después de las 22, frente al Tribunal. Alejandra relató que a los seis meses fue separada de su madre, tras pasar con ella por la Unidad 5 de Rosario y la cárcel de Devoto. Entonces, quedó a cargo de sus abuelos. "Viví en la casa de mis abuelos maternos, Rina y Pocho, con ellos y con el tío Guille, que tenía 21 años en ese momento. Estuve todos esos años rodeada del cariño inagotable e infinito de estas tres personas a las que amo profundamente y a quienes estaré eternamente agradecida", dijo frente al Tribunal, mientras su abogada, Gabriela Durruty, no podía preguntarle porque las lágrimas le brotaban sin control y los demás abogados de las querellas tampoco podían contener la emoción.
"Tengo lejanamente en la memoria a mi abuela Rina acunándome en mi piecita y cantándome la canción Señora Santana. Para mí, ella era mi mamá, porque sin duda la sustituyó durante todos esos años. Recuerdo que yo le quería decir mamá y ella me decía rotunda que no, que era mi abuelita Rina. Ahora entiendo su preocupación de conservarle el lugar de mamá a su hija Marta, que estaba presa, y que algún día volvería a ser mi mamá", relató la joven, que había escrito un texto previo como guía de lo que iba a decir, pero después también dejo lugar a la improvisación.
No sólo su mamá, sino también su tío Eduardo hermano mellizo de Marta estaban presos. Mientras tanto, los abuelos maternos habían puesto fotos de Marta y Óscar en la pieza de Alejandra, para que los tuviera presentes. Iban cada tres meses a Devoto. "La principal comunicación con mi mamá era a través de las cartas. Cada semana llegaban cartitas que mis abuelos y mi tío me leían, y a veces yo les daba un besito como una manera de contacto con ella. Yo le mandaba dibujitos y ella me mandaba dibujos con canciones y cuentos escritos a mano. También la visitaba regularmente en la cárcel de Villa Devoto. Los encuentros eran a través de un locutorio (un vidrio y un micrófono). Lo que más recuerdo de eso es alguna de sus monerías: se cubría la cara con todo el pelo y luego se la descubría", contó sobre sus vivencias infantiles.
Uno de esos encuentros con Marta fue distinto. "En una visita de contacto muy breve, en un patio grande, pudimos abrazarnos. Esto debe haber sido algunos meses antes de su regreso. Recuerdo con nitidez que en un momento le dije: ¿por qué no te puedo llevar ahora conmigo?", relató Alejandra.
La vuelta de su mamá, en diciembre de 1981, sumó alegría, pero también contradicciones. "Recuerdo como si fuera hoy el día que le conté a mi seño Mirta en el jardín de infantes que ese día iba a llegar mi mamá, el abrazo que nos dimos cuando al fin nos encontramos, y que le dije que la iba a abrazar hasta dejarla sin respirar. El reencuentro con mi madre real, esa que había perdido/abandonado tantos años antes, por un lado era algo lindo, muy vital, y de hecho, necesario. Pero por otro lado me generaba mucha culpa con mi mamá/abuela que me había acunado con tanta ternura días y noches", rememoró Alejandra, quien aclaró que el amor y la contención familiar, así como concurrir a análisis desde muy pequeña la ayudaron a no volverse loca.
La historia de pérdidas tuvo otro capítulo trágico cuando Alejandra tenía 9 años. Su abuela Rina, tan importante para ella, se suicidó. "Esto está profundamente ligado a todo el dolor y el sufrimiento que se había vivido durante esos años en la casa de mis abuelos maternos por las tragedias ocurridas, como son la desaparición de mi padre, mi madre y mi tío Eduardo presos, y una beba que había quedado huérfana", subrayó el lunes frente a un Tribunal presidido por Jorge Venegas Echagüe.
Una parte de lo perdido, esa madre con la que no pudo compartir los primeros años de su vida, pudo repararlo con la llegada de Tamara, su hermana menor. "Viví la destrucción de mi familia antes de nacer, antes de su constitución. Todos los pedazos quedaron desparramados y ya nunca podrán juntarse, eso es irreparable. Porque la mamá que perdí/abandoné/me abandonó, a los 6 meses, que volvió para recuperarme a los 5 años, es una mamá con la cual yo tuve que conocerme otra vez, y porque mi papá no volvió nunca, ni va a volver. En este sentido de la destrucción de mi núcleo familiar resultó muy reparador el nacimiento de mi hermana Tamara. Fue como revivir la conformación de un nido, donde yo no era la nena chiquita, pero la veía crecer junto a su mamá, que era también mi mamá y esto lo disfruté mucho. También es importante y vital la constitución de mi propia familia, de mi familia actual, mi marido, mi hijo, mi bebé por nacer. Significan la creación de vínculos afectivos nuevos que me llenan de vida y de caricias", dijo Alejandra, en su apuesta por la vida.
Con la vuelta de su mamá también pudo saber algo más sobre su papá, que hasta entonces era un fantasma. "Cuando mi mamá volvió de la cárcel me contó que ellos militaban, que se juntaban con otros compañeros y que luchaban por una sociedad más justa para todos. Que un día vino un golpe de estado y empezó a desaparecer gente y que a ellos los detuvieron juntos poco antes de mi nacimiento. Y cuando le pregunté por mi papá específicamente, me dijo estaba desaparecido. Esto me generó una incertidumbre terrible. Me volvía loca de sólo pensar que podría estar vivo. Y ¿dónde? Se me presentaba como un fantasma y en varias oportunidades soñé que tocaba el timbre en la casa de mis abuelos. Cómo podía ser que ni estaba allí para verlo y tocarlo ni había un lugar concreto donde estuviera enterrado y donde poder llorarlo", dijo Alejandra sobre lo que significa para una niña convivir con aquel siniestro concepto del desaparecido. Tras su insistencia, la madre le dijo que Óscar era un desaparecido justamente porque nadie dice dónde están sus restos, pero que a él lo habían matado. "Con todas estas imágenes de terror tuve que vivir, crecer, pasar mi adolescencia, y hacerme mujer. Los que lo conocieron me cuentan que era muy risueño, muy alegre y muy buena persona, pero para mí era como un fantasma", le puso palabras Alejandra.
En el marco de una declaración más extensa, Alejandra afirmó que "fue muy difícil sobrevivir al horror de esta historia". Y abundó: "Tengo marcas indelebles en la piel, muy profundas, estoy llena heridas, de agujeros, y eso es imposible quitarlo porque son vivencias traumáticas, muchas de las cuales están en mi registro inconsciente porque sucedieron cuando yo aún no tenía posibilidad de guardarlas en la memoria, no tenía el recurso fundamental de la palabras".
De hecho, ahora puede atar el dolor de su infancia con el terrible dolor que sufrió su madre, cuando sólo tenía 23 años. "Hoy que tengo un niño de dos años y estoy embarazada de 8 meses me resulta inimaginable y de una crueldad y de una crudeza insoportable la separación de un hijo en los primeros años de su vida. No poder presenciar los primeros pasos, las primeras palabras, y cada uno de los signos de su crecimiento", dijo frente al Tribunal.
Por eso su gratitud. "Si alguien ve mis fotos de esos años, puede ver en mí una nena alegre, pícara, vivaz, y de hecho tengo muchos recuerdos lindos de mis primeros años. Pero yo pude darme cuenta varios años más tarde cuánta tristeza y cuánta angustia había en ese hogar, y cuánto esfuerzo hicieron mis abuelos y mi tío para que yo no percibiera con tanta crudeza tanta desolación", afirmó.
Alejandra también subrayó el dolor que provoca en las víctimas del terrorismo de Estado la impunidad y reclamó porque cinco de los seis imputados de la causa Díaz Bessone están libres. "Parece una paradoja de la historia argentina que esté hoy aquí, a 34 años de los acontecimientos, embarazada de ocho meses, como estaba mi madre cuando la secuestraron , frente a este tribunal, pidiendo que se haga justicia por los tres. Por mi padre, por mi madre y por mí", terminó su testimonio. La canción que escribió para su padre también dice: "Las estrellas van muriendo/ el tiempo las ve pasar/ pero su luz permanece/ no se apagará jamás".
3 de abril de 2011
©rosario 12
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